Brasil, empieza el futuro

Luiz Inácio Lula da Silva (entonces expresidente de Brasil) en la Casa de América en Madrid, España (2021)

Stefan Zweig decía que Brasil era el país del futuro, a lo que hoy habría que agregar de un futuro complicado. Es cierto que ganó Lula en la segunda vuelta, pero solo lo hizo por un 1,8% de diferencia respecto a Jair Bolsonaro. Se trató de la primera vez que el presidente en ejercicio no es reelegido y también de la primera vez que, desde el regreso de la democracia en 1985, alguien es elegido para un tercer mandato. Con estos mimbres se abre un escenario de gran incertidumbre, no solo por lo que va a ocurrir a partir del 1 de enero, cuando dé comienzo la nueva administración, sino también en los dos próximos meses, los que dure el proceso de transición entre la administración entrante y la saliente.

Para comenzar, no todo el bolsonarismo ha reconocido la derrota, como muestra la intensa actividad de denuncia del fraude en las redes sociales o el bloqueo de carreteras por camioneros partidarios del presidente en funciones. La policía comenzó a intervenir para volver a ponerlas en circulación cuando todavía el actual presidente seguía estudiando cómo formalizar el resultado electoral sin enajenarse el apoyo de sus seguidores más radicales. Tras fuertes presiones de su entorno (el ministro de Economía, Paulo Guedes, y el gobernador electo de São Paulo, Tarcísio Gomes de Freitas), casi 48 horas después de conocerse la identidad del vencedor, en un discurso de solo tres minutos llenos de ambigüedades, Bolsonaro no reconoció expresamente ni la victoria de Lula ni su propia derrota. Solo dijo que, pese a las injusticias recibidas durante la campaña y el día de la elección, era respetuoso de la Constitución y pidió que sus seguidores reabrieran las rutas además de dar inicio a la etapa de transferencia del poder a cargo del ministro de la Casa Civil, Ciro Nogueira, quien negociará la transición con el futuro vicepresidente Geraldo Alckmin.

Bolsonaro ha dado su brazo a torcer y no se ha adentrado en ninguna aventura al margen de la Constitución, tras quedarse desde el cierre de las urnas domingo sin apoyos. A partir de ese momento, algunos destacados dirigentes de su coalición, hasta ahora oficialista, decidieron aceptar el resultado y apostar por su futuro trabajo en la oposición.

Es más, al poco de conocerse el resultado electoral, el bolsonarismo debió afrontar una cascada de felicitaciones al nuevo presidente y de reconocimiento de la limpieza de la elección por parte de destacados dirigentes internacionales, comenzando por Joe Biden y Ursula von der Leyen. Este paso cerró a los derrotados muchas vías de acción, pero habrá que ver cómo y hasta dónde facilitará la transición.

Por el lado de Lula las cosas tampoco son sencillas dada la magnitud de los desafíos a enfrentar. En primer lugar, porque la primera vuelta electoral mostró a un movimiento transversal y policlasista, el bolsonarismo, mucho más fuerte, más organizado y con mejores resultados de lo que se esperaba. Como ha dicho más de un analista, el bolsonarismo ha llegado para quedarse. Estos buenos resultados se reflejan tanto en lo que hace a la composición del Parlamento como a la distribución del poder territorial (gobernadores). Mientras los partidos de la derecha controlan casi el 50% de los escaños en ambas cámaras, el centro ha vivido un vaciamiento importante. Por su parte, 14 estados, incluyendo São Paulo, Minas Gerais y Rio de Janeiro, serán gobernados por partidarios de Bolsonaro. Aquellos que pensaban que estaban frente a un fenómeno efímero, pasajero, dependiente únicamente del carisma del líder, estaban completamente equivocados. Además, el bolsonarismo ha tenido la habilidad aprovecharse de la debilidad de los sectores más conservadores del antaño poderoso y hegemónico partido de centroderecha, el PSDB, y convertirse en la única instancia capaz de articular el antipetismo, aunándolo con el conservadurismo y el neopentecotalismo.

Como se ha visto, el sentimiento anti PT, incluso anti Lula, es muy fuerte y la negativa del anterior partido gobernante a hacer una profunda autocrítica en torno a la corrupción, solo tiende a profundizarlo y a mantenerlo en el tiempo. Incluso el protagonismo dado a Dilma Rousseff en los actos de festejo de la victoria electoral tampoco ayuda a recomponer el vínculo del próximo presidente con muchos de sus potenciales seguidores.

La coyuntura que deberá afrontar el nuevo gobierno no es preocupante solo desde una perspectiva política y social. La economía brasileña, pese a éxitos como el control de la inflación, tampoco pasa por su mejor momento y hoy, más que nunca, la disciplina fiscal y la contención del gasto serán necesarias. Para poder gobernar con mínimas garantías de éxito y cumplir con muchas de sus promesas electorales, Lula deberá ampliar la extensa coalición prodemocrática que le permitió ganar el domingo 30 de octubre, llevándola más allá del apoyo de los sectores más aperturistas del PSDB, el partido de Fernando Henrique Cardoso (que desempeñó un papel fundamental en el apoyo a Lula), o del concurso de Simone Tebet y Ciro Gomes.

En un esfuerzo de fisiologismo, por aplicar el modismo brasileño que explica la forma de aceitar el sistema político de forma que funcione en línea con el Poder Ejecutivo, Lula deberá captar el apoyo de los partidos, diputados y senadores que adscriben al Centrão, lo que requiere ingentes cantidades de dinero y cargos políticos a repartir entre los nuevos, o renovados, apoyos. Incluso debe trabajar por recabar el respaldo de algunos grupos situados abiertamente a la derecha del espectro político. Por eso, y según algunos cálculos relativamente moderados, el nuevo presidente deberá ampliar su gabinete con cerca de 10 nuevos ministros, de forma de poder satisfacer todas las demandas que presentarán tanto los viejos como los nuevos socios.

Precisamente será la composición del gabinete uno de los temas cruciales de cara al futuro. Hay dos nombramientos que debería dar a conocer ya, pero en medio de las intensas negociaciones que se avecinan no sería raro que se demoraran algunas semanas más. Los nombres más urgentes son los de los titulares de las carteras de Economía y de Defensa. El primero, para responder a la inquietud de los mercados, dando señales de tranquilidad a los distintos actores. El segundo, para calmar el ruido proveniente de algunos acuartelamientos y reconducir el excesivo protagonismo castrense durante el gobierno que está a punto de concluir.

Una cuestión recurrente a partir del triunfo de Lula es que con él se consolida la idea del giro a la izquierda o de una nueva marea rosa en América Latina. Incluso se insiste en que a partir de ahora las cinco mayores economías de la región (Brasil, México, Argentina, Colombia y Chile) estarán gobernadas por presidentes progresistas (o de izquierda).

Hay dos cuestiones a tener presente. En primer lugar, que más que ante un giro a la izquierda estamos en un momento caracterizado por el voto contra los oficialismos, el famoso “voto bronca”. De las últimas 15 elecciones presidenciales celebradas en América Latina, en 14 ganó la oposición. La única excepción fue Nicaragua y por razones ajenas al funcionamiento del sistema democrático. Como dice Andrés Malamud, “más que la ideología, manda el hartazgo”.

Lo segundo, que si nos fijamos únicamente en el color de la camiseta presidencial solo estamos entendiendo la mitad de lo que ocurre. Para evitarlo, es importante prestar atención a la composición de los parlamentos, a las alianzas hacia el centro o incluso a la derecha que estos presidentes progresistas hayan tenido que hacer. Hay que atender también al volumen de votos recibidos para ganar en segunda vuelta, allí donde esto terminó ocurriendo e incluso, en momentos tan críticos y difíciles como los actuales, a las políticas públicas impulsadas por los diferentes gobiernos.

En Colombia, Gustavo Petro gobierna con el respaldo de fuerzas de centro (el Partido Liberal) y de derecha (el Partido Conservador). En Chile, Gabriel Boric lo hace con figuras de la vieja Concertación, tras el rechazo a la reforma constitucional en el plebiscito de salida. Todo indica que la gobernabilidad en la próxima presidencia de Lula pasa por buscar el apoyo de los partidos de centro y centroderecha.

También circula la esperanza de que su victoria relance y consolide la izquierda continental, más allá de sus profundas diferencias, y le dé alas para imponerse en los próximos comicios. Argentina es un caso extremo, como demuestra la acelerada visita de Alberto Fernández. Sin embargo, la situación complicada de Brasil requerirá del nuevo presidente la mayor parte de su atención, con escaso tiempo y esfuerzo que dedicar a aventuras políticas externas, como un relanzamiento de Unasur. Pensar que Lula será capaz de hacer hablar con una sola voz al progresismo latinoamericano parece un exceso de wishful thinking.

Y finalmente la relación con la UE. Lula ha dicho que quería recomponer los lazos con Bruselas. Lo poco que ha apuntado en políticas medioambientales sumado al apoyo de Marina Silva es un indicio positivo. Sin embargo, la cuestión de fondo es cuánto podrá hacer el nuevo gobierno para contener la desforestación de la Amazonia o invertir en la lucha contra el cambio climático. También está la ratificación del Tratado de Asociación entre el Mercosur y la UE. Y si bien Lula es partidario de reconducir al Mercosur, tanto él como el exministro de Exteriores Celso Amorim han dicho que son partidarios de reabrir la negociación, algo que la UE rechaza, al menos de momento, y de no tener prisa para aprobar el acuerdo.

En Bruselas hay muchas expectativas por reformular en profundidad la relación con América Latina, intentando recomponer el tiempo perdido y las posiciones conquistadas por China. De ahí las grandes esperanzas puestas en la próxima Cumbre UE-CELAC. La más que probable reincorporación de Brasil a la CELAC gracias a la iniciativa de Lula sería muy importante. Ahora bien, no habría que dejarse llevar por un optimismo exagerado, olvidando los condicionamientos que tendrá el nuevo gobierno y los fundamentos de la política exterior brasileña, dado su acendrado nacionalismo y su fuerte proteccionismo.


Tribunas Elcano

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Imagen: Luiz Inácio Lula da Silva en la Casa de América en Madrid, España (2021). Foto: Casa de América (CC BY-NC-ND 2.0).