diversificacion energetica

1 Introducción [1]

La invasión rusa de Ucrania ha cambiado por completo el panorama energético europeo. La UE deberá reconfigurar con rapidez su abastecimiento de energía sin dejar de liderar la transición energética. La publicación del plan REPowerEU por parte de la Comisión Europea sirvió para marcar una hoja de ruta inequívoca: acelerar la transición energética y reducir a cero las importaciones de hidrocarburos procedentes de Rusia mucho antes de 2030 (Comisión Europea, 2022a), y la cuenca mediterránea cumplirá una función vital en las iniciativas de diversificación de energías fósiles y renovables. Al mismo tiempo, los países socios del Mediterráneo (PSM) parecen haberse adentrado en una fase de renovado interés por las energías renovables y el despliegue del hidrógeno, ya que están actualizando sus planes de mitigación del clima y cada vez les es más acuciante dotarse de mejores capacidades en materia de adaptación climática.

Este nuevo contexto energético insta a replantearse las relaciones euromediterráneas tanto a corto como a largo plazo. En el corto plazo, integrando a la vecindad mediterránea de Europa en las iniciativas inmediatas de diversificación energética de la UE. A la larga, forjando relaciones fructíferas y duraderas que preparen a la región para un modelo de desarrollo descarbonizado en la línea del Pacto Verde Europeo (PVE) y el Acuerdo de París. La situación actual en Europa y en los PSM exige que la UE opte por un nuevo enfoque estratégico en la región, ya que hasta ahora no ha logrado relanzar con éxito el proyecto euromediterráneo (Escribano & Lázaro, 2020). La aplicación de esta reorientación estratégica en favor de la cooperación en materia de clima y energía renovable en el Mediterráneo podría dar pie a la aparición de modelos atractivos de interdependencia descarbonizada que complementen las relaciones ya existentes en torno a los combustibles fósiles antes de sustituirlos de manera paulatina en el largo plazo.

El presente documento orientativo sobre políticas propone tres ejes para la renovación del guion energético euromediterráneo: diversificación, descarbonización y acción por el clima.

El documento se estructura de la siguiente manera. La sección 2 analiza de forma somera las principales tendencias presentes en las relaciones energéticas euromediterráneas y el modo en el que la invasión rusa de Ucrania ha puesto de manifiesto la importancia para la UE de sus vecinos meridionales. La tercera sección explica las repercusiones del cambio climático en la región y proporciona un resumen de los objetivos recién anunciados por los PSM en materia de clima y renovables. La cuarta sección se centra en la geopolítica de la descarbonización y los combustibles fósiles, lo que incluye hablar de los intercambios de electricidad y las implicaciones del Mecanismo de Ajuste en Frontera por Carbono (MAFC).

Partiendo de los resultados anteriores, la sección 5 examina tres ámbitos en los que se está desarrollando la cooperación euromediterránea y presenta una reflexión sobre cómo fortalecer esa relación: la diversificación de los combustibles fósiles en la UE, el despliegue de las energías renovables y otras tecnologías con bajas emisiones de carbono y, por último, la cooperación y el compromiso institucional en aspectos climáticos. La última sección hace un balance de los resultados y formula algunas recomendaciones sobre políticas.

Un espacio energético euromediterráneo fragmentado

En 1995, la UE y sus socios del sur del Mediterráneo se comprometieron a convertir la cuenca mediterránea en un espacio de diálogo, intercambio y cooperación para garantizar la paz, la estabilidad y la prosperidad conforme a los dictados de la Declaración de Barcelona. Pese a que en numerosas ocasiones se ha propuesto la energía (y en fechas más recientes el clima) como un motor fundamental para la cooperación euromediterránea (Rhein, 1997; Escribano, 2010; Tagliapietra, 2016), casi tres decenios después la UE no ha logrado ofrecer al Magreb ni al Mediterráneo Oriental canales verdaderamente atractivos de cooperación energética, ni para energías renovables ni para combustibles fósiles. Por lo que respecta a la cooperación climática, varias iniciativas como el plan de descontaminación del Mediterráneo (que incluye adaptación climática), ClimaSouth y Clima-Med (Shyrokykh, Dellmuth & Funk, 2023) y el programa Climate for Cities (C4C) han intentado desarrollar capacidades, impulsar la convergencia legislativa, promover el intercambio de conocimientos y facilitar el acceso a la financiación climática con mayor o menor éxito (Katsaris, 2015). La UE no ha conseguido propagar su modelo de cooperación multilateral y ha sufrido reveses diplomáticos en su afán por impulsar un proyecto regional. En el contexto energético actual, tanto el estado de las relaciones euromediterráneas en ese ámbito como sus perspectivas de futuro transmiten cierta sensación de desgaste y los países cada vez se están centrando más en las soluciones bilaterales.

En las últimas dos décadas, las iniciativas de diplomacia energética más ambiciosas de la UE quedaron en papel mojado por culpa de su falta de realismo o por su escasa adecuación a las dinámicas de la región, entre ellas el anillo de energía mediterráneo, el Plan Solar en el Mediterráneo (versión de la UE del proyecto DESERTEC) o la extensión del Tratado de la Comunidad de la Energía a la región. El punto en común de todos estos proyectos era la exportación de energía desde los PSM a Europa, en vez de ayudar a la vecindad de la UE a satisfacer su pujante demanda energética de manera sostenible (Tagliapietra, 2018).

Incluso algunos de los proyectos de gas que llegaron a buen puerto se encuentran ahora paralizados por cuestiones geopolíticas, como ocurre con el gasoducto Magreb-Europa que exportaba gas argelino a la península Ibérica, o están prácticamente paralizados, como es el caso del gasoducto Greenstream que transportaba gas de Libia a Italia. El fracaso de estos proyectos puso fin a la inercia de integración energética a través del gas natural del Magreb que comenzó en la década de 1990 con el objetivo de imitar los logros europeos en cuanto al carbón y la CECA.

Estos megaproyectos fueron de la mano de instituciones débiles como las plataformas de gas, electricidad y renovables auspiciadas por la Unión por el Mediterráneo (UpM): la MEDREG, una plataforma de colaboración para reguladores energéticos; y la MED-TSO, una plataforma técnica para operadores mediterráneos de sistemas de transmisión (Rubino, 2015). Otros mecanismos alternativos centrados en la región como la Iniciativa 5+5, conformada por los 10 países que bordean el Mediterráneo Occidental, generan poca tracción por la divergencia de opiniones de sus miembros en ambas orillas en materia de energía, así como por la ausencia de herramientas económicas que dependan exclusivamente de la UE, verbigracia los tratados comerciales o los fondos de cooperación de la Unión (Escribano, 2017). En gran medida, estas plataformas se han mostrado incapaces de sentar las bases de un espacio euromediterráneo de política energética al haber pecado de simplismo y cortoplacismo en su forma de abordar las complejidades de la interdependencia energética de la región.

La profunda brecha política presente en el propio Mediterráneo Meridional terminó de malograr la viabilidad operativa de estas instituciones al imponer obstáculos a procesos necesarios como la integración energética funcional mediante infraestructuras transfronterizas, la liberalización del sector energético de los vecinos mediterráneos y la convergencia de sus reglamentaciones con la legislación europea, lo que supone una demora para su transición energética (Escribano & Lázaro, 2020). El compromiso de la política
exterior y de seguridad de la UE en 2016 con el “pragmatismo basado en principios” no conllevó cambios destacables en la dinámica energética regional, y la pérdida gradual de influencia de Europa siguió su curso hasta que la invasión rusa de Ucrania desencadenó una crisis energética sin precedentes.

La crisis de credibilidad de las relaciones euromediterráneas no se circunscribe únicamente al ámbito de la energía, sino que impregna toda la dimensión económica de estas relaciones tras 25 años de comercio de baja intensidad que ha limitado el acceso de la mano de obra y los productos del Mediterráneo Meridional a los mercados de la UE. Las inversiones en la región también han sido escasas, con contadas excepciones como los flujos de entrada de IED a Marruecos y Túnez, con la UE a la cabeza, en el periodo comprendido entre 2003 y 2019 (OCDE, 2021).

El marchitamiento de la influencia europea en el Mediterráneo ha abierto la puerta del sector energético a nuevos participantes, un fenómeno que, tras los levantamientos árabes de 2011, refleja la nueva realidad del sistema regional del norte de África y Oriente Medio de “multipolaridad competitiva”, en la que varios participantes regionales y exteriores entran en liza conforme a alianzas mudables, un factor que da pie a dinámicas geopolíticas superpuestas (Kausch, 2015). Rusia y Turquía han intentado sacar provecho de la situación geopolítica de la región y han logrado socavar la influencia energética de la UE en Libia o Siria (Tekir, 2020). China también goza de un predicamento cada vez mayor en la región a través de su Iniciativa “Un cinturón, una ruta” (BRI, por sus siglas en inglés), con una presencia creciente en los sectores energético y petroquímico de Argelia desde 2014, cuando ambos países firmaron una “asociación estratégica global” (Hamaizia, 2020). En el caso de las energías renovables, los fondos estratégicos del Consejo de Cooperación del Golfo como el Masdar y el ACWA han sido la punta de lanza para la financiación de megaproyectos, en especial en Marruecos y en Egipto.

Cambio climático y acción por el clima en el Mediterráneo

Es de sobra conocido que el Mediterráneo es un punto crítico para el clima (Galeotti, 2020; Comisión Europea, 2021b), ya que se está calentando un 20% por encima de la media planetaria y un 50% en verano (Azzopardi et al., 2020; MedECC, 2020; PNUMA, s.f.), así como que la región MENA (Oriente Medio y norte de África) podría verse sometida a un calor abrasador en condiciones de altas emisiones (Lelieveld et al., 2016). Según el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) (2022), con un
calentamiento global igual o superior a 2 °C, en la región del Mediterráneo cabría esperar un aumento de las sequías hidrológicas y agrícolas con efectos perjudiciales para el rendimiento agrícola y la generación de energía hidroeléctrica, unido a un incremento de la demanda energética para refrigeración de espacios y desalinización (Szewczyk et al., 2020). Además, el Mediterráneo experimentaría una mayor aridez, fenómenos meteorológicos más graves y frecuentes y un descenso de las precipitaciones, las nevadas y la velocidad del viento, así como más exposición a incendios provocados por el clima.

En una situación de altas emisiones, la temperatura nocturna en la región MENA podría superar los 30 °C para mediados de siglo y los 34 °C a finales de la centuria. Las temperaturas diurnas alcanzarían los 47 °C a mitad de siglo y casi 50 °C para 2100. La duración media de los intervalos calurosos podría superar los 100 días a mediados de siglo y llegar a 200 días ya en sus últimos años. En caso de que se hagan realidad estas proyecciones, la región podría volverse inhabitable y habría graves consecuencias para la seguridad humana (Lelieveld et al., 2016; MedECC, 2019). La reciente sequía (2021-22) en el Mediterráneo Occidental puso de manifiesto lo difícil que puede resultar la adaptación climática. Por ejemplo, las precipitaciones acumuladas en Marruecos en el periodo previo a la siembra de los cultivos invernales (septiembre a noviembre de 2022) fueron entre un 50% y un 80% inferiores a la media a largo plazo (Manfron, et al., 2023), por lo que los agricultores estuvieron a merced de la peor sequía de los últimos 30 años y el Gobierno se vio obligado a aumentar las subvenciones y las importaciones de cereales (Saleh, 2023). Se prevé que las tendencias asociadas al cambio climático en la cuenca mediterránea superarán a las mundiales en la mayoría de las variables (Azzopardi et al., 2020; Bleu, 2008), por lo que las iniciativas de mitigación y adaptación revisten un carácter de especial urgencia


[1] Los autores desean manifestar su agradecimiento a los miembros del Grupo de Trabajo del Programa de Energía y Clima, y en particular a Cristina Moral y David Gallar


Imagen: Representación digital de la vista satelital del mar Mediterráneo. Foto: Przemek Pietrak (Wikimedia Commons / CC BY 3.0).