Ver también: Curso de Verano UIMP – Real Instituto Elcano: El mundo tras la guerra en Ucrania.

Presentación[1]

Desde que hace ahora un año Vladimir Putin ordenara invadir su país vecino, la guerra en Ucrania se ha convertido en la cuestión central del panorama estratégico europeo y en uno de los eventos que más ha convulsionado el orden -o el desorden- internacional desde el fin de la Guerra Fría. Se trata de un acontecimiento de una entidad disruptiva solo comparable a otros dos grandes traumas globales de los últimos 30 años, los atentados de 2001 y la pandemia de 2020, con la diferencia de que ha llegado sin apenas margen temporal que permita haber digerido las repercusiones de todo tipo causadas por el coronavirus. Ahora, además, hay un rasgo distintivo que hace el ataque ruso más grave que los dos sucesos anteriores: su origen. A diferencia de los estragos causados por un murciélago en Wuhan, aquí estamos hablando de una decisión política deliberada. Y, a diferencia del 11 de septiembre, el responsable no consiste en un grupo clandestino que opera en los márgenes del sistema, sino que se trata, nada menos, de uno de los cinco componentes de la élite permanente que en teoría garantizan la paz internacional desde el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. La trascendencia del desafío es pues enorme y va bastante más allá del sufrimiento humano sobre el terreno, por elevado que éste sea, pues el éxito de la potencia agresora supondría recuperar la vieja idea de que la guerra, sin fundamento alguno de derecho internacional y con desprecio a la soberanía de los demás Estados, puede volver a ser una forma de conseguir ganancias políticas.

En ese sentido, la invasión de Ucrania es un trauma contemporáneo que, paradójicamente, resulta muy poco moderno. El terrorismo yihadista y el COVID-19 sí son fenómenos propios de la globalización; de un mundo donde los enemigos han dejado de ser convencionales, incluso conocidos, y donde las desgracias vienen sobre todo caracterizadas por el efecto multiplicador que se deriva la hiperconexión actual en todos los órdenes: millones de personas que viajan y propagan infecciones o comparten experiencias de vuelos sometidos a férreo control, ideas radicales que se imitan, noticias que se expanden en tiempo real y productos fabricados al otro lado del mundo cuyo alcance no está garantizado. Rusia, sin embargo, se está comportando desde febrero pasado como un viejo imperio decimonónico con sentimiento de misión histórica que pretende restaurar la gloria nacional y ampliar sus fronteras a través de la conquista militar del territorio contiguo.

De hecho, ninguno de los grandes desarrollos de largo alcance que marcan las transformaciones del mundo posterior a 1989 (el auge de China, el cambio climático y la aceleración tecnológica) son protagonistas directos en esta guerra. Y el carácter extemporáneo se confirma al observar que, aunque seguramente sea por poco tiempo, lo que está ocurriendo supone aplazar el desplazamiento del eje de la política internacional desde Europa al Indo-Pacífico, ralentizar los esfuerzos de descarbonización y recuperar el burdo fuego de artillería por delante de otras armas más sofisticadas que Rusia venía usando para aprovechar las vulnerabilidades del mundo globalizado; tales como la desinformación en redes o la interdependencia de su gas con la industria alemana.

Por supuesto, que lo acontecido en Ucrania resulte un anacronismo no significa que no impacte sobre todas las dimensiones claves de la geopolítica y la geoeconomía contemporáneas. En algunos casos lo hace acelerando tendencias de ralentización de la globalización ya visibles desde algunos años antes. Así, por ejemplo, se da una nueva vuelta de tuerca al declive funcional de las instancias de gobernanza multilateral, ya sea la Organización de las Naciones Unidas (ONU) o el G20, y se refuerza el escenario previo de competición entre potencias donde Washington y sus aliados confrontan con Moscú, pero apareciendo Pekín por detrás como rival sistémico. En el ámbito comercial y del suministro energético se confirma la revisión de las cadenas de valor global, cuya eficiencia se supedita ahora cada vez más a razones de seguridad que aconsejan la relocalización industrial (reshoring) o, al menos, una producción cercana (nearshoring) o en lugares confiables (friendshoring). A nivel más general se profundiza en una pauta iniciada durante la pandemia de activismo estatista que incluye más gasto público, más regulación y cautela hacia ciertas inversiones extranjeras, sobre todo en el campo tecnológico.

Desde un punto de vista regional, la guerra confirma también que el enfoque post westfaliano y comercial en el que la Unión Europea (UE) se sentía más cómoda ha quedado desplazado por la necesidad, articulada por el Alto Representante ya en 2019, de hablar el lenguaje del poder y esgrimir la fuerza con el resto de los actores mundiales; aunque paradójicamente esa reacción ha venido acompañada de una revitalización del papel de Estados Unidos (EEUU) como garante de la seguridad del viejo continente. Una unidad transatlántica que, con todos sus efectos positivos, ha generado también que muchos países del sur global consideren el conflicto como la reedición de la vieja rivalidad entre la Casa Blanca y el Kremlin y que recuperen, para desesperación de la diplomacia europea, sus instintos de no alineamiento frente a un pleito considerado occidental.

El mundo y Europa han cambiado mucho en este año y todo apunta a que en el futuro próximo la guerra seguirá siendo un foco de tensiones y nuevas tendencias cuyo análisis detallado y riguroso resulta clave para entender los grandes temas de la conversación global y europea. Por eso, desde el Real Instituto Elcano llevamos examinando en profundidad todas sus dimensiones e implicaciones desde febrero de 2022 e incluso antes, cuando se acumulaban las tropas rusas en la frontera. En julio pasado, justo cuando se cumplía medio año de conflicto, coorganizamos un curso de verano monográfico del que los firmantes de esta presentación fuimos, respectivamente, director y secretario.

Se desarrolló en el Palacio de la Magdalena de Santander, en el marco de la oferta académica que realiza la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, y duró una semana completa. Además de las cuestiones más estrechamente vinculadas a la invasión (desarrollo del conflicto, escenarios de paz, nueva arquitectura de seguridad europea, problemas para la transición energética, inflación, manipulación informativa, etc.) se prestó atención a otros fenómenos sectoriales de más largo alcance y también a los efectos por regiones: China, la relación transatlántica, Magreb y Oriente Medio y América Latina, donde nos beneficiamos del apoyo de la Secretaría General Iberoamericana (SEGIB). El curso fue inaugurado por el ministro de Asuntos Exteriores y contó con la espectacular cifra de 48 ponentes (expertos de diferentes think tanks y universidades, políticos, diplomáticos, periodistas y representantes de empresas) de una docena de países.

Prácticamente todo el equipo investigador del Real Instituto Elcano participó y esta publicación viene justo a recoger las ponencias, convenientemente actualizadas a febrero de 2023, de los 22 miembros de la casa que lo hicieron. La primera contribución es la de Mira Milosevich-Juaristi, que se centra en cuatro puntos: las causas de la guerra; el balance actual de los tres niveles (político, estratégico y táctico) en los que se desagrega el conflicto; los posibles escenarios posbélicos; y, por último, sus consecuencias geopolíticas.

A continuación, hay cuatro análisis sobre el futuro de la seguridad euro-atlántica. En el de Félix Arteaga se reflexiona sobre la evolución de las formas de hacer la guerra y la importancia que tiene para los aliados ser conscientes de que ya no se puede ganar recurriendo solo al uso de la fuerza, sino que también se debe librar batalla y vencer en los nuevos entornos operativos del ciberespacio y cognitivo. Carlota García Encina pone el énfasis sobre el cambiante liderazgo estadounidense que ya no puede presumir de que sigue disfrutando de la misma influencia, apoyo internacional y autoridad moral que tenía hace una generación. Mario Esteban, por su parte, introduce a la otra gran potencia en la ecuación al interrogarse cómo afecta Ucrania al triángulo UE-EEUU-China y llega a la conclusión de que Pekín se ha acercado a Moscú agudizando su distanciamiento de Occidente, a la vez que Washington y los 27 han estrechado su coordinación sobre China con una estrategia compartida que combina cooperación y confrontación. En línea complementaria, Daniel Fiott se centra en el futuro de la seguridad europea ponderando la solidez del vínculo transatlántico y la posibilidad de que EEUU decida abandonar a su suerte a Europa si así resulta de la prioridad por confrontar con China.

El siguiente par de contribuciones aborda el impacto del conflicto sobre la globalización y el orden internacional. Jorge Tamames señala que nos adentramos en una etapa diferente para el mundo, para Europa y para España, en gran medida debido a la transformación del papel que desempeña EEUU y porque son las tensiones geopolíticas y no las relaciones comerciales o la economía las que marcan la partitura. En su trabajo, Iliana Olivié y Manuel Gracia especulan, a partir de los datos empíricos del Índice Elcano de Presencia Global, sobre un escenario que califican de “postglobalización”, donde los intercambios mundiales no están retrocediendo de forma sustancial pero sí se encuentran en una suerte de meseta desde mediados de los 2010.

Raquel García habla a continuación de las repercusiones que puede tener Ucrania sobre el interior de Europa preguntándose por cómo se van a reequilibrar los poderes en el continente, qué hoja de ruta tiene la UE, cómo se va a abordar el nuevo estatuto de candidato de Ucrania, y qué planes tiene España en todo ello. Miguel Otero Iglesias también incide en el impacto sobre el proceso de integración subrayando que las guerras tradicionalmente han supuesto un momento propicio para profundizar en las uniones fiscales y, en este caso, hay motivos para generar recursos europeos propios (impuestos o un nuevo esquema similar al de Next Generation) que ayuden a los ucranianos, profundicen en las capacidades de defensa y disuasión de la UE y protejan a los que más se vean golpeados por la crisis económica.

Abundando en esa línea económica, Federico Steinberg analiza hasta qué punto estamos asistiendo a un cambio de paradigma tras la experiencia traumática de la pandemia y de la guerra en Europa, que obligará a los gobiernos a lanzar políticas redistributivas y, en general, a un mayor activismo público para afrontar el reto climático o procurar autonomía estratégica frente a China. También sobre autonomía europea, aunque enfocada a la energía y mirando más a Rusia, hablan en su análisis Gonzalo Escribano, Lara Lázaro e Ignacio Urbasos, donde se exponen las urgencias energéticas a corto plazo y la necesidad de hacerlas compatibles con los imperativos de seguridad, sostenibilidad y acción climática en el medio y largo plazo.

La contribución de Raquel Jorge expone lo que significa Ucrania para la transformación del orden internacional tecnológico que incluye una atomización de su gobernanza global, el vínculo estrecho entre geoeconomía y geopolítica; y un incremento del papel de las empresas tecnológicas. Ángel Badillo expone después el panorama actual del sistema de medios ruso que sigue construyendo un discurso de desinformación sin voces discordantes internas y que lo potencia luego a través de su aparato exterior. La excepcionalidad de la acogida a los refugiados ucranianos y su efecto en el futuro sistema europeo de asilo es el objeto del análisis de Carmen González Enríquez, donde se evidencia que la UE solo parece capaz de dar pasos modestos para desatascar las negociaciones que lo reformen.

Carlos Malamud, que examina el conflicto desde una óptica latinoamericana -a partir de una conversación que tuvo lugar en Santander con el secretario general iberoamericano, Andrés Allamand- inaugura un bloque de tres contribuciones sobre el impacto regional de la guerra. Las consecuencias sobre el Mediterráneo y Oriente Medio son analizadas por Haizam Amirah Fernández, quien advierte cómo el efecto combinado de la pandemia y de la guerra están dejando patente la debilidad institucional y la fragilidad de las economías de varios países de la región, que dependen en gran medida de las importaciones de trigo y otros cereales de Ucrania y Rusia. Por su parte, Ainhoa Marín se detiene en África y lista los efectos que incluyen un aumento en el precio de los cereales y de los combustibles que agravará la inseguridad alimentaria, provocará inflación y deuda con el riesgo de que todo ello genere disturbios sociales.

Ya en la parte final del documento, María Solanas reflexiona sobre los posibles escenarios de paz, a pesar de la dificultad de plantearlos hoy, desarrollando algunas ideas preliminares y algunas preguntas sobre los contornos del nuevo sistema internacional que interesaría a la UE, y por tanto a España. Desde una óptica de política exterior de España, Ignacio Molina aborda cómo se ha afrontado el conflicto enfatizando que, a diferencia de otros precedentes donde la diplomacia adoptó un perfil bajo, sí se ha asumido esta vez la importancia estratégica a largo plazo que tiene esta guerra para la seguridad europea. Por último, el documento se cierra con unas reflexiones finales del director, Charles Powell, quien reconoce la dificultad de vaticinar las consecuencias sistémicas que podrán derivarse de este conflicto; entre otros motivos porque, pese a su resistencia heroica durante un año, no está claro que Ucrania sea capaz de vencer esta guerra. Rusia no se puede permitir perderla, pero Occidente aún menos ya que, de hacerlo, supondría la vuelta a Europa de la guerra como instrumento de política exterior.

José Juan Ruiz e Ignacio Molina


[1] Documento coordinado por José Juan Ruiz e Ignacio Molina con contribuciones de Haizam Amirah Fernández, Félix Arteaga, Ángel Badillo, Gonzalo Escribano, Mario Esteban, Daniel Fiott, Carlota García Encina, Raquel García, Carmen González Enríquez, Manuel Gracia, Raquel Jorge, Lara Lázaro, Carlos Malamud, Ainhoa Marín, Mira Milosevich-Juaristi, Ignacio Molina, Iliana Olivié, Miguel Otero Iglesias, María Solanas, Federico Steinberg, Jorge Tamames e Ignacio Urbasos, con las reflexiones finales de Charles Powell.