Occidente, uno, grande y solo 

Occidente. Imagen de un edificio oficial en Washington D.C (EEUU)

Putin, con su invasión de Ucrania, no sólo ha reactivado la OTAN, sino la idea de Occidente en su conjunto. Un Occidente geográficamente más amplio, si bien con menor peso relativo, con unos valores propios, con pretensión, disputada de universalismo. Pero más solo ante un Sur Global que le sigue menos, no sólo frente a Rusia, sino frente a lo que verdaderamente define los tiempos actuales: el ascenso de China. Occidente se ha ampliado, como hemos visto con su presencia no en la Alianza Atlántica, pero si en la Cumbre de Madrid, de países como Australia, Nueva Zelanda, Japón y Corea del Sur, un proceso que había empezado hace tiempo pero que se está viendo reforzado, y que lleva a un “Occidente Plus”. 

Occidente, en un mundo que sigue desoccidentalizándose, es una enorme potencia militar en comparación con las demás, China incluida. Y pretende preservar esa superioridad. Pero está perdiendo el relato frente a un Sur Global en el que crece la demanda de revisión del pasado colonial e imperial occidental y que no gusta de algunos procesos que se han dado en los últimos tiempos. Un ejemplo reciente, y aún presente, es lo que Joseph E. Stiglitz llama el “apartheid vacunal global” ante el COVID-19, por el que las sociedades ricas consiguieron las dosis que necesitaban, mientras las gentes de los países pobres quedaron “libradas a su suerte”. Otro han sido algunas de las sanciones tomadas por Occidente contra Rusia, porque algunos países del Sur Global temen que, llegado el caso, también se les pueda aplicar a ellos, y esencialmente dos: la congelación de los depósitos en Occidente del Banco Central ruso –como tienen tantos países–, y la exclusión del sistema SWIFT (privado) de control de pagos internacionales (sanciones que se han aplicado desde hace años a Irán). 

Aunque una mayoría de países (pero que no representan una mayoría de poblaciones) ha condenado la agresión rusa en el marco de la ONU, en el Sur Global se responsabiliza también a Occidente de las consecuencias económicas y alimentarias de la guerra en Ucrania. En la reciente reunión de ministros de Asuntos Exteriores del G20 en Bali, a la que asistió el titular ruso pese a las resistencias de los occidentales, la presidencia indonesia, anfitriona, pidió el fin de la guerra en Ucrania porque “como siempre, los países pobres y en desarrollo son los más afectados”. Frente a la doble nueva Guerra Fría (con China y con Rusia, con características diferentes en cada caso), está surgiendo un nuevo movimiento de no alineados, que ahora pesan más en el mundo que en los años 50 y 60 del siglo pasado. 

La OTAN, quintaesencia de Occidente (aunque en ella esté Turquía, cuya occidentalización con Recep Tayyip Erdoğan es más que dudosa), se ha reforzado, se rearma, cambia su estrategia militar, se amplía a Finlandia y Suecia, empieza a mirar a China y al Sur, y cuenta con socios fuera de zona. El G7 se ha vuelto a convertir en la elite de Occidente, y pretende también serlo del mundo, incluso para cumplir la labor de una especie de OPEP al revés para poner, desde los países consumidores, un límite al precio del gas y del petróleo rusos, aunque no es nada seguro que lo consiga. De hecho, el G7 poco ha logrado. Está también la OCDE, la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico, que cuenta con más latinoamericanos (el último Costa Rica). Y dentro de Occidente hay un subconjunto angloparlante, el de los “cinco ojos” en materia de inteligencia (Australia, Canadá, Nueva Zelanda, el Reino Unido y EEUU) y el AUKUS (Australia, el Reino Unido y EEUU). Claro que, a veces, la visión británica queda un poco trasnochada, como cuando la ministra de Asuntos Exteriores británica, Liz Truss, habla en términos del “mundo libre” (the free world) para referirse a Occidente. 

Mientras, las estructuras rivales también se refuerzan. Los BRIC (incluida la India, que juega un papel propio y participa en al QUAD con EEUU, Australia y Japón) celebraron una significativa cumbre virtual justo antes de la OTAN, junto a Putin. 

En cuanto a la estimativa, la ciencia de los valores, hace tiempo que Occidente ha tenido que renunciar a que los suyos, y su modelo, tengan carácter universal. Sí, hay una confrontación entre democracias liberales occidentales y autocracias no occidentales (también hay alguna occidental, como la Hungría de Orbán), aunque en el Sur Global también hay democracias no occidentales que se alejan de esta confrontación. El apoyo a Ucrania en la guerra es, para Occidente, parte de la guerra por la democracia. Ahora bien, las democracias occidentales, a comenzar por la mayor de ellas, EEUU, están atravesando graves problemas institucionales derivados de su creciente polarización interna, que puede tener derivadas globales. Los países socios del Sur Global ven que estos problemas internos y profundos de Occidente pueden socavar sus capacidades de actuar en beneficio de los bienes globales. Véanse algunas consecuencias globales de las decisiones retrógradas que está tomando el Tribunal Supremo de EEUU. Hay también países no occidentales pero prooccidentales, como Marruecos, más potente militarmente y más cerca de EEUU y de Israel, o Arabia Saudí, que plantean problemas idiosincráticos. 

Finalmente, está por ver que la unidad de Occidente se mantenga si la guerra caliente en Ucrania se prolonga marcadamente con sus consecuencias económicas y si se profundizan las citadas guerras frías. La unidad mostrada por la OTAN en Madrid frente a Rusia se puede resquebrajar, y en el texto del nuevo Concepto Estratégico de la OTAN se adivinan diversas visiones de China. Aunque es importante y tendrá consecuencias que China entre a formar parte de las preocupaciones oficiales de la Alianza. Dicho esto, la idea de una OTAN global está lejos de afianzarse tras la mala experiencia de Afganistán. La mayor amenaza a la unidad de la Alianza, como explica Charles A. Kupchan y, por tanto, a la unidad Occidental, llegará tras la cumbre de Madrid, especialmente con el impacto de la crisis económica en marcha y qué hacer frente a ella. En el seno de Occidente los intereses y los instrumentos son varios. Pesa el dólar. 

Pese a la pérdida de peso relativo, Occidente no se da por vencido. Aunque puede haber en ello no ya estimativa, sino cierta miopía. El filósofo Ortega y Gasset veía en 1923 un Occidente formado por Europa y América. “El sistema de valores que disciplinaba su actividad treinta años hace”, escribió entonces en El tema de nuestro tiempo, “ha perdido evidencia, fuerza de atracción, vigor imperativo. El hombre de Occidente padece una radical desorientación, porque no sabe hacia qué estrellas vivir”. 

Un siglo después, la situación, en un mundo muy diferente, tiene ecos de aquella, después de experiencias negativas (como las guerras y crisis en su seno) y positivas (como la integración global y la creación de la UE). La China de Xi Jinping sabe hacia dónde ir. La Rusia de Putin, también. Ante una nueva competencia en el mundo, Occidente intenta reinventarse. Sabe lo que no quiere ser. Pero duda de hacia qué estrella vivir. No lo busquen. Eso no está en el nuevo Concepto Estratégico de la OTAN. Sí en la mente de Putin y de Xi Jinping. 


Imagen: Imagen de un edificio oficial en Washington D.C (EEUU). Foto: Katie Moum (@katiemoum)