Lecciones de la guerra en Ucrania: piedra, papel o tijera

Lecciones de la guerra en Ucrania piedra, papel o tijera

Tema

¿Cuáles podrían ser las lecciones políticas, estratégicas e históricas de la guerra en Ucrania?

Resumen

La guerra en Ucrania pudo evitarse. El conflicto es la consecuencia de diferentes fracasos y expectativas no cumplidas y del fallo en el uso de los sistemas de gestión de crisis. No se pudo impedir un conflicto militar, que se debió, entre otros factores, a la ruptura del diálogo estratégico entre Rusia y EEUU.

La lección más importante de este conflicto, que se prevé largo, es que, si Rusia ganara y consiguiera cambiar las fronteras por la fuerza, nos obligaría a definir otros principios básicos de un nuevo orden internacional que sería más cómodo para las autocracias y para los enemigos de la democracia liberal. La guerra ofrece, además, otras lecciones históricas, políticas, económicas y estratégicas para los países occidentales, aunque, sin duda alguna, las más amargas serán para Rusia, dadas su derrota estratégica en Ucrania y la irreversible ruptura de Moscú con Washington y Bruselas.

La decisión de Alemania y EEUU de proporcionar a Ucrania los modernos carros de combate Leopard 2 y Abrams 1, respectivamente, no cambiarán quizá el curso de la guerra, pero son una contribución muy importante para la defensa del país invadido.

El envío de estos tanques supone un mensaje político a Rusia sobre la unidad y determinación de Occidente en su apoyo a Ucrania.

El conflicto es una guerra de desgaste y se prolongará por mucho tiempo, como un juego mortal de piedra, papel o tijera, dando lugar a un círculo cerrado, porque tanto Ucrania como Rusia consideran esta contienda como una cuestión de supervivencia.

Análisis

La guerra en Ucrania es la primera “triple” guerra en la historia europea: una guerra civil (entre el gobierno de Ucrania con una parte de su población de la región de Donbás); una guerra entre Rusia y Ucrania; y una proxy war (los países occidentales apoyan a Ucrania militar, política y económicamente, comparten la información de sus centros de Inteligencia, mientras Rusia, desde 2014, lo ha estado haciendo con la población pro-rusa en Crimea y en la región de Donbás).[1]

La lección más obvia de la guerra provocada por la invasión de Ucrania es que pudo evitarse. La invasión rusa fue consecuencia del fracaso de Rusia a la hora de influir en Ucrania (ambición del Kremlin desde la desintegración de la Unión Soviética), y del fracaso de Ucrania y de sus aliados, al tratar de disuadir al Kremlin. También ha fallado el uso de los sistemas de gestión de crisis para evitar un conflicto militar.

La lección más importante de este conflicto es que, si Rusia ganara y consiguiera cambiar las fronteras por la fuerza, nos obligaría a definir otros principios en los que basar el orden internacional para un mundo más cómodo para las autocracias y los enemigos de la democracia liberal.

Algunas lecciones para Rusia

Las lecciones más decepcionantes para el Kremlin atañen a sus expectativas fallidas. Cabe destacar como más importantes que la UE no iba a ser capaz de aprobar por unanimidad sanciones contra Rusia, pero, sobre todo, que la dependencia energética del gas ruso frenaría cualquier acción política, como lo hizo en 2008 cuando Rusia invadió Georgia, o en 2014, cuando se anexionó Crimea. El colapso de los lazos energéticos con Europa supuso una decepción especialmente dolorosa para Moscú. Estos lazos, creados y nutridos por los líderes rusos incluso durante los tiempos de la Guerra Fría, eran percibidos como una garantía de relaciones estables con Europa (al contrario que las relaciones con EEUU). Además, el Kremlin se basó en la presunción de que en Europa no existía una alternativa comercial al suministro de gas ruso. Muchos en Moscú contaban con que el “arma energética” de Rusia, es decir, la posibilidad de cerrar “la espita del gas”, impediría que Europa rompiera del todo con el Kremlin. Esta expectativa también ha fracasado. Las decisiones de la UE al respecto –cortar las importaciones de petróleo y carbón rusos e imponer restricciones (que prescriben una prohibición gradual de las importaciones de gas)– pusieron fin a un vínculo material histórico entre Rusia y Europa. La destrucción del oleoducto Nord Stream 1 por de un acto de sabotaje cometido en septiembre de 2022, cuya autoría aún no está clara, encarnó el colapso de la interdependencia energética.

Tampoco se ha materializado la expectativa de que los actores económicos occidentales, actuando en defensa de sus propios intereses, mitigarían las consecuencias de los enfrentamientos geopolíticos.

Por el contrario, las reservas de divisas soberanas y activos comerciales privados han sido congelados, y Rusia, prácticamente, ha sido excluida de las transacciones financieras a realizar en monedas occidentales. Como resultado, aquella no sólo ha perdido la mitad de las reservas de su Banco Central, sino también el acceso a los mercados financieros de Occidente. La ruptura de los lazos económicos entre este último y Rusia supone un gravísimo problema para Moscú, toda vez que la UE ha sido su principal socio comercial en cuanto a inversiones y modernización tecnológica antes de febrero de 2022. Sustituirlo no será imposible, pero sí muy difícil.

El Kremlin consideró la desastrosa retirada de EEUU de Afganistán a lo largo de 2020 y 2021 como un síntoma de la debilidad de Washington y de su disposición a mantener la Pax Americana, contando además con su indiferencia hacia la suerte de Europa, a causa de su cada vez más prioritaria rivalidad con China. Sin embargo, Washington ha vuelto a demostrar que la frontera oriental de Europa constituye la primera línea de defensa de EEUU, tanto hoy como durante la Guerra Fría.

Otra de las expectativas no cumplidas del Kremlin es que la disuasión nuclear funcionaría como en tiempos de la Guerra Fría, imponiendo a EEUU y a la URSS un equilibrio del terror que les obligaría a resignarse a una coexistencia sin conflicto militar directo. A pesar de la apelación de varios políticos rusos al armamento nuclear, los occidentales lo consideran impensable, debido a las consecuencias suicidas de su uso, y dado que no garantizarían en absoluto la victoria de Moscú en Ucrania. Estas expectativas fallidas, unidas al desmentido de la más importante (que los ucranianos no iban a oponer resistencia a la invasión) han hundido la estrategia inicial de Putin y su entorno político-militar.

Además de estas expectativas fallidas, Moscú está decepcionada por la reacción de los países del espacio post-soviético. Sólo Bielorrusia se ha puesto de su lado y le está dando un apoyo real. Todos los demás aliados, así como sus socios de la Unión Económica Euroasiática, adoptaron una postura neutral. Desean así evitar el deterioro de sus relaciones con EEUU y Occidente y aprovechar el debilitamiento de la influencia de Rusia en la región para diversificar su política exterior y distanciarse de Moscú.

Por primera vez en su historia, Rusia no tiene aliados en Occidente.

Hay que reconocer, no obstante, que el intento, por parte de EEUU y la UE, de integrar a Rusia en las instituciones internacionales democráticas, tras el final de la Guerra Fría, fue una anomalía causada por el espejismo de un “fin de la Historia” más que por la voluntad de consolidar una relación pacífica duradera entre Occidente y Rusia. Esta formó parte del orden internacional cuando ayudó a Europa a derrotar a Napoleón y Hitler. Pero incluso entonces su relación no cesó de ser inestable y tormentosa, como lo demostraron la Guerra de Crimea (1853-1856) y la Guerra Fría. La mutación de Rusia, desde la coexistencia pacífica con Occidente dentro del orden mundial establecido en 1945, en un país belicoso que ambiciona destruir definitivamente aquel orden, pone de relieve un profundo resentimiento por la pérdida del imperio comunista que la ha convertido en un país revisionista y revanchista.

La condena de la invasión rusa a Ucrania ha sido unánime, aunque las democracias occidentales no hayan obtenido el ostracismo universal hacia el agresor. Los países del mal llamado “sur global” (un término utilizado en estudios post-coloniales que puede referirse tanto al tercer mundo como al conjunto de países en vías de desarrollo), que Rusia define como la “mayoría mundial” (los que han impuesto sanciones a Rusia representan sólo el 16% de la población del planeta, pero también el 61,2% del PIB mundial)[2] han condenado la invasión rusa, pero no han impuesto sanciones económicas y financieras a Moscú. La “mayoría mundial” no es homogénea, los intereses de los Estados individuales divergen ampliamente y el volumen y la calidad de las relaciones con Rusia varían. Pero en general la “mayoría mundial” se ha convertido en el recurso más importante y valioso de la política exterior rusa.

La incapacidad de Rusia para resolver rápidamente los problemas de la “operación militar especial” ha reducido drásticamente las estimaciones del poder militar ruso en muchos países occidentales. Rusia ha sido humillada, pero no derrotada. Ha sido debilitada económicamente, pero no lo suficiente como para retirarse de la contienda. Las esperanzas de que el aislamiento de Rusia produjera un cambio de régimen y la desaparición de Putin no se han cumplido por varias razones: el Kremlin ejerce un férreo control de la población; sólo un 18% de la población rusa sufre graves problemas por las sanciones económicas;[3] y la gran mayoría de los rusos percibe la guerra como un conflicto entre Occidente y Rusia, por lo que la aprobación de la gestión de Vladimir Putin sigue siendo alta.

Rusia ha sufrido una derrota estratégica en Ucrania. La “Doctrina Primakov” (Yevegeny Primakov fue primer ministro y ministro de Asuntos Exteriores de Rusia entre 1996 y 1999, durante la presidencia de Boris Yeltsin) ha guiado la política exterior de Moscú desde 1996 con el objetivo de devolver a Rusia el estatus de gran potencia perdido. Para cumplir con tal propósito, Primakov sostenía que el mantenimiento de las “zonas de interés privilegiado” en el espacio post-soviético y el “triángulo estratégico” entre Rusia, China y la India, serían clave para ello, porque mermarían el poder de EEUU y posibilitarían un orden mundial multipolar. La guerra de Ucrania demuestra que Occidente ya no va a tolerar las ambiciones imperialistas rusas. Sin embargo, el “sur global” contempla esta guerra como un asunto europeo y no como una violación del orden internacional del que forman parte. La irreversible ruptura entre Occidente y Rusia le empuja estrechar los lazos con China y la India, países con los que no mantendrá una relación estratégica similar a la que tuvo con EEUU desde la Segunda Guerra Mundial, pero intentará reconstruir una estabilidad estratégica y continuar siendo un actor internacional.

Algunas lecciones para Occidente: la UE y EEUU

En el caso de Occidente, al comienzo de la guerra y debido a una sobrevaloración de las capacidades militares y estratégicas rusas, se dudaba de la idoneidad de Volodimir Zelensky para liderar una defensa eficiente de Ucrania, así como de las posibilidades que tenían los ucranianos de defenderse de un enemigo superior en número y armamento. Sin embargo, la extraordinaria voluntad ucraniana de victoria, unida a la decisiva ayuda económica y militar del Reino Unido, la UE y EEUU, ha sido fundamental para frustrar los objetivos de la llamada “operación militar especial” (derrocamiento del gobierno de Volodimir Zelensky, conquista del país, imposición de un gobierno títere afín a Moscú, y colapso del acercamiento ucraniano a la UE y a la Alianza Atlántica).

Esta voluntad de vencer no sólo ha unido al pueblo ucraniano, acelerando una construcción nacional semejante a las del siglo XIX, con “sangre y hierro”, sino que ha sido, además, el catalizador de un fortalecimiento inesperado de la relación transatlántica y de la unidad de los países democráticos.

Para Occidente, la lección principal es que la Alianza Atlántica sigue siendo el marco fundamental de seguridad y defensa de Europa, y que EEUU, con su liderazgo, ha sido clave en la respuesta del bloque transatlántico en su apoyo a Ucrania, lo que pone en entredicho la autonomía estratégica de la UE. Sin embargo, resultará más importante para el futuro europeo el desarrollo de un nuevo paradigma defensivo. Desde el final de la Guerra Fría, los países europeos se han centrado en operaciones de gestión de crisis en el extranjero. La mayor guerra en el continente desde el final de la Segunda Guerra Mundial está cambiando decisivamente este enfoque y exige centrarse en la defensa territorial y en construir un nuevo modelo de disuasión.[4]

La ayuda militar a Ucrania, que ha rebasado todas las “líneas rojas” en el abastecimiento del armamento (Zelensky ya ha pedido los aviones F-16), demuestra que el nuevo modelo de disuasión comenzará por la propia Ucrania. En lugar de garantías del tipo del Artículo 5, la seguridad de la Ucrania de posguerra estará garantizada por potentes sistemas de armamento –especialmente blindados y de defensa antiaérea– junto a una economía fuerte y no corrupta y la pertenencia a la UE.[5]

La ruptura de las relaciones económicas y energéticas entre Europa y Rusia ha marcado el final de la Ostpolitik, es decir, de la confianza en que las relaciones comerciales puedan y deban suavizar las relaciones políticas. A pesar de las dificultades y la subida de los precios de la energía, la UE ha sido capaz de mantener su unidad en el apoyo a Ucrania y de ir disminuyendo drásticamente su dependencia de los hidrocarburos rusos, aunque deberá probarlo en el invierno de 2023-2024, cuando la UE deje por completo de importar gas y petróleo ruso.

La destrucción de una parte del gasoducto Nord Stream 1 supuso la ruptura de las relaciones energéticas entre Rusia y Alemania. La decisión de Berlín de enviar los tanques Leopard 2 a Ucrania y permitir que todas las naciones que posean estos carros de combate hagan lo mismo, consuma su ruptura política con el Kremlin. Se trata de una escalada más política que militar, dado que el número de tanques prometidos, por ahora, es de 100, y que no significan un punto de inflexión en la guerra porque su éxito en el campo de batalla dependerá del entrenamiento de los soldados ucranianos para manejarlos y mantenerlos, pero, además y sobre todo, de la combinación con otras armas: vehículos blindados de combate de infantería, artillería autopropulsada, y sistemas de defensa aérea y guerra electrónica.[6]

Es un terremoto geopolítico para Alemania (y la UE), que indica que el centro del poder y la estabilidad en Europa no se basará en el (des)equilibrio entre Rusia y Alemania, como lo fue durante el siglo XX, sino en el creciente poder de los Países Bálticos y Polonia respaldados por EEUU y el Reino Unido. Las relaciones ruso-alemanas, que se basaron en la reconciliación entre Rusia y la URSS tras la Segunda Guerra Mundial y en el papel que desempeñó la Unión Soviética en la reunificación de Alemania después de la Guerra Fría, están rotas y difícilmente volverán a ser como entonces. Alemania debe reinventarse y adaptarse, ya que el “modelo alemán” ha tocado a su fin: se acabó la compra de energía rusa barata para su industria de exportación, con bajo nivel de gasto militar a consecuencia de las limitaciones impuestas por su pasado Nazi. Por mucho que la ruptura entre Rusia y Alemania implique una mayor independencia de la UE respecto de Moscú, la perdida de fuerza del “motor económico” de la UE no traerá nada bueno a los europeos.

Algunas lecciones históricas

Entre las lecciones históricas, cabe destacar que no ha habido un fin de la Historia, ni siquiera en forma de un final de las ideologías. El auge de regímenes autoritarios y revisionistas como los de China, Rusia, Irán y Corea del Norte, entre otros, demuestra lo contrario. El final de la Guerra Fría no supuso el final de la rivalidad entre las grandes potencias. Tampoco se ha producido una desintegración pacífica de la Unión Soviética. Los conflictos armados han tardado en aparecer, pero son consecuencia del fracaso de convertir a Rusia en una nación-Estado desprovista de ambiciones imperiales.

Conclusiones

La guerra en Ucrania ha entrado en una fase de desgaste, y lo más probable es que se prolongue por mucho tiempo. Tanto Ucrania como Rusia lo consideran una cuestión de supervivencia: Ucrania, por motivos obvios; y Rusia, por temor a la desintegración del país y por la mera supervivencia del régimen. Ambos países consideran que pueden ganar la guerra. Los dos actores se preparan para una ofensiva en primavera.

Ucrania contará con un armamento occidental más moderno y eficiente. Rusia se prepara para compensar sus deficiencias con la superioridad numérica por lo que el Kremlin puede ordenar una nueva movilización.

Mientras Ucrania y los países occidentales no se ponen de acuerdo sobre qué significaría derrotar a Rusia (expulsarla de todo el territorio, incluida Crimea; volver a las fronteras previas a la invasión del 2022; recuperar todo excepto Crimea…), Moscú no contempla la derrota incondicional de Ucrania, sino el “éxito estratégico” que supondría la conquista de la región sudoriental del país invadido (ya que considera la parte occidental de Ucrania “lituano-polaca”).

La guerra se está convirtiendo en una variante mortal del juego piedra, papel o tijera. Como es sabido, se trata de un juego con las manos en el que existen tres elementos: la piedra (puño) que vence a la tijera (dedos anular y corazón en V) rompiéndola, pero la tijera vence al papel (palma extendida) cortándolo, y el papel vence a la piedra envolviéndola, dando lugar todo ello a un círculo cerrado. No habrá una victoria definitiva de ningún actor en la contienda. Muchos analistas consideran que, toda vez que ninguna parte está dispuesta a hacer concesiones territoriales, el final de la guerra en Ucrania será una división del país al estilo de las dos Coreas.[7]


[1] La definición de la guerra en Ucrania como una “triple guerra” la expuso Charles Powell, director del Real Instituto Elcano, en el Curso de Verano de la UIMP-Real Instituto Elcano “El mundo tras la guerra en Ucrania”.

[2]Russia can count on support from many developing countries”.

[3]Few Russians are anxious about Western sanctions”, The Chicago Council of Foreign Affairs and Levada Center, 23/I/2023.

[4] Luis Simon (2022), “Autonomía estratégica y defensa europea después de Ucrania”, ARI, 18/X/2022.

[5] David Ignatius (2023), “Blinken ponders the post-Ukraine-war order”, The Washington Post, 24/I/2023.

[6]Will Leopard 2 tanks actually boost Ukraine’s battlefield chances?”, Financial Times, .

[7]Will Ukraine Wind Up Making Territorial Concessions to Russia?”, Foreign Affairs, 24/I/2023.


Imagen: Inmigrantes ucranianos cruzan la frontera y reciben donaciones de voluntarios. Foto: Halfpoint.