Gaza y sus derivadas: una perspectiva de seguridad transatlántica

Frontera entre Gaza e Israel. Vista lejana de casas residenciales en el norte de la franja de Gaza desde un puesto del ejército israelí
Frontera entre la Franja de Gaza e Israel. Foto: Eddie Gerald / Getty Images

Tema

El presente análisis explora las implicaciones para las relaciones transatlánticas de la guerra abierta en Gaza.

Resumen

El 7 de octubre de 2023 los ataques de Hamás y la posterior ofensiva israelí en Gaza volvieron a sumergir a Oriente Medio en un estado de agitación, con importantes implicaciones diplomáticas y de seguridad no sólo para Oriente Medio sino para la región euroatlántica en un sentido más amplio. Asimismo, en la medida en que pone de manifiesto la creciente relevancia del terrorismo y la lucha antiterrorista, todo apunta a que esta guerra incidirá en las relaciones transatlánticas en un momento en el que EEUU y Europa se afanan en poner de nuevo el foco en disuadir el conflicto entre grandes potencias en Europa y el Indo-Pacífico.

Análisis

El espeluznante ataque perpetrado por Hamás contra Israel el pasado 7 de octubre de 2023 y la devastadora guerra que ha desatado en Gaza encierran el potencial de reconfigurar el entorno estratégico en Oriente Medio y el Mediterráneo. El conflicto abierto también saca a relucir los crecientes retos a los que se enfrentan Europa y EEUU en materia de seguridad y sus implicaciones para el futuro de la disuasión, la gestión de las crisis y el reparto de la carga. Las consecuencias pueden tener un gran alcance en un momento caracterizado por dinámicas mundiales cambiantes y unas elecciones críticas a ambas lados del Atlántico.

Un ataque híbrido

El atentado perpetrado por Hamás e integrantes de la Yihad Islámica palestina fue insólito por su escala –con unas 1.200 víctimas mortales entre israelíes y ciudadanos de otras nacionalidades y unas 240 personas secuestradas– y también por su naturaleza híbrida. El ataque combinó elementos de terrorismo con una forma de hacer la guerra (warfare) irregular y una campaña informativa abierta. A una planificación sofisticada y al engaño se sumó una furia violenta y descarnada. El flagrante fallo del sistema de alerta e inteligencia israelí sin duda será objeto de estudio y debate durante años. Lo ocurrido el 7 de octubre –y, en un sentido muy diferente, las primeras lecciones extraídas de Ucrania ilustran la relación dinámica entre la tecnología y el factor humano y entre el ataque y la defensa en un contexto de guerra. La fe en la tecnología y los patrones establecidos de disuasión no pueden compensar los fallos sistémicos cuando los responsables políticos se limitan a ‘mirar hacia otro lado’. Al igual que la guerra rusa en Ucrania, pero a una escala muy inferior, la crisis de Gaza también destaca el poder duradero de la crueldad como factor de seguridad internacional.

¿Una nueva oleada de terrorismo?

Los líderes a ambos lados del Atlántico tendrán que lidiar ahora con una posible nueva oleada de terrorismo impulsada por los acontecimientos en Gaza y sus consecuencias. En la década de los 70 y 80, Europa fue el epicentro del terrorismo palestino. La experiencia más reciente inspirada en la ideología islámica radical ha tenido un componente más global. Atentados como los del 11-S y posteriores en suelo europeo, desde Madrid hasta Bruselas, pasando por Londres, Niza y demás ciudades, han moldeado la percepción pública de la amenaza. Dicho esto, la mayoría de los atentados terroristas y víctimas del terrorismo se concentran en el ‘sur’: en África, el Sur de Asia, Oriente Medio y el Norte de África. Existen en la actualidad fuertes señales de que lo acontecido en Gaza podría desencadenar una nueva oleada de atentados en Europa y América del Norte inspirados en cierta forma en el conflicto, la causa palestina y la ideología yihadista. Además de gestionar las exigencias de una guerra convencional en Europa Oriental, los socios transatlánticos deberán centrarse en la amenaza del terrorismo en su propio territorio o contra sus ciudadanos e instituciones en el extranjero. La tarea de proteger a los contingentes desplegados también tiene visos de volverse más ardua en lugares como Siria, Irak, el Golfo y los Balcanes Occidentales.

Si, como parece, la crisis en Gaza degenera en una batalla urbana prolongada, o si se extiende a Líbano, es posible que los socios transatlánticos deban enfrentarse a una nueva iteración del fenómeno de combatientes extranjeros que caracterizó la batalla contra el ISIS en Siria e Irak, lo cual plantearía sin duda desafíos a nivel operativo. Además, generaría retos constantes para la sociedad y la política en un momento en el que el clima político se encuentra ya muy tenso en Europa. Gaza quizá no es tan porosa como Siria o Irak, pero existe un potencial de filtración desde Egipto. Líbano es un caso diferente, y también de mayor complejidad, pues existe el potencial de que Irán o incluso Rusia medien en el reclutamiento y la logística.

El comercio y las infraestructuras, en peligro

La seguridad marítima será una preocupación creciente y un elemento central de la estrategia cambiante de la OTAN y la UE hacia el sur. Los ataques por parte de milicias huzí desde Yemen o directamente desde Irán han perturbado la navegación en el mar Rojo y el acceso al Canal de Suez. Existe una posibilidad muy real de que dichos ataques se extiendan al Mediterráneo oriental, sobre todo en caso de que haya un conflicto a gran escala que implique a Hizbulah en Líbano. De producirse, el transporte marítimo, las plataformas de energía offshore y los cables subterráneos estarían en peligro. Las importantes fuerzas navales estadounidenses, europeas y de otros países concentradas en la región para la protección del comercio –y la posibilidad de que se produzcan acciones directas contra lugares de lanzamiento de drones y misiles contra buques– pueden disuadir posibles ataques. Ahora bien, la idea de imponer un coste visible a la par que simbólico a los aliados percibidos de Israel puede resultarle irresistible a los distintos grupos no estatales que están desplegando estas armas o deseando utilizar pequeñas embarcaciones con fines de interceptación. Algunos, como Hizbulah, tienen la habilidad de atacar objetivos tan lejanos como Chipre. Los aliados de la OTAN tienen sin duda los recursos necesarios para abordar estas amenazas pero los riesgos económicos y ambientales a corto plazo no pueden ignorarse. Además del 12% del comercio mundial que pasa por el Canal de Suez, a los aliados les preocupa la seguridad de sus plataformas energéticas (se dice que Israel ha parado algunas plantas de producción marina a modo de precaución). Y a Grecia, Turquía y Chipre les inquietarán sin duda las posibles consecuencias para el turismo, incluida la industria de los cruceros.

Un conflicto y una inestabilidad enquistados en el Mediterráneo oriental también pueden suponer costes de oportunidad a más largo plazo. El potencial que encierra la región como centro para la producción energética futura, incluidas las renovables y las nuevas interconexiones eléctricas, y las infraestructuras comerciales y digitales que comuniquen Europa, Asia y África, dependerá de manera crítica de la estabilidad regional y de la existencia de unos riesgos geopolíticos gestionables. Es improbable que iniciativas tales como el Corredor Económico India-Oriente Medio-Europa (IMEC, por sus siglas en inglés) y la Global Gateway de la UE sean viables salvo que se reúnan unas condiciones mínimas de seguridad. Esta realidad resalta la creciente interdependencia de la geopolítica y geoeconómica en la periferia europea.

La estrategia hacia Irán, en la cuerda floja

En términos generales, la Administración Biden y la UE han estado alineados en lo que respecta a su estrategia hacia Irán. Sin embargo, la diplomacia en torno al programa nuclear iraní no ha logrado encaminar el Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA) y las actividades de enriquecimiento de Teherán avanzan rápidamente. A ambos lados del Atlántico, las preocupaciones en materia de derechos humanos y política exterior han conducido a un endurecimiento de las posiciones hacia Irán. La crisis de Gaza y la posibilidad de que el conflicto escale hasta implicar a Irán de forma más directa harán que un enfoque comedido hacia el uso de la fuerza contra Irán y sus afines sea más difícil de defender. EEUU ya está atacando a las milicias respaldadas por Irán en Irak y Siria y las fuerzas navales europeas y estadounidenses están respondiendo a los huzí en Yemen. Y no cabe duda de que las amenazas marítimas relacionadas con Irán en el Mediterráneo oriental suscitarían una respuesta europea así como estadounidense.

Al mismo tiempo, es probable que el ataque de Gaza y sus consecuencias conduzcan a un debate más encendido sobre la posibilidad de que se produzcan atentados terroristas bajo el paraguas nuclear iraní. Esto siempre ha formado parte del argumento en los círculos estratégicos de línea más dura. Las perspectivas de un desarrollo nuclear iraní sin restricciones junto con un resurgimiento del terrorismo y la guerra irregular del Mediterráneo oriental y sus zonas de interior podrían reducir la probabilidad de que se produzca un ataque israelí y/o estadounidense contra instalaciones nucleares iraníes. Incluso en ausencia de este escenario es probable que los desarrollos regionales coloquen la política hacia Irán en un lugar más prioritario de la agenda de seguridad transatlántica.

El mito de la retirada estadounidense

En los últimos años se ha puesto de moda criticar la salida de EEUU de Oriente Medio. Se supone que esto es fruto de una mezcla de desencanto político, una economía energética cambiante y requisitos más apremiantes en otros lugares y, de manera particular, en el Indo-Pacífico. Las salidas de Afganistán e Irak han reforzado esta imagen. Pero con estas excepciones en particular –Afganistán posiblemente forma parte de una ecuación regional muy diferente– hay pocas evidencias de una salida como tal. Pese a las relaciones cada vez más complicadas con Israel y Arabia Saudí, EEUU sigue siendo un actor diplomático decisivo, tal y como han puesto de manifiesto las negociaciones para la liberación de los rehenes en Gaza. En términos de seguridad, EEUU sigue siendo un actor de una relevancia mayúscula, como atestigua el despliegue de dos grupos de ataque con portaaviones en la región tras el ataque de Gaza. Estos despliegues son una muestra muy visible de apoyo a Israel en el conflicto de Gaza, pero son si cabe más importantes como elemento de disuasión hacia Irán y sus aliados en el Líbano y demás lugares. La presencia militar permanente de EEUU en el Golfo puede ser menor que en décadas anteriores pero la presencia naval y aérea de EEUU en el Mediterráneo se ha visto reforzada. El acceso a la base aérea de İncirlik en Turquía sigue siendo relevante y la actividad en la bahía de Suda en Creta ha aumentado de forma significativa. Además, el grueso de las defensas aéreas y contra misiles de EEUU en Europa se encuentran o bien a flote o en tierra en el Mediterráneo.

¿Puede Europa mirar hacia otro lado?

¿Es sostenible este compromiso de EEUU con la vertiente mediterránea de la seguridad en Europa y Oriente Medio? La pregunta resulta del todo pertinente en vista del caótico estado de la política estadounidense y las incertidumbres propias de un año electoral. Incluso la Administración Biden, con su marcada orientación hacia Europa y la seguridad transatlántica, ha tenido dificultades para financiar el apoyo de defensa a Ucrania e Israel. Otra Administración Trump o similar sería sin duda altamente disruptiva para las relaciones de la alianza a nivel mundial. Y la presencia de EEUU en el Mediterráneo y Oriente Medio formarían parte de esta problemática ecuación de reparto de la carga.

Además de lo que está en juego para cada país (en realidad, para todos) en la libertad de navegación y la lucha antiterrorista, habrá una percepción –no errada– de que el flanco sur de Europa es una zona en la que la UE puede y debe hacer más. A diferencia de las labores altamente exigentes de disuasión y defensa hacia Rusia o la proyección del poder en el Indo-Pacífico, es posible imaginar un enfoque a la seguridad en el Mediterráneo y el Levante mediterráneo en el que Europa lleve la voz cantante. Los Estados miembros de la UE tienen ya la capacidad para gestionar crisis y la proyección del poder en la región. Se trata además de lugares a los que Europa puede llegar y donde puede actuar. La cohesión política y los acuerdos de mando necesarios para que así sea, además de la capacidad en términos materiales y logísticos para soportarlo, son harina de otro costal. Ahora bien, si la UE aspira a gozar de una mayor autonomía estratégica y a desempeñar un papel geopolítico de peso, las pruebas más relevantes y prácticas pueden darse en el sur. Las amenazas híbridas que procedan del sur y el regreso a la lucha antiterrorista como una prioridad estratégica también pueden reabrir el debate sobre lo que ha de incluirse en la ecuación de reparto de la carga. La inteligencia, los acuerdos de seguridad nacional y otros elementos que normalmente no forman parte de las medidas convencionales de gastos en defensa podrían incluirse en un enfoque menos ortodoxo hacia el reparto de la carga.

Conclusiones

Prioridades estratégicas después de Gaza

El Concepto Estratégico revisado de la OTAN y los planes de defensa regionales lanzados en la cumbre de Vilna abrieron la puerta a una forma de pensar más explícita sobre la estrategia de la Alianza hacia el sur. La Brújula Estratégica de la UE también identificó áreas y tareas de especial relevancia para el Mediterráneo y Oriente Medio. En ambos casos, los responsables políticos y planificadores tendrán dificultades para conciliar una estrategia hacia el sur más concreta con las demandas acuciantes de disuasión y defensa frente a un importante rival con armas nucleares en el Este. Y para EEUU en concreto, todo ello debe abordarse en un contexto de una creciente e inestable competencia estratégica con China. La naturaleza difusa del entorno de seguridad hacia el sur –África aporta sus propias complejidades– siempre ha complicado la estrategia transatlántica hacia la región. Así ocurrió durante la Guerra Fría y así sigue siendo a fecha de hoy. Dicho esto, la crisis de Gaza y los eventos relacionados subrayan la necesidad de adoptar enfoques más explícitos en varios ámbitos fundamentales.

En primer lugar, la lucha antiterrorista ha vuelto a ser una prioridad. Pocos riesgos terroristas son existenciales en el sentido estricto de la palabra. No obstante, pueden ser políticamente existenciales, especialmente con unas elecciones críticas a ambos lados del Atlántico como telón de fondo. Incluso librándose una guerra convencional en Europa, los líderes y las opiniones públicas insistirán con razón en que las alianzas y las instituciones presten una mayor atención a las señales de advertencia y la respuesta en este campo.

En segundo lugar, la seguridad marítima será un ámbito crítico para la acción. En un momento de creciente incertidumbre en torno al comercio internacional y la seguridad energética, la economía mundial no necesita nuevas fuentes de riesgo. No se requieren necesariamente nuevos activos para este tarea, sino más bien un compromiso político y un enfoque multilateral. Este es un campo en el que los actores de seguridad en Occidente y en gran parte del ‘sur global’ tendrían que ponerse de acuerdo y en el que pueden actuar de forma conjunta.

En tercer lugar, la crisis abierta y las necesidades acuciantes en términos humanitarios y de seguridad recalcan la importancia de una cooperación más estrecha entre la OTAN y la UE en el Mediterráneo. Más allá de las cuestiones de movilidad militar, ciberseguridad y la lucha contra la desinformación en todos los frentes, la estrategia hacia el sur ofrece unas perspectivas especiales de cooperación. La combinación de desafíos de seguridad blandos y duros y el hecho de que las capacidades europeas y estadounidenses estén relativamente equilibradas en este sentido representa una importante oportunidad en un momento en el que ambas instituciones buscan nuevos enfoques.