Elecciones en Colombia: de la polarización y fragmentación electoral al reto de gobernabilidad para Gustavo Petro

Elecciones en Colombia. Imagen de múltiples banderas del país en la calle

Tema

Las elecciones en Colombia, que dieron la victoria a Gustavo Petro, candidato de la coalición de izquierdas, cierran una época y dan comienzo a una nueva etapa en el país, repleta de retos económico-sociales y desafíos para la gobernabilidad.

Resumen

El triunfo de Gustavo Petro implica profundos cambios políticos (el primer gobierno de la nueva izquierda en la historia nacional), económico-sociales –con una ambiciosa agenda medioambiental, fiscal y antiextractivista de por medio– y geopolíticos, al reforzar el bloque de gobiernos de izquierda a escala regional. Esto último influirá en la relación con EEUU.

Petro llega al poder en un complejo contexto internacional y nacional que obstaculiza su agenda de gobierno y sus planes de impulsar la integración regional: problemas internos, de gobernabilidad –alta fragmentación y elevada polarización–, profundo malestar social –desafección y altas expectativas–, y limitaciones económicas y fiscales. Todo esto reduce su margen de acción y dificulta que pueda canalizar las frustraciones y el deseo de cambio generalizado.

Análisis

Los resultados electorales en Colombia son un nuevo capítulo dentro del cambio profundo que atraviesa América Latina desde una perspectiva político-institucional y electoral: voto de castigo a los oficialismos y tendencia a victorias de las diferentes izquierdas. Colombia vivió en 2022 unas elecciones repletas de excepcionalidades y también algunas continuidades. Excepcionalidades porque ganó por primera vez un representante de esa nueva izquierda y porque a la segunda vuelta llegaron dos figuras ajenas a las elites que han gobernado el país desde los años 90. Si bien hubo otros cambios innegables (el tema de la paz no fue central en la dinámica electoral y la votación en segunda vuelta fue muy alta para los parámetros locales), los comicios mantuvieron elementos propios de la idiosincrasia electoral colombiana.

Continuidades en unas elecciones excepcionales

El país fue fiel a su historia y el proceso de 2022, con sus especificidades, sólo evidenció viejas tendencias y hábitos, como la larga duración de la campaña y la extrema polarización. En lo relativo a la extensión de la campaña, esta ocupó casi un año entre precampaña (segunda mitad de 2021), la campaña para las legislativas e internas (marzo de 2022), la primera vuelta (mayo) y el balotaje (junio). Una campaña prolongada en un país donde, irónicamente, predomina la abstención (no existe el voto obligatorio). A esto se suma la desafección ciudadana hacia los partidos y la clase política. Este largo itinerario electoral comenzó con unas primarias y unas legislativas que marcaron la pauta de lo que sería todo el proceso. Las legislativas crearon un escenario de compleja gobernabilidad, con un Senado y una Cámara de Representantes fraccionados. Los resultados ratificaron el avance de la izquierda, aunque éste resultó insuficiente para contar con mayoría en el legislativo y superar a una derecha y centroderecha atomizadas pero mayoritarias (aunque sin mayoría absoluta).

Las internas de marzo confirmaron el predominio de Petro quien, tras ser candidato en 2018 y perder en la segunda vuelta, era el líder de la oposición a Iván Duque (2018-2022) y el canalizador de la desafección y la frustración social plasmadas en las protestas de 2019 y 2021. Las internas en el Pacto Histórico, la coalición de Petro, le convirtieron en el candidato más votado de la jornada y transformaron a Francia Márquez, la líder social afrodescendiente, que obtuvo más de 800.00 votos, en una figura política emergente y a tener en cuenta por su carisma, liderazgo y capacidad de movilización.

Las primarias marcaron el principio del fin de la candidatura de Sergio Fajardo (Centro Esperanza), y elevaron, momentáneamente, a Federico “Fico” Gutiérrez como referente del centroderecha frente al petrismo. Fajardo, que durante meses se presentó como el único capaz de frenar a Petro, fue golpeado por las disputas y disensiones de su coalición (la pugna por el liderazgo con Alejandro Gaviria debilitó a la alianza y la salida de Ingrid Betancourt también le perjudicó), a tal punto que Francia Márquez logró más votos que Fajardo en las primarias. La sorpresa fue Gutiérrez, que ante la decadencia del uribismo pareció encarnar una alternativa de derecha renovada que reunió a los partidos tradicionales y al uribismo. Las internas parecieron desdibujar a otros candidatos, en especial al empresario independiente Rodolfo Hernández, quien a comienzos de año había despuntado como encarnación de una candidatura antipartidos, rupturista y alternativa basada en las redes sociales y en un mensaje de lucha contra la corrupción y la elite política.

Las internas fueron el punto de partida hacia la primera vuelta y condicionaron decisiones y estrategias. Petro, que venía moderando su discurso para atraer a los votantes de centro, consciente de que su historia personal (ex guerrillero del M-19 en los 80) y su figura generan mucho rechazo (“petrofobia”), optó por Márquez como compañera de fórmula, pese a estar muy escorada a la izquierda. Era una forma de reconocer su liderazgo y tirón electoral. “Fico” Gutiérrez pareció llamado a encauzar el antipetrismo, pero tras un momentáneo repunte en las encuestas no logró deshacerse de la imagen que le vinculaba a la “vieja política” y al uribismo. Parte del electorado no petrista buscaba cambios más que continuidad (igual que los votantes de Petro) y eso los condujo a mirar a un candidato ajeno a los partidos históricos y a las formas y maneras tradicionales de hacer política. Rodolfo Hernández, ex alcalde de Bucaramanga, vivió una segunda juventud electoral que le llevó a dar la sorpresa en la primera vuelta al superar a “Fico” Gutiérrez (el 28% frente al 23%) y transformarse en el candidato que evitaría la victoria de Petro, que con su 40% partía como favorito para la segunda vuelta, gracias a los 12 puntos de ventaja sobre Hernández.

Hernández había tenido hasta entonces diversos aciertos (centró su campaña en la corrupción y priorizó una estrategia basada en las redes sociales –se le conocía como el “rey del TikTok”), pero luego cometió un grueso error de cálculo al basar su estrategia en que el miedo a Petro le daría un triunfo seguro, ya que sólo cabía esperar que llegaran los votos de la derecha (Gutiérrez, 23%) y el centro (Fajardo, 4%). Así parecía en la primera semana, cuando superaba o empataba con Petro en las encuestas. Sin embargo, frente a un candidato que activó su campaña puerta a puerta y su presencia en las redes sociales, Hernández dio reiteradas señales de poca flexibilidad y escasa capacidad para afrontar el reto de, por ejemplo, debatir con Petro. Se negó a un cara a cara y cuando la justicia le obligó a acudir al debate lo dilató tanto que no hubo tiempo para realizarlo. Al final la estrategia de Petro tuvo éxito: se impuso en el balotaje (con el 50% frente al 47%) al movilizar, sobre todo en sus feudos de Bogotá y el Caribe, a un electorado tradicionalmente abstencionista. La participación alcanzó un inédito 58%, la más alta en 20 años.

Además de la larga campaña, los comicios mostraron la polarización propia de la región, algo inherente a la idiosincrasia y a la cultura política colombianas, que desde los tiempos de Francisco de Paula Santander y Simón Bolívar (en la década de 1820) ha visto como corrían, de forma literal, ríos de sangre entre rivales políticos (liberales frente a conservadores o Estado colombiano frente a las FARC). Una polarización que asumió otras formas en el siglo XXI, pero que fue igual de divisiva tras la fractura entre uribistas y antiuribistas (2002-2021). En los comicios de 2022 reapareció la polarización, centrada en Petro y en la dinámica petrismo-antipetrismo, que ha sustituido a la anterior en torno a Álvaro Uribe, que prácticamente ha desaparecido de la campaña.

¿Qué representaba Rodolfo Hernández y por qué ganó Petro?

Estas elecciones, más allá de la persistencia de ciertas continuidades, representan un fin de época al romper con la imposibilidad histórica de que la izquierda alcance el poder, dejar en la periferia política al uribismo hasta ahora hegemónico, sumir al centro en una profunda crisis y permitir el ascenso de nuevas alternativas ajenas a las tendencias tradicionales.

Los dos grandes protagonistas y encarnación de ese deseo de cambio, pese a sus diferencias de trayectoria vital, ideología, estilo y formación, fueron Petro y Hernández. La mayoritaria aspiración al cambio se vehiculó de formas diferentes a través de un candidato de experiencia y trayectoria política (Petro) y un outsider (Hernández, un empresario que fue alcalde de Bucaramanga), que reunieron en la primera vuelta casi el 70% de los votos.

Petro encarna una tradición de izquierdas que ha crecido en el siglo XXI, facilitada tras el proceso de paz con las FARC. Este permitió acabar con la satanización de la izquierda, asociada con la violencia indiscriminada de la guerrilla. Si bien hay precedentes de un protagonismo de las opciones progresistas (desde el controvertido Jorge Eliecer Gaitán en los años 1930-1940 a algunos líderes de finales de siglo), ha sido en las pasadas décadas cuando la izquierda ajena a los partidos tradicionales creció electoralmente hasta alcanzar el poder en 2022. El Polo, con Luis Eduardo Garzón, reunió el 6% en 2002 y subió al 22% con Carlos Gaviria como candidato en 2006, siendo la segunda fuerza más votada tras el uribismo hegemónico. Después de bajar al 9% con Petro de candidato presidencial en 2010, se inició la recuperación en 2014 (con el 15% de Clara López). Petro consiguió pasar a segunda vuelta en 2018, tras alcanzar el mayor caudal de votos para una opción de izquierdas (25%), y ganó finalmente en 2022.

Petro ha seguido un largo camino hasta su victoria, que le ha llevado de la guerrilla del M-19 a la institucionalidad democrática, reforzada tras la aprobación de la Constitución de 1991. Pese a su discurso de izquierda y su cercanía en los albores del siglo XXI con Hugo Chávez, Petro es un hombre del sistema. Fue senador (un fiero opositor al uribismo) y alcalde de Bogotá. Tras su derrota en 2018 emprendió un giro al centro que lo llevó a distanciarse de Venezuela (calificó a Maduro de “dictador”), de la Nicaragua de Ortega-Murillo, a cuyo régimen llamó “dictadura bananera”, y también de aliados peligrosos, como la senadora Piedad Córdoba, con turbias conexiones con las FARC.

La existencia de un Petro más institucional, más experimentado y más centrado ha posibilitado su victoria y ha reducido el impacto del antipetrismo y de la “petrofobia”, todavía presente en amplios sectores sociales, que lo ven como un radical, un amigo de Chávez, capaz de abrir las puertas del país al “castrochavismo” y convertirlo en la nueva Venezuela. Sin embargo, Petro ha logrado recolocarse ante el desmoronamiento de los partidos históricos (Liberal y Conservador) y de las fuerzas nacidas en las últimas décadas (Centro Democrático, Partido de la U y Cambio Radical). También aprovechó la debilidad de las opciones de centro para encarnar el cambio y las limitaciones de la derecha lastrada por la hegemonía del uribismo (2002-2010 y 2018-2022) y el santismo (2010-2018).

Petro, líder de la oposición al uribismo, ha conseguido en los últimos cuatro años tejer una heterogénea coalición de izquierda, atrayendo a líderes desencantados del centro y canalizando las demandas ciudadanas que impulsaron los movimientos y estallidos populares entre 2019 y 2021. Esta amplia coalición (el Pacto Histórico) reúne a fuerzas políticas diversas y a movimientos sociales, algunos con especial tirón popular, como la de la carismática Francia Márquez. Habrá que estar atentos sobre esta relación, pues Márquez tiene su propia agenda, es una líder potente y ambiciosa y si bien ha mandado mensajes de concordia también ha mostrado rasgos de sectarismo, como cuando calificó de “neoliberales” (un insulto en la izquierda) a los dirigentes del Partido Liberal, un potencial aliado en la segunda vuelta y en el gobierno. Además, Petro ha conseguido ampliar su espectro y encarnar las aspiraciones y las demandas de quienes salieron a la calle a protestar en 2019 y 2021, captando el respaldo de centristas descontentos como Alejandro Gaviria o José Antonio Ocampo. A sus filas se incorporaron sectores de los partidos tradicionales, como el del liberal Luis Fernando Velasco, y políticos disidentes, expertos en el manejo de redes clientelares, como el senador Roy Barreras.

El deseo de cambio no fue monopolio de Petro, quien tuvo en Hernández un rival inesperado. El ex alcalde de Bucaramanga encarna un fenómeno político presente en muchos países de la región. Líderes de mensaje populista y rasgos populacheros (utilización de un lenguaje directo, malsonante y políticamente incorrecto), que no sólo los aleja de la elite política tradicional sino que también los acerca a la forma de expresarse, pensar y actuar de los sectores populares que canalizan el descontento social. Esta forma de hacer política se alimenta y crece en las redes sociales (conecta bien con sectores jóvenes que rechazan la política y se manejan en Internet, TikTok, Instagram etc). El cóctel reúne algunas características del “estilo Trump” y sigue los pasos de otros liderazgos (Nayib Bukele y Jair Bolsonaro) en su apego a las redes sociales para trasladar un mensaje sencillo –reducido al eslogan “No robar, no mentir, no traicionar y cero impunidad”– y monotemático (rechazo visceral a la clase política y a la corrupción –la “ladronera”–). Estas características le sirvieron para ser segundo, con casi un tercio de los votos, desplazando a candidatos más serios (“Fico” Gutiérrez), pero fueron insuficientes en la segunda vuelta. Consciente de sus limitaciones en cuanto a oratoria y conocimientos técnicos, Hernández no se atrevió a debatir con Petro, sin salir de su zona de confort de las redes sociales.

Las elecciones colombianas en el contexto latinoamericano

Las elecciones colombianas se han dado dentro de un marco latinoamericano más amplio, con el que tiene puntos en común. Los resultados fueron similares a lo que ocurre a escala regional: predominio de triunfos de fuerzas y candidatos opositores y de partidos y líderes de la izquierda. De las últimas 14 elecciones presidenciales realizadas en América Latina, en 13 triunfó la oposición y sólo en Nicaragua el oficialismo (gracias al fraude). En cinco ganó el centroderecha (sobre todo en 2019) y en las restantes las diferentes opciones de la heterogénea izquierda regional. Un abanico que va de posiciones más centradas (Luis Abinader) a otras abiertamente autoritarias (Nicolás Maduro y Daniel Ortega) o aquellas que buscan construir una hegemonía política excluyente (el MAS boliviano), pasando por una amplia muestra de tendencias populistas (López Obrador y el kirchnerismo), pseudocomunistas (el partido que apoyó a Pedro Castillo) y de la nueva izquierda (Boric y Petro) junto a otras difícilmente clasificables (Xiomara Castro) (véase la Figura 1).

Figura 1. América Latina: voto de castigo y “giro a la izquierda”, 2019-2022

ElecciónVictoria opositoraVictoria oficialistaTriunfo de la derechaTriunfo de la izquierda
El Salvador (2019)X X 
Panamá (2019)X  X
Guatemala (2019)X X 
Uruguay (2019)X X 
Argentina (2019)X  X
Bolivia (2020)X  X
República Dominicana (2020)X  X
Ecuador (2021)X X 
Perú (2021)X  X
Honduras (2021)X  X
Nicaragua (2021) X X
Chile (2021)X  X
Costa Rica (2022)X X 
Colombia (2022)X  X
Fuente: elaboración propia.

Las izquierdas latinoamericanas viven un momento de euforia por las victorias de Boric en Chile y Petro en Colombia, que se unen a Castillo en Perú y Castro en Honduras. Mientras, se aguarda el regreso de “Lula” da Silva en Brasil. Parece perfilarse un nuevo “giro a la izquierda” regional (una nueva “marea rosa”). López Obrador calificó de “hecho histórico” el triunfo de Petro, “porque no estamos hablando de cualquier cosa; estamos hablando de siglos de dominación de grupos que no les importaba en realidad el pueblo y estamos ante la posibilidad de inaugurar una etapa nueva de una auténtica democracia, un gobierno del pueblo, para el pueblo y con el pueblo”.

Este sueño de reeditar un nuevo “giro a la izquierda” no sólo confunde lo coyuntural con lo estructural, sino también insiste en un análisis simplista. Desde 2015 no hay giros hacia la derecha (2015-2018) o hacia la izquierda (2019-2022) sino un permanente y mayoritario (con excepciones) voto de castigo a las elites y a los oficialismos. La bonanza económica (2003 a 2013) desembocó en un deterioro social y un incremento del malestar ciudadano, traducido en un voto de castigo a los partidos y presidentes en el poder. Así, acabaron largos períodos de hegemonía política del kirchnerismo en Argentina (2015), del PT en Brasil (2018) y del frenteamplismo en Uruguay y del FMLN en El Salvador (2019). El voto de castigo golpeó entonces a un conjunto heterogéneo de gobiernos de izquierda, que ocupaban y hegemonizaban el poder desde comienzos del siglo XXI.

En la actual coyuntura se repite el castigo al oficialismo –ahora mayoritariamente de centroderecha y derecha–, debido a las mismas causas: la economía regional no ha salido de su parálisis (2013-2019) y ha visto acentuar sus desequilibrios (en 2020 por los efectos de la pandemia y en 2022 por las tensiones inflacionarias tras el rebote de 2021 y la guerra en Ucrania). El mal momento económico provoca un incremento de la pobreza (ya supera el 33% de media regional) y de falta de expectativas para una pauperizada clase media. El resultado político es el voto de castigo ampliado: no sólo a quienes están en el gobierno (la derecha de Piñera en Chile, el Partido Nacional en Honduras y el uribismo en Colombia) sino a la clase política tradicional. De hecho, en Chile y en Colombia la segunda vuelta se dio entre dos candidatos y coaliciones ajenos a las que se habían alternado en el poder (Boric y Petro) o de fuera del sistema de partidos tradicionales (José Antonio Kast y Hernández).

El voto de castigo es heterogéneo. En Costa Rica, donde no venció la izquierda, el ganador (Rodrigo Chaves) desplazó del poder al partido que gobernaba desde 2014 y derrotó a la fuerza hegemónica desde 1949, ambas de centroizquierda. Además, las izquierdas, que en el anterior “giro” ya eran muy disímiles (en ese espacio convivían Hugo Chávez, Lula y Bachelet), vuelven a serlo ahora. Entre López Obrador, Boric y Petro existen diferencias generacionales, de estilo y de trayectoria vital, así como de las fuerzas que los apoyan.

La falta de viento de cola en lo económico y la crisis de gobernabilidad en la región, con gobiernos sin mayoría en el Parlamento y serias dificultades para conformar alianzas por la fragmentación y polarización políticas, inducen a pensar que el electorado –atrapado en un bucle de descontento permanente– va a seguir ejerciendo un voto de castigo a partidos y elites, hijo de la frustración de expectativas y la incapacidad del sistema para encontrar soluciones.

Las esperanzas y revolución de expectativas que acompañan a Boric o Petro acaban siendo tan volátiles como el propio castigo que oscila entre izquierda y derecha cada cuatro o cinco años. Un voto bronca que, por ahora, no alcanza al sistema y a las instituciones democráticas, si bien ya hay ejemplos de gobiernos crecientemente iliberales y con tentaciones populistas.

Petro presidente

La victoria de Petro en la segunda vuelta ha sido acogida con esperanza por la izquierda y con cierta prevención (incluso temor) por quienes están en las antípodas políticas o ideológicas. Más allá de visiones fuertemente ideologizadas o de posturas voluntaristas todo apunta a un futuro gobierno más posibilista que sectario, más moderado que radical y más cercano a la “socialdemocracia” que a un hipotético “castrochavismo”. Un Petro más en la línea de la nueva izquierda regional, que encarna Boric, que a posiciones más próximas al anterior “giro a la izquierda”. El posicionamiento de Petro dentro de un ámbito más moderado se concreta en una triple estrategia articulada en “una actitud Mandela” (conciliadora) en su discurso de celebración de la victoria, en un deseo de seguir la “línea Boric” (de moderación y diálogo) y en la conformación de un círculo de confianza que recuerda, en cierto sentido, al “equipo de rivales de Lincoln”, llamando a su gabinete a figuras de centro y con experiencia.

Primero, el tono de su discurso, tras ganar las elecciones, fue un llamamiento a la convivencia, la moderación, la integración y unidad nacional al “estilo Mandela”, consciente de que recibió el 50% de los votos, pero que el 47% no confió en él. Su mensaje incidió en la conciliación, ya que “no es un cambio para vengarnos, para construir más odios, no es un cambio para profundizar el sectarismo en la sociedad colombiana”, y tendió la mano a todas las fuerzas políticas desde su rival en los comicios (Hernández) hasta su histórico enemigo político, el uribismo. De hecho, Petro ha invitado al ex presidente Uribe –y este ha aceptado– a dialogar sobre la posibilidad de alcanzar un gran pacto nacional y dar estabilidad al país.

Segundo, Petro es un hombre de amplia experiencia, que sabe lo que es gobernar con crispación y polarización (cuando fue alcalde de Bogotá de 2012 a 2015), una experiencia que no querrá repetir. Además, conoce el vecindario y cómo la radicalidad conduce a la ingobernabilidad (Perú), mientras que la moderación (Boric) abre senderos aunque sin garantizar el entendimiento. El riesgo de que Petro se radicalice y apele a la movilización social frente a las instituciones existe, pero por ahora el camino parece ser otro. Si Boric alertó cuando tomó posesión de que sólo son posibles las reformas si se asegura la gobernabilidad, Petro ha apuntado a que sin crecimiento económico no habrá reformas sociales.

Tercero, la moderación se deja traslucir en la elección de ciertas figuras para apoyar su gobierno. Es cierto que habrá un gabinete será heterogéneo, con referentes más a la izquierda (la vicepresidenta Márquez), pero los puestos clave serán ocupados por políticos moderados, de prestigio y experiencia. Para dirigir el área económica suenan nombres como Rudolf Hommes, que ocupó la cartera con César Gaviria, el exministro José Antonio Ocampo, que asesoró a Sergio Fajardo, de la Coalición Centro Esperanza, y el ex rector de la Universidad de los Andes Alejandro Gaviria, precandidato del Centro Esperanza, que se adhirió posteriormente a la campaña de Petro. Incluso ha confirmado como futuro canciller a un conservador (Álvaro Leyva Durán).

La gobernabilidad

Las nuevas izquierdas regionales gobiernan, a diferencia del anterior “giro”, sin viento de cola económico y sin control sobre los legislativos. El principal problema que afrontará Petro pasa por garantizar la gobernabilidad en un panorama marcado por la falta de mayoría en el legislativo, alta fragmentación y polarización visible en la campaña de 2022. Convivirá con un legislativo dividido, donde el gobierno no tiene mayoría y afronta dificultades para consolidarlas a largo plazo, ya que la polarización complica conformar mayorías. La decisión del Partido Liberal, del expresidente Gaviria, y de la Alianza Verde, de apoyar al futuro gobierno le da prácticamente la mayoría absoluta en ambas cámaras (hay otros partidos que todavía se pueden decantar en la misma dirección) al contar con una sólida base parlamentaria, si bien las divisiones en el liberalismo, entre quienes apoyan a Petro y quienes no, harán muy volátil esta alianza.

Tras estos movimientos de liberales y verdes, Petro tiene garantizado a corto plazo el control de ambas cámaras. En el Senado tendrá 20 senadores del Pacto, 14 liberales, 13 “verdes”, cinco Comunes y dos indígenas: en total 54 escaños, justo la mitad del Senado. En la Cámara de Representantes (188 escaños), Petro tiene cerca de 95 representantes, a la espera de que la cifra se incremente si el Partido de la U (centro) y el Conservador ratifican que son parte del oficialismo.

El contexto económico, al menos a corto plazo, favorece a Petro. Colombia será la economía regional de mayor crecimiento en 2022, según la OCDE. Se prevé que el PIB nacional crezca un 6,1% en 2022 y un 2,3% en 2023. Si bien el dato es positivo, es frágil y de corto alcance. Frágil al ser lastrado por el crecimiento de la inflación, próxima al 9,2%. Y de corto alcance, porque la economía continúa su ajuste luego de la recesión de 2020, cuando cayó un 7%, en un entorno internacional de perspectivas negativas.

Petro tendrá que gestionar deseos desmedidos. La población le votó porque creyó en su mensaje de cambio, por un gobierno que combata la corrupción, cambie la matriz económica y productiva y se comprometa a reducir la pobreza, que ronda el 40% de la población. Sin embargo, Petro va a carecer de fuerza política y espacio fiscal para cumplir con sus promesas y deberá desplegar una capacidad pedagógica para bajar las expectativas. Recibe un país con alto déficit fiscal, pobreza elevada y desempleo en torno al 12%. Alrededor de 19,6 millones de colombianos viven con un ingreso mensual de 350.000 pesos colombianos, unos 89 dólares.

Petro ha prometido cambios profundos en el modelo económico, con reformas estructurales para corregir las desigualdades y un crecimiento más amigable con el medio ambiente. La transición energética para afrontar el cambio climático incluye una propuesta de detener la exploración petrolera, la principal fuente exportadora (3,3% del PIB). Sin embargo, sin los ingresos petroleros será difícil conseguir recursos para cumplir con sus promesas de reforzar la sanidad pública y la educación. Al mismo tiempo, sus propuestas contemplan una reforma tributaria que acabe con las exenciones y un incremento del gasto público para atender las necesidades sociales. El problema de su reforma fiscal es que se centra en gravar a las 4.000 personas más ricas del país, una propuesta que ya mostró sus limitaciones en otros países de la región.

Ambas iniciativas (la antiextractivista y la fiscal) crean un ambiente de inseguridad jurídica: la caída de las acciones de Ecopetrol ejemplifica esta situación. La paradoja es que su proyecto bandera, la economía verde, necesita del concurso de un empresariado que desconfía e incluso teme sus propuestas. Para cumplir las metas ambientales, Colombia debe tener estabilidad económica y un sector privado dispuesto a invertir, a comprar bonos de carbono y formar comunidades de investigación con universidades y ambientalistas.

En lo referente a la paz y seguridad, Petro tratará de sacar de su actual estancamiento los Acuerdos de Paz con las FARC y retomar el diálogo con el ELN. Si en el primer caso hay un consenso para culminar los acuerdos de 2016, la sociedad y la clase política están más divididas ante el ELN, un grupo guerrillero y narcoterrorista que ha seguido secuestrando y cometiendo atentados. En cuanto a la seguridad, el principal reto pasa por el desafío que representa el Clan del Golfo y la decena de otros grupos armados que controlan territorios y rutas de tráfico de drogas y otros mercados ilegales, algunos aliados con cárteles mexicanos.

La inserción internacional

El predominio de presidentes de las diferentes izquierdas y los vínculos de afinidad y amistad entre Petro y Boric han provocado que muchos analistas crean llegada una nueva oportunidad para impulsar la integración regional, situando a Petro (como en marzo hacían con Boric) como una figura capaz de convertirse en un referente y líder regional.

Sin embargo, esta posibilidad enfrenta varios obstáculos. Primero, la historia reciente demuestra que los proyectos de integración basados en la ideología y el liderazgo personal son efímeros y más en tiempos como los actuales, con vaivenes electorales constantes. Salvo la CELAC, la mayoría de los proyectos de integración nacidos en la primera década del siglo XXI han desaparecido (UNASUR) o están en situación de parálisis (ALBA) tras la muerte de Hugo Chávez y la desaparición del respaldo financiero venezolano. De forma similar agoniza el PROSUR, el proyecto estrella del “giro a la derecha” (2015-2019). Que el nuevo impulso integracionista se base en la comunidad ideológica regional y en la amistad entre Boric y Petro no garantiza su consolidación en el tiempo, ya que cuando ha habido otros momentos de una casi general homogeneidad ideológica la integración no ha avanzado e incluso ha habido más problemas bilaterales que nunca.

Segundo, los deseos integracionistas de Petro y Boric expresados en sus discursos (el colombiano ha llegado a hablar de que trabajará para formar “una sola América”) chocan con una realidad compleja. Si bien esa apuesta se amolda a la estrategia de López Obrador y seguramente a la de “Lula” da Silva (posible próximo presidente de Brasil a partir del enero), los problemas internos y las dificultades que encontrará el nuevo gobierno, junto con la complicada situación económica y social, le impedirán a “Lula” tener la suficiente autonomía y dedicación a temas internacionales. Lo mismo que le está ocurriendo a Boric y le puede pasar a Petro, probablemente le pase a “Lula” si es elegido.

De momento, Petro ha seguido en asuntos exteriores la misma línea de moderación y concordia que en el ámbito interno. Ha mostrado una fluida relación con EEUU y la Administración Biden y ha tendido puentes con Maduro, con su compromiso para normalizar el vínculo con Caracas. Petro habló por teléfono con Biden, quien, según la Casa Blanca, elogió al pueblo colombiano “por la celebración de elecciones libres y justas” y ratificó el apoyo a Colombia, históricamente su socio más importante en América del Sur y “aliado principal” de la OTAN. Queda como gran interrogante la posición de Petro respecto a China, cuyo papel inversor se ha incrementado significativamente en el último lustro.

Uno de los mayores cambios en política exterior será en la relación con Venezuela. Petro ya ha anunciado la reapertura de las fronteras una vez se posesione el 7 de agosto. Además, ha continuado con sus críticas a la dictadura de Ortega (“quienes están presos en Nicaragua, y aquí ya me meto otra vez en camisa de once varas, son los que hicieron la revolución contra Somoza”) y habrá que ver cómo gestiona la relación con Cuba que se prevé buena y cercana (La Habana calificó de “histórica victoria popular” su triunfo).

Conclusiones

Las elecciones en Colombia han servido en primer lugar para ratificar la fortaleza de la democracia. Si bien en diferentes momentos de la campaña, tanto en la derecha (la uribista María Fernanda Cabal) como en la izquierda (el propio Petro) se sembraron dudas sobre el funcionamiento y la fiabilidad de las instituciones electorales, la Registraduría ejerció su labor de forma eficaz y transparente. Las instituciones, pese a sus problemas, funcionaron y fueron una garantía (como en tiempos de Uribe cuando se buscó una tercera elección) frente a posibles derivas contrarias a la institucionalidad y la constitucionalidad. Esto reduce los temores sobre una deriva hacia el modelo venezolano. Petro no es ni Chávez ni Maduro, ni tiene los recursos del primero ni es tan autoritario como el segundo.

El gran problema de Petro es el de la gobernabilidad, aunque ha logrado la mayoría en ambas cámaras del Parlamento. Su principal tarea será mantener la unidad de su heterogénea coalición y retener el respaldo de las fuerzas tradicionales que comienzan a apoyarle, como el Partido Liberal y la Alianza Verde. Este apoyo no es incondicional y puede ser volátil, dependiendo de la deriva y la acción de su gobierno. En el Partido Liberal no hay una postura unitaria respecto al apoyo a Petro (más complicada será la relación con la vicepresidenta).

No va a ser fácil tampoco la convivencia al interior del heterogéneo Pacto Histórico, ni entre ese conglomerado y las fuerzas políticas de centro, como tampoco será sencillo despejar la desconfianza de las elites económicas y sociales (el “establecimiento”), que ven con prevención (algunos incluso con temor) a Petro y sus reformas. Eludir la profecía autocumplida de un Petro radicalizado y una oposición feroz y obstruccionista requiere generosidad por ambas partes, capacidad de sacrificio y pedagogía política. Por ahora eso parece existir, como prueba de que Uribe haya aceptado dialogar con su enemigo político, que también le ha tendido la mano. Sólo cabe esperar que no sean momentáneos actos para la galería que legitimen una futura ruptura que dé paso a una oposición “tenaz y berraca”.

Junto a la gobernabilidad el otro reto será la capacidad de Petro de canalizar la frustración social y responder al deseo generalizado de cambio. Petro se enfrenta a una “revolución de expectativas” difícil de cumplir. La dinámica regional muestra el rápido deterioro de la popularidad presidencial (en tres meses las encuestas reflejan una gran caída en el apoyo a Boric), origen –junto a la presión inflacionaria– de movilizaciones y protestas sociales (como los indígenas en Ecuador y los camioneros en Perú) que amenazan la estabilidad y la gobernabilidad de los gobiernos y reducen su margen de acción. La legitimidad de origen, producto de la victoria electoral, se evapora con rapidez en medio de la fragmentación (incapacidad para diseñar un proyecto-país consensuado como en Chile con la reforma de la Constitución), la polarización y un entorno económico de endeble crecimiento que empeora el acumulado malestar social.


Imagen: Múltiples banderas de Colombia en la calle. Foto: Valetina Manjarrez (CC BY-NC 2.0).