Sobre la situación de seguridad en Siria (actualizado a 1 de diciembre de 2011)

Sobre la situación de seguridad en Siria (actualizado a 1 de diciembre de 2011)

¿Cómo continúa la situación tras siete meses de movilizaciones?

La represión continúa en Siria. Según las últimas estimaciones de la Alta Comisaria para los Derechos Humanos de Naciones Unidas, Navi Pillay, a principios de diciembre de 2011 la cifra de víctimas mortales podría haber llegado las 4.000, a las que hay que añadir los heridos, desaparecidos, torturados o detenidos arbitrariamente durante la represión de las manifestaciones. El Gobierno atribuye las víctimas a la actuación de infiltrados terroristas, milicias islamistas o mercenarios extranjeros al servicio de una conspiración externa contra el régimen sirio y alega que sus fuerzas de seguridad han sufrido más de 1.000 bajas, una cifra que los activistas atribuyen a represalias sobre quienes desertan o se niegan a disparar sobre la población civil.

Las movilizaciones siguen siendo pacíficas aunque en las últimas semanas se ha constatado una progresiva militarización de los enfrentamientos en los que hay que destacar, por un lado, algunos ataques a instalaciones y autobuses militares y, por otro, algunas acciones armadas de autodefensa o en represalia contra quienes pertenecen a la minoría alauita o son acusados de colaborar con el régimen en las zonas abandonadas por las fuerzas armas y de seguridad sirias. En el resto del territorio, ha proliferado la violencia protagonizada esencialmente por las fuerzas paramilitares del Gobierno, unos 10.000 shabbiha que han estado haciendo el trabajo sucio de la represión a cambio de dinero, armas, rapiña e impunidad, lo que ha degenerado en un aumento de la inseguridad hasta niveles no conocidos en Siria y que provocan miedo entre la población.

¿Qué posibilidades hay de que el régimen sirio detenga la represión?

El Presidente Bashar el-Asad ha aprovechado no ha aprovechado el margen de confianza que le dio la comunidad internacional para hacer reformas y ha incumplido todas las promesas de cambio, incluidas las de aceptar el plan de paz de la Liga Árabe del 2 de noviembre de 2011. Cualquier cambio se enfrenta a la resistencia de un partido (el Baaz), una élite y unas fuerzas de seguridad que se resisten a compartir el monopolio del poder y perder sus privilegios, por lo que el objetivo del régimen es suprimir las reivindicaciones y a quienes las promueven. Nueve meses después, el Presidente al-Assad ha perdido su legitimidad tanto por no acometer las reformas prometidas como por no condenar los excesos de las fuerzas de seguridad y, al no hacerlo a tiempo, ha unido su destino al del régimen que ha entrado en caída libre. Sin embargo, esa caída se va retrasando porque el régimen conserva parte de sus apoyos tradicionales. Cuenta con un sector de la población que todavía cree en la narración de los medios oficiales, que teme perder sus privilegios o que, como en el caso de la minoría alauita, ha visto ligado su destino a la suerte del régimen. La mayoría silenciosa que le apoyaba se ha ido reduciendo a medida que ha tomado conciencia de la represión indiscriminada, padecido las consecuencias del aislamiento externo, sufrido las restricciones a su movilidad interna y padecido los excesos de las fuerzas paramilitares o la falta de seguridad que el régimen les ofrecía a cambio de sus libertades; pero todavía no se ha sumado a quienes protestan desde las calles. También cuenta con la lealtad de los clanes y familias del régimen, del partido único y, en gran medida con la del aparato de seguridad y la de la élite económica. Estos dos últimos son los eslabones más débiles y ya han comenzado a registrarse distanciamientos o deserciones entre los miembros de las fuerzas armadas – menos fiables que los 30.000 de las unidades de élite y los 25.000 de las fuerzas de seguridad- y entre la élite económica que ve como se deteriora su situación no tanto por los efectos de las sanciones internacionales sino por la combinación de corrupción, desempleo y reducción de las divisas, las exportaciones e inversiones (de hecho, ya han comenzado a subvencionar a la oposición y a las movilizaciones como ocurrió antes en otros países árabes antes de sumarse a los cambios).

¿Qué respuesta interna se puede esperar?

Siria carece de una sociedad civil articulada y, aunque las manifestaciones la están haciendo crecer con rapidez, la represión interna impide consolidar una plataforma política o social que sirva de apoyo para los cambios. La fragmentación de las distintas comunidades étnicas y religiosas dificulta su convergencia y el recién constituido Consejo Nacional Sirio carece todavía de legitimación e influencia interna para cambiar la situación, aunque podría aumentarla en poco tiempo si recibe ayuda económica, asesoramiento técnico y reconocimiento suficiente. El Ejército Libre de Siria está formado por soldados y mandos intermedios que han desertado de las fuerzas armadas y que acaban de formar un Consejo Militar (un reducido grupo jefes y oficiales bajo el mando del coronel Riad al Asaad) pero no cuenta con capacidad ni organización para oponerse al régimen mediante una rebelión militar, por lo que trata de seguir la vía libia para forzar una intervención militar externa o recibir armas y asistencia técnica que le permita convertirse en la plataforma sobre la que articular las futuras fuerzas armadas y de seguridad sirias. A pesar de los esfuerzos de los países europeos y árabes por encontrar a un interlocutor que aglutine la movilización interna y el apoyo externo, el Consejo Nacional Sirio es una construcción externa desde el exilio sin implantación interna y el Ejército Libre Sirio es una construcción interna que alimenta la ficción de una rebelión armada contra el régimen. Las manifestaciones carecen todavía de un liderazgo político o militar que permita articular una oposición seria al régimen y sus representantes encuentran buena disposición en las cancillerías internacionales pero también encuentran dificultades legales y políticas para acelerar su reconocimiento. En estas condiciones, la respuesta interna es una suma de deserciones individuales que, por el momento, no es masiva ni incluye personalidades relevantes pero que podría serlo si la situación económica se agrava y si la oposición consolida sus posiciones en las zonas abandonadas por el Gobierno.

¿Se puede esperar alguna intervención exterior?

La intervención exterior se ha descartado hasta el momento tanto por quienes podían llevarla a cabo (el embajador estadounidense, Robert Ford, descartó el 29 de septiembre cualquier parecido con Libia) como por quienes podrían autorizarla en el Consejo de Seguridad (China y Rusia impidieron una resolución condenatoria el 5 de octubre de 2011) pero a medida que la represión se acentúa se puede esperar que se abra paso alguna iniciativa de intervención. Por un lado, Turquía y Francia han propuesto la creación de zonas de seguridad o corredores humanitarios para proteger a la población civil, una intervención que podría autorizarse si se encuentra una fórmula que evite una resolución multipropósito como la de Libia y dé protagonismo a los actores regionales en lugar de dárselo a la OTAN y la UE. Mientras, se amplían y profundizan las sanciones económicas y diplomáticas. Las primeras condenas colectivas ya se han producido y países han apoyado la resolución del Comité de Derechos Humanos de la Asamblea General de Naciones Unidas de 22 de noviembre condenado la represión del Gobierno sirio (Rusia y China se abstuvieron de apoyar la resolución aprobada junto con India o Sudáfrica mientras que Jordania, Kuwait, Arabia Saudita, Bahréin, Qatar, Marruecos y Egipto votaron a favor) y, además, la Liga Árabe del 27 de noviembre ha adoptado sanciones comerciales (con la oposición del Líbano, Irak y Argelia) sumándose a las ya impuestas por varios países como Estados Unidos, Turquía y la Unión Europea.

En sentido contrario, Irán sigue sosteniendo al régimen sirio para evitar que su caída aumente el protagonismo suní en la zona, dentro de su enfrentamiento con Arabia Saudita por la supremacía regional que crece a medida que se acerca la retirada definitiva de las fuerzas estadounidenses de Iraq. La reacción iraní a la caída del régimen sirio es el principal freno a cualquier intervención externa porque puede desestabilizar las monarquías de Bahréin y Arabia Saudita movilizando a sus comunidades chiitas del Golfo o puede presionar a Israel aprovechando su influencia sobre Hamás y Hezbolá desde territorio libanes o palestino (por no hablar del riesgo de contagio de los enfrentamientos suní y chiita en las zonas mixtas de El Líbano).  

¿Entonces, cómo puede cambiar la situación?

No existen soluciones sencillas ni rápidas para acabar con la represión de los el-Assad en Siria. La comunidad internacional dispone de instrumentos económicos y diplomáticos de presión que está aplicando de forma progresiva pero las sanciones económicas y el aislamiento político sólo dan resultados a largo plazo, por lo que el régimen continuará reprimiendo las manifestaciones hasta que le abandonen las élites económicas. Este escenario de implosión del régimen puede ocupar varios meses con un aumento progresivo de víctimas a medida que progrese la desesperación del régimen.

Si se mantiene la atención mediática sobre la represión en Siria, se abrirá paso la opción de una intervención externa, ya sea mediante una operación abierta con fines humanitarios y escaso perfil militar o una operación encubierta en la que se proporcione al Ejército Libre de Siria la formación y equipo militar del que carece. Esta opción también precisaría un tiempo para llevarse a cabo y podría demorarse cada vez que el régimen sirio redujera su nivel de represión. En defecto de una intervención externa, o para facilitarla, sería necesario reforzar la oposición interna, reforzando la legitimidad interna e internacional del Consejo Nacional Sirio y del Ejército Libre de Siria, para lo que deberían concertar sus posturas en relación con el reparto de armas, los objetivos de las acciones armadas y el control de las zonas bajo su control.
 
Ninguna solución externa o interna parece sencilla ni rápida para acabar con el régimen sirio mientras conserve su posición de fuerza actual, aunque todas las acciones ayudan a debilitarlo y, con ello, a facilitar la implosión que evite la guerra civil o la intervención militar que se barajan como alternativas a la misma.