España y la OTAN: 40 años no es nada

Banderas de la OTAN, España y la Unión Europea (imagen recortada)
Banderas de la OTAN, España y la Unión Europea (imagen recortada). Foto: NATO North Atlantic Treaty Organization (CC BY-NC-ND 2.0)

Veinte años es una medida sintomática del paso de tiempo, tal y cómo dice la canción; también es aproximadamente el periodo en el que se clasifica una generación; y es el tiempo que ha transcurrido desde los atentados del 11 de septiembre, un antes y un después en la política internacional, de seguridad y de defensa. La mitad de veinte es la vigencia aproximada de los conceptos estratégicos de la Alianza Atlántica, y el doble es el tiempo que España ha sido miembro de la Alianza Atlántica.

Fue el 30 de mayo de 1982, cuando España comenzó a cerrar la transición exterior, y también cuando los ejércitos españoles iniciaron una apertura que les encauzó hacia la senda democrática y la modernización, también de ideas y valores. El presidente Calvo-Sotelo tomó una decisión muy beneficiosa para los intereses de España, aunque muy impopular en ese momento.

Las razones políticas de la decisión de la incorporación española se pueden resumir en que España debía recuperar su presencia internacional como país europeo y democrático, apostando por las instituciones que integraban a dichas naciones europeas y democráticas. Y estando en la OTAN, además, se accedía con más facilidad negociadora a las instancias comunitarias. Su apuesta funcionó. La España que hizo frente a sus responsabilidades de seguridad entrando en el ámbito solidario de la OTAN podía presentarse ante la Comunidad Económica Europea (CEE) alegando poderosas razones para participar también en los esquemas económicos y de integración europea.

Han pasado cuarenta años desde ese 30 de mayo de 1982, y parece que fue ayer. Sobre todo, si se tiene en cuenta que casi la mitad –exactamente 17 años– España estuvo fuera de la estructura militar de la OTAN, como tampoco lo estaba Francia entonces, aunque nosotros no contábamos ni con su peso ni con sus armas nucleares. Curiosamente, cuando España se incorporó a la OTAN era miembro del Comité de Planes de Defensa, del Comité Militar, y del Grupo de Planes Nucleares, en ninguno de los cuáles estaba Francia.

La decisión de mantenerse fuera de la estructura militar aliada fue una de las condiciones del referéndum del 86. Quizás en ese momento fuera una decisión necesaria para que el gobierno socialista pudiera darle la vuelta a las encuestas, o quizás aún se necesitaba tiempo para que los ejércitos españoles estuvieran “mentalizados” para formar parte de una estructura de mandos diferentes. Pero fue una anomalía que, de no haberse producido, quién sabe los beneficios que hubiera reportado.

Los cambios internacionales de finales de los ochenta y principios de los noventa cambiaron la escena europea, cambiaron las amenazas y, como consecuencia, la estructura aliada pensada en función de los riesgos de la Guerra Fría debía ser transformada. España vio la oportunidad para incorporarse en la nueva estructura militar aliada que resultara de las transformaciones y cerrar, de ese modo, su proceso de plena adhesión. Además, las debilidades desde el punto de vista militar de nuestro peculiar modelo de pertenencia a la Alianza se pusieron de manifiesto cuando la Alianza tuvo que actuar en una operación real, en la antigua Yugoslavia, y eso tenía que cambiar.

El 1 de enero de 1999 España se incorporó plenamente en la OTAN, tras el apoyo del Congreso de los Diputados en 1996 para que el gobierno comenzase las negociaciones en la Alianza para cerrar dicha incorporación. El masivo apoyo del Congreso a la proposición del gobierno demostró que la percepción que de la OTAN tenía el pueblo español ya había cambiado de forma considerable. La incorporación plena coincidió, además, con la culminación del tránsito del modelo mixto al ejército profesional en España.

Desde entonces, han pasado otros veinte años y España se ha convertido en uno de los principales contribuyentes en los despliegues de la OTAN, en un socio creíble y fiable. Se ha adaptado, como la Alianza, a las diferentes circunstancias. De Kosovo a la lucha global contra el terror en Afganistán e Irak, pasando por Libia, Turquía y volviendo a girar su atención en el flanco este tras la anexión rusa de Crimea. Y casi siempre acompañada de los dilemas para conciliar sus compromisos internacionales, aportando siempre lo que se tenía, con unos reducidos presupuestos de defensa y, en ocasiones, una difícil situación económica.

Por delante, se espera un mundo más impredecible, más complejo y competitivo que en 2010, cuando se aprobó el último concepto estratégico. El nuevo que se apruebe en la cumbre de Madrid, deberá abordar nuevos retos como la rivalidad con China, la ciberseguridad, las pandemias y las tecnologías disruptivas, así como una serie de retos internos como la cohesión atlántica y un proceso de toma de decisiones más rápido. La OTAN deberá cubrir todo un amplio espectro de amenazas a nuestras sociedades y fuerzas armadas. Pero, con toda seguridad, el concepto estratégico será valorado, en primer lugar, por cómo se afronta una vieja y conocida amenaza, y la más inmediata: Rusia.

El cuarenta aniversario de la adhesión de España a la OTAN coincide con la agresión rusa en Ucrania, con una guerra convencional en Europa y una vuelta a la defensa colectiva tal y como proclamaba el Tratado del Atlántico Norte de 1949. También hemos visto como se ha pasado de la disparidad entre los aliados estadounidenses y europeos a una unidad nunca vista. Es el momento de recordar que fue precisamente en Madrid, en la cumbre de la OTAN de 1997 y con un secretario general de la OTAN español –Javier Solana– donde se acordó, por primera vez, la ampliación aliada hacia el Este de Europa con Hungría, Polonia y República Checa. Fue precisamente allí donde también se suscribió una Carta de Asociación Especial con Ucrania, de inferior rango al Acta con Rusia, que convertía a Ucrania en un interlocutor de privilegio ante Occidente. Y también fue en la Cumbre de Madrid y en su comunicado final donde, a iniciativa española, se potenciaba el diálogo mediterráneo en el seno de la Alianza. Es conocido el impulso que España ha dado a la agenda sur aliada, con la idea de que la OTAN debe ser capaz de dar respuestas frente a cualquier amenaza, desde cualquier lugar y en cualquier momento

El 30 de mayo de 1982, hace cuarenta años, España se convertía en el décimo sexto miembro de la Alianza Atlántica. Para la Alianza era sobre todo una cuestión geográfica porque con su incorporación cerraba entonces una brecha en el sur de Europa. Era la época de la crisis de los euromisiles, y el Kremlin había comenzado a instalar misiles de corto alcance en Europa del Este. España, a ojos aliados, era el único peón que quedaba libre. Cuarenta años después, en la cumbre de Madrid y en el país que cerró una importante brecha geográfica para la OTAN hace cuatro décadas, se puede comenzar a cerrar otra importante brecha geográfica, la de Europa del norte. Será en la capital donde comiencen las negociaciones de los protocolos de adhesión de dos Estados miembros y de dos democracias consolidadas como son Finlandia y Suecia. Será una bonita manera de cerrar el círculo, y de comenzar a dibujar uno nuevo.


Banderas de la OTAN, España y la Unión Europea (imagen recortada). Foto: NATO North Atlantic Treaty Organization (CC BY-NC-ND 2.0).