Algunas implicaciones geopolíticas de la elección del BID

Implicaciones geopolíticas en la elección del BID. Vista espacial de Latinoamérica sobre fondo con dólares americanos

Tras el triunfo de Lula da Silva en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales brasileñas fueron muchos los que, tanto dentro como fuera de América Latina, echaron las campanas al vuelo. Una idea dominante era que a partir de entonces (en realidad del 1 de enero de 2023, cuando comience el tercer mandato de Lula) las cinco mayores economías regionales (Argentina, Brasil, Chile, Colombia y México) tendrían gobiernos progresistas o de izquierda y que esto marcaría de forma clara el futuro regional. En realidad, se podría hablar de las seis mayores economías, aunque tras el fiasco de Pedro Castillo en Perú y de los constantes escándalos de corrupción y mala gestión que planean sobre la Casa de Pizarro, mejor sería quedarse en cinco.

Las expectativas no están únicamente puestas en la economía. La suma de gobiernos de izquierda, también llamada marea rosa o giro a la izquierda, parece abrir grandes posibilidades de marchar hacia un futuro más promisorio si se comparten objetivos comunes y se coordinan aquellas políticas más funcionales para alcanzarlos. Y si bien parecía que el 30 de octubre pasado se abría un nuevo ciclo en América Latina, la alegría suele durar muy poco en la casa del pobre.

Pronto llegó el momento de presentar candidaturas para elegir al nuevo presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y con él la posibilidad de un entendimiento entre los gobiernos progresistas. Ello implicaba decantarse por un candidato de consenso, un candidato único que representara a la región. La convergencia era más necesaria que nunca, especialmente tras el clamoroso fracaso de Mauricio Claver-Carone, el elegido de Donald Trump.

Pero, el consenso no fue posible y en su lugar se presentaron cinco candidaturas, tres de países con presidentes auto reconocidos progresistas (Argentina, Chile y México). Esta proliferación de nombres mostró la imposibilidad de la coordinación intergubernamental, especialmente en un tema tan sensible como la presidencia del BID. A estas tres opciones se agregó la brasileña, inicialmente propuesta por Jair Bolsonaro, aunque le correspondió al presidente electo indicar finalmente sus preferencias.

Y si bien no hubo consenso, el brasileño Ilan Goldfajn terminó siendo el elegido. Hubo un tímido debate sobre cuánto lo respaldaba el gobierno entrante. Tanto el exministro de Exteriores de Lula, Celso Amorim, como el exministro de Hacienda, Guido Mantega, le bajaron el pulgar. Pese a ello, horas antes de la elección Amorim, con gran peso dentro del PT en todo lo relativo a política exterior, matizó sus opiniones y retiró su veto rotundo.

En la discusión sobre la elección de Goldfajn, de lejos el mejor candidato para el puesto, estaba implícita la opinión de Lula y de su equipo de transición, especialmente en un área tan decisiva como la economía. Los sectores más radicales del PT pretenden hacer las menores concesiones posibles al centro político en su afán por diseñar las políticas públicas que modelen el Brasil posbolsonarista. Ahora bien, el pragmatismo de Lula y la presencia de Geraldo Alckmin parecen inclinar las cosas en otra dirección.

El proceso electoral del BID no solo mostró que América Latina sigue sin hablar con una sola voz, sino también que han aumentado las contradicciones en la izquierda regional. Después de la retirada de la candidatura de la mexicana Alicia Bárcena, mal vista por Estados Unidos por el sesgo de su gestión en la CEPAL, Argentina presentó a Cecilia Todesca, pensando que su condición de mujer y el apoyo teóricamente prometido por Andrés Manuel López Obrador al presidente Fernández serían suficientes. No fue así, a tal punto que México no retiró la candidatura de Gerardo Esquivel, subgobernador del Banco de México.

La moraleja es que los dos presidentes están furiosos y frustrados. Fernández por sentirse engañado por su supuestamente gran aliado en el Grupo de Puebla. El enfado fue tal que suspendió su viaje a México para participar en una especie de reunión de gobernantes de izquierda con motivo de la Cumbre de la Alianza del Pacífico, una Cumbre que finalmente López Obrador desconvocó, aduciendo la inasistencia de Pedro Castillo, al que el Congreso no lo autorizó a salir de su país. Al no ser la primera vez que el congreso peruano le negaba el permiso de viaje, su inasistencia a la Cumbre de la Alianza no podía ser ninguna sorpresa, razón por la cual no se entiende como México no adoptó una estrategia alternativa.

López Obrador no encajó bien la derrota en el BID, echando la culpa a los de siempre: el imperialismo y el neoliberalismo: “No hay un cambio en la elección del director del BID, es más de lo mismo, es lo que se ha venido aplicando durante todo el periodo neoliberal, se ponen de acuerdo con el visto bueno de Estados Unidos y así eligen”. En su victimismo y omnipotencia se olvida que Estados Unidos y Canadá sumaron a la Argentina de Fernández y también, de alguna manera, al Brasil de Lula. Y si no ganó un mexicano fue por no haber negociado en condiciones con sus pares regionales. Si bien México tenía en Santiago Levy un excelente candidato, para López Obrador es fundamental que sus nominados le sean fieles y estén en total sintonía con su proyecto político de la Cuarta Transformación (4T), aunque esto le suponga quedarse sin un cargo tan importante como éste.

Hay una última cuestión en torno a la elección de Goldfajn y es cómo quedarán las relaciones entre México y Brasil, unas relaciones que nunca fueron demasiado aceitadas. Y si bien se esperaba que la coincidencia de Lula y López Obrador facilitara las cosas, no está nada claro lo que ocurrirá en el futuro inmediato. La primera duda por despejar es si López Obrador viajará a Brasilia el 1 próximo de enero, para la toma de posesión del nuevo presidente. Y si bien lo llamó para felicitarlo, habrá que ver si finalmente se desplaza. La segunda, qué ocurrirá con el intento de resucitar Unasur, una propuesta apoyada, entre otros, por Dilma Rousseff.

El relanzamiento de Unasur retiraría a México de la ecuación integracionista, algo complicado tras el esfuerzo del gobierno de López Obrador de impulsar la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y del capital político invertido en los dos años (2020 y 2021) que ostentó la presidencia pro tempore de la organización. Si en lugar de López Obrador hubieran presidido México Enrique Peña Nieto, Felipe Calderón o Vicente Fox, la iniciativa de Unasur (liderada por Nicolás Maduro) sería más sencilla.

A esto hay otro dato que considerar. En octubre de 2023 habrá elecciones presidenciales en Argentina. Y si la oposición llega unida a los comicios, las opciones del kirchnerismo-peronismo actualmente para retener el poder son escasas. De consumarse la alternancia, el bloque progresista latinoamericano sufriría una merma importante. De todos modos, la elección del presidente del BID ha desvelado las dificultades que afronta la izquierda latinoamericana en la construcción de su tan anhelada Patria Grande. Un sueño que, para poder concretarse, exige hablar con todos, dejar de lado los prejuicios políticos e ideológicos y ser más proactivos en la defensa de la democracia y los derechos humanos.


Imagen: Vista espacial de Latinoamérica sobre fondo con dólares americanos. Créditos: Goinyk y SteveAllenPhoto999.