Tras el 7 de julio: ¿qué estrategia tiene el terrorismo internacional?

Tras el 7 de julio: ¿qué estrategia tiene el terrorismo internacional?

Tema: El actual terrorismo internacional, al cual subyace el movimiento de la yihad neosalafista global, lo practican grupos y organizaciones que comparten tanto un objetivo último como una misma estrategia. A partir de ese dato por el momento invariable y de otros factores situacionales que son más cambiantes, cabe interpretar atentados como los del once de marzo de 2004 en Madrid o el siete de julio de 2005 en Londres.


Resumen: Cuantos atentados se cometen en las sociedades europeas o norteamericanas, al igual que los perpetrados contra ciudadanos e intereses occidentales fuera de sus respectivos países, se inscriben en la estrategia dual de confrontación desarrollada por el actual terrorismo internacional, de acuerdo con el objetivo último de unificar políticamente al mundo musulmán que comparte el movimiento de la yihad neosalafista global. Este aspira también a instaurar un régimen afín en el corazón del mundo islámico. Desbaratado el santuario afgano y mientras tratan de incidir sobre la estructura y distribución del poder en otros países del mundo islámico, Irak se ha convertido en un escenario fundamental donde materializar esos propósitos y desde el cual promover la movilización de su población de referencia. De aquí que desde hace más de dos años atenten o amenacen con hacerlo contra blancos aliados de Washington. Pero la amenaza del terrorismo internacional es anterior y relativamente independiente de lo que ocurre en aquel país, de modo que continúa cerniéndose sobre el conjunto de las sociedades occidentales y, en concreto, los Estados miembro de la Unión Europea. Estamos ante un fenómeno que puede ser contenido y aminorado, pero cuya pronta erradicación no es, hoy por hoy, una expectativa realista.


Análisis: La serie concatenada de explosiones ocurridas el siete de julio de 2005 en Londres, al igual que los atentados registrados el once de marzo de 2004 en Madrid, se inscriben en el marco de la estrategia global desarrollada desde hace más de una década por el actual terrorismo internacional. Puede que la matanza perpetrada en la capital británica haya sido planificada y ejecutada directamente por la propia al-Qaeda, quizá por individuos pertenecientes a alguna de sus entidades asociadas, acaso por células locales autoconstituidas a partir de segmentos radicalizados de las comunidades musulmanas de procedencia asiática o africana que existen en el Reino Unido, imputable incluso a una combinación variable de esos diversos pero de una u otra manera interrelacionados elementos. El caso es que el tan complejo como extendido entramado de grupos y organizaciones que configuran en nuestros días el movimiento de la yihad neosalafista global, subyacente a esa actividad terrorista, comparte un mismo objetivo último. En concreto, persigue la unificación política del mundo musulmán a través de la instauración de un nuevo califato o suerte de imperio islámico contemporáneo que se extienda desde el extremo occidental de la cuenca mediterránea hasta los confines del sudeste asiático. Y esta ambiciosa finalidad, en modo alguno incompatible con la propia agenda territorializada de cada una de las entidades nacionales o regionales que componen las redes de esa violencia mundializada, supone de hecho una doble confrontación que la asimetría del conflicto en que los yihadistas creen estar inmersos convierte en terrorismo internacional.

Por una parte, implica una confrontación contra lo que los estrategas de la yihad neosalafista global definen como el enemigo cercano. Es decir, los gobernantes de países con población mayoritariamente musulmana a quienes se tiene por incrédulos o apóstatas, en la medida en que no se conducen de acuerdo una estricta observancia de los preceptos coránicos y a los cuales se califica además de tiranos. Epíteto este que reciben no en base al modo en que accedieron o se mantienen en el poder sino en atención a comportamientos que, siempre según los radicales islamistas que les acusan y amenazan, se alejan de lo que consideran debería ser acorde con una interpretación rigorista de la sharia. Tanto la propia al-Qaeda como los grupos de ámbito nacional o regional concernidos según su zona de actuación, persiguen el derrocamiento de esos gobernantes musulmanes calificados de incrédulos, herejes o tiranos, para establecer en su lugar regímenes donde no impere otra norma que una interpretación literal, intemporal y puritana de la ley coránica. Ahora bien, en la práctica lo cierto es que el actual terrorismo internacional ha terminado por dirigirse también y principalmente contra enteras comunidades de musulmanes a los cuales estigmatizan de igual modo como incrédulos, bien sea porque tratándose de suníes no se comportan de acuerdo con el fundamentalismo neosalafista ni se someten al dictado de al-qaeda o sus numerosas entidades asociadas, bien porque pertenecen a comunidades no incluidas en el marco de aquella tradición religiosa, caso de líderes clericales y seguidores adscritos a la corriente chií del islam. Es previsible que semejante deriva provoque, como ya es el caso, contradicciones internas en el movimiento yihadista global, que se añadirían a las rivalidades étnicas observadas entre dirigientes o cuadros de origen árabe y, por ejemplo, los de procedencia centroasiática.

Pero la estrategia del actual terrorismo internacional supone, por otra parte, la plasmación efectiva de una confrontación dirigida también contra el enemigo lejano, es decir, contra sociedades no musulmanas o sociedades de los tenidos por infieles. En particular, aunque no sólo, aquellas que de acuerdo con una lectura intemporal de los textos en que los yihadistas contemporáneos basan sus creencias y una visión dicotómica del mundo, propia como es sabido de cualquier mentalidad terrorista, son definidas como específicas de judíos y cruzados. Así, los dirigentes y adeptos de cuantos grupos y organizaciones se integran en las redes del terrorismo panislámico consideran que la hegemonía mundial de los países occidentales supone un obstáculo fundamental para la consecución de su objetivo último, para el restablecimiento de una verdadera umma o comunidad de los creyentes en el islam y para que esta religión, entendida tal y como los belicosos neosalafistas la entienden, que dista sobremanera de las orientaciones mayoritarias del credo musulmán, domine con todas sus implicaciones sobre el conjunto de la humanidad. Así, los intereses y las poblaciones de adscripción occidental, más concretamente si se trata de estadounidenses, europeos o australianos, también por supuesto de israelíes, han sido y son blanco codiciado tanto de al-Qaeda como del resto de grupos y organizaciones que configuran en nuestros días el terrorismo internacional desde hace al menos diez años.

Así, los actos de terrorismo practicados contra blancos occidentales han tenido y continúan teniendo lugar tanto en los territorios musulmanes donde sus intereses y ciudadanos están presentes y de los cuales se les pretende expulsar, especialmente si las naciones occidentales hubieran desplegado en ellos contingentes militares, como en terceros países o en su propio suelo. Es sobre todo en este último supuesto, cuando los actos de terrorismo internacional son perpetrados en el seno de países europeos o norteamericanos por ejemplo, como se aprecia que con atentados espectaculares y altamente letales los terroristas pretenden socavar la fibra social y el sentido del orden en que descansan nuestras sociedades, erosionar sus estructuras e instituciones básicas. Algo sobre lo que muy posiblemente conseguirían incidir sustanciosamente si llegaran a perpetrar en alguna metrópoli del mundo occidental uno de esos atentados con ingredientes no convencionales y resultados de destrucción masiva a los que todo indica parecen decididamente predispuestos al amparo de un ideario carente de inhibiciones morales para el homicidio en masa. Sin embargo, pese a la retórica antioccidental que habitualmente exhiben en sus escritos y proclamas las figuras más prominentes del terrorismo internacional, el desafío que los yihadistas neosalafistas plantean se cierne, además de sobre los gobernantes y las sociedades de los mundos islámico y occidental, sobre otros ámbitos civilizatorios como el hindú o el sínico. Es previsible que éstos dos últimos se vean tanto más afectadas por esa violencia de lo que hasta ahora lo han sido en la medida en que concurran con europeos y norteamericanos por la hegemonía mundial o se impliquen más activamente en iniciativas globales de cooperación antiterrorista.

Osama bin Laden, líder carismático de al-Qaeda, hizo pública a mediados de los noventa una declaración en la cual quedaba claro que el ámbito de la violencia yihadista en modo alguno se limitaba a una determinada región del planeta, idea en la que han insistido con posterioridad otros dirigentes de aquella misma organización. El conocido edicto al que me refiero, emitido en agosto de 1996, dice textualmente: “la orden de matar a los estadounidenses y sus aliados, civiles o militares, es una obligación individual para todo buen musulmán, que puede hacerlo en cualquier país donde le sea posible”. Este dato en concreto, unido al que se refiere a los declarados objetivos panislámicos del actual yihadismo neosalafista global y a otros indicadores relevantes relacionados con la extensión de sus redes y su operatividad, permite argumentar que dicho fenómeno adquiere las características propias no ya de un terrorismo internacional sino de un verdadero terrorismo global. No en vano, es una violencia mundializada que se sustenta sobre redes extendidas en al menos varias decenas de países, tanto dentro del mundo árabe e islámico como fuera del mismo. Asimismo, los atentados perpetrados por entidades y células relacionadas con esas redes se han materializado a lo largo y ancho del planeta, ampliando sucesivamente los escenarios geopolíticos en que ha dejado su cruenta impronta. Finalmente, los emprendedores y activistas de la yihad neosalafista global han mostrado que tienen capacidad para perpetrar actos de megaterrorismo, es decir atentados que por su magnitud y consecuencias son diseñados y ejecutados no ya a escala local, ni siquiera regional, sino de la sociedad mundial en su conjunto.

Para los doctrinarios de esa yihad neosalafista global que subyace al actual terrorismo internacional, su éxito depende en gran medida de la capacidad que tenga ese movimiento para atraerse adeptos en su propia población de referencia. De aquí la importancia que conceden al adoctrinamiento y la propaganda, siempre adosada mediante internet, grabaciones en vídeo o letra impresa, a los atentados que perpetran, en mensajes y proclamas cuyo contenido acomodan sus autores al carácter confesional de aquella población de referencia y a los factores situacionales que les convenga utilizar para justificarse. De aquí la necesidad de una respuesta, por parte de los gobiernos democráticos, proporcionada y sensible a la percepción que de la implementación de las medidas de seguridad nacional se tenga en el seno de las comunidades musulmanas. Aun cuando la inmensa mayoría de los cerca de mil millones de musulmanes, tanto en el mundo islámico como fuera del mismo, ignore las proclamas de Osama bin Laden y otros ideólogos islamistas radicales, de manera que sólo una muy pequeña parte de quienes las conocen esté de acuerdo con ellas, la eventual radicalización de un exiguo porcentaje de aquellos permitiría estimar en entre uno y dos millones el remanente de individuos, en particular varones relativamente jóvenes, susceptibles de ser captados en las redes de un terrorismo internacional que aún está lejos de remitir. Si aplicáramos esa misma ratio a los países europeos, cabría estimar en no menos de dos mil individuos entre los musulmanes que habitan en el Reino Unido, y una cifra difícilmente inferior a mil en el caso de España, el potencial real e inmediato de movilización correspondiente al terrorismo internacional en ambos países. En el bien entendido que potencial de movilización alude únicamente a la predisposición que pudieran tener determinadas personas, en función de su posición dentro de la estructura social del país donde habitan, de sus experiencias de socialización y de sus ligámenes con amigos o parientes ya adheridos al neosalafismo, a verse inmersos en procesos de radicalización, terminar haciendo suyo el ideario yihadista y mostrarse favorables a participar en actos de terrorismo que, en su propia definición fanatizada de la realidad, entenderían como cumplimiento del imperativo religioso de la yihad. Pero sólo una pequeña fracción de los musulmanes radicalizados se implica finalmente en actividades terroristas.

Con el suficiente apoyo o la suficiente aquiescencia popular, las entidades que constituyen el movimiento yihadista global aspiran, a corto o medio plazo, a instaurar un régimen de índole neosalafista en el corazón mismo del mundo islámico, desde el cual avanzar en la recuperación de lo que consideran como esplendor perdido por el Islam y en la restauración de un califato panislámico según lo anticipado por el profeta Mahoma, que por cierto incluiría Al Andalus. Desbaratado años atrás el santuario afgano y mientras tratan de incidir sobre la estructura y distribución del poder en otros países del mundo islámico, Irak se ha convertido en un escenario fundamental donde materializar esos propósitos y desde el cual promover la movilización de lo que definen como nación musulmana. A este respecto, pocos ponen en duda que la invasión y ocupación de ese país se ha convertido en uno de los principales conflictos pasados y presentes, si no ahora mismo el principal, que afectan a poblaciones musulmanas y son percibidos como agravio comparativo por la opinión pública del mundo islámico, propiciando procesos de radicalización y reclutamiento terrorista por parte de las entidades que configuran el movimiento de la yihad neosalafista global. Algo particularmente observable en determinados países de Europa occidental, como es el caso del Reino Unido y también, aunque probablemente en alguna menor medida, de España, donde se captan individuos que son enviados a Irak para implicarse en actividades violentas e incluso en actos de terrorismo suicida. Además, el eventual retorno de esos individuos a sus países o comunidades de procedencia supondrá un incremento en la amenaza que sobre las sociedades europeas plantea el terrorismo internacional.

Al-Qaeda y sus entidades afiliadas aspiran, de cualquier modo, a conseguir el abandono de dicho país por parte de las tropas extranjeras estacionadas en territorio iraquí o una situación polarizada entre el terrorismo internacional y los soldados estadounidenses. De aquí que desde hace más de dos años atenten o amenacen con hacerlo, de entre sus blancos occidentales, sobre todo contra aliados de Washington. A lo que cabe añadir que atentar contra ciudadanos e intereses occidentales podría ser para al-Qaeda o cualquiera de sus entidades afiliadas tanto una manera de compensar las críticas que dentro del mundo islámico puedan estar recibiendo por matar musulmanes de manera sistemática en localidades iraquíes o afganas, como asimismo una fórmula para autoafirmarse y tratar de recobrar la credibilidad parcialmente perdida acallando especulaciones sobre un progresivo debilitamiento de aquella estructura terrorista como resultado de las respuestas nacionales e internacionales implementadas tras el once de septiembre. Debilitamiento que, paradójicamente sin embargo, alguien se atrevería a deducir tanto de los esfuerzos que el terrorismo internacional dedica en la actualidad a ejercer un implacable control social sobre lo que se supone es su población de referencia como de la ejecución y la escala misma de los atentados perpetrados el once de marzo en Madrid o el siete de julio en Londres. Incidentes que, en sentido bien distinto, resultarían indicativos de un yihadismo terrorista más extendido, amorfo, elusivo y difuso, que quizá esté intensificando su presencia en los países europeos precisamente desde el cambio de milenio. Algunos análisis de inteligencia calculan entre quince y treinta el número de serios atentados de terrorismo internacional desbaratados con éxito durante los últimos cuatro años.

Conclusión: Con anterioridad a la invasión y ocupación de Irak, el terrorismo internacional había adoptado ya una estrategia dual de confrontación dirigida tanto contra el enemigo cercano, ubicado en el propio mundo islámico, como contra el enemigo lejano, básicamente las sociedades occidentales. Sin embargo, ese país se ha convertido durante los dos últimos años en un escenario fundamental donde materializar los propósitos que comparte el movimiento de la yihad neosalafista global y desde el cual promover la movilización de lo que sus emprendedores definen como nación musulmana. Aquel primer dato por el momento invariable y esta segunda circunstancia situacional configuran el marco en que, a mi juicio, deben interpretarse los atentados del siete de julio de 2005 en Londres, al igual que los del once de marzo de 2004 en Madrid. Sin olvidar que la amenaza subyacente a la yihad neosalafista global en modo alguno se limita a los países cuyas autoridades son aliadas de las estadounidenses en la intervención militar sobre Irak. Antes bien, la amenaza del terrorismo internacional es anterior y, salvo por lo que se refiere a determinados aspectos de su evolución más reciente, relativamente independiente de lo que ocurre en dicho país, de modo que se cierne sin solución de continuidad sobre el conjunto de las sociedades occidentales.

Ayman al Zawahiri, posiblemente el principal estratega de al-Qaeda y por extensión del entramado que constituye hoy en día terrorismo internacional, había amenazado explícitamente a países europeos mediante un comunicado que hizo público en octubre de 2002. Casi un año antes, curiosamente a través de un documento publicado en diciembre de 2001 por un diario en lengua árabe que se edita en Londres, insistía en que la guerra santa auspiciada desde su organización debía llevarse a cabo tanto frente al enemigo cercano como frente al adversario lejano. Al mismo tiempo, proporcionaba otras tres indicaciones prácticas que instaba a seguir en la ejecución efectiva de los actos de la yihad que se expresan en forma de violencia terrorista. En primer lugar, consideraba necesario “infligir el máximo de víctimas al oponente” al igual que requería, en segundo lugar, “concentrarse en el método de las operaciones de martirio como la manera más exitosa de ocasionar daño al oponente y la menos costosa para los muyahidín”, instando por último a elegir blancos y armas que tengan el deseado impacto “sobre la estructura del enemigo”. Estos son los parámetros genéricos de una amenaza que persiste, mientras que las justificaciones de oportunidad política o los análisis estratégicos particulares que realicen quienes promueven el actual terrorismo internacional son susceptibles de variar a lo largo del tiempo, según las condiciones del entorno y el modo en que puedan beneficiarse de ellas los actores tanto individuales como colectivos adheridos a la yihad neosalafista global.

Fernando Reinares es investigador principal de terrorismo internacional en el Real Instituto Elcano y catedrático de Ciencia Política en la Universidad Rey Juan Carlos.