El empleo de aviones de combate no tripulados contra al-Qaeda en Pakistán: ¿una estrategia eficaz? (ARI)

El empleo de aviones de combate no tripulados contra al-Qaeda en Pakistán: ¿una estrategia eficaz? (ARI)

Tema: La campaña de ataques con aviones de combate no tripulados (drones) por parte de la CIA en Pakistán está infligiendo daños severos a los recursos humanos y a la operatividad de al-Qaeda. Sin embargo, es dudoso que esta estrategia impida por sí sola la preparación de nuevos atentados terroristas en Europa y EEUU.

Resumen: EEUU ha convertido el empleo de aviones de combate no tripulados (drones) en el principal instrumento para debilitar el liderazgo y la funcionalidad de al-Qaeda en Pakistán. La utilización de drones armados con este fin fue una posibilidad que se barajó antes de los atentados del 11 de septiembre de 2001 y que comenzó a aplicarse desde el inicio de la intervención en Afganistán, pero ha sido con la Administración Obama cuando los ataques con drones en Pakistán han alcanzado unos niveles de intensidad verdaderamente significativos. Esta circunstancia está motivando que se cuestionen cada vez más los aspectos legales y éticos de dicha estrategia, al tiempo que ha suscitado un debate sobre la efectividad de las acciones de decapitación, basándose en los resultados de experiencias previas contra grupos distintos de al-Qaeda. A la luz de la información disponible se puede afirmar que los ataques con drones por parte de la CIA en Pakistán están debilitando a al-Qaeda, pero que por sí solos resultan insuficientes a la hora de acabar con la organización terrorista y evitar su participación en nuevos atentados en Europa y EEUU.

Análisis: En los últimos dos años EEUU ha recurrido crecientemente al empleo de aviones de combate no tripulados (UCAV, o drones, aunque esta denominación también se aplica a los no armados) con el fin de dañar la capacidad operativa de las organizaciones yihadistas asentadas en la región noroeste de Pakistán, entre ellas al-Qaeda. En 2009 el número de ataques superó el total de los realizados durante los años 2004 y 2008 (53 frente a 43). En septiembre de 2010 la cifra de ataques ya ha superado el conjunto del año anterior (69). Este análisis ofrece una visión de conjunto sobre las características de esta estrategia y sobre sus posibles efectos en la operatividad del núcleo central de al-Qaeda.

Al-Qaeda y los “drones”: una antigua relación
Según el informe de la Comisión que investigó los atentados del 11-S, la posibilidad de armar aviones no tripulados y de utilizarlos para atacar a los dirigentes de al-Qaeda se remonta a varios meses antes del 11 de septiembre de 2001. Desde septiembre de 2000, se habían puesto en marcha los vuelos de drones Predator sobre Afganistán con el fin de obtener información sobre la infraestructura y el paradero de los líderes de al-Qaeda. En varias ocasiones los drones captaron imágenes de un individuo vestido de blanco, de estatura elevada y rodeado de guardaespaldas. Los analistas de inteligencia norteamericanos sospechaban que se trataba de Bin Laden, aunque la resolución de las imágenes no permitía contrastar su identidad.

Inicialmente se pensó en aprovechar la información proporcionada en tiempo real por los drones para atacar con misiles de crucero las instalaciones de la organización terrorista y acabar con su líder. En agosto de 1998 EEUU había lanzado varias decenas de misiles Tomahawk contra objetivos de al-Qaeda en Afganistán, incluido uno en el que supuestamente se encontraba Osama Bin Laden, como represalia por los atentados de las embajadas estadounidenses en Kenia y Tanzania. Pocos meses después se barajó la opción de un nuevo ataque contra Bin Laden en Kandahar, pero fue desechada al cuestionarse la exactitud de la inteligencia y por temor a los daños colaterales.

Fue en aquel período cuando se planteó la posibilidad de armar los Predator. El empleo de misiles de crucero requería varias horas desde que se obtenía la información procedente de inteligencia humana, electrónica o de imágenes hasta que los Tomahawks, lanzados desde buques situados en el Índico, alcanzaban su objetivo. En cambio, los Predator armados permitían actuar de manera inmediata y contra objetivos móviles ya que los aparatos pueden volar durante más de 10 horas sobre un área situada a 700 kilómetros de su punto de despegue. A lo largo de 2001 se produjo un debate en el seno de la Administración norteamericana sobre los aspectos políticos, legales y burocráticos de esta medida, al tiempo que se preparaba la adaptación de los misiles que portarían los drones (el misil contracarro Hellfire) para ser utilizados contra blancos de otra naturaleza. A mitad de proceso tuvo lugar el 11-S.

El desarrollo de los Predator armados se aceleró al ritmo de los acontecimientos. En octubre de 2001 entraron en servicio los primeros UCAV, y uno de ellos acabó semanas más tarde con el número tres de al-Qaeda, Mohamed Atef (Abu Hafs al Masri). A partir de entonces el empleo de drones de combate fue una práctica habitual en Afganistán y, posteriormente, en Irak.

Actualmente la mayoría de los UCAV que vuelan en Afganistán dependen de la Fuerza Aérea y cumplen tareas esencialmente militares (protección de rutas e instalaciones, apoyo a unidades de tierra, etc.). Las misiones de los drones operados por la CIA en Pakistán pertenecen a una categoría diferente. Su principal objetivo consiste en abatir a individuos clave de al-Qaeda y de la insurgencia talibán, y el conjunto de sus actividades es tratado como una operación secreta de la Agencia.

Los ataques de la CIA han dado lugar a una intensa polémica en la sociedad paquistaní, que a su vez explica la actitud ambivalente del gobierno de Islamabad. Por un lado, el gobierno paquistaní condena públicamente lo que considera una violación de su soberanía, mientras que, por otro, colabora con el empleo de los drones que, de facto, no sólo operan en su espacio aéreo sino que en algunos casos aterrizan y despegan desde la base aérea de Shamsi, perteneciente a la Fuerza Aérea paquistaní. La cooperación se extiende al campo de la inteligencia sobre el terreno ya que las fuentes humanas de la inteligencia paquistaní proporcionan información para realizar los ataques. También está contribuyendo al consentimiento de Islamabad que una proporción elevada de los ataques se dirijan contra líderes y militantes de la insurgencia talibán paquistaní, como por ejemplo el líder del TTP Baitullah Mehsud, abatido en agosto de 2009. De los ataques realizados en los dos últimos años, 71 tuvieron por objeto a los talibán o al propio Mehsud (varios fallidos hasta el último de ellos), mientras que sólo 15 se dirigieron contra al-Qaeda.

Como ya se ha señalado al comienzo, la campaña de los drones en Pakistán ha experimentado un aumento significativo a partir del año 2008. Son tres los factores que explican esta tendencia. En primer lugar razones de carácter técnico. Los UCAV son una novedad en el inventario de EEUU y tanto su adquisición, como la formación de sus operadores requiere tiempo. Cuando comenzó la guerra en Afganistán la Fuerza Aérea norteamericana disponía de un número muy reducido de Predator, en especial de su versión armada. Actualmente el número total de UCAV supera los dos centenares. Estos incluyen tanto el MQ1-Predator como el más avanzado MQ9-Reaper, un drone diseñado específicamente para el combate, con una autonomía y capacidad de carga bélica superiores. Lo mismo ocurre con la formación de los pilotos. En 2006 la USAF sólo podía volar simultáneamente 12 drones a la vez (en su mayoría en Irak y Afganistán, controlados desde una base aérea en Nevada), y en 2009 su capacidad se había ampliado a 34 patrullas de combate. En el caso de los vuelos operados por la CIA tanto el carácter de los operadores como el número de aparatos son secretos, pero es de suponer que la Agencia habrá estado sujeta a limitaciones técnicas similares.

El segundo motivo es de carácter político. Desde que se tomó la decisión de invadir Irak, la guerra y la posterior insurgencia han exigido un desvío sustancial de recursos militares y de inteligencia, y por tanto una reducción de medios para combatir a al-Qaeda en Afganistán/Pakistán. Aunque a mediados de 2008 se incrementaron las misiones de la CIA, ha sido desde el comienzo de la Administración del presidente Barak Obama cuando el empleo de los drones se ha convertido en una estrategia privilegiada, superando en 2009 el conjunto de ataques realizados en los años precedentes, y manteniendo la tendencia al alza a lo largo de 2010. Esta política concuerda con la promesa electoral de centrar los esfuerzos en Afganistán y Pakistán.

Por último, es probable que el aumento de los ataques con drones sea resultado de la mejora de la inteligencia sobre el terreno en las áreas tribales de Pakistán. Desarrollar una red de inteligencia humana lleva tiempo y posiblemente EEUU y Pakistán están recogiendo los frutos de años previos de inversión. Aunque la CIA guarda con reserva los detalles de su programa de drones, parece ser que lleva a cabo los ataques cuando además de la inteligencia de imágenes y, en ocasiones, de señales, cuenta con información procedente de al menos dos fuentes humanas. La inteligencia de imágenes de los UCAV es insuficiente por sí misma para comprobar la identidad de personas concretas. Así se demostró dramáticamente en febrero de 2002 cuando un Predator lanzó sus misiles contra tres individuos en la frontera oriental de Afganistán, uno de los cuales vestía de blanco, llevaba barba y era de elevada estatura, lo que llevó a pensar que era Osama Bin Laden. Posteriormente se comprobó que eran civiles afganos en busca de chatarra. Por tanto, además de por razones políticas y de disponibilidad de aparatos, la intensificación de los ataques en Pakistán podría estar vinculada a una mejora de la inteligencia sobre el terreno en las Áreas Tribales Federalmente Administradas (FATA).

El debate sobre la efectividad de la campaña
Los ataques con drones en Pakistán han suscitado diversos tipos de críticas en EEUU. Por una parte se cuestiona la legalidad de dichas acciones. A diferencia de los UCAV de la Fuerza Aérea, operados por pilotos vestidos de uniforme y que llevan a cabo misiones relativamente similares a las de un avión o helicóptero de combate tripulados, la CIA no ofrece detalles sobre el estatus de quiénes operan sus UCAV, sobre el proceso mediante el que se seleccionan de objetivos o sobre el número y naturaleza de las víctimas que provocan los ataques. Todo lo cual genera reticencias con respecto al control político de las operaciones, así como al hecho mismo de que se trate de un programa de ‘ejecuciones extrajudiciales’.

A ello se añaden las críticas relacionadas con las muertes de civiles inocentes provocadas no intencionadamente por los ataques. Como estos tienen lugar en una región muy poco accesible a los medios de comunicación y a las organizaciones de ayuda humanitaria, resulta difícil tener una visión clara de la magnitud de daños colaterales. Prueba de ello es que las estimaciones existentes oscilan en márgenes muy amplios. Mientras David Kilcullen, una autoridad reconocida en materia de contrainsurgencia, afirmaba en un artículo publicado en The New York Times en mayo de 2009 que los drones de la CIA provocaban la muerte de 50 civiles por cada terrorista caído,[1] la New America Foundation, una de las instituciones que sigue de manera rigurosa la actividad de los UCAV en Pakistán, estima que la proporción de civiles podría rondar el 30% de las víctimas mortales.[2] Por su parte, miembros de la inteligencia norteamericana, hablando en condiciones de anonimato, rebajan el número absoluto a 20 civiles inocentes tras un total de 80 ataques.[3]

Tras señalar las objeciones legales y éticas que plantea la campaña de la CIA en Pakistán, en este análisis vamos a prestar una atención particular a las reflexiones que están teniendo lugar en la comunidad académica norteamericana sobre la eficacia de la estrategia de neutralización de líderes y cuadros de al-Qaeda.

Entre los trabajos que cuestionan la utilidad de los ataques de decapitación en general destaca el de Jenna Jordan, que respalda sus argumentos con un trabajo empírico realizado sobre una muestra de 298 casos de muerte o arresto de líderes pertenecientes a 96 organizaciones terroristas existentes entre los años 1945-2004.[4] En su investigación el término líderes se aplica de manera amplia, incluyendo tanto a los dirigentes máximos como a los cuadros de los escalones superiores de la organización. Según esta autora, la decapitación sólo provocó la desaparición del grupo en el 17% de los casos. Jordan advierte que ciertas variables como la estructura organizativa, el tamaño, la antigüedad, el ideario y la existencia o no de culto a la personalidad del líder influyen en el éxito o no de la estrategia de decapitación. De modo que ésta tiene mayores probabilidades de alcanzar resultados satisfactorios cuando se aplica contra organizaciones jerárquicas, de reciente creación (menos de 10 años), con un número reducido de miembros (inferior a 100), inspiradas en ideologías no religiosas (laicas y en menor medida separatistas) y con culto a la personalidad del líder (como el que existía por ejemplo en la secta japonesa Aum Shinrikyo). Según Jenna Jordan, ninguna de estas características se corresponde con al-Qaeda. Añade, además, que las estrategias de decapitación pueden ser contraproducentes ya que, según su estudio, las organizaciones que no fueron sometidas a acciones de decapitación acabaron desapareciendo en un porcentaje superior (casi un 20%) a las que sí lo fueron. Como consecuencia, Jordan llega a la conclusión de que la captura o muerte de Bin Laden y de otros líderes de alto nivel no bastaría para acabar con al-Qaeda, y que incluso dicha estrategia podría contribuir a la longevidad de la organización terrorista.

Por otro lado, Mohamed Hafez y Joseph Hatfield, tras realizar un estudio sobre la campaña de asesinatos selectivos llevada a cabo por Israel durante la segunda intifada, afirman que no se puede establecer una correlación entre ataques de decapitación y aumento o descenso del número de atentados por parte de las organizaciones terroristas palestinas en el período inmediatamente posterior a dichas acciones.[5] Según estos autores, las estrategias de decapitación se podrían entender más como un instrumento de venganza y de marketing político (el gobierno “está haciendo algo”) que como una herramienta antiterrorista eficaz.

Por su parte, Daniel Byman también cita el caso israelí pero señala que la eficacia terrorista de Hamas sí que se vio afectada por la pérdida de sus cuadros.[6] Aunque durante la segunda intifada el número de atentados fue en aumento, la letalidad de estos experimentó una tendencia inversa. De una ratio de 3,9 muertos por atentado en 2001 y de 5,4 en 2002, se pasó a 0,98 en 2003, 0,33 en 2004 y 0,11 en 2005. Byman vincula este descenso a la estrategia de asesinatos selectivos israelí. Por un lado, las organizaciones se habrían visto privadas de líderes y miembros cualificados y, por otro, la situación de acoso habría llevado a que sus cuadros invirtieran gran parte de sus energías en su propia seguridad, dificultando las comunicaciones y la gestión interna de los grupos. No obstante, Byman también advierte que la política de ataques selectivos era un elemento más de la estrategia antiterrorista, de modo que otras medidas, como las intervenciones militares terrestres en Gaza y Cisjordania y la construcción del muro de separación también habrían influido en el deterioro de la capacidad terrorista de las organizaciones palestinas.

Además de los tres trabajos mencionados, existen otros de carácter más especulativo o basados en muestras menos representativas. Ese sería el caso del estudio de Aaron Mannes realizado sobre un total de 60 casos de decapitación; en él se concluye que las organizaciones terroristas de inspiración religiosa actuarían de manera mucho más violenta cuando se ven privadas de sus líderes.[7]

El debate académico coincide en señalar que la estrategia de decapitación resulta insuficiente por sí sola a la hora de poner fin a las organizaciones terroristas, pero hay disparidad de opiniones sobre su utilidad en el marco de una estrategia más amplia. Mientras que unos sostienen que la decapitación en sí misma puede tener efectos contraproducentes, prolongando la vida de la organización o incitando un aumento de la violencia, otros consideran que tanto la pérdida de líderes y militantes difícilmente reemplazables, como la presión a la que se ve sometido el grupo, deterioran la capacidad operativa de las organizaciones terroristas. Ahora bien, ¿qué podemos decir del caso de al-Qaeda en Pakistán?

Consecuencias del empleo de UCAV sobre la operatividad de al-Qaeda en Pakistán
Las carencias de información sobre los efectos de los ataques en Pakistán impiden valorar con exactitud su eficacia sobre la capacidad terrorista de al-Qaeda. Sin embargo, los datos disponibles nos permiten destacar algunas ideas.

En primer lugar, es indudable que la combinación de inteligencia y UCAV está causando daños severos entre los líderes y cuadros de al-Qaeda central. Según el recuento de la New American Foundation, los drones habrían abatido a 24 cuadros de nivel alto o intermedio de al-Qaeda (aunque en cuatro casos existen dudas sobre la muerte del individuo en cuestión), sin contar a los militantes que les acompañaban o a los que han caído en ataques contra refugios y casas de entrenamiento de la organización en Pakistán. Entre los cuadros eliminados se incluyen varios planificadores y jefes de operaciones externas de al-Qaeda, es decir, responsables del diseño y coordinación de operaciones terroristas en diversos lugares del mundo, como por ejemplo EEUU y Europa.

Si las estimaciones que sitúan el número de miembros del núcleo de al-Qaeda en uno o dos centenares de individuos fuesen acertadas, estaríamos hablando de un volumen y ritmo de pérdidas (desde 2008) difícilmente sostenibles para la organización. Por ejemplo, a mediados de 2009 fuentes de la Administración norteamericana afirmaban que los drones habían acabado con 11 de los 20 individuos incluidos en la lista de miembros más buscados de al-Qaeda. Sin embargo, el problema se encuentra en que nadie dispone de un visión completa del organigrama y componentes de al-Qaeda (salvo la propia organización), y que por tanto resulta difícil evaluar los daños que está suponiendo el goteo constante de bajas, así como la capacidad de al-Qaeda para reemplazar a los caídos con individuos cualificados.

Por otra parte, tal como señala Byman al referirse al caso palestino-israelí, también es seguro que la campaña de los drones está dificultando los procesos internos de al-Qaeda y la relación de la organización con su entorno exterior. El acecho que suponen los UCAV norteamericanos en el cielo de Pakistán obliga a que los militantes de al-Qaeda extremen las precauciones y sean más desconfiados ante los posibles delatores que pueden acarrearles un destino fulminante. El testimonio de los miembros de una célula de magrebíes detenidos en Bélgica en diciembre de 2008, tras su regreso de la zona fronteriza de Pakistán, da cuenta de la suspicacia que encontraron al intentar establecer relación con al-Qaeda, y también refleja las limitaciones que les imponía el peligro de los drones una vez que accedieron a la infraestructura de entrenamiento terrorista: cambios frecuentes de lugar, división en pequeños grupos, reclusión la mayor parte del día en pequeñas chozas en las montañas, empleo de correos humanos para evitar comunicaciones electrónicas, etc.

Pero, a pesar de estos condicionantes, al-Qaeda ha seguido planificando atentados terroristas y proporcionando entrenamiento a los individuos reclutados para cometerlos. Prueba de ello son los cuatro complots desarticulados en los últimos años: la célula de Moez Garsallaoui en Bélgica en diciembre de 2008, la desarticulada en Manchester en abril de 2009, la de Najibullah Zazi en Nueva York en septiembre de 2009 y la desarticulada en Oslo en julio de 2010. En todos ellos se constata el paso por los campos de entrenamiento de las zonas tribales una vez iniciada la escalada de ataques de la CIA. También se observa la existencia de comunicación por Internet entre los presuntos terroristas y miembros de al-Qaeda en Pakistán, tras el regreso de aquellos a Europa o EEUU. A estos casos cabría añadir el de Faisal Shahzad (el autor del atentado fallido de Times Square en mayo de 2010), que presuntamente recibió entrenamiento en Waziristán Norte a mediados de 2009 por parte del movimiento talibán paquistaní.

Por tanto, aunque la campaña de los drones está haciendo las cosas más difíciles, no ha impedido que al-Qaeda y otras organizaciones afines sigan utilizando las zonas tribales como refugio desde donde inspirar y preparar nuevos complots terroristas más allá de Afganistán/Pakistán. Otro indicador no definitivo pero sí sintomático de la capacidad de adaptación de al-Qaeda sería la evolución de su producción propagandística. Tras alcanzar en 2007 la cifra más elevada en número de comunicados (97 en total), As-Sahab –la rama mediática de la organización– redujo su ritmo en 2008 (49 emisiones), posiblemente como consecuencia del aumento de ataques de drones, para recuperarlo al año siguiente (76 en 2009 y 44 hasta septiembre de 2010).

Un último aspecto a destacar sería la práctica ausencia de represalias por parte de al-Qaeda como consecuencia de la estrategia de decapitación aplicada por la CIA. Al contrario de lo que señala Aaron Mannes sobre la escalada de violencia posterior en las organizaciones terroristas de inspiración religiosa, al-Qaeda sólo ha sido capaz de realizar un atentado (contra la unidad de la CIA en Khost en diciembre de 2009, al parecer con la colaboración del TTP) en el que además hizo explícito, mediante un comunicado posterior, su deseo de venganza por la pérdida de líderes que está ocasionando la campaña de los drones. Conviene señalar que pocos meses después la CIA devolvió el golpe acabando con la vida de dos miembros destacados de al-Qaeda que supuestamente estuvieron involucrados en aquel atentado: Sadam Hussein al-Hussami y Mustafa Abu al-Yazid. Este hecho constituiría un ejemplo de las limitaciones que padece la organización y, a la vez, de su determinación por aprovechar los medios disponibles para seguir con el terrorismo.

Conclusión: La campaña de ataques de la CIA está infligiendo un castigo severo a los recursos humanos de al-Qaeda y está afectando negativamente a su funcionamiento. Sin embargo, no parece que por sí sola vaya a ser suficiente para acabar con la organización terrorista, ni para impedir por completo que al-Qaeda prepare nuevos atentados en Europa y EEUU.

A pesar de ello es muy probable que las acciones de los UCAV continúen y se intensifiquen en el corto y medio plazo, ya que, tal como reconoce el director de la CIA, los drones son el único instrumento del que actualmente dispone EEUU para dañar el liderazgo y la operatividad de al-Qaeda en Pakistán.

Javier Jordán
Profesor titular de Ciencia Política en la Universidad de Granada y co-director del Master Oficial en Estudios sobre Terrorismo y Antiterrorismo de la Universidad Internacional de la Rioja


[1] David Kilcullen y Andrew McDonald Exum (2009), “Death from Above, Outrage Down Below”, The New York Times, 16/V/2009.

[2] La New America Foundation está realizando un seguimiento de las acciones de drones en Pakistán que publica en la página actualizada The Year of the Drone. An Analysis of US Drone Strikes in Pakistan, 2004-2010http://counterterrorism.newamerica.net/drones.

[3] Scott Shane (2009), “CIA to Expand Use of Drones in Pakistan”, The New York Times, 3/XII/2009.

[4] Jenna Jordan (2009), “When Heads Roll: Assessing the Effectiveness of Leadership Decapitation”, Security Studies, vol. 18, nº 4, pp. 719-755

[5] Mohammed M. Hafez y Joseph M. Hatfield (2006), “Do Targeted Assassinations Work? A Multivariate Analysis of Israel’s Controversial Tactic during the Al-Aqsa Uprising”, Studies in Conflict and Terrorism, vol. 29, nº 4, pp. 359-382

[6] Daniel Byman (2006), “Do Targeted Killings Work?”, Foreign Affairs, vol. 85, nº 2, pp. 95-112.

[7] Aaron Mannes (2008), “Testing the Snake Head Strategy: Does Killing or Capturing its Leaders Reduce a Terrorist Group’s Activity?”, The Journal of International Policy Solutions, vol. 9, pp. 40-49.