Comienza la campaña de Biden

El presidente Joe Biden de pie ante el podio con un micrófono pronuncia su discurso sobre el Estado de la Unión, el martes 7 de febrero de 2023, en el hemiciclo del Capitolio de Estados Unidos en Washington, D.C. Fotografía oficial de la Casa Blanca por Adam Schultz
Joe Biden durante su discurso sobre el estado de la Unión en febrero de 2023. Foto: Adam Schultz / The White House (United States government work)

La batalla hacia la Casa Blanca ha comenzado. Arrancó cuando el Supermartes dejó a Donald Trump como único candidato republicano, seguido del presidente Joe Biden cuando dos días después se mostró ante las dos cámaras, reunidas en el Congreso, en el tradicional discurso sobre el estado de la Unión. No fue un discurso presidencial y solemne, sino que se pareció más a un mitin político precisamente para arrancar la campaña. Fue un discurso inusual para un estado de la Unión, pero adecuado para el momento.

Joe Biden al final se mostró como un liberal descarado en política social, un nacionalista algo populista en política económica y un internacionalista tradicional de posguerra en política exterior.

Fue inusual por combativo –la retórica fue entusiasta, incluso incendiaria–, por criticar directamente a su predecesor y futuro adversario, y por quitarse la gorra del bipartidismo que ha tratado reivindicar una y otra vez en su mandato. Biden y sus asesores consideran que ahora el partidismo contundente y sin tapujos es el mejor camino hacia la victoria frente a Donald Trump. Biden, por lo tanto, no intentó durante el discurso crear una ficción de unidad y, al contrario, habló poco del único punto de relativo acuerdo, China, el desafío geopolítico más importante al que se enfrenta Estados Unidos (EEUU).

Y fue inusual también por comenzar con una apasionada defensa de la necesidad de ayudar a Ucrania e impedir que Vladímir Putin conquiste el país y amenace a toda Europa –cosa que no hizo en el discurso del 2023–. El discurso sobre el estado de la Unión suele ser largo en prioridades domésticas y corto en todo lo demás. Pero esta vez, Joe Biden decidió empezar con la política exterior.  Más en concreto, con la defensa de la democracia frente a la autocracia en el extranjero –Ucrania– pero también en su propio país, describiendo a su predecesor, Donald Trump, como una amenaza para ambas.

Así, la decisión de Biden de empezar por Ucrania estaba animada no tanto por el deseo de vilipendiar a un adversario extranjero como por el de señalar a su oponente nacional como la principal amenaza para la democracia, tanto en Europa como en EEUU, conectando la importancia de defender Ucrania con el asalto al Congreso del 6 de enero del 2021. De ahí que decidiera abrir el discurso invocando el estado de la Unión del presidente Franklin Delano Roosevelt, de enero de 1941, antes de la entrada de EEUU en la Segunda Guerra Mundial. “Me dirijo a ustedes en un momento sin precedentes en la historia de la Unión”, dijo Joe Biden citando a Roosevelt. “Ahora, somos nosotros los que nos enfrentamos a un momento sin precedentes”, refiriéndose, pero sin nombrarlo, a su futuro oponente como la clara amenaza. El presidente trataba de insinuar que la nación se enfrenta hoy, con Trump, a una situación aún más peligrosa que la que sufrieron individualmente Roosevelt y Abraham Lincoln.

Pero la política exterior no acabó con Ucrania. Gaza también ocupó parte del discurso, mencionando la urgente necesidad de hacer llegar alimentos y otro tipo de ayuda humanitaria, reiterando su apoyo a un alto el fuego temporal y a una eventual solución de dos Estados como el único camino hacia una paz duradera entre Israel y sus vecinos de la región. Hasta noviembre no sabremos si estas iniciativas bastarán para calmar el enfado de algunos estadounidenses y de parte del partido demócrata, dividido por Gaza al igual que Ucrania ha dividido al Partido Republicano. Biden también presumió de preservar la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) –la alianza militar más fuerte que el mundo ha visto jamás– presentando ante las dos cámaras al primer ministro de Suecia, el miembro más reciente de la alianza, como un guiño a los aliados que tanto necesita. Pero dejó claro que ya no habrá “botas sobre el terreno”, ni en Ucrania ni en Gaza ni en ningún sitio dónde lo esperen.

Pero, aunque la política exterior tuvo un destacado protagonismo para la atención que se le suele prestar, fue la economía y su defensa la que fue larga y detallada, con referencias a la creación masiva de empleo, al resurgimiento de la industria manufacturera y a las acciones en materia del clima. Hizo un llamamiento directo a los trabajadores sin titulación universitaria, destacando su aplicación de las leyes Buy American y la inversión masiva en proyectos de infraestructuras. Y pensando en un segundo mandato, Joe Biden presentó una larga lista de propuestas liberales sobre sanidad, educación, vivienda e impuestos. La mayoría están dirigidas a los elevados precios a los que se enfrentan los estadounidenses de clase media y que les impiden dar crédito a Biden en materia económica. También envió una clara señal de que la estrategia económica seguirá estando dominada por lo que muchos europeos consideran una forma de nacionalismo económico.

Por lo demás, el presidente lo hizo mejor en aquellas cuestiones en las que lleva la iniciativa que en los temas que lo han puesto a la defensiva, como en el ámbito migratorio, que se presenta como una de las grandes cuestiones de las elecciones y que Biden no tiene resuelto.

Joe Biden al final se mostró como un liberal descarado en política social, un nacionalista algo populista en política económica y un internacionalista tradicional de posguerra en política exterior. Y así será la campaña y la presidencia que quiere repetir. Pero quizá una buena parte de las expectativas iniciales de los oyentes se centraban más en la actuación –un discurso largo, en persona y en directo– que en el contenido. Además, el objetivo de Biden era convencer a los votantes poco entusiastas y a los nerviosos compañeros de partido de que está más que preparado para plantar cara a su oponente en noviembre. Y el presidente demócrata estuvo a la altura de todas ellas: se mostró vigoroso y decidido, en pleno control de sus facultades y capaz de esquivar los golpes de sus oponentes republicanos. Pronunció un discurso sin tropiezos ni meteduras de pata significativas, proyectando vigor y fuerza. E, inteligentemente, cerró con un juego con su propia edad. “El problema no es la edad sino la edad de las ideas”, afirmó Biden, que condenó a su predecesor por tratar de infundir en EEUU las “ideas más viejas”, las del “odio, la ira, la venganza y la retribución”, en lugar de los valores de la “decencia” y la “democracia”.  

¿Funcionará su estrategia de cara a la campaña electoral? El estado de la Unión de Biden en 2023, a pesar de recibir críticas muy favorables, no afectó demasiado a sus bajos índices de aprobación. Este discurso, sin embargo, llegaba en un momento muy diferente. Por primera vez y de forma clara, todo apunta a que Joe Biden no va a ninguna parte y que Trump será su oponente dentro de ocho meses; que sólo este hombre de 81 años se interpone entre Trump y la continuidad de la democracia estadounidense, a ojos de muchos estadounidenses.