Carrera de obstáculos para el crecimiento económico mundial

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David Malpass y Kristalina Georgieva en la inauguración de las reuniones de primavera entre el Banco Mundial y el FMI (9/4/2023). Foto: World Bank Photo Collection (World Bank / Grant Ellis) (CC BY-NC-ND 2.0)

En las asambleas de primavera del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial se ha debatido sobre las perspectivas de crecimiento para la economía mundial. En un tono de moderado optimismo se han subrayado los riesgos de desglobalización, inestabilidad financiera y crisis de deuda soberana en países emergentes y en desarrollo.

Como cada mes de abril, las élites económicas y políticas globales se han reunido en las asambleas del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial en Washington para tomar el pulso a la economía mundial y analizar los riesgos que amenazan el crecimiento. Tres temas han dominado la conversación. Primero, la creciente y peligrosa fragmentación de la economía mundial y sus implicaciones para el crecimiento económico, especialmente para los países en desarrollo. Segundo, los riesgos para la estabilidad financiera derivados de las necesarias subidas de los tipos de interés para luchar contra la inflación, que van a tener que continuar porque bajar los precios está costando más de lo previsto. Y, tercero, los enormes problemas de deuda soberana a los que se enfrentan cada vez más países emergentes y en desarrollo (en parte por la subida de los tipos de interés), y a los que el FMI tiene crecientes dificultades para responder por la actitud poco cooperativa de China, que se opone a participar en los marcos multilaterales para las reestructuraciones de deuda.

El FMI subraya que, más allá de la contracción monetaria global, la razón principal del menor crecimiento es la aceleración de la desglobalización.

Las reuniones de primavera se han abierto con la publicación de las perspectivas de crecimiento del Fondo. Aquí el mensaje ha sido de moderado optimismo a corto plazo, en especial porque hace unos meses se esperaba que la situación fuera peor, pero de pesimismo a largo plazo. El FMI ha descartado la recesión en los países avanzados que algunos vaticinaban por el impacto de la guerra en Ucrania en la economía europea y por las rápidas subidas de los tipos de interés en EEUU, e incluso ha revisado al alza las perspectivas de crecimiento de algunos países como España. Sin embargo, ha insistido en que la economía mundial está en una desaceleración estructural de modo que para los próximos cinco años proyecta crecimientos económicos de alrededor de un pobre 3% para el conjunto del mundo, que no serían suficientes para que la renta per cápita de los países emergentes y en desarrollo pudiera recuperar el ritmo de convergencia con la de los países ricos que tuvo antes de la pandemia (evidentemente, los países avanzados crecerán menos del 3%, pero lo habitual sería que los países emergentes lo hicieran mucho más rápido y, salvo excepciones en Asia, parece que no será el caso).

El FMI subraya que, más allá de la contracción monetaria global, la razón principal del menor crecimiento es la aceleración de la desglobalización. Ha dedicado a este tema varias de sus publicaciones más técnicas y estima que, dado el cambio de paradigma en la economía mundial hacia el mercantilismo nacionalista y, sobre todo, dada la creciente importancia de la geopolítica y la seguridad económica en detrimento de la eficiencia y la cooperación en las relaciones internacionales, el mundo camina hacia una peligrosa fragmentación económica. La desglobalización viene alimentada por nuevos aranceles, límites a las entradas de capital y a las adquisiciones empresariales foráneas, novedosos controles de exportaciones en materiales críticos y tecnología, sanciones por la guerra en Ucrania y una cada vez más debilitada gobernanza económica global y se empieza a observar tanto en los flujos comerciales como en la inversión extranjera directa. Si se consolidara un mundo de bloques económicos rivales centrados en Occidente por un lado y en China por otro (con los países del llamado “sur global” vinculados a ambos, pero tendiendo cada vez más hacia China), el FMI estima que el PIB mundial podría caer entre un 8% y un 12% (recordemos que al igual que el comercio crea riqueza –aunque mal repartida– la desintegración económica la destruye, como están experimentando los británicos tras el Brexit). Como este hundimiento afectaría sobre todo a los países emergentes y en desarrollo, que además son los más dañados por el cambio climático, podrían aumentar las olas migratorias hacia los países avanzados con el consiguiente impacto sociopolítico.

Más allá de esta tendencia a largo plazo, el FMI se ha centrado en los riesgos de inestabilidad financiera, que preocupan especialmente tras las quiebras de Silicon Valley Bank y Signature Bank en EEUU y sus ramificaciones en Suiza. El Informe sobre la Estabilidad Financiera Mundial del FMI confirma que la rápida subida de los tipos de interés, aunque a largo plazo es una buena noticia para el sistema financiero, puede generar problemas a corto plazo en bancos con reducidos colchones de capital, inversiones en bonos con baja rentabilidad o mala supervisión. Considera que estas tensiones financieras podrían reaparecer si los tipos de interés tienen que seguir subiendo porque la inflación se mantiene alta y advierte de que, si eso sucediera, el impacto macroeconómico sería significativo y podría llevar a una recesión global. Sin embargo, a este escenario se le otorga una probabilidad de tan sólo el 5% y el informe enfatiza que la situación actual es muy distinta a la de 2008, cuando estalló la anterior crisis financiera, así como que los problemas que se han producido en los bancos podrían conducir a una menor expansión del crédito que redujera el consumo y la inversión –y con ellas la inflación– haciendo innecesarias subidas adicionales significativas de los tipos de interés.

El tercer tema que ha dominado la conversación, y en el que parece que se han producido algunos avances, es el de cómo responder a los problemas de deuda soberana de los países en desarrollo. Más allá de que a finales de marzo se aprobó un paquete de ayuda a Ucrania de 15.600 millones de dólares (que salió adelante porque los países occidentales dominan la institución), el problema es que cada vez más países pobres tienen dificultades para hacer frente a su deuda por el aumento de los costes de financiación, la fortaleza del dólar y el menor crecimiento. En el pasado, cuando la deuda de un país era inasumible, los países ricos y sus bancos, que eran los acreedores de los países pobres, se reunían en el Club de París para acordar una reestructuración de la deuda: todos asumían una pérdida para que todos pudieran cobrar algo y así el país podía salir adelante, a veces con un préstamo del FMI, que sólo puede prestar a países cuya deuda se considera sostenible. El problema es que hoy China es el principal acreedor de muchos de estos países (a veces de forma indirecta a través de sus bancos públicos, lo que dificulta enormemente conocer en detalle la cuantía, las condiciones y las garantías de los préstamos) y se opone a participar en el Club de París y acordar reestructuraciones de deuda con los países avanzados. Aspira a que se le devuelva todo lo prestado o a negociar de forma bilateral con el país en cuestión cómo resolver la cuestión. Pero ante esta situación, los países avanzados se resisten a negociar quitas en el Club de París porque saben que, si lo hicieran, lo que ellos no cobraran terminaría en las arcas chinas. Y como la deuda de estos países no es sostenible, el FMI y otras instituciones multilaterales no pueden prestarles más porque sería como echar dinero a un pozo sin fondo. Aunque se trata de un problema muy complejo, en Washington se ha creado un nuevo foro en el que todos los acreedores (incluida China y otros países emergentes del G20, así como los acreedores privados), se han sentado a la mesa para intentar llegar a un acuerdo, que resulta especialmente apremiante para países como Zambia, Sri Lanka y Etiopía. Habrá que ver si es posible avanzar en los próximos meses.

En todo caso, esta tensión sobre la reestructuración de la deuda de los países más pobres y las vías de financiación fuera de los canales habituales dominados por Occidente, unido a las crecientes reivindicaciones de países como China, Brasil, India y Rusia de reducir el papel del dólar en el sistema financiero internacional, colocan a las instituciones de Bretton Woods (FMI y Banco Mundial) ante la necesidad de adaptarse a la nueva situación geopolítica global o a perder relevancia. El Banco Mundial, que tendrá en breve un nuevo presidente, posiblemente el estadounidense de origen indio, Ajay Banga, se encuentra enfrascado en un proceso de reforma interna que lo podría llevar a convertirse en el gran financiador de proyectos de transición energética para los países emergentes y en desarrollo. Sin embargo, el FMI, por el momento, no termina de encontrar su sitio en este nuevo mundo.


Tribunas Elcano

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