Voltaire en Ucrania

Estatua de Voltaire

La invasión de Ucrania por las tropas rusas el pasado 24 de febrero es un ejemplo de cómo la historia puede ser un factor decisivo en el estallido de una guerra. Pero el problema de la historia es que abarca demasiados períodos y, si se da preferencia solo a algunos, se puede perder la perspectiva de conjunto, y la falta de una completa dimensión histórica, a la hora de abordar una estrategia, termina por originar consecuencias no previstas.

Un ejemplo de veinte años atrás. Da la impresión de que algunos diseñadores de la invasión de Irak estaban pensando en la Alemania y el Japón liberados por los estadounidenses en 1945, y es probable que en el Irak al término de la primera guerra mundial: la Mesopotamia con un rey hachemita, Faisal I, bajo un mandato británico. No parecían tener en cuenta el Irak posterior a la revolución de 1958, un régimen nacionalista y progresista, de corte laico y con el poder monopolizado en el partido Baas. En el caso de Ucrania no han faltado las referencias a la época medieval de la Rus de Kiev, al protectorado establecido por los zares rusos en 1654, o a las campañas militares de Pedro el Grande y Catalina II, que consolidaron el dominio ruso en lo que se conocería como Novorrosiya, la Nueva Rusia, que llegó a las orillas del Mar Negro. Sin embargo, la historia del siglo XX no parece estar presente en esa visión rusa del pasado de Ucrania. En concreto, la efímera república popular ucraniana establecida en 1917, la hambruna de la década de 1930, o lo más recientes acontecimientos de 1991, como la consulta electoral del 1 de diciembre que arrojó un resultado de 90,32% de ucranianos a favor de la independencia y el nombramiento como presidente de Leonid Kravchuv, un excomunista identificado con el nacionalismo ucraniano que en otros tiempos había combatido.

Podríamos también recordar que George H. W. Bush no se mostró partidario de la secesión de Ucrania en su visita a la aún república soviética en el verano de 1991, y que, en octubre de ese mismo año, según escribió el historiador y periodista André Fontaine, los países occidentales seguían siendo reacios a admitir la independencia de Ucrania. Eran incapaces de reconocer que el gobierno de Gorbachov estaba tocando a su fin, aunque pronto se vieron obligados a reconocer los hechos consumados.

Los efectos de la guerra de Ucrania sirven, por tanto, para recordar que la historia no siempre es buena consejera si no se lee en su totalidad. En el caso de Irak, los estrategas políticos pecaron de excesiva racionalidad, mientras que en el de Ucrania se apeló a un discurso emocional y meta histórico. Más tarde o más temprano, llegaría el choque con la realidad.

La historia sigue siendo una clave para entender el presente, aunque no necesariamente para predecirlo. Es recomendable, al respecto, la lectura de la Historia de Carlos XII, escrita por Voltaire y publicada en Basilea en 1731. Es la biografía de un héroe temerario y arrogante, calificado en su época como un Don Quijote del Norte, un rey de Suecia que dijo imprudentemente que arrojaría a los moscovitas a Asia, pues era de dónde procedían. Voltaire dijo de él que estaba más dotado para la caza que para la guerra, y Montesquieu escribió que habría sido el mejor soldado de Alejandro Magno, pero nunca otro Alejandro. Además, Voltaire  opinaba que el rey sueco debería haber firmado la paz con sus vecinos en el momento oportuno, y luego dedicarse a asegurar la prosperidad de sus súbditos. La trayectoria militar de Carlos XII se eclipsó, sin embargo, en tierras de Ucrania, en la batalla de Poltava (1709), que además supuso la derrota de su aliado, el atamán o jefe de los cosacos ucranianos, Iván Mazeppa. De ahí que en la historia de Rusia Carlos XII forme parte, junto con Napoleón y Hitler, del trío de conquistadores que fracasaron en sus campañas de invasión del territorio ruso.

Hace años al leer la Historia de Carlos XII encontré esta afirmación de Voltaire que me sigue dando que pensar: “Ucrania siempre ha querido ser libre; pero, al estar rodeada de la Moscovia, de los Estados del Gran Señor y de Polonia, le ha sido necesario buscar un protector y, por consiguiente, un amo en uno de estos tres estados. Se puso primero bajo la protección de Polonia, que la sujetó en exceso; luego se entregó al moscovita, que la gobernó como esclava mientras pudo. Primero los ucranianos gozaron del privilegio de elegir un príncipe con la denominación de general; pero muy pronto fueron despojados de este derecho; y su general fue nombrado por la corte de Moscú”.  Voltaire señaló con acierto que Ucrania difícilmente podría mantener su independencia al estar rodeada por el reino de Polonia, el Imperio ruso y el Imperio otomano. Pero al mismo tiempo, puso de relieve que los ucranianos “aman hasta el exceso un bien preferible a todos, la libertad”. Inserta también Voltaire una anécdota que evoca una conversación durante una cena entre el zar Pedro el Grande e Iván Mazzepa. El zar le habló de la necesidad de someter a los cosacos ucranianos y hacerlos más dependientes de Moscú, pero Mazzepa le respondió que la situación de Ucrania y el espíritu de esta nación eran un obstáculo insalvable para conseguirlo. Así, solo consiguió irritar a Pedro, que lo acusó de traidor y amenazó con ejecutarlo. Esto explicaría que el cosaco se pasara al bando de los suecos cuando el ejército de Carlos XII entró en Ucrania.

Con todo, años después, en 1759, Voltaire publicó la Historia del Imperio de Rusia bajo Pedro el Grande, y en esta obra el cambio de perspectiva es total. Es un libro de encargo de Isabel, hija y sucesora del zar, y es a la vez un elogio del despotismo ilustrado, grato al escritor francés. No oculta los defectos de Pedro, pero a la vez lo considera un hombre del destino con la misión de civilizar Rusia.  En contraste, Rousseau en El contrato social asegura que el zar hizo algunas cosas bien, pero otras muchas no fueron adecuadas. Luego añade que el Imperio ruso pretende subyugar a Europa y que las reformas de Pedro, construidas sobre la espada, no serán duraderas. La respuesta de Voltaire, enfrentado de continuo a Rousseau, fue comparar al zar con los grandes legisladores de la Antigüedad y subrayar la solidez de sus reformas.

Han pasado casi tres siglos y, sin embargo, tal y como aseguraba el politólogo Olivier Schmitt en su libro ¿Pourquoi Poutine est notre allié? (2017), hay políticos y analistas franceses que no pueden dejar de sucumbir a la fascinación por la Rusia de Putin, algo que recuerda a la actitud de Voltaire. Para Schmitt se trataría de una influencia gaullista, del fundador de la Quinta República, una personalización de la encarnación del poder. Lo cierto es que durante años algunos vieron a Putin como el De Gaulle ruso. Otro hombre del destino como Pedro el Grande en la percepción de Voltaire. No es extraño, por tanto, que en su nuevo libro el filósofo francés no se refiriera a Ucrania en los términos empleados en La historia de Carlos XII. Estamos en otro antecedente de la pasión rusa de ciertos políticos franceses, que ni siquiera Enmanuel Macron ha podido eludir.


Imagen: La tumba fe Voltaire y su estatua en la cripta del Panteón De París. Francia. Foto: Denis De Mesmaeker