La gran Europa que pudo haber sido y la que, desgraciadamente, puede ser

Puerta del Rey en Kaliningrado, antes Königsberg, oblast de Kaliningrado (Rusia). Foto: A.Savin, WikiCommons

En la primavera de 2005, en un barco turístico por los canales de San Petersburgo, los integrantes del Consejo OTAN-Rusia disfrutaban de un momento de relax y networking En las reuniones en las que el que escribe participaba como experto –invitado por el representante español ante la Alianza, Pablo Benavides–, se hablaba con franqueza, incluido el ministro de Asuntos Exteriores ruso, que ya era Serguéi Lavrov. Era un formato útil, alejado de toda ingenuidad, para intercambiar puntos de vista y alentar la colaboración y la estabilidad. Eran tiempos en que había importantes acuerdos en vigor de control de armamentos y transparencia. Naturalmente, el Gobierno de Vladimir Putin –presidente desde 1999– no estaba contento con la ampliación de la OTAN. Dos años después, en febrero de 2007, llegaría su duro discurso en la Conferencia de Seguridad de Múnich. Y en 2008 en Bucarest la apertura de la ventana de la OTAN a Ucrania y a Georgia. Desde entonces el que consideró que la disolución de la Unión Soviética había sido “la mayor catástrofe geopolítica del siglo”, ha ido avanzado en la reconstrucción de sus fuerzas armadas, del espacio post soviético, un espacio imperial ruso, no comunista, y en la acumulación de reservas financieras. El último paso, la invasión de Ucrania, si la Rusia de Putin se sale con la suya, nos aboca a una nueva guerra fría. Europa, la gran Europa, pudo haber sido de otra manera, entre todos.

Nueva guerra fría

Primer punto: la Guerra Fría se basaba en una cierta estabilidad. Esta nueva guerra fría (por llamarla de un modo comprensible), si no se evita –y mucho depende de si Putin se afianza o se debilita con esta invasión y las reacciones en su contra que ha provocado–, va a ser de nuevo cuño. Recuperar la confianza mutua va a resultar muy difícil, no digamos ya volver a 2005 o antes, o a deshacer los daños causados desde el pasado 24 de febrero, o desde 2014 (anexión de Crimea y ocupación de parte del Donbás). Esa nueva guerra fría se situará en un contexto de globalización e interdependencia que no existía antes de 1989 (lo que multiplica el efecto de las sanciones) y el factor añadido de una China convertida en superpotencia pesará. Está por ver, dada la competencia entre EEUU y China, si será una guerra fría única, que, simplificando puede dividir el mundo en dos bloques, o doble y diferenciada, cada una con sus características. Aunque Pekín podría hacer de intermediario con Moscú para buscar una salida a esta guerra que no le gusta.

Esta guerra de Ucrania hará que los europeos se acerquen aún más, por dependencia en EEUU, a la estrategia de Washington frente a China; lo que puede poner realmente en solfa la globalización (que defienden los chinos) y cambiar las dependencias energéticas (quizá para bien, si la crisis impulsa las energías limpias).

Los tiempos de esta guerra de Ucrania son importantes. Fuentes militares estadounidenses, citadas por algunos medios, calculan que la campaña le puede tomar de cuatro a seis semanas a Rusia para lograr una “toma táctica” de Ucrania, pero que el conflicto puede durar de 10 a 20 años, y que Rusia acabará perdiendo, recordando el desastre como el de la invasión soviética de Afganistán en 1978-1992.

Más allá del temor profundo de Rusia a la OTAN y de una posible neutralidad de lo que quede de Ucrania –posibilidad que el presidente Zelenski ha puesto sobre la mesa tarde (se verá si demasiado tarde en las negociaciones en curso y sobre el terreno)–, se va a plantear la necesidad de hacer frente a los designios imperiales –¿imperio paria, inestable e informativamente asilado?– de Putin. Designios aún no claros, pues el presidente ruso no ha desvelado aún si busca dejar a Ucrania reducida y con un gobierno títere, otro conflicto congelado, impulsar una ampliación de la Federación Rusa, o crear una commonwealth o asociación, también militar, de Estados ex soviéticos, u otro sistema que puede que dependa en parte de la reacción que estos días están adoptando los propios ucranianos y Occidente. Lo único que ominosamente ha dicho Putin es que Ucrania “arriesga seguir siendo un Estado”.

Frontera de contacto

En segundo lugar, si Rusia ocupa o incorpora de una forma u otra Ucrania, la frontera directa de la OTAN con el poderío militar ruso pasará de 1.300 a 3.700 kilómetros, lo que plantearía nuevos desafíos, y ello cuando no están ya en vigor importantes acuerdos de control de armamentos (INF, CFE y Cielos Abiertos) que se cargaron entre Trump y Putin. El peligro de que la guerra fría se convierta en caliente, aumenta. Con un añadido más: Putin no cuenta con un Pacto de Varsovia, pero con la ampliación de la OTAN sí con un territorio ruso, Kaliningrado (el antiguo Königsberg de Emmanuel Kant, antigua capital de Prusia Oriental), rodeado de países de la Alianza Atlántica y salida al mar. Moscú puede querer aprovecharse de su situación en términos militares.

Más OTAN que UE

Tercero, esta guerra va a llevar a aumentar el gasto militar en una UE que se ha sentido desnuda y más unida. Alemania ha dado un paso al frente con la decisión del Gobierno de coalición de Olaf Scholz de dar un gran salto en su gasto de defensa y lograr unas fuerzas armadas a la última y operativas. No es el único. Pero es una novedad que desde sus vecinos se apoye una militarización alemana, aunque esta vez en un marco europeo y transatlántico. Europa Occidental parece esta vez lanzada en este esfuerzo que le viene reclamando EEUU desde hace tiempo (también para comprar material estadounidense): y la UE ha decidido enviar material militar ofensivo a Ucrania.

En este frenesí la OTAN lleva todas las de ganar frente a la UE en términos militares. Sus despliegues rotativos en su frente oriental en una nueva estrategia de contención y disuasión se pueden convertir en significativos y permanentes. La UE, aunque se está mostrando crucial en el terreno de las sanciones económicas y políticas (aunque limitadas por su dependencia en el gas y petróleo rusos) no logra ganar peso militar real frente al agigantamiento de la OTAN ante esta crisis, una organización en la que incluso se plantea ampliar los principios de la defensa colectiva frente a posibles ciberataques contra infraestructuras críticas, otro nuevo factor. Y ¿entrarán Finlandia y Suecia en la OTAN?

El regreso de las armas nucleares

Cuarto, regresan las armas nucleares, que nunca se habían ido de la ecuación estratégica, pero estaban durmientes. La activación de la fuerza de disuasión rusa y la advertencia de Lavrov sobre una guerra nuclear ha sido más que un aviso, provocación a la que, sabiamente, no ha respondido la Administración Biden. Podemos enfrentarnos a una nueva carrera nuclear, quién sabe si a una nueva crisis como los misiles en Cuba en 1962 si hay una escalada. Está por ver si los europeos se unirán o se dividirán si hay que responder a un despliegue ruso de nuevos misiles de alcance intermedio, categoría que se suprimió en el acuerdo INF de 1987, que Trump, irresponsablemente, denunció.

La batalla por la democracia liberal

Quinto, y no menos importante, sino más, va a haber una batalla ideológica. Ya no entre comunismo y capitalismo. La amenaza es al sistema democrático liberal frente al autocrático. Putin teme a la UE por lo que representa (pese a casos como el de Hungría) de defensa de la democracia liberal. Y la desinformación y el apoyo a movimientos de extrema derecha en Occidente va a ser un arma en manos de Putin por mucho que se prohíba la cadena Russia Today (RT) y otros instrumentos de propaganda. También el régimen ruso ha cortado Facebook en Rusia para evitar fomentar la disidencia, una disidencia que se intentará que aumente para erosionar a Putin.

La batalla por la democracia liberal va a ser importante frente a la Rusia de Putin (mucho más que frente a China), pues Occidente querrá socavar la base social del presidente ruso. Pero la fuerza de la democracia liberal debe promoverse desde dentro cuando está en crisis, en parte debido a la falta de una alternativa o presión exterior, a diferencia de la primera Guerra Fría. En los últimos 15 años la democracia liberal está viviendo un declive general. En 2005 uno de cada dos personas en el mundo vivía en democracia; hoy, sólo una de cada cinco, según un último informe de Freedom House sobre la expansión global del gobierno autoritario. A este respecto, España tiene un papel que cumplir –en el país, en Europa y en el mundo– de defensa firme y racional de la democracia liberal y del Estado de derecho, aunque ha de reforzar sus instituciones por dentro. El cambio de liderazgo que se anuncia en el PP abre una oportunidad de un mayor acuerdo interno en este terreno institucional.

Asunto global

Sexto, este no es un asunto regional europeo sino global. Rusia ha demostrado estos años sus aspiraciones globales desde Siria, a África y a América Latina. Lo que está ocurriendo se sitúa en una fase histórica de pérdida de peso de Occidente, y de sus valores, en el mundo, pese a su poder de atracción humana.

Dudas sobre EEUU

Putin ha cometido una atrocidad. Pero hemos cometido errores desde Occidente. No habíamos sido capaces de articular una estrategia común, ni en el seno de la UE ni de la Alianza Atlántica, para identificar la naturaleza de la relación que Occidente deseaba mantener con una Rusia que menospreciábamos.

Aunque otro factor es que EEUU ha dejado de ser un país fiable debido a su profunda división interna, si bien no hay otra potencia tan esencial que lo pueda remplazar en Occidente. No es fiable porque no está asegurado que no se produzca un regreso de Trump y/o del trumpismo –el mismo que consideró la OTAN “obsoleta” y que puso en duda el artículo 5 de defensa colectiva– ya sea en noviembre próximo en el Congreso o en las presidenciales de 2024. Conviene mirar a los futuribles, para evitarlos o prepararse ante ellos.


Imagen: Puerta del Rey en Kaliningrado, antes Königsberg, oblast de Kaliningrado (Rusia). Foto: A.Savin (WikiCommons), FAL (Wikimedia Commons).