La estrategia estadounidense en Oriente Medio: luchando por evitar el fracaso (ARI)

La estrategia estadounidense en Oriente Medio: luchando por evitar el fracaso (ARI)

Tema: Al analizar la historia estadounidense resulta muy difícil encontrar decisiones presidenciales tan mal fundadas y contraproducentes como la de invadir y ocupar Irak en 2003. Ahora la cuestión es ver si EEUU agravará aún más su tremendo error estratégico decidiendo atacar a Irán.

Resumen: Se avecinan desafíos para EEUU con respecto a Irán, así como en Líbano y Palestina. La suerte del declarado pero vacío empeño de la Administración Bush de promover la reforma política y la democracia en Oriente Medio también pende de un hilo. En este documento se analizan el laberinto al que se enfrenta EEUU en Irak así como la evolución de la estrategia que está elaborando con respecto a Irán.

Análisis: Hace más de un cuarto de siglo que EEUU no se enfrenta a la posibilidad de un fracaso en política exterior en Oriente Medio de las proporciones a las que potencialmente se enfrenta hoy en día. La causa del anterior fracaso fue la caída del Sha de Irán, derrocado por la autoproclamada Revolución Islámica en 1979. La estrategia estadounidense estaba profundamente comprometida en el Irán del Sha. Algo más de un año antes de que el monarca abandonase Teherán aferrado a una caja de tierra iraní, el presidente Jimmy Carter celebraba que Irán era una “isla de estabilidad” en medio del turbulento Oriente Medio. Durante los años posteriores, quizá incluso hasta la actualidad, la estrategia estadounidense en Oriente Medio ha venido respondiendo al reto planteado por la República Islámica de Irán, el régimen que sucedió al régimen de los Pahlevi.

En la medida en que la Administración Carter pueda considerarse culpable de la caída de su aliado, ello se debió a que fue incapaz de comprender –hasta que ya fue demasiado tarde– que el Sha se enfrentaba a graves problemas. EEUU demostró una excesiva complacencia con respecto al statu quo.

Los acechantes fracasos de 2007 no pueden atribuirse ni a una excesiva complacencia ni a una predilección especial por el statu quo. Más bien, esas dos situaciones son en gran medida el resultado directo de los intentos estadounidenses de crear una nueva realidad en Oriente Medio y alterar dicho statu quo. En particular, la decisión estadounidense de invadir Irak en 2003 y derrocar el régimen baazista fue un acontecimiento decisivo, posiblemente de la misma trascendencia que la revolución iraní. Es muy probable que el legado histórico de la Administración del presidente George W. Bush dependa de que EEUU consiga imponer el orden en el devastado Irak y frenar las consecuencias geopolíticas derivadas en su mayor parte de la invasión anglo-estadounidense de 2003 y el período inmediatamente posterior.

¿Victoria en Irak?

La Administración Bush ha insistido en proyectar una imagen optimista de la situación en Irak hasta bien avanzado 2006. En noviembre de 2005, dos años y medio después de que EEUU y el Reino Unido invadieran Irak y derrocaran el régimen baazista de de Sadam Husein, la Administración Bush ofreció su plan para una “Victoria en Irak”.[1] El plan, desvelado en un momento de crecientes dudas sobre las políticas relativas a Irak, preveía un avance progresivo hacia la creación de un Estado modelo en Oriente Medio, tal y como se describe a continuación:

  • A corto plazo: Irak progresa de forma constante por lo que respecta a la lucha contra los terroristas, la consecución de hitos políticos, la creación de instituciones democráticas y el desarrollo de sus fuerzas de seguridad.
  • A medio plazo: Irak lleva la iniciativa en la lucha contra el terrorismo y mantener su propia seguridad, con un Gobierno plenamente constitucional en funcionamiento y en vías de pleno desarrollo de su potencial económico.
  • A largo plazo: Irak disfruta de paz, unidad, estabilidad y seguridad, está bien integrado en la comunidad internacional y es socio de pleno derecho en la lucha global mundial contra el terrorismo.

Lamentablemente, Irak no está siguiendo el camino previsto en “Victoria en Irak” y probablemente tampoco lo estaba cuando se publicó el informe. Además, el Gobierno iraquí está decidido a mantener unas relaciones con Irán bastante más amigables de lo que a EEUU le gustaría. Los kurdos, que disfrutan de una gran autonomía en el norte de Irak, siguen mostrándose formalmente comprometidos con un Irak unificado pero, de dárseles la opción de elegir entre el caos iraquí y un Kurdistán independiente, no hay demasiadas dudas de cuál sería la preferencia popular. Hasta el Mando Central estadounidense, por aquel entonces dirigido por el General John Abizaid, señaló durante las reuniones informativas celebradas en octubre de 2006 que, desde febrero de ese año, Irak se había ido adentrando progresivamente en una situación de caos. Aunque el Gobierno de Bagdad fue elegido democráticamente en enero de 2006, gran parte del poder real ni siquiera está en manos del Gobierno, sino en las de milicias y grupos insurgentes.

La lealtad sectaria es la norma en el Irak actual (pertenecer a la secta equivocada en el lugar equivocado es suficiente para que a uno le degüellen) y las perspectivas de una reconciliación en un futuro previsible son poco halagüeñas.

Tanto los miembros de la policía como los de la guardia nacional se reclutan a nivel local, lo que significa que dos tercios de todas las fuerzas de seguridad son simplemente la expresión de un sentimiento sectario y constituyen una extensión de la influencia de las milicias. La policía iraquí está en gran parte bajo la influencia de las milicias chiíes y se sabe que han participado intensamente en asesinatos políticos, secuestros y masacres de suníes.

Sólo el ejército, que representa aproximadamente un tercio de todas las fuerzas de seguridad, se recluta con un criterio “multisectario”. Aunque se ha avanzado en su adiestramiento y equipamiento, prácticamente todas las unidades siguen dependiendo enormemente de la ayuda de las fuerzas armadas estadounidenses.

El primer ministro, Nuri Al Maliki, se ha comprometido a hacer que la reconciliación política entre los musulmanes chiíes y suníes y la población kurda sea una de las principales prioridades de su Gobierno, pero de momento no se han producido resultados significativos. De hecho, podría decirse que las diferencias entre chiíes y suníes han aumentado, dando lugar a la proliferación de la violencia sectaria. La delincuencia está generalizada y muchos iraquíes siguen siendo vulnerables a los secuestros, los robos de coches con violencia, los allanamientos con robo y la violencia gratuita. Incluso en la zona internacional o “verde”, el Gobierno central se enfrenta a una situación de seguridad muy frágil.

En el caótico Irak actual, EEUU y sus cada vez más escasos compañeros de armas (sólo el Reino Unido, Australia y Corea del Sur aportan una cifra igual o superior a los 1.000 soldados) se enfrentan a cuatro problemas, a menudo interrelacionados: 

  • Una insurgencia.
  • Un alto nivel de criminalidad.
  • Una guerra civil de carácter sectario.
  • Una violencia incendiaria por parte de al-Qaeda. 

Los asesinatos y los actos de salvajismo sectarios han resultado particularmente difíciles de contener, por no hablar de detener, tras el atentado contra la venerada mezquita chií de al-Askari en Samarra en febrero de 2006. La violencia sectaria entre chiíes y suníes ha aumentado a un ritmo desenfrenado, cobrándose habitualmente la vida de entre 50 y 100 personas al día. En respuesta a esa violencia sectaria, entre 800.000 y 1,6 millones de iraquíes se han refugiado en países vecinos como Jordania, Siria e Irán. Se calcula que, desde febrero de 2006, unos 234.000 iraquíes han huido de sus hogares, con frecuencia para salir de aldeas y barrios mixtos y refugiarse con “los suyos”.

El Grupo de Estudio sobre Irak

El tan anunciado informe del Grupo de Estudio sobre Irak (ISG, por sus siglas en inglés) [2] se publicó el 6 de diciembre de 2006. El Grupo, copresidido por el ex secretario de Estado James Baker y el ex congresista Lee Hamilton, se creó con apoyo del Congreso en marzo de 2006 para estudiar la situación en deterioro de Irak desde “un nuevo prisma”. Aunque el informe no emplea la palabra “fracaso”, resulta imposible leerlo sin llegar a la conclusión de que EEUU estaba fracasando en prácticamente todos sus objetivos en Irak, tanto los fijados originalmente en 2003 como los enunciados en el plan “Victoria en Irak” de 2005 anteriormente citado.

El Grupo ofreció un total de 79 recomendaciones, que pueden resumirse de la siguiente manera:

  • EEUU debe lanzar una nueva iniciativa diplomática para tratar de lograr un diálogo eficaz con todos los vecinos de Irak, incluidos Siria e Irán, y obtener su ayuda. La premisa explícita es que a ninguno de los Estados vecinos le beneficia una situación de caos en Irak.
  • Aunque debe mantenerse la presión multilateral para detener los aparentes intentos iraníes de desarrollar capacidad para crear armas nucleares, es viable un diálogo con este país con respecto a Irak.
  • Reconociendo que el conflicto árabe-israelí es un elemento clave de la política regional, el Grupo de Estudio sobre Irak recomendó que se renovaran los esfuerzos por avanzar hacia la consecución de acuerdos pacíficos entre Israel y sus vecinos Siria y Líbano y que se materializara el objetivo declarado del presidente de lograr una solución biestatal para resolver las legítimas reivindicaciones tanto de israelíes como de palestinos. Al hacer esta recomendación, el Grupo invirtió la lógica defendida por la Administración Bush al invadir Irak, que dio por supuesto que un éxito estratégico en Irak facilitaría una solución al conflicto árabe-israelí, puesto que los árabes beligerantes se mostrarían más dispuestos a alcanzar un acuerdo. El Grupo defendió, a la inversa, que una iniciativa seria para resolver las diferencias entre árabes e israelíes facilitaría la cooperación árabe en Irak y reduciría también la creciente animadversión pública hacia EEUU existente no sólo en el mundo árabe sino también en el mundo musulmán en general.
  • Aunque el Grupo no aprobó un calendario concreto, instó a que se acelerara el reemplazo de tropas estadounidenses por tropas iraquíes, a que se “integraran” más tropas estadounidenses en las unidades iraquíes para acelerar su adiestramiento y aumentar su eficacia operacional y a que EEUU otorgara especial importancia al proceso de reconciliación. Sin mencionar cifras concretas, en el informe se prevé una reducción significativa de las tropas de combate estadounidenses para la primavera de 2008, si bien también se indica que quizá sea necesario incrementar los efectivos militares por un breve espacio de tiempo para conseguir poner en práctica las recomendaciones.

La Administración Bush desdeñó el informe y rechazó enérgicamente la idea de que EEUU debería llevar a cabo una retirada planificada de Irak. En resumen, la Administración rechazó la idea de que había fracasado en Irak. Hasta el hábilmente equívoco ex secretario de Estado Henry A. Kissinger (asesor habitual de Bush) manifestó pocas semanas antes de que se publicara el informe del Grupo: “No hace falta ser ningún experto para darse cuenta de que lo que estamos presenciando en Irak no tiene visos de ser una victoria”.[3]

Bush, decidido a conservar la posibilidad de una “victoria” en Irak, optó por una decisión que fue recibida con gran escepticismo hasta en el Pentágono y durante las deliberaciones del Grupo de Estudio sobre Irak, a saber, enviar una nueva “oleada” de tropas a Bagdad y la provincia de al-Anbar, donde se producen dos tercios de los actos de violencia en Irak. Esa “oleada” debía consistir de 21.500 soldados y marines adicionales dirigidos por un oficial estadounidense de talento, el teniente general David H. Petraeus.

Al mismo tiempo, la Administración Bush y su cada vez menor grupo de partidarios desdeñaron también la sugerencia del Grupo de que debía implicarse diplomáticamente a Siria e Irán para tratar de entablar un diálogo estratégico en torno a Irak. De hecho, se ha podido documentar que EEUU presionó a Israel para que pusiera fin al diálogo diplomático que había estado manteniendo en secreto con Siria desde 2004.[4]

Lo triste es que las perspectivas de que EEUU alcance una “victoria” en Irak son escasas. Es más, el ejército estadounidense se encuentra “prácticamente roto”, [5] como manifestó en 2006 el general y ex secretario de Estado Colin Powell. En otras palabras, aun en caso de que el clima político estadounidense respaldase un amplio aumento de las tropas desplegadas en Irak, sencillamente hay pocas tropas adicionales disponibles después del nuevo incremento de 21.500 soldados. De hecho, el ejército está teniendo problemas para conseguir ese número de soldados. Inevitablemente, este hecho no sólo limita las posibilidades de éxito en Irak, sino que además reduce también las opciones estadounidenses con respecto a Irán.

Irán y la desestabilización regional

El gran beneficiario de la política estadounidense en Oriente Medio ha sido obviamente Irán. En Afganistán fue reemplazado el despreciado régimen talibán. En Irak, los principales instrumentos de poder se han colocado en manos de los musulmanes chiíes, muchos de los cuales mantienen estrechos vínculos con Irán. Y, por supuesto, se ha derrocado al enemigo por excelencia de Irán, Sadam Husein. Entretanto, Irán avanza deliberadamente hacia el desarrollo de la capacidad de obtención de armas nucleares, obstaculizado más por sus propias limitaciones que por las sanciones y amenazas externas. Esta conclusión se vio confirmada en un documento de carácter reservado de fecha 7 de febrero de 2007 que la UE distribuyó entre sus Estados miembros. [6]

En las últimas semanas, la Administración Bush ha venido aumentando de forma radical su capacidad para atacar a Irán. Es dudoso que se haya tomado ya la decisión de emprender una guerra, pero el ataque a Irán será descrito durante las próximas semanas por funcionarios y por quienes abogan por dicha guerra como viable y necesario, especialmente si Irán insiste en desarrollar su programa de enriquecimiento isotópico. Hasta críticos recién convertidos de la guerra de Irak, particularmente Hillary Clinton, se esfuerzan en subrayar que un Irán con capacidad nuclear resulta intolerable y que deben mantenerse abiertas todas las opciones para hacer frente a tal situación. Las preocupaciones de Israel también pesan considerablemente en las decisiones de Washington, y la perspectiva de que Irán adquiera capacidad de desarrollo de armas nucleares es considerada una amenaza existencial en Israel. Aunque pueden aducirse razones de peso para tratar de disuadir a Irán, ni la Administración Bush ni el Gobierno israelí han abrazado esa posibilidad.

Conviene recordar que en 1990-1991 y en 2003 el mero hecho de que EEUU reuniera una cantidad formidable de tropas en la región se convirtió en argumento en favor de emplear esas tropas y emprender acciones bélicas. EEUU pronto tendrá dos grupos de portaaviones destacados en la zona, y quizá pronto un tercero, y le costará abandonar su actitud combativa si Irán no realiza concesiones lo bastante significativas. Aunque muchos funcionarios iraníes son plenamente conscientes de la gravedad de la situación, no resulta muy difícil imaginar una serie de choques reales o instrumentados que podrían conducir, quizá no deliberadamente pero sí inexorablemente, a una fuerte campaña militar aérea y naval contra Irán. O, en pocas palabras, a otra guerra a instancias estadounidenses.

La presente estrategia de cara a Irán presenta cuatro aspectos destacados:

(1)   A medida que se aproxima rápidamente el plazo fijado (21 de febrero de 2007) para el cumplimiento por parte de Irán de la última resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, EEUU va desarrollando una verdadera capacidad de ataque contra ese país en caso de que éste siga resistiendo la voluntad del Consejo.

(2)   La amenaza de que Irán adquiera hegemonía sobre amplias extensiones de la región se esgrime para reforzar una alianza con los Estados árabes “moderados”. El trasfondo es que a dirigentes árabes amigos como Hosni Mubarak y los dos Abdalás de Jordania y Arabia Saudí les agradaría ver cómo alguien pone en su sitio a Irán.

(3)   En vista de que el apoyo nacional a la operación en Irak se está desvaneciendo, la Administración está haciendo esfuerzos por distraer la atención y acusar a Irán (con alguna torpeza) de la situación por interferir y facilitar actos de violencia contrarios a la coalición. Las recientes acusaciones de que Irán quizá haya suministrado sofisticados artefactos explosivos resulta algo hipócrita dado el papel que el arsenal estadounidense ha desempeñado en permitir la guerra emprendida por Israel el verano pasado en el Líbano, pero decir eso supondría una incorrección política.

(4)   Entretanto, con Irán reprendido y con el apoyo tácito de los regímenes árabes moderados, las fuerzas estadounidenses suavizan los peores estragos de la guerra civil y hacen que el conflicto en Irak pase de ser un desastre de proporciones catastróficas a ser una situación caótica pero controlable de la que los iraquíes son los principales responsables por no haber sabido sacar provecho del “regalo” de la liberación.

La idea de que EEUU podría atacar Irán, bombardearla “quirúrgicamente”, hacer que acatara su voluntad y posteriormente reforzar su posición de poder en Oriente Medio resulta sumamente arriesgada. Un ataque estadounidense debilitaría las voces pragmáticas en Irán, reavivaría el nacionalismo iraní, brindaría incentivos para que Irán le hiciese a EEUU la vida extremadamente difícil en Irak y otros lugares y probablemente dificultaría el comercio internacional del petróleo.

El apoyo a EEUU ya es de por sí escaso entre la comunidad chií. La idea de que EEUU puede alinearse con un Gobierno de mayoría chií en Bagdad y al mismo tiempo atacar Irán es ilusoria. Si EEUU pierde el respaldo general de la comunidad chií iraquí, entonces será el fin de la historia.

Entre los regímenes árabes amigos (pero no siempre “moderados”, como se afirma) existe sin duda cierta preocupación por las fuertes ambiciones iraníes en Oriente Medio, y hasta por la posibilidad de que Irán adquiera armas nucleares (si bien en muchos círculos árabes se considera mucho más preocupante el arsenal nuclear israelí), pero la idea de que EEUU pueda sacar provecho de las diferencias entre chiíes y suníes se deriva de una lectura demasiado simplista de las sociedades árabes modernas.

La principal preocupación en las capitales árabes es la desestabilización inherente al conflicto en Irak. Por ejemplo, algunos dirigentes como Mubarak en Egipto recuerdan aún la violencia desatada por los “árabes afganos”, los muyahidines, a su regreso de Afganistán. La opción preferida por algunas capitales como El Cairo es que se involucre a Irán en la estabilización de Irak en vez de provocársele y que éste termine convirtiendo a Irak en una amenaza aún mayor para la región.

Por su parte, Irán ha señalado que entiende la gravedad de las amenazas estadounidenses, y además está sufriendo enormemente las restricciones financieras propugnadas por EEUU y respaldadas por Europa. En las últimas semanas, algunos iraníes reflexivos como el respetado embajador iraní ante la ONU, Javad Sharif, han manifestado una disposición a entablar negociaciones diplomáticas con EEUU.[7] Es más, las provocadoras y odiosas declaraciones del presidente Ahmadineyad han causado, claramente, un profundo malestar en Irán. Aun así, de momento EEUU no tiene previsto entablar negociaciones diplomáticas serias con Irán hasta que éste no esté dispuesto a hacer unas concesiones de carácter preventivo que resultan altamente improbables.

Conclusiones: Al analizar la historia estadounidense resulta prácticamente imposible encontrar decisiones presidenciales tan mal fundadas y tan contraproducentes como la decisión de invadir y ocupar Irak que se tomó en 2003. Ahora la cuestión es ver si EEUU agravará aún más su monumental error estratégico decidiendo atacar Irán. La imagen que se tiene de Bush y sus asesores más cercanos se aproxima más a la de jugadores que a la de estrategas. Y cuando la suerte no les sonríe, los jugadores suelen optar por el “doble o nada”, lo cual resultaría muy arriesgado en la situación actual.

Augustus Richard Norton

Profesor de Antropología y Relaciones Internacionales en la Universidad de Boston


[1] http://www.whitehouse.gov/infocus/iraq/iraq_strategy_nov2005.html

[2] http://www.usip.org/isg/iraq_study_group_report/report/1206/index.html

[3] http://www.latimes.com/news/printedition/asection/la-fg-kissinger19nov19,1,5247887.story?coll=la-news-a_section

[4] http://www.cfr.org/publication/12553/

[5] http://www.guardian.co.uk/Iraq/Story/0,,1974803,00.html

[6] http://www.ft.com/cms/s/9222452a-bb66-11db-afe4-0000779e2340.html

[7] http://www.nytimes.com/2007/02/08/opinion/08zarif.html?_r=1&oref=slogin