Jordania ve en las acciones de Israel en Gaza y Cisjordania una amenaza existencial

Intervención del rey de Jordania, Abdalá II (en el centro), durante la Cumbre de Paz de El Cairo, realizada en la Nueva Capital Administrativa al este de la capital egipcia, el 21 de octubre de 2023
Intervención del rey de Jordania, Abdalá II (en el centro), durante la Cumbre de Paz de El Cairo, Egipto (21/10/2023). Foto: ©Royal Hashemite Court / Handout/Anadolu vía Getty Images

Tema

La paz firmada entre Jordania e Israel en 1994 es cada vez más fría. Las acciones de las fuerzas armadas y los colonos israelíes en Cisjordania, sumadas al asalto militar de Gaza, amenazan la estabilidad de Jordania y el propio tratado de paz con Israel.

Resumen

El Reino de Jordania está acostumbrado a vivir al borde del precipicio. Su vecindario es uno de los más conflictivos del mundo y los recursos del país son escasos. Sin embargo, el estallido de violencia a gran escala en Gaza, tras el ataque de Hamás contra Israel el 7 de octubre, plantea un desafío existencial para el reino hachemita. El país se enfrenta a una combinación de crisis internas y externas interconectadas como no había sucedido en décadas. Jordania está a la vanguardia de los esfuerzos diplomáticos para contener los efectos de la guerra en Gaza y su posible propagación a otras partes de Oriente Medio. Por su parte, el rey Abdalá II no ha parado de advertir sobre los efectos perniciosos a largo plazo de la respuesta de los países occidentales a las acciones de Israel contra las poblaciones de Gaza y Cisjordania.

Análisis

Jordania hace sonar las señales de alarma

El Reino de Jordania sabe lo que es sobrevivir ante las adversidades en la compleja geopolítica de Oriente Medio. Sin embargo, la actual guerra en Gaza y sus posibles ramificaciones suponen una amenaza existencial para la estabilidad del país. Jordania ya acoge a millones de refugiados palestinos de las guerras de 1948 y 1967 y a sus descendientes. La aterradora escalada de violencia en Gaza y Cisjordania desde el 7 de octubre, junto con las declaraciones de varios altos cargos israelíes, han reavivado los antiguos temores de que Israel lleve a cabo una nueva expulsión forzosa de población palestina hacia Jordania y Egipto. Ambos países han advertido de que tal medida supondría una línea roja que podría incendiar toda la región. El primer ministro jordano, Bisher Khasawneh, llegó a afirmar que cualquier intento israelí de expulsar a los palestinos de Gaza o Cisjordania se consideraría “una declaración de guerra”.

Para el rey Abdalá II, las actuales operaciones militares israelíes suponen un importante quebradero de cabeza político y de seguridad. Desde el comienzo de la última ola de violencia sin precedentes, el rey ha pedido a las potencias mundiales que detengan la implacable campaña de bombardeos israelíes en Gaza, se aplique un alto el fuego y se ponga fin al asedio de ese territorio densamente poblado. Ha insistido repetidamente en que “la región nunca será segura ni estable si no se logra una paz justa y completa sobre la base de la solución de los dos Estados”, que garantice a los palestinos sus derechos y libertades, como ha quedado bien demostrado con el estallido de violencia de octubre. El rey ha desplegado una muy intensa actividad diplomática, con múltiples viajes y encuentros con líderes internacionales y regionales, instándoles a contribuir a desescalar el conflicto, cuyos peligros aumentan con el paso del tiempo.

La propia reina Rania, que es de ascendencia palestina, concedió una entrevista a la cadena CNN el 24 de octubre en la que, al igual que otras autoridades jordanas, condenó “el asesinato de cualquier civil, ya sea palestino o israelí”. Sin embargo, la reina denunció “la reacción del mundo ante esta catástrofe” y el “flagrante doble rasero” por no condenar la muerte de civiles palestinos bajo los bombardeos israelíes en Gaza. El hecho de que la reina Rania haya lanzado mensajes tan contundentes en medios de comunicación internacionales de gran impacto demuestra hasta qué punto la monarquía considera la situación como una amenaza existencial para la estabilidad del país y de toda la región.

En un discurso pronunciado durante una sesión especial de emergencia de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) el 26 de octubre, el ministro jordano de Asuntos Exteriores, Ayman Safadi, afirmó que “Israel está haciendo de Gaza un infierno perpetuo en la tierra” y que “Israel no puede permanecer por encima de la ley”. Advirtió de que “el castigo colectivo no es legítima defensa; es un crimen de guerra”. Ese mismo día, Jordania presentó una resolución no vinculante en la Asamblea General de la ONU, que fue aprobada por una amplia mayoría de Estados miembros, con 120 votos a favor, 14 en contra y 45 abstenciones. La resolución pedía una “tregua humanitaria inmediata, duradera y sostenida que conduzca al cese de las hostilidades”, pero también mostró la impotencia de la comunidad internacional a la hora de detener las atrocidades contra los civiles y de liberar a los rehenes.

Ira y movilizaciones populares

Desde que comenzó la guerra en Gaza, miles de jordanos han salido a diario a las calles de la capital, Amán, y por todo el país. Algunos incluso intentaron asaltar la embajada israelí, lo que fue impedido cuando la policía jordana disparó gases lacrimógenos para dispersar a los manifestantes. Las autoridades también prohibieron concentraciones y mítines en el valle del Jordán y en las zonas fronterizas. El país ha sido testigo de numerosas manifestaciones multitudinarias en las que se instaba al gobierno a poner fin al tratado de paz que Jordania mantiene con Israel desde hace 29 años.

Un reflejo del malestar extendido por el país –que, a su vez, es un gesto para contener un posible estallido social– fue la votación por unanimidad, el pasado 13 de noviembre, en el Parlamento jordano de una proposición que insta al Comité Jurídico a revisar los acuerdos firmados con Israel. También se le instaba a preparar denuncias ante la Corte Penal Internacional por los posibles crímenes de guerra y limpieza étnica cometidos por Israel en Gaza, en colaboración con otros parlamentos de países árabes y musulmanes. Es probable que esa proposición parlamentaria no tenga mucho recorrido, salvo que se produzca un deterioro aún mayor de la situación humanitaria en Gaza –algo nada descartable, visto el nivel de devastación humana y física– o que Israel lleve a cabo sus planes de transferencia forzosa de población palestina a países árabes vecinos.

El 1 de noviembre, Jordania retiró a su embajador en Israel para reflejar la condena de Amán a la “guerra israelí que está matando a inocentes en Gaza”. También anunció que el embajador de Israel en Jordania, que se había marchado unas semanas antes, sólo podría regresar si Israel cesaba sus bombardeos sobre Gaza y los palestinos allí tenían pleno acceso a la ayuda humanitaria.

Hamás (acrónimo en árabe de “Movimiento de Resistencia Islámica”) y otros grupos militantes palestinos no cuentan con un amplio apoyo popular entre los jordanos y mucho menos en los círculos de poder. Sin embargo, el sufrimiento de los civiles palestinos que los jordanos ven a diario –y casi en tiempo real– a través de los medios de comunicación convencionales y en las pantallas de sus teléfonos móviles es un tema central que genera fuertes emociones, independientemente del origen y el estatus.

Cuanto más dure la guerra en Gaza y mayor sea la destrucción de vidas e infraestructuras, más difícil será la situación para la monarquía jordana. Por un lado, necesita mantener un equilibrio en sus relaciones con sus socios occidentales, mientras que, por otro, tiene que responder a las demandas de una opinión pública indignada y frustrada ante lo que percibe ampliamente como una guerra de agresión israelí con el respaldo y la complicidad de las principales potencias occidentales. Inevitablemente, muchos jordanos tienen en mente las reacciones mundiales ante la agresión rusa contra Ucrania, y las comparan con lo que ven en Gaza. En esa comparación, Occidente no sale bien parado.

Un tratado de paz “que acumula polvo”

En octubre de 1994, Jordania e Israel firmaron un acuerdo de paz –conocido como Tratado de Wadi Araba– que normalizó sus relaciones y supuso el reconocimiento mutuo como Estados soberanos y vecinos pacíficos. Fue el segundo tratado de paz que Israel firmaba con un país árabe, tras el alcanzado con Egipto en 1979. El acuerdo israelo-jordano fue posible gracias al liderazgo del primer ministro israelí, Isaac Rabin, y del rey Husein. Sin embargo, el asesinato de Rabin un año más tarde a manos de un ultraortodoxo israelí no sólo hizo descarrilar el proceso de paz con los palestinos, sino que también impactó en las relaciones con Jordania. Estas se han mantenido durante 29 años, pero se fueron enfriando a lo largo de los 16 que lleva Benjamín Netanyahu como primer ministro (1996-1999, 2009-2021 y desde diciembre de 2022 hasta la actualidad). Desde enero de 2023, algunos de los extremistas y populistas israelíes que acusaron a Rabin de “traidor” por buscar la paz con los árabes son miembros del gobierno israelí encabezado por Netanyahu.

A nadie se le oculta la tensa relación que existe entre el actual primer ministro israelí y el rey Abdalá II desde hace tiempo. Amán es consciente de que Netanyahu siempre ha tenido como objetivo impedir la solución de los dos Estados, uno israelí y otro palestino conviviendo en paz y con garantías de seguridad, así como debilitar a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), que es el rival natural de Hamás, y de esa forma fracturar a los palestinos y enfrentarlos entre sí. El resultado de las políticas de sucesivos gobiernos israelíes, y en especial los de Netanyahu, ha sido reforzar al movimiento Hamás, a pesar de considerarlo terrorista y someterlo a ataques militares de forma periódica. Así, Tel Aviv podía argumentar ante el mundo que no existe un socio palestino creíble, liquidando el proceso de paz, evitando la creación de un Estado palestino y justificando las operaciones militares contra la Franja de Gaza.

A lo largo de los 16 años de mandatos de Netanyahu, las autoridades jordanas han advertido de forma incesante de los riesgos que implicaban políticas como la expansión de los asentamientos israelíes, los planes de anexión de territorios palestinos y los pasos graduales para cambiar el estatus religioso y jurídico de los lugares sagrados, entre otras políticas. Asimismo, los dirigentes jordanos han denunciado en numerosas ocasiones lo que han considerado decisiones unilaterales y gestos inamistosos de los sucesivos gobiernos israelíes de Netanyahu, contrarios al espíritu del tratado de paz de 1994. Dos ejemplos a los que suelen aludir son: la gestión de los muy escasos recursos hídricos y los supuestos intentos israelíes de transferir la custodia de los lugares sagrados en Jerusalén de la monarquía jordana a alguna monarquía árabe del Golfo.

El monarca hachemí, cuya dinastía es custodia de los lugares santos musulmanes y cristianos de Jerusalén desde hace un siglo, lleva mucho tiempo denunciando públicamente las provocaciones de autoridades, fuerzas de seguridad y colonos israelíes en la Ciudad Santa. Durante años, Jordania ha advertido de las campañas israelíes para cambiar el statu quo en la Cisjordania ocupada mediante desalojos forzosos y ataques violentos de los colonos, apoyados por soldados y policías israelíes. Esta realidad, que puede haber pasado desapercibida para buena parte del mundo, ayuda a explicar las posturas y reacciones de los jordanos ante los acontecimientos en el Territorio Palestino Ocupado.

Jordania comparte cerca de 400 kilómetros con Israel y Cisjordania, por lo que Tel Aviv tiene un interés vital en mantener la estabilidad de su vecino oriental. El gobierno israelí declara que sus relaciones con Jordania son “de una importancia estratégica”. Sin embargo, y a pesar de que ambos países colaboran en ámbitos como la seguridad y la inteligencia y de que ambos son socios estrechos de Estados Unidos (EEUU) en una región llena de peligros, los gobiernos de Netanyahu no han prestado gran atención a su relación con los jordanos. No han faltado repetidas muestras de hostilidad –en una región donde los gestos tienen un enorme peso político– ni se han cultivado las relaciones y encuentros personales propios de países vecinos que conviven en paz. Todo lo anterior llevó al ministro de Exteriores jordano a declarar el pasado 16 de noviembre que el tratado de paz entre Israel y Jordania se ha convertido en un “documento que acumula polvo en un estante”.

Peligro de extensión del conflicto de Gaza

Al no vislumbrarse el final de la guerra entre Israel y Hamás, Jordania se prepara para un conflicto que vaya más allá de las fronteras de Gaza. Cualquier extensión de la guerra a otros frentes, como el Líbano o el Golfo, tendría profundas consecuencias regionales. Jordania no quiere encontrarse en la encrucijada de una guerra regional, de ahí su frustración por la incapacidad –o pura falta de voluntad– de EEUU y algunos gobiernos europeos para conseguir siquiera un alto el fuego tras un mes y medio de “crímenes de guerra israelíes”. Aunque la guerra no se extienda más allá de Gaza, ya está teniendo consecuencias económicas adversas para el reino en sectores como el turismo, así como en la inversión extranjera directa y el comercio transfronterizo.

Cuanto más dure la guerra en Gaza, mayor será el daño para la economía jordana, que ya se tambaleaba tras una década de escaso crecimiento económico, elevada deuda pública y una tasa de desempleo general cercana al 25%. Las crecientes presiones socioeconómicas son una amenaza directa para la paz social y la estabilidad política del país y, por consiguiente, de la región.

Las autoridades y la opinión pública de Jordania temen desde hace tiempo que los partidos israelíes de derecha y extrema derecha lleven a cabo sus planes de convertir Jordania en la “patria alternativa” del pueblo palestino. Muchos tienen la convicción de que el plan de Israel es utilizar la fuerza bruta para transferir a la población palestina de Gaza al Sinaí y también expulsar a los palestinos de Cisjordania hacia Jordania. Las declaraciones de actuales ministros israelíes afirmando que “la migración voluntaria de los palestinos de Gaza a otros países del mundo es la solución humanitaria correcta”, o anunciando que “ahora estamos poniendo en marcha la Nakba de Gaza” o afirmando que “lanzar una bomba nuclear sobre Gaza es una opción” sólo vienen a reforzar estos temores profundamente arraigados en el imaginario colectivo de muchos jordanos.

Otro aspecto que podría alimentar futuros conflictos es el de las percepciones. En sus declaraciones públicas, el rey Abdalá II ha expresado su frustración por lo que muchos en la región perciben como un doble rasero por parte de las potencias occidentales a la hora de abordar las agresiones y el sufrimiento humano en distintas partes del mundo. Durante la cumbre internacional celebrada en El Cairo el 21 de octubre, el rey alertó de una percepción generalizada en toda la región cuando afirmó: “El mensaje que está escuchando el mundo árabe es alto y claro: las vidas palestinas importan menos que las israelíes. Nuestras vidas importan menos que otras vidas. La aplicación del derecho internacional es opcional. Y los derechos humanos tienen límites: se detienen en fronteras, se detienen en razas y se detienen en religiones”. Su conclusión es que: “Se trata de un mensaje muy, muy peligroso, ya que las consecuencias de la continua apatía e inacción internacionales serán catastróficas para todos nosotros”. Viniendo de uno de los aliados árabes más estrechos de Washington (el primer dirigente árabe que habló con el presidente Joe Biden y lo visitó en la Casa Blanca tras su elección), estas palabras deben considerarse una advertencia inequívoca de los riesgos de no actuar antes de que sea demasiado tarde.

Conclusiones

Las relaciones entre Jordania e Israel están marcadas por el tratado de paz que firmaron en 1994. Sin embargo, la paz entre ambos países se ha ido enfriando durante los sucesivos mandatos de Benjamín Netanyahu como primer ministro de Israel. Sus políticas son vistas en Amán como hostiles y contrarias al espíritu del Tratado de Wadi Araba, y con la voluntad manifiesta de evitar una paz con los palestinos basada en la solución de los dos Estados que garantice a ambas sociedades su libertad y seguridad.

El estallido de violencia a gran escala en Gaza, tras el ataque de Hamás contra Israel el pasado 7 de octubre y la posterior devastación provocada por el asalto militar israelí, plantea un desafío existencial para el reino hachemita. Por un lado, no desea verse afectado por una escalada que pueda derivar en una guerra regional. Por otro lado, los jordanos no paran de recibir imágenes e informaciones del sufrimiento de los civiles palestinos a través de los medios y en las pantallas de sus teléfonos móviles. El malestar es generalizado entre una población que pide la ruptura de relaciones con Israel, al que ven como un Estado ocupante y agresor. Además, cuanto más dure la guerra en Gaza, mayor será el daño para la economía jordana, ya de por sí maltrecha. Las crecientes presiones socioeconómicas son una amenaza directa para la paz social y la estabilidad política del país y, por consiguiente, de la región.

Las autoridades y la opinión pública jordana albergan el temor de que los partidos israelíes de derecha y extrema derecha, ahora en el poder, aprovechen la actual situación para llevar a cabo sus planes de convertir Jordania en la “patria alternativa” del pueblo palestino, con una transferencia forzosa de habitantes de Cisjordania hacia Jordania. Las declaraciones recientes de algunos dirigentes ultras israelíes han reavivado los antiguos temores en Jordania, cuyas autoridades han advertido de que semejante eventualidad se consideraría “una declaración de guerra”.

Cuanto más dure la guerra en Gaza y mayor sea la destrucción de vidas e infraestructuras, más difícil será la situación para la monarquía jordana. Por un lado, necesita mantener un equilibrio en sus relaciones con sus socios occidentales, mientras que, por otro, tiene que responder a las demandas de una opinión pública indignada y frustrada. El rey Abdalá II ha desplegado una muy intensa actividad diplomática para tratar de desescalar el conflicto de Gaza, desde la convicción de que el paso del tiempo aumenta el peligro de que se materialicen los peores escenarios. Por ahora, las principales potencias occidentales han ignorado sus advertencias.