El Sáhara Occidental en las dinámicas internas intra-magrebíes

El Sáhara Occidental en las dinámicas internas intra-magrebíes

Tema: La tensión entre las dos potencias regionales del Magreb, Marruecos y Argelia, ha ido en aumento durante los últimos tiempos, con el conflicto del Sáhara Occidental como tema de fondo. Algunas cosas parecen haber cambiado en sus dinámicas internas, pero no tanto los intereses estratégicos de sus regímenes. Los cambios en el entorno internacional han causado cierto reposicionamiento de las partes.

Resumen: A pesar de las numerosas iniciativas para resolver el conflicto del Sáhara Occidental desde que comenzó hace casi tres décadas, así como de las ocasionales declaraciones conciliadoras de las partes enfrentadas, aún no se han alcanzado resultados concretos de cara a su solución definitiva. Los intereses creados entre los dirigentes regionales durante el prolongado statu quo impiden sacar a la región del impasse en el que se encuentra. Sustituir esos intereses individuales por otros que beneficien al conjunto de la región, incluyendo a los saharauis, es el gran reto al que se enfrenta la comunidad internacional.

Análisis: Las relaciones argelino-marroquíes han sido tradicionalmente conflictivas, más allá de la existencia del contencioso del Sáhara Occidental. Años antes de la ocupación marroquí de la ex colonia española, las perspectivas de convivencia regional no eran alentadoras. Los sobresaltos de los procesos de descolonización dieron lugar a enfrentamientos entre Argelia y Marruecos, alegando cada cual estar en posesión de derechos que la otra parte no respetaba. Desde el primer momento, los desacuerdos surgieron a raíz de la existencia de dos sistemas políticos antagónicos –una monarquía conservadora aliada de Occidente en Marruecos, y una república socialista árabe activa en el movimiento de países no alineados en Argelia–, con las consiguientes divergencias en sus opciones políticas y alianzas internacionales. El conflicto del Sáhara Occidental supuso un aumento del grado de complejidad de dichas relaciones, tanto a nivel oficial como popular. Sin embargo, incluso de no haber existido dicho conflicto la desconfianza y los malos recuerdos ya marcaban el tono de las relaciones argelino-marroquíes.

La reciente escalada de tensión entre Marruecos y Argelia, en forma de declaraciones acusatorias y maniobras diplomáticas, acompañadas de rumores sobre movimientos de tropas cerca de la frontera común que está cerrada desde 1994, ha llevado al Secretario General de la ONU, Kofi Annan, a expresar en su último informe su “gran preocupación por el recrudecimiento reciente de los enfrentamientos dialécticos procedentes de las partes y la región”. Esto supone un empeoramiento considerable de las relaciones entre ambos países, y recuerda el clima de desconfianza y hostilidad que existió entre los países vecinos durante las décadas de 1970 y 1980. Estos enfrentamientos han hecho sonar las señales de alarma, llevando a algún país como Egipto a ofrecerse como mediador para aproximar posturas.

Esta situación se puede interpretar como un paso más en la guerra psicológica que, en mayor o menor medida, ha sido una constante en las relaciones magrebíes tras la independencia. El conflicto del Sáhara Occidental ha sido uno de los puntos de discordia más recurrentes en esa guerra, aunque no el único. Pero en estos momentos el riesgo de que la situación quede fuera de control es más elevado que en otras épocas que fueron más difíciles y complejas. Es posible que dicho riesgo no disminuya durante los próximos meses hasta la presentación del próximo informe de Kofi Annan, aunque la apariencia sugiera lo contrario. Tampoco se puede descartar que, a raíz de algún incidente o serie de declaraciones, sus relaciones diplomáticas se vean afectadas aún más.

Cuesta pensar que, por el momento, Marruecos y Argelia se pongan de acuerdo sobre temas que los enfrentan como el delicado asunto del Sáhara Occidental, cuando han mostrado incapacidad para definir una política constructiva en temas sobre los que teóricamente hay coincidencia de intereses, como son la inmigración ilegal, el terrorismo internacional y el contrabando de estupefacientes.

Marruecos-Argelia: una historia de desencuentros cíclicos
Las relaciones argelino-marroquíes actuales están demasiado cargadas de Historia y de referencias al pasado, que son utilizadas con frecuencia de forma poco constructiva por portavoces oficiales y oficiosos, tanto de los Gobiernos como de medios de comunicación. En momentos de crisis, las autoridades de cada país evocan, en distinta medida, los capítulos más oscuros de su pasado común (como por ejemplo la “guerra de las arenas”, cuando las fuerzas armadas reales marroquíes atacaron en 1963 la región de Tinduf de la recién independizada Argelia, o el apoyo que Argelia ha dado a los saharauis desde que emprendieron su lucha por la independencia contra la ocupación marroquí).

Las esperanzas de reconciliación argelino-marroquí tras el funeral de Hasan II en 1999, entre el recién elegido presidente argelino Abdelaziz Buteflika y el recién coronado Mohamed VI de Marruecos, duraron menos de un mes. Las primeras fricciones surgieron a raíz de las acusaciones mutuas sobre la falta de controles fronterizos que permitían los movimientos de elementos armados entre los dos países. La escalada verbal, en un momento en que ambos líderes necesitaban reforzar sus posiciones dentro de sus países, recordó una vez más que mantener un enfrentamiento regional controlado es un elemento más de la política interna de estos países. Desviar la atención pública sobre los problemas internos y las deficiencias de los gobernantes resulta siempre más fácil cuando se busca un enemigo exterior. En el caso de regímenes autoritarios, esta máxima adquiere aun mayor relevancia.

La falta de proyectos movilizadores atractivos en las sociedades del Magreb hace que las autoridades de estos países caigan en la tentación de recurrir al viejo juego de exaltar las pulsiones nacionalistas y militaristas, con la ayuda de los medios de comunicación afines. La rivalidad regional se convierte en el sustituto de un proyecto movilizador constructivo. Un ejemplo reciente del recurso a los agravios históricos para evitar romper el statu quo es el memorando que el Gobierno de Marruecos envió a finales del pasado septiembre al Secretario General de Naciones Unidas. En él se acusaba a Argelia de haber participado militarmente en el conflicto en la década de 1970 y de ser quien ejerce el control directo de los campamentos de refugiados saharauis en Tinduf.

Las autoridades marroquíes hace tiempo que tratan de presentar el debate sobre el Sáhara Occidental en términos de posturas “pro marroquíes” o “pro argelinas”, dando a entender que son las únicas existentes, además de ser autoexcluyentes. En el discurso oficial, Marruecos se refiere al conflicto del Sáhara Occidental como un “problema falso y artificial” creado por Argelia para debilitar a Marruecos, y cuya solución pasa por una negociación bilateral entre los dos países(1) . Este diagnóstico, aunque se emplee para consumo interno, entra en contradicción con el hecho de que las máximas autoridades marroquíes han negociado de forma directa, pública y secretamente, con el Frente Polisario, con el que han firmado acuerdos avalados por la comunidad internacional. Las autoridades marroquíes se muestran incapaces de reconocer que el nacionalismo saharaui es una realidad desde hace décadas, y que no se trata de una invención argelina.

A pesar de las declaraciones que de forma periódica hacen Rabat y Argel sobre la importancia de las relaciones fraternales que unen a los dos países, los hechos recientes demuestran que las dinámicas internas no han variado de forma sustancial, y que las pautas de enfrentamiento/distensión siguen siendo las mismas desde hace décadas. En ese sentido, la gestión de las relaciones bilaterales se caracteriza por un continuismo casi absoluto.

Marruecos: entre el dicho y el hecho
El rey Hasan II abogó en 1981 por resolver el conflicto del Sáhara Occidental mediante la celebración de un referéndum de autodeterminación. El tiempo ha demostrado que la estrategia marroquí ha consistido en declarar públicamente una y otra vez su apoyo a la celebración de dicho referéndum, mientras hacía todo lo posible por retrasarlo indefinidamente. A su favor contaba con que la comunidad internacional no le presionaría lo suficiente como para verse forzado a aplicar los compromisos que había contraído.

La llegada de un nuevo monarca al trono alauí en 1999 no ha facilitado la distensión regional en torno al conflicto del Sáhara Occidental. La posición del monarca se ha hecho más inflexible durante estos años, llegando a descartar recientemente la idea misma de celebrar un referéndum y cualquier plan que contemple su celebración, como el Plan Baker II (2). Sin embargo, dicho Plan fue aprobado por unanimidad en el Consejo de Seguridad de la ONU en julio de 2003, siendo España miembro no permanente del mismo, y fue presentado como una “solución política óptima” para resolver el conflicto. La Asamblea General de la ONU también ha dado su apoyo al llamado Plan de Paz para la libre determinación del pueblo del Sáhara Occidental. El único país que ha declarado públicamente su no aceptación ha sido Marruecos, que lo considera obsoleto, y ofrece a cambio una negociación bilateral directa con Argelia.

A pesar de que el rey Mohamed VI declaró en la prensa francesa en septiembre de 2001 que él había arreglado la cuestión del Sáhara, el Secretario General de la ONU, Kofi Annan, ha señalado en su informe del pasado 20 de octubre (S/2004/827) que el acuerdo entre las partes sobre el Plan de Paz parece aún más distante que antes, y que “Marruecos sigue rechazando elementos esenciales del plan”. Según el ex enviado personal de Kofi Annan para el Sáhara Occidental, James Baker, el principal motivo por el que Marruecos no puede considerar cerrado este conflicto es que ningún país ni organismo internacional reconoce oficialmente la soberanía marroquí sobre el territorio del Sáhara Occidental. En cambio, más de 60 países reconocen a la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) declarada por el Frente Polisario en 1976.

Marruecos aceptó y luego impidió la aplicación del Plan de Arreglo de la ONU de 1991. Propuso un referéndum de autodeterminación en 1981 y ahora se declara abiertamente contrario a su celebración. Firmó y más tarde se desentendió de los Acuerdos de Houston de 1997. Ha propuesto conceder una autonomía amplia al Sáhara Occidental, pero nunca ha presentado un proyecto concreto de autonomía, según ha declarado el propio James Baker. Todo eso plantea necesariamente la pregunta de qué es lo que ha cambiado en Marruecos para que ahora vaya a cumplir cualquier nuevo compromiso que adquiera en el marco de la ONU, y qué garantiza que de ahora en adelante vaya a acompañar los dichos con hechos.

Según fuentes saharauis, después de que el presidente sudafricano, Thabo Mbeki, anunciara por carta a principios de agosto al rey de Marruecos la intención de su país de reconocer a la RASD, el Gobierno marroquí pidió al de Pretoria organizar negociaciones directas con el Frente Polisario. Los saharauis aceptaron, pero en el último momento el Gobierno marroquí se desdijo. Esto precipitó el reconocimiento de la RASD por parte de Sudáfrica, que fue comunicado por Mbeki a Mohamed VI en una carta redactada en duros términos. En ella se exponía que el motivo final por el que Sudáfrica reconocía a la RASD era que “Marruecos había dejado claro que no tenía absolutamente ninguna intención de respetar el derecho del pueblo del Sáhara Occidental a determinar su destino”. Tras este serio revés diplomático para la diplomacia marroquí, ésta se ha dirigido durante los últimos días al presidente de Zimbabwe, Robert Mugabe, pidiéndole que haga de mediador.

La falta de coherencia de la diplomacia marroquí en temas como el conflicto del Sáhara Occidental es cada vez más denunciada en la prensa independiente de Marruecos. Últimamente ha habido muestras positivas de que la prensa marroquí está abriendo el espacio de debate en torno a la cuestión del Sáhara Occidental, considerada en otros tiempos un tabú sobre el que nadie podía opinar en público, salvo para mostrar el pleno apoyo al discurso oficial. En este contencioso en el que escasean las reflexiones imaginativas y sensatas, valdría la pena escuchar más a las sociedades civiles de la región. Resulta llamativo que el ex ministro del Interior y antiguo hombre fuerte del régimen de Hasan II, Dris Basri, haya declarado recientemente que nadie ayudará a Marruecos a recuperar el Sáhara Occidental si las autoridades marroquíes muestran “egoísmo y estrechez de espíritu con la opinión pública internacional”.

El régimen marroquí nunca ha dudado a la hora de pretender desviar la atención de la opinión pública de los problemas internos a los que se enfrenta el país, tratando de situar las causas de sus males fuera de sus fronteras. Ahora que las relaciones hispano-marroquíes pasan por un buen momento, después de un período de desencuentros y crisis profunda, es Argelia, el eterno rival en la región, quien parece recibir las críticas más duras de las autoridades marroquíes. A su vez, Argel responde tratando de infligir derrotas diplomáticas a Marruecos, como ya hiciera con éxito durante las décadas de 1970 y 1980. Un resultado de las gestiones diplomáticas argelinas es que Marruecos sigue ausente de la Unión Africana, sucesora de la Organización para la Unidad Africana, de la que se retiró en 1984 en protesta por la admisión de la RASD como Estado de pleno derecho.

Argelia: posiciones legalistas
Argelia no deja de repetir, siempre que se alude a su papel en el conflicto, que su objetivo es apoyar al pueblo saharaui para que pueda ejercer su derecho a la autodeterminación, y que las dos partes directamente implicadas son el reino de Marruecos y el Frente Polisario, tal como establece la ONU. Argelia también señala que nunca ha tenido ninguna reivindicación sobre el territorio disputado. Marruecos, en cambio, considera que Argelia es una parte directamente involucrada en el conflicto, y que su apoyo al Frente Polisario representa una conspiración para asfixiar al reino alauí geográfica, económica y políticamente. Las posiciones que Argelia mantiene en relación al contencioso del Sáhara Occidental son principalmente legalistas y técnicas, dentro del marco de la ONU. Insiste en que se trata de un problema de descolonización que se resuelve aplicando el principio de autodeterminación.

El apoyo oficial de Argelia a la autodeterminación de los saharauis ha sido una constante en la estructura de poder dentro del país, así como una piedra angular en su política regional. Por consiguiente, no cabe esperar un cambio en dicho apoyo salvo que formara parte de unos cambios más amplios que abarcaran a toda la región. Esto se podría producir como consecuencia de la puesta en marcha de proyectos a gran escala encaminados a alcanzar mayores niveles de integración regional. Para que eso ocurra, en estos momentos resulta imprescindible que países de fuera de la región hagan de facilitadores para aproximar las posturas ahora enfrentadas. Alcanzada esa fase, las fronteras ya no tendrían el papel central y casi sagrado que tienen en la actualidad. Por otra parte, sería un error considerar que en Argelia existe una sola sensibilidad en relación a la cuestión del Sáhara. Muestra de ello es que el dirigente islamista Abbasi Madani ha declarado recientemente al diario marroquí Aujourd’hui Le Maroc que el territorio disputado ha sido “históricamente marroquí”.

La idea de que un cambio en la posición oficial argelina respecto del Sáhara Occidental permitiría resolver el conflicto no parece tener en cuenta el resto de elementos imprescindibles para alcanzar una solución definitiva. Considerar que el Frente Polisario siempre acatará lo que le diga Argel puede representar un error de cálculo de nefastas consecuencias. Asimismo, las numerosas ocasiones en que se ha querido entrever una retirada del apoyo argelino a los saharauis (por ejemplo en 1988 con la mejora de las relaciones argelino-marroquíes, en 1989 a raíz de la creación de la UMA, en 1992 con el nombramiento de Mohamed Budiaf como presidente de Argelia o a raíz del debilitamiento de Argelia con el comienzo de la guerra civil ese mismo año) el tiempo ha demostrado que la realidad era otra.

Marruecos debería preguntarse si le interesa una solución con Argelia que no cuente con el visto bueno del Frente Polisario o de facciones del mismo(3). Tras tres décadas de lucha y sacrificios por parte de los saharauis, Rabat se ha de plantear si es deseable integrar a decenas de miles de saharauis entre los que reine el descontento y la frustración dentro de un Sáhara que forme parte de Marruecos, y si sería capaz de gestionar ese tipo de situación sin tener que recurrir a la represión y a las prácticas de los años del plomo.

La Unión del Magreb Árabe, una mirada atrás
La creación de la Unión del Magreb Árabe (UMA) en 1989 por parte de Argelia, Libia, Marruecos, Mauritania y Túnez fue considerada como una victoria en Rabat, pues excluía a la RASD (a pesar de que el tratado contenía una cláusula que permitía la admisión de nuevos miembros). Argelia esperaba que, tras la firma del tratado, Marruecos se mostrara más dispuesto a avanzar en un proceso de paz para el Sáhara Occidental. Sin embargo, el rey Hasan II consideró que dicho tratado levantaba la presión que pesaba sobre él para negociar con el Frente Polisario. Marruecos concluyó que los beneficios que prometía una mayor integración regional erosionarían el apoyo argelino al Frente Polisario, mientras que Argelia consideró que dichos beneficios conducirían a un arreglo negociado mediante la creación de un Magreb integrado en el que tuviese cabida la RASD. En conclusión, tanto Marruecos como Argelia esperaban poder utilizar el proceso de la UMA para hacer avanzar sus agendas políticas en relación al Sáhara Occidental.

El problema es que las diferencias de fondo entre Marruecos y Argelia nunca aparecieron en el orden del día de las cumbres de la UMA. La organización pan magrebí se estableció con el fin de diluir los enfrentamientos entre los países de la región a fin de normalizar sus relaciones políticas, así como prepararlos para afrontar juntos los retos que presentan la integración europea y la globalización económica. A pesar de lo cual, hace casi una década que no se celebra una cumbre de la UMA. En la actualidad, la tensión ha aumentado entre Marruecos y Argelia, con el Sáhara Occidental como tema de fondo, y la crisis entre Libia y Mauritania se ha acentuado a raíz del intento fallido de golpe de Estado en este último país. Esto demuestra de nuevo que los elementos de política interna en el Magreb siguen siendo más poderosos que las ventajas que manifiestamente se pueden obtener de una acción política concertada y de la integración regional. Al menos por el momento.

Conclusiones: El rechazo por parte de Marruecos a la celebración de un referéndum de autodeterminación para el Sáhara Occidental podría añadir un elemento de coherencia entre su política exterior e interior tras más de dos décadas de doble lenguaje, pero representa una opción peligrosa para la estabilidad del Magreb. La falta de flexibilidad de las autoridades marroquíes ha influido en la decisión de Sudáfrica de reconocer y establecer relaciones diplomáticas con la RASD. Una impresión cada vez más extendida es que Marruecos se está aislando debido a sus posturas, mientras que el resto del mundo sigue apoyando una negociación política que desemboque en un referéndum de autodeterminación. Otros países podrían seguir los pasos de Sudáfrica si el Marruecos oficial no da muestras de seguir una política más imaginativa y novedosa, acorde con la legalidad internacional.

La estrategia de Marruecos consiste en presentar el conflicto como un contencioso de carácter regional y no como un problema internacional, a pesar de que el Sáhara Occidental figura desde 1963 en la lista de territorios a los que debe ser aplicada la Declaración sobre la concesión de la independencia a los países y pueblos coloniales, consagrada por la Resolución 1514 (XV) del 14 de diciembre de 1960. La idea de marginar a la ONU o dejarla en un segundo plano es vista por algunos como una forma de romper el bloqueo que se ha alcanzado, mientras que para otros representa ceder a las exigencias de la parte que más trabas ha puesto en todas las negociaciones llevadas a cabo hasta el momento.

El fracaso de la UMA y el conflicto del Sáhara Occidental son más bien expresiones y no causas de la rivalidad que enfrenta a Marruecos y Argelia. En lugar de unir fuerzas para lograr un mayor peso regional que les ayude a enfrentar los retos vitales de alcanzar mayores niveles de desarrollo, democracia y modernización, los países magrebíes han optado por mantener vivas las raíces que alimentan las divisiones y enfrentamientos cíclicos. En estos momentos se hace especialmente importante superar las acusaciones mutuas y alejarse de las declaraciones de enemistad y recriminaciones, a fin de desactivar posibles focos de tensión en el futuro.

La posibilidad de que Marruecos y Argelia se vean envueltos en un enfrentamiento bélico directo es remota. Sin embargo, esto no elimina el riesgo de que se pueda recurrir a las armas en el frente sahariano. En caso de producirse un enfrentamiento, aunque éste sea de corta duración y de baja intensidad, su posible efecto desestabilizador para la región no es nada desdeñable. Hay quienes opinan, dentro y fuera del movimiento saharaui, que precisamente mediante la provocación de una crisis de baja intensidad se puede sacar a la región del impasse en el que se encuentra, llamando la atención sobre este conflicto que pasa casi desapercibido en la agenda política internacional. Según ese razonamiento, el coste que todas las partes tendrían que pagar sería elevado, pero el conflicto dejaría de ser visto como un conflicto “gestionado”, como viene ocurriendo desde que la Misión de las Naciones Unidas para el Referéndum en el Sáhara Occidental (MINURSO) se desplegó en el territorio en 1991.

Es hora de que la Historia magrebí se escriba desde las sociedades civiles, rompiendo con los discursos manidos de unas elites desprestigiadas que resucitan el pasado para alimentar el resentimiento de los pueblos. Las sociedades civiles serán capaces de reconstruir el Magreb, con los ojos puestos en el futuro común de la región como única forma de afrontar los retos geopolíticos y socioeconómicos a los que se enfrenta. Esto es imprescindible para avanzar hacia la solución del conflicto del Sáhara Occidental, a partir de unos cálculos de beneficio mutuo para todas las sociedades magrebíes. Las fórmulas del tipo “el ganador se lleva todo”, además de humillantes, son una garantía de inestabilidad para el futuro. Al igual que un referéndum sin negociación política previa.

Haizam Amirah Fernández
Investigador Principal del Área de Mediterráneo y Mundo Árabe, Real Instituto Elcano

Notas:

(1) Véase “La cuestión del Sahara y la estabilidad de Marruecos”, Ángel Pérez González, ARI, 12/XI/2002, disponible en ARI 98/2002.
(2) Véase “Cambios estratégicos en la negociación del Plan de paz para la libre determinación del pueblo del Sáhara Occidental”, Haizam Amirah Fernández, ARI nº 105/2003, 4/IX/2003, disponible en ARI 105/2003; así como “El largo camino jurídico y político hacia el Plan Baker II: ¿Estación de término?”, Carlos Ruiz Miguel (no disponible).
(3) Véase “Las dimensiones internacionales del conflicto del Sahara occidental y sus repercusiones para una alternativa marroquí”, Ahmed Boukhari, Documento de Trabajo nº 16/2004, 19/IV/2004, disponible en DT 16/2004.