El impacto de una posible guerra en Irak en Asia-Pacífico

El impacto de una posible guerra en Irak en Asia-Pacífico

Tema: Los efectos de una posible guerra en Irak van a ser mundiales y se debe intentar prever cómo afectarán a una región tan importante como la de Asia-Pacífico. Las crecientes tensiones en la península coreana son evidencia de que el conflicto en el Golfo Pérsico puede estar desestabilizando ya la región. Pero las implicaciones para Asia-Pacífico de una guerra en Irak van más allá de la amenaza nuclear norcoreana tal y como se ha presentado hasta ahora; incluye aspectos económicos sustanciales.

 

Resumen: La amenaza que se cierne sobre Asia-Pacífico como consecuencia de la crisis continuada con Irak es doble: política y económica. Políticamente, Corea del Norte ya ha aprovechado el momento para lanzar un chantaje nuclear al mundo con la aparente lógica de que cuanto mayor sea la amenaza que presente, mayor será la contraprestación que reciba para que ésta sea aplacada. Pero las implicaciones de seguridad de una guerra en Irak van más allá de la península coreana y podrían afectar a toda la región. Económicamente, el factor fundamental será el precio del petróleo y su impacto en una región en la que, a excepción de China, el crecimiento económico no ha sido capaz de recuperar los niveles anteriores a la crisis financiera de 1997-98.

 

 Análisis: El impacto de una guerra en Irak en Asia-Pacífico será considerado en dos tiempos: primero, el político (fundamentalmente de seguridad) y, segundo, el económico.

  

La crisis de Irak y el retorno de la amenaza nuclear norcoreana
Pablo Bustelo, en su ARI “La crisis nuclear con Corea del Norte: antecedentes, desarrollo y opciones” (ARI 4/2003) hace un excelente resumen del antes y el después de la ya famosa reunión bilateral del 4 de octubre de 2002 entre Kang Sok Chu, viceministro de Exteriores norcoreano y James Kelly, subsecretario estadounidense para Asuntos de Asia Oriental y del Pacífico. En ella, y frente a la avalancha de evidencias presentadas por los norteamericanos de que el régimen norcoreano estaba desarrollando un programa de enriquecimiento de uranio, el alto cargo norcoreano admitió su actividad secreta e ilegal. A partir de entonces, ha habido una continua escalada de tensión: EEUU suspendió los envíos de petróleo a Corea del Norte; ésta reaccionó amenazando con reactivar la central nuclear de Yongbyon y con expulsar a los inspectores de la Organización Internacional de la Energía Atómica (OIEA) presentes en su territorio, cosa que hizo a finales de diciembre; y el 10 de enero, Corea del Norte abandonó el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNPN) al que se había adherido en 1985.

Las últimas noticias concernientes a la planta de Yongbyon, sospechosa de producir plutonio de uso militar, han sido muy confusas. El 5 de febrero, con el mundo entero pendiente de la comparecencia de Colin Powell ante el Consejo de Seguridad de la ONU, Corea del Norte anunció la reactivación de sus centrales nucleares clausuradas en 1994 con el único objetivo de generar energía eléctrica. El 8 de febrero, un portavoz del gobierno norcoreano aseguró que se había “malinterpretado” el comunicado original, donde sólo se mencionaban los preparativos para reactivar las centrales nucleares y no que éstas se hubieran puesto en marcha. Según Pyongyang, había sido un error de traducción.

El 5 de febrero también, un portavoz del régimen norcoreano negó la autoridad de Naciones Unidas en el conflicto e insistió en que el problema es una cuestión bilateral entre Corea del Norte y EEUU, destacando la confrontación directa entre los dos países. En una confusa noticia del 6 de febrero, el diario El Mundo publicaba que el ministro de Asuntos Exteriores norcoreano había declarado que “Corea del Norte tiene derecho a lanzar un ataque preventivo contra EEUU, en vez de esperar a que el Ejército norteamericano haya terminado con Irak.” En otro momento, Pyongyang ha amenazado con la “guerra total” ante cualquier ataque estadounidense a sus centrales nucleares. Hasta ahora, sin embargo, no se ha detectado la movilización de tropas norcoreanas hacia la frontera.

No deberían ignorarse totalmente las amenazas norcoreanas porque reaccionan a una amenaza real. Las declaraciones de las autoridades de EEUU apuntan a que efectivamente vislumbran una política de “cambio de régimen” en este país incluido en el “eje del mal” que se concretará una vez se haya realizado con éxito el cambio en Irak. Aparte de suponer una amenaza nuclear, el régimen norcoreano también es un foco de inestabilidad, según los norteamericanos, por sus ventas de misiles a países con ambiciones nucleares. Mandos militares estadounidenses calculan que las exportaciones norcoreanas de misiles a países tales como Irán, Siria, Libia, Pakistán o Vietnam alcanzaron los 560 millones de dólares en 2001.

No hay una total unanimidad en Washington en lo que concierne a un cambio de régimen en Corea del Norte. Richard Lugar, presidente desde enero de la Comisión de Política Exterior del Senado, dijo ese mismo mes que Corea del Norte debería ver “un poco de luz al final del túnel” antes de abandonar sus planes nucleares. Lugar es considerado un experto en Asia-Pacífico, aunque es conocido sobre todo por su trabajo en contra de la proliferación nuclear. Se le considera un moderado y ha defendido una solución multilateral de la crisis de Irak, pero su voz casi no se ha oído hasta ahora frente a la de los halcones del Pentágono.

Otro factor a tener en cuenta al ponderar una posible amenaza norcoreana es el traspaso de la Presidencia de Kim Dae Jung a Roh Moo Hyun -quien jurará su puesto el 25 de febrero- y la debilidad institucional que supone cualquier transición política de este tipo. Roh se ha presentado como un continuador de la política de apertura hacia el Norte (Sunshine Policy) impulsada por su antecesor. Sin embargo, Corea del Sur vive en estos momentos un grave escándalo político motivado por las acusaciones de que se canalizaron 186 millones de dólares a Corea del Norte a través del Grupo Hyundai una semana antes del histórico encuentro entre Kim Dae Jung (quien ganó el Premio Nobel de la Paz poco después) y Kim Jong Il en el aeropuerto de Pyongyang en junio de 2000. De confirmarse que el encuentro no se produjo más que debido a un soborno del Sur al Norte, el nuevo ejecutivo afrontaría una importante oposición popular a la continuación de tal política.

 

 

¿Puede EEUU ganar dos guerras regionales simultáneas?
La renovada crisis norcoreana evidencia un problema de fondo de más amplio calado que el del mero chantaje nuclear norcoreano: el de la capacidad de EEUU para combatir y ganar dos guerras de escala regional de manera simultánea. El Secretario de Defensa Donald Rumsfeld lo afirma continua y rotundamente; sin embargo, no es tan evidente como parece.

El Far Eastern Economic Review (FEER) en su edición del 16 de enero dudaba de las palabras de Rumsfeld, particularmente en un contexto de máxima limitación de las bajas militares norteamericanas en combate. Las limitaciones norteamericanas explicarían, según el FEER, la propensión a utilizar métodos diplomáticos con Corea del Norte, a la espera de que se resuelva el conflicto armado con Irak.

Actualmente, EEUU tiene estacionados en Asia 84.000 efectivos (de los cuales 37.000 están en Corea del Sur y 43.000 en Japón), además de un portaaviones (el Kitty Hawk, el cual, el 23 de enero, zarpó del puerto de Yokosuka en Japón hacia aguas internacionales en un acto que algunos interpretaron como de advertencia hacia Corea del Norte), 160 aviones de combate y 245 vehículos blindados. Al mismo tiempo, se calcula que los norcoreanos tienen alrededor de un millón de efectivos activos y unos 7,5 millones de reservistas (de una población total norcoreana de 25 millones de habitantes, lo que supondría que la práctica totalidad de los hombres norcoreanos de entre 18 y 65 años de edad podrían ser llamados a filas durante una hipotética guerra). Las fuerzas armadas surcoreanas, por su parte, cuentan con 690.000 tropas permanentes y 3 millones de reservistas.

Durante la Guerra del Golfo de 1991, hubo un importante traslado de equipamiento militar de Asia hacia la región del Golfo, particularmente de material de logística y apoyo. Es decir, que la actividad bélica en el Golfo supuso una importante merma de la capacidad operativa de las fuerzas estadounidenses en Asia de la que, sin duda, Corea del Norte debió de tomar buena nota.

Pero es que, desde 1991, las tropas totales de EEUU se han reducido casi a la mitad, hasta los 1,4 millones de efectivos. Durante la Operación Tormenta del Desierto, EEUU movilizó 550.000 efectivos; hoy por hoy, las tropas activas del Ejército de Tierra norteamericano suman 480.000 efectivos en total. Los avances tecnológicos durante esta última década han supuesto una menor dependencia de los efectivos humanos en situaciones de guerra, pero las necesidades logísticas, de transporte o de vigilancia siguen siendo enormes, y es justamente este tipo de material el que trasladaría EEUU de Asia hasta al Golfo Pérsico en caso de guerra. Por tomar un ejemplo concreto, frente a un ataque sorpresa norcoreano durante una guerra en Irak, las tropas de EEUU en Japón tardarían 45 días en ser desplazadas a la península coreana. En condiciones normales, es decir, sin una segunda guerra regional en el mundo, tardarían 21 días.

Las tensiones en Asia-Pacífico, sin embargo, no están exclusivamente concentradas en la península coreana. Existen otros focos de posible conflicto, como por ejemplo alrededor del Estrecho de Taiwán o, incluso, en las Islas Spratly o en las Paracels, aunque últimamente estas zonas hayan estado en relativa calma. No debería considerarse irreal el lanzamiento de una operación militar en esas zonas aprovechando la concentración de atención y fuerzas militares estadounidenses en el Golfo Pérsico.

 

Las consecuencias de una guerra para los aliados de EEUU en la región
Los mayores aliados de Estados Unidos en Asia-Pacífico son Japón y Australia. Los dos países tienen actualmente tropas desplegadas en Afganistán. Australia ya se ha comprometido a aportar tropas para una posible acción en Irak. Sin embargo, este apoyo de los dos países podría originar ciertas reacciones negativas en la región.

El posible despliegue de tropas japonesas en el exterior es siempre considerado con temor por los países que sufrieron los efectos de sus ataques durante la Segunda Guerra mundial. La mayor oposición viene de China, que protestó cuando Japón mandó el 16 de diciembre pasado a su destructor Kirishima a aguas del Océano Índico para apoyar al resto de sus naves en las operaciones en Afganistán. Japón también se ha comprometido a lanzar una operación de ayuda a los refugiados y a proporcionar asistencia económica a los vecinos de Irak en la eventualidad de un ataque. En cualquier caso, el parlamento japonés tendría que aprobar una nueva ley para que unidades militares japonesas pudiesen participar en la reconstrucción de Irak y también hay fuerzas políticas japonesas que se oponen a estos despliegues militares. Contrariamente a lo ocurrido durante la Guerra del Golfo de 1991, la aportación de Japón esta vez no sería exclusivamente económica.

En cuanto al apoyo de Australia, ha provocado el rechazo oficial de sus vecinos del sudeste Asiático –sobre todo de Malasia- por excesivamente pro-americano. Extremistas musulmanes de Malasia, Indonesia o Filipinas, además, podrían atentar contra intereses o personas australianas en caso de un ataque. Recordemos que de las 192 víctimas mortales del atentado de Bali de octubre pasado, 88 fueron australianas.

Aun así, las fuerzas de elite australianas del SAS participarían casi con toda seguridad en el ataque, como ya lo hicieron en Afganistán. Estas unidades habrían vuelto a Australia en diciembre para descansar y entrenar en previsión de las operaciones en Irak. Australia ya cuenta con dos fragatas en el Golfo Pérsico como parte de la flota internacional que aplica las sanciones de la ONU a Irak.

 

 

Una región aún mermada económicamente y muy sensible a los “shocks” externos
Pasamos ahora a considerar los posibles efectos económicos para Asia-Pacífico de una guerra en Irak. The Economist, en su estudio sobre las finanzas asiáticas del 6 de febrero, hace especial hincapié en el hecho de que la región aún no se ha recuperado plenamente de la crisis financiera de 1997-1998. Baste como ejemplo la cifra de más de 2 billones de dólares en que se estiman los créditos impagables (bad debts) de las economías de la región: 1,2 billones corresponderían a Japón, 0,6 billones a China y el resto a los países asiáticos en vías de desarrollo.

En 2002, Asia-Pacífico creció alrededor de un 5% como media, comparado con un 3% en 2001 y un 7% en 2000, tasas un tanto erráticas, pero más altas que las de finales de los años noventa. Desde la crisis se han creado, por ejemplo, más de un millón de puestos de trabajo en Corea del Sur y parece que el país está recuperando ya la senda de un crecimiento del 5-7% al año. Frente a esta precaria pero incipiente recuperación ¿cómo reaccionaría la región a una guerra en Irak?

Los efectos económicos de la guerra en Irak en Asia-Pacífico dependerán, según el Far Eastern Economic Review, de la duración de la misma: una guerra corta (de semanas) beneficiaría a la región, una larga sería muy perniciosa.

Una guerra corta acabaría con los gastos añadidos de riesgo (risk premium) que la actual situación de incertidumbre añade al precio del petróleo, las inversiones extranjeras, el comercio y el consumo de la región y de sus principales socios comerciales.

Si fuese larga, las economías muy dependientes de la importación de petróleo sufrirían. Debe resaltarse que la mayoría de países asiáticos, salvo Indonesia, Malasia y Vietnam, son importadores netos de petróleo y sus necesidades energéticas no van a dejar de crecer en el futuro. Como apunta Paul Isbell en su ARI “El papel del petróleo en el conflicto iraquí (II): ¿Jugada Imperial o liderazgo responsable?” (ARI 21/2003), “algunas estimaciones mantienen que el 45% de la nueva demanda de petróleo entre 1995 y 2010 procederá de la región de Asia-Pacífico, mientras que este porcentaje alcanzará casi el cien por cien entre 2010 y 2020.” Las importaciones de petróleo de Corea del Sur representan un 6,5% de su PIB, y las de Tailandia y Filipinas, alrededor de un 5%. Para la India, las importaciones de petróleo representan un 27% del valor de sus exportaciones y las de Japón un 15%.

Además, la ralentización de la economía mundial debida a una guerra larga afectaría a esta región cuyo crecimiento depende en gran medida de las exportaciones y de la inversión extranjera, y en especial a Singapur, Malasia, Hong Kong y Taiwán. Hoy por hoy, las economías asiáticas son más dependientes del crecimiento de las economías desarrolladas de lo que lo fueron durante la primera Guerra del Golfo. En 1990, las exportaciones de la región a EEUU representaban un 3% de su PIB. Hoy, representan casi un 5%.

Otros problemas económicos a considerar para la región en caso de conflicto serían los obstáculos que afrontarían los millones de trabajadores en el Golfo, particularmente de la India y Filipinas, para mandar sus giros a casa o los efectos perniciosos en la región en el turismo, industria que representa el 9% de PIB del Asia en vías de desarrollo y da empleo al 7% de su población activa.

 

  

El caso de China
El caso de China dentro de la economía de Asia-Pacífico es excepcional y cabe preguntarse hasta qué punto los males que puedan aquejar a las demás economías podrán afectar a la suya propia.

En 2002, China volvió a batir su propio récord de recepción de inversión extranjera directa, alcanzando los 52.700 millones de dólares, y pudo haber superado a EEUU como mayor receptor de inversiones del mundo. Su crecimiento económico fue del 7%, un punto por debajo de años anteriores. China representa un porcentaje cada vez mayor del comercio mundial: ahora mismo está en torno al 5%, más del doble que el de España.

 

 

Además de su creciente apertura hacia el exterior, la dependencia china del petróleo del Golfo Pérsico es grande y continuará creciendo en el futuro como apunta Paul Isbell en su artículo antes referido. Hasta principios de los años noventa, China fue un exportador neto de petróleo, pero desde 1992 se ha convertido en el segundo importador asiático de crudo después de Japón. Se espera que China sobrepase a Japón en este sentido en los próximos 10 ó 15 años.

El 25% del petróleo consumido por China es importado, y de éste, un 60% proviene del Golfo Pérsico. Según diversas estimaciones, en 2010 el 35% del petróleo consumido por China será importado y en 2020 lo será casi un 60%. Hasta 2010, alrededor del 80% de estas importaciones procederán de Oriente Próximo.

China, por lo tanto, tiene un interés directo -como el resto de Asia, pese a tener una economía más dinámica- en que el conflicto en el Golfo sea corto y en que se estabilice cuanto antes el precio del petróleo.

 

  

Conclusión: Estados Unidos, como impulsor de un posible ataque que asegure un cambio de régimen en Irak, debe tener en cuenta las repercusiones que puede tener dicho ataque en todas las regiones del mundo. En Asia-Pacífico, éstas, tanto políticas como económicas, serían directas y potencialmente muy desestabilizadoras. El riesgo de que algún país de la región, y particularmente Corea del Norte, aproveche la ocasión para iniciar una acción ofensiva no es descartable y podría causar daños mayores de los que se prevén en Irak.

 

 

 

Percival Manglano
Colaborador del Real Instituto Elcano

 

Percival Manglano

Escrito por Percival Manglano