EEUU y América Latina (ARI)

EEUU y América Latina (ARI)

Tema: Este ARI estudia la intensidad y el compromiso de las relaciones entre EEUU y América Latina, con especial hincapié en el primer año de presidencia de Barack Obama.

Resumen: Si la Administración Bush fue acusada de abandonar su “patio trasero” tras los atentados del 11-S, a pesar de unos prometedores comienzos que apuntaban a una estrecha relación con América Latina, Barack Obama parece más preocupado por la economía y Afganistán que por el hemisferio sur. Sin embargo, algunas acciones y varios proyectos podrían dar un impulso a una relación que no hay que olvidar es bidireccional. Los Estados latinoamericanos deben también aportar su parte de responsabilidad si quieren revitalizar la relación, de la que ambos saldrían beneficiados.

Análisis: La política de EEUU respecto a América Latina siempre fue objeto de las más variadas críticas. O se acusa a Washington de interferir en las cuestiones internas latinoamericanas o de descuidar el continente, pero siempre observando el fenómeno desde la perspectiva de Washington y no como un fenómeno de doble dirección. Con la llegada a la Casa Blanca de cada nuevo presidente se reabre el debate sobre la naturaleza e intensidad que tomarán las relaciones de EEUU con América Latina. Esto se vivió con mayor trascendencia tras el final de la Guerra Fría, cuando EEUU quedó como la única superpotencia mundial, a la vez que el continente americano permanecía en la periferia de los asuntos estadounidenses de seguridad nacional. Fue entonces cuando empezó a disminuir la ayuda norteamericana, la presencia militar y los proyectos de revitalización económica. La Administración Clinton apenas alteró las tendencias.

El legado de Bush
Al comenzar George W. Bush su primer mandato imperaba la idea de mantener una relación estrecha con América Latina. Durante su campaña presidencial, Bush prometió hacer de la región una prioridad de su administración y ayudar a que los siguientes años constituyeran el “siglo de las Américas” (discurso en la Universidad Internacional de Florida, 25/VIII/2000). Para materializar su compromiso, Bush se desplazó a México con motivo de su primera visita internacional como presidente, y en los primeros seis meses de su mandato se reunió con siete mandatarios latinoamericanos. En su visión lo más importante era promover el libre comercio como el principal pilar para consolidar los procesos democráticos regionales, junto con otros objetivos como la cooperación en la lucha contra el narcotráfico, la presión para una transición hacia la democracia en Cuba, y la mejora de la situación migratoria y la lucha contra el crimen en México. Hasta Hugo Chávez sucumbió a los encantos de Bush y, en la tercera Cumbre de las Américas (Québec, abril de 2001), dijo: “Se ve que es un hombre de corazón. Es un texano, casi un latinoamericano y habla español”.

Sin embargo, la ruta que apenas empezaba a trazarse se bloqueó nueve meses después, tras los atentados terroristas del 11-S. Con la aparición de esta nueva amenaza la política exterior estadounidense se concentró en la lucha global contra el terrorismo. América Latina quedó encuadrada marginalmente en esta agenda y al no representar ningún riesgo apreciable para la seguridad de EEUU dejó de ser una prioridad para su gobierno. A partir del 11-S, el terrorismo y la seguridad fueron los temas más repetidos en los discursos y comunicados de la Oficina para Asuntos del Hemisferio Occidental del Departamento de Estado.

De las prioridades trazadas por la Administración Bush antes del 11-S, el gobierno sólo mantuvo aquellas que consideró enmarcadas en su nueva agenda internacional y encaminadas a prevenir y neutralizar cualquier amenaza contra la estabilidad del continente y su propia seguridad. Se intensificó la cooperación en la lucha contra el narcotráfico en Colombia, se aumentó la presión contra el régimen de Fidel Castro, se desplegaron tropas en Haití –aunque sólo el tiempo necesario para entregarle la responsabilidad a Brasil y Chile en el marco de una misión de paz de la ONU–, se puso atención a los posibles efectos del gobierno de Hugo Chávez y se fortaleció la frontera con México para neutralizar su permeabilidad. El ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas), ante las dificultades encontradas y el rechazo de algunos gobiernos, quedó en segundo plano y se privilegiaron las negociaciones bilaterales o regionales de libre comercio (negociaciones con Colombia, Perú, Panamá y América Central más República Dominicana –DR-CAFTA en sus siglas inglesas–).

Al inicio del segundo mandato de Bush se volvieron a poner sobre la mesa los temas de la agenda regional de EEUU, especialmente por la importancia creciente del electorado de origen latino o hispano, que se mostraría decisivo en las elecciones presidenciales de 2008. Sin embargo, desde la perspectiva del Departamento de Estado, América Latina seguía siendo un tema secundario, al existir otros objetivos más importantes para su política exterior. De este modo, se mantuvieron como prioridades hacia el continente la preocupación por el mantenimiento de un ambiente de seguridad y el sostenimiento de las democracias.

No obstante, Bush quiso proclamar a 2007 como el “año del compromiso” con América Latina. Algunas razones podrían ser las “alarmas” encendidas por el llamado “giro a la izquierda” en América Latina, la guerra asimétrica de Chávez y el acercamiento de otros actores extrarregionales como China e Irán. Bush inició un largo viaje por la región en marzo de 2007 casi al mismo tiempo que el Comando Sur de EEUU publicaba un nuevo plan estratégico para América Latina con el horizonte temporal de 2016. El plan definía los vínculos con las Américas –demográficos, económicos, sociales y políticos– y los desafíos a los que hay que hacer frente –pobreza y desigualdad, corrupción, terrorismo y crimen–.

Pese a sus esfuerzos, y tras ocho años de gestión, la Administración Bush fue acusada insistentemente de abandonar su “patio trasero” tras los atentados del 11-S. Un descuido que alimentó, según los más críticos, el sentimiento antiamericano en el continente. Sin embargo, ningún presidente de EEUU viajó más a América Latina que George W. Bush, ni firmó más tratados de libre comercio. También renovó las preferencias arancelarias (ATPDEA) concedidas a Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia en el marco del Plan Colombia y el combate contra el narcotráfico. Pese a ello, fracasó en su intento de convertir a las Américas en un solo mercado a través del ALCA.

Bush dejó la presidencia sin haber concedido una entrevista a Chávez ni a Evo Morales, Rafael Correa, Cristina Fernández de Kirchner o Daniel Ortega. Dejó la Casa Blanca con Fidel Castro todavía mandando en Cuba –aunque no en las máximas funciones gubernamentales–, sin embajadores en Venezuela ni Bolivia, y se fue diciendo a Álvaro Uribe que el TLC de Colombia con EEUU sería finalmente aprobado por el Congreso estadounidense. También dejó en el aire el viejo proyecto de crear un área de libre comercio en Asia-Pacífico. Finalmente, escuchó el anuncio del cierre de la base militar que EEUU tenía en la localidad ecuatoriana de Manta, uno de los puntos estratégicos en la lucha antidroga de EEUU, especialmente en Colombia.

Obama
Según el Latinobarómetro de 2008, seis de cada 10 latinoamericanos no tenían interés o les parecía irrelevante quien ganaría las elecciones presidenciales de EEUU en noviembre de ese año. A pesar de que los comicios fueron calificados de emblemáticos por el resto del mundo, y pese a la importancia del voto latino, no se creía que la elección produciría cambio alguno. Sin embargo, los presidentes latinoamericanos alabaron el triunfo de Barack Obama, mientras esperaban una mejora sustancial en la relación con EEUU, aunque a la vista de lo ocurrido con anteriores administraciones demócratas, se dejaban entrever ciertas muestras de escepticismo. Este hecho respondía a las experiencias previas de que con los demócratas no se produjeron avances sustanciales en las relaciones hemisféricas, especialmente en el terreno comercial, dado el proteccionismo que los caracterizaba.

A Obama también se le achacaba un gran desconocimiento de la región, que nunca había visitado. Durante la campaña electoral sus declaraciones sobre las relaciones entre EEUU y América Latina fueron escasas. La crisis financiera y la economía fueron en su principal preocupación y su prioridad. Sin olvidar que Irak, Afganistán o Irán seguían siendo los mayores desafíos de su política exterior, algunos creían que un “aire de cambio” podía llegar de la nueva administración. Sus intenciones se plasmaron en su campaña electoral en el documento New Partnership for the Americas, de mayo de 2008. El escrito se basaba en tres pilares: (1) defensa de la democracia y del Estado de Derecho; (2) mejora de la seguridad y lucha contra las amenazas comunes, como el tráfico de drogas, las guerrillas y el terrorismo; y (3) impulso del bienestar regional combatiendo la pobreza, el hambre y el cambio climático. A pesar de estas ideas, durante la campaña electoral Barak Obama y John McCain aludieron muy poco a América Latina.

Durante la campaña, Obama dijo estar dispuesto a dialogar con el gobierno de Cuba y a aliviar la subsistencia de sus habitantes, pero sin levantar el bloqueo. También dijo que estaría dispuesto a hablar con Chávez, aunque criticó su estilo agresivo y poco democrático. La otra cara de la moneda fue Colombia, hasta entonces el más fiel aliado de EEUU en la región. Obama afirmó que seguiría apoyando la lucha contra el narcotráfico y la guerrilla, aunque mostró sus reticencias sobre el TLC. Su afirmación de que revisaría el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN o NAFTA) y su reiterada afirmación de la necesidad de frenar la salida de compañías estadounidenses a otros países para crear empleos hacía intuir un cambio respecto a la promoción de los TLC de Bush. También anunció condonaciones de deudas, ayuda financiera y la promesa de reinstaurar el cargo de enviado especial para las Américas, creado por Clinton y eliminado por Bush en 2004. Otro proyecto innovador fue el anuncio de una Alianza Energética de las Américas, destinada a la producción conjunta de combustibles alternativos.

Obama llegó a la Casa Blanca con EEUU todavía como el actor principal en América Latina, aunque con menos peso que en el pasado y más limitado por el ascenso de algunos países dispuestos a asumir responsabilidades diplomáticas en proporción a su estatus económico, como Brasil y Chile. Estos países diversificaron sus relaciones internacionales más allá de EEUU y estrecharon lazos con la UE y la APEC (Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico). Su política también se vio limitada por la influencia del ALBA (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América), liderada por Venezuela, y la creciente presencia de actores extrarregionales (Irán, Rusia y China), en busca de recursos latinoamericanos para nutrir su propio crecimiento económico o de apoyo político para sus proyectos. La idea de la nueva administración era borrar la imagen legada por Bush, dejando atrás el unilateralismo y el intervencionismo. Con Obama le sería más difícil a Chávez convencer a sus seguidores de que una “invasión gringa” era inminente.

Durante los primeros meses en la Casa Blanca, Obama demostró un interés activo por la región reuniéndose con Felipe Calderón –todavía como presidente electo–, Lula, Michelle Bachelet y Álvaro Uribe. El primer encuentro de su secretaria de Estado con un presidente extranjero fue con el haitiano René Préval, mientras Joseph Biden visitó Chile y Costa Rica en marzo de 2009. Varios altos cargos de distintos departamentos visitaron también México con anticipación al viaje de Obama en abril del mismo año.

“Debemos trabajar con la región para avanzar en objetivos comunes, pero tiene que quedar claro que los EEUU no están para dar cátedra”, dijo Arturo Valenzuela antes de ser nombrado responsable para América Latina del Departamento de Estado. Con el mismo talante “multilateral” llegó Obama, ya presidente, a la V Cumbre de las Américas, en Trinidad y Tobago, en abril de 2009, su acción más visible hacia la región hasta entonces: “No senior or junior partner to this engagement”. En otras palabras, EEUU quería construir una política con América Latina y no para América Latina y por eso sería un actor más en el hemisferio y no la potencia hegemónica. En esa ocasión mencionó algunas de sus intenciones, avaladas por haber levantado muy poco antes las restricciones sobre viajes y remesas a Cuba. Su gesto no evitó que en la Cumbre se produjeran serias discusiones sobre Cuba y los derechos humanos, mientras otros temas incluidos en la agenda, como la seguridad energética y el desarrollo sostenible, al final no estuvieron sobre la mesa.

Pese a sus buenas palabras de construir una política con y no para América Latina, las intenciones de Obama no fueron seguidas por los presidentes latinoamericanos que, de una forma más o menos consciente, habían decidido hacer de Cuba el punto central de las relaciones entre EEUU y América Latina. Esto ocurrió en la Cumbre del Grupo de Río en Costa do Sauípe (diciembre de 2008), antes de que Obama iniciara su gobierno. En esa ocasión, a consecuencia de una iniciativa mexicana, se admitió el ingreso de Cuba en el Grupo de Río y en el sistema latinoamericano. Posteriormente, tanto en la V Cumbre de las Américas, con Obama presente, y en la XXXIX Asamblea General de la OEA en Honduras, en junio de 2009, siendo Manuel Zelaya presidente de la república hondureña, se volvió a insistir en el tema, a tal punto que en Honduras se aprobó eliminar la sanción contra el régimen de Fidel Castro, aunque sin permitir su regreso a la organización.

En la última cumbre del Grupo de Río, que anunció la creación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe, Cuba, representada por Raúl Castro, fue un protagonista destacado. Por eso no se entienden las palabras de Cristina Fernández de Kirchner, tras la Cumbre, de que Obama no había cumplido con las expectativas de América Latina. Dijo la presidenta que “nadie esperaba que… fuera un príncipe en un corcel blanco”, pero sí “un realismo en serio y las necesidades que América Latina tuvo y tiene de una política en la región”. Ni Cristina Fernández, ni Lula ni la mayor parte de los restantes mandatarios latinoamericanos hicieron mucho por mejorar las relaciones con EEUU, más allá de protestar por el papel desempeñado por el gobierno Obama en la crisis hondureña.

Cuba tampoco facilitó las cosas. Los movimientos iniciales de Obama fueron seguidos de buenas palabras por Raúl Castro, pero tras las quejas de su hermano Fidel en su columna de opinión, desde donde dicta las líneas maestras de la política nacional, se volvió a fojas cero y al discurso antiimperialista de siempre, que alcanzó uno de sus picos máximos con las acusaciones de Raúl Castro contra EEUU después de la muerte del preso opositor en huelga de hambre Orlando Zapata Tamayo. Este hecho, con toda probabilidad, dificultará las relaciones futuras entre Washington y La Habana porque ha recortado el margen de maniobra que ha tenido Obama para abrir o relajar la relación bilateral.

La crisis hondureña fue otro punto álgido en las relaciones hemisféricas, que comenzó con el golpe contra Zelaya del 28 de junio de 2009, pocos días después de la Asamblea General de la OEA. La posición y las acciones de la administración estadounidense en la crisis tuvieron graves consecuencias para su relación con América Latina, por más que desde la Casa Blanca y el Departamento de Estado se condenara el golpe. Tras la expulsión de Zelaya, la OEA, con el voto de EEUU, denunció el golpe, y sus miembros votaron expulsar al nuevo gobierno de la organización. Sin embargo, algunos presidentes, especialmente del ALBA, pero no sólo, lanzaron ciertas acusaciones, veladas unas, más abiertas y directas otras, sobre la responsabilidad de EEUU.

La resolución de la crisis también fue fuente de conflictos con Brasil, Venezuela y otros países de América del Sur. Las gestiones del presidente de Costa Rica, Oscar Arias, terminaron en un punto muerto y para desatascar al Pacto de San José hubo que recurrir al liderazgo de EEUU. Brasil, que se vio metido de lleno en el problema tras la inopinada entrada de Zelaya en su embajada, reaccionó frente a la crisis con gran rigidez e inflexibilidad, que no sólo evidenciaba el deseo de su gobierno de no enfrentarse con Venezuela sino también cierto desconocimiento de la realidad centroamericana.

Tampoco favoreció el buen entendimiento entre EEUU y América Latina el acuerdo de colaboración militar entre Washington y Bogotá, anunciado en agosto de 2009 y ratificado pocos meses después. Según el documento firmado por ambas partes, Colombia facilita a EEUU el acceso a siete instalaciones militares. A cambio, el Pentágono proporciona aviones y tecnología para apoyar a las fuerzas de seguridad colombianas en su lucha contra el narcotráfico y la guerrilla. Las negociaciones las inició EEUU después de que Ecuador no renovara la concesión de 10 años de la base de Manta. Aunque el gobierno colombiano informó de que el acuerdo reafirmaba el compromiso de las partes en la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo, y la Administración Obama manifestaba que era un asunto estrictamente bilateral, no opinaron de la misma manera los vecinos de Colombia, como Venezuela y Ecuador.

Brasil también expresó sus dudas en varias ocasiones, según apuntaron el presidente Lula y el canciller Amorin. Éste consideró insuficientes las garantías dadas por Colombia y EEUU de que el acuerdo bilateral se restringiría únicamente a operaciones en territorio colombiano, sin afectar a otros países de la región. El tema fue incluso abordado en una reunión extraordinaria de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) el 28 de agosto en Bariloche, y luego en otra cita en Quito, el 15 de septiembre. Sirvió además como excusa al presidente venezolano para justificar la compra de armas al decir que su vecino será la plataforma de EEUU para lanzar un ataque contra su país.

El episodio más reciente que ha marcado las relaciones en el hemisferio fue el terremoto de Haití y la rápida respuesta de EEUU, que en pocas horas decidió enviar miles de soldados, un portaaviones y un buque hospital. Para la administración Obama Haití era un terreno idóneo para demostrar su nueva política hacia América Latina y esa oportunidad quiso ser aprovechada tras la catástrofe. Un día después del terremoto sus Fuerzas Aéreas operaban el aeropuerto de Puerto Príncipe para acelerar el suministro de la ayuda. El esfuerzo humanitario realizado en Haití es el mayor efectuado por EEUU en su historia reciente. Sin embargo, el Pentágono y el Departamento de Estado tuvieron que confirmar que su presencia en Haití se debía a una solicitud directa de su presidente, René Préval. El motivo fueron las acusaciones de otros países, en especial Venezuela y Nicaragua, de acusar a EEUU de “ocupar” militarmente el país aprovechando la tragedia.

Dónde está el interés de EEUU
La Cumbre de las Américas, el golpe de Honduras, las bases colombianas y el terremoto de Haití han marcado las relaciones hemisféricas durante el primer año de Obama. Sin embargo, ningún país de la región, ni siquiera Venezuela, es una amenaza inminente para la seguridad nacional de EEUU. Tampoco ningún asunto latinoamericano figura entre los temas urgentes y prioritarios de la agenda de Washington, aunque la guerra abierta contra el narcotráfico en México va creciendo en importancia. La sensación de preocupación al norte de la frontera común se ha incrementado tras los enfrentamientos con los carteles de narcotraficantes desde fines de 2008 y durante 2009. La Administración Obama ha prestado un especial interés a México por encima del resto de asuntos hemisféricos, además de ser una prioridad para la opinión pública estadounidense.

Parece claro que la actual administración ha querido mirar a América Latina bajo otro prisma, abordando la relación con la región desde el punto de vista de crecimiento económico, igualdad, seguridad ciudadana, energía, migración, buen gobierno y Estado de Derecho: quizá tras un cansancio generalizado por la prioridad de los asuntos del libre comercio y la lucha contra el narcotráfico. Sobre este último tema Obama ya dio indicios durante su campaña electoral de albergar dudas, sobre todo con el resultado del Plan Colombia. Este acercamiento más diversificado hacia la región es, en muchos casos, continuación de algunos cambios introducidos en la administración anterior por Thomas Shannon, subsecretario de Estado para América Latina desde octubre de 2005 hasta la segunda mitad de 2009, con Obama como presidente. De hecho, actualmente existen visiones similares de republicanos y demócratas de cómo abordar las relaciones con América Latina.

El tema energético, por ejemplo, sería fundamental –como afirmó la secretaria de Estado– para abrir una nueva senda en las relaciones con el continente. La anunciada y planeada alianza energética de las Américas significaría para EEUU reducir su dependencia del petróleo de Oriente Medio, y debilitaría la influencia de los petrodólares venezolanos en la región, además de fortalecer los lazos con Brasil, quien sería su principal socio. Es un proyecto que ayudaría a cambiar el eje de la política estadounidense para Latinoamérica. Sin embargo, es una intención que, aunque anunciada, parece que está en un impasse. Se dice que existen ciertas reticencias por parte de Brasil que no quiere participar en una alianza interamericana que no incluya a Venezuela y Cuba.

La paralización de este proyecto no es el único que alimenta el escepticismo sobre el impulso de las relaciones con América Latina de la actual administración. Sobre la promesa de reinstaurar el cargo de enviado especial todavía no se sabe nada y en lo relativo al compromiso de una amplia reforma migratoria como prioridad para el primer año, sólo hubo algunas consultas. Tras haber mostrado primero sus reticencias a los TLC con Colombia y Panamá, y después una postura más favorable, el tema ha quedado pospuesto.

Tras un año gobierno, y las especulaciones sobre el verdadero compromiso de Obama con el hemisferio, el momento era oportuno para que la secretaria de Estado se embarcara en una gira por cinco países latinoamericanos, tres de ellos con nuevos presidentes electos –Chile, Uruguay y Costa Rica–, que además tienen buenas relaciones con EEUU. También está la visita a Guatemala, que adquiere una dimensión regional, al ser punto de reunión con otros líderes centroamericanos. Su etapa brasileña reafirma la importancia de la potencia regional y de las relaciones bilaterales, así como el deseo de Washington de potenciar las relaciones con países que están en sintonía en detrimento de mantener una política más global. En el último momento se incluyó a Argentina en la gira. Cristina Kirchner y Hillary Clinton se encontraron tras unas polémicas declaraciones de la presidenta argentina, que dijo que Obama no había satisfecho las expectativas de América Latina. Le respondió Arturo Valenzuela, quien señaló que Obama “es probablemente la figura más popular en todos los países de América”.

El encuentro en el último momento ha calmado las relaciones entre Buenos Aires y Washington, en parte porque Argentina necesita el apoyo de EEUU para reinsertarse en los mercados internacionales y en el conflicto con el Reino Unido por las Islas Malvinas, incluyendo las exploraciones de petróleo. Dados sus problemas internos, Cristina Kirchner busca ansiosamente una foto con Obama, quizá en abril. Por su parte, EEUU quiere que Argentina siga cooperando en la lucha el terrorismo y el narcotráfico y mantenga su firme posición contra Irán, mientras el respaldo de Brasil ha contrariado a EEUU. Además, el Departamento de Estado está tratando de conseguir el apoyo del máximo número de países para el reingreso de Honduras a la OEA.

Argentina fue uno de los primeros lugares que pisó Arturo Valenzuela tras su designación como secretario de Estado adjunto para Asuntos Hemisféricos, en noviembre de 2009. Cuando llegó a Buenos Aires no fue recibido ni por la presidenta ni por el canciller Jorge Taina, quien estaba en la Cumbre del cambio climático en Copenhague. No ocurrió lo mismo con su antecesor, Thomas Shannon, siempre recibido por Néstor Kirchner y su esposa. Uno de los motivos pudiera ser el hecho de que Obama aún no había concedido una reunión bilateral a Argentina, como sí hizo con Brasil y Chile. También hay que recordar que Valenzuela afirmó en 2006, cuando era profesor en Georgetown, que “es un peligro que Kirchner haga la política del caudillo”.

Valenzuela acaba de comenzar su nueva andadura, pero en su presentación ante el Congreso manifestó que “no se puede mirar a Latinoamérica dividiéndola en buenos y malos, es necesario entender sus complejidades y sus propios retos”. Y terminó su exposición retomando una frase de Obama: “Lo que es bueno para las Américas, es bueno para EEUU”.

Conclusión: A pesar de las iniciales buenas intenciones de la Administración Obama, los problemas de la economía estadounidense y los conflictos en Afganistán e Irak han mantenido a Obama bastante ocupado durante su primer año de gobierno. También es verdad que, con la crisis económica, tampoco ha sido fácil disponer de dinero para avanzar en nuevos proyectos en América Latina. Por eso, Obama se ha movido más con acciones simbólicas y con el mensaje de que no está eludiendo a la región. La reciente gira de la secretaria de Estado por América Latina quiere demostrar que el gobierno estadounidense desea reforzar los vínculos hemisféricos con algo más que buena voluntad. La gira, sin embargo, ha estado precedida por una nueva iniciativa de integración latinoamericana que recibirá el nombre de Comunidad de Naciones de América Latina y el Caribe, integrada por todos los países de la región menos EEUU y Canadá. Los mensajes contradictorios que lanzan los Estados latinoamericanos con respecto a su relación o la visión que tienen de EEUU no ayudan a reforzar los vínculos. La bidireccionalidad de la relación debe prevalecer si ambas partes quieren recoger los beneficios que se desprenderían de ella.

Carlos Malamud
Investigador principal de América Latina, Real Instituto Elcano

Carlota García Encina
Ayudante de Investigación, Real Instituto Elcano