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Resumen

Este documento analiza los retos a los que se enfrenta la comunidad internacional para construir una gobernanza económica global efectiva y legítima. Tras analizar la justificación normativa para la coordinación económica internacional y los obstáculos para alcanzarla se procede a explorar los avances y asignaturas pendientes en las distintas áreas económicas relevantes. Para ello, se analiza el papel del G-20, que desde 2008 ha emergido como el epicentro de la coordinación económica internacional pero que en los últimos años se ha mostrado poco efectivo.

Introducción

Ya antes de la crisis financiera global que estalló en 2008 se vislumbraba la necesidad de potenciar las reglas económicas globales para que la interacción entre economías nacionales muy interconectadas con regulaciones esencialmente nacionales, segmentadas e inconexas, no generara resultados perversos. De hecho, en la primera década del siglo XXI, numerosos autores se mostraban relativamente optimistas sobre las perspectivas de mejora en la cooperación económica internacional y la gobernanza de la globalización (Dervis, 2005; Rodrik, 2000). A pesar de que el mundo se estaba volviendo económicamente más multipolar (lo que daba lugar a mayores conflictos), el crecimiento económico era generalizado, el aumento de la desigualdad no estaba en el debate público y la rivalidad entre grandes potencias parecía gestionable. Sin embargo, con la crisis financiera global y la Gran Recesión, se ha puesto de manifiesto que mejorar la cooperación económica internacional y dar respuestas globales a los principales retos de la globalización se ha vuelto imprescindible. La autorregulación de los mercados financieros no ha funcionado como se esperaba, los problemas vinculados al cambio climático no han hecho más que aumentar, las instituciones económicas internacionales continúan estando cuestionadas y, en casos en los que se han producido avances (como, por ejemplo, en la reducción de los desequilibrios macroeconómicos globales) la cooperación internacional ha jugado un papel limitado.

Paradójicamente, mientras que tras el estallido de la crisis financiera global en 2008 se sucedieron importantes iniciativas de cooperación económica internacional en el marco del G-20 que contribuyeron a evitar una segunda Gran Depresión y redujeron el impacto adverso de la crisis financiera, desde que en 2010 la sensación de riesgo de colapso sistémico se difuminara, los esfuerzos de cooperación económica internacional se han reducido. Además, han aumentado las dudas sobre la capacidad de la comunidad internacional de dotarse de mecanismos efectivos de gobernanza económica global (Roubini y Bremmer, 2011; Held y Roger, 2013). Goldin resume bien el sentir general en el mundo de los policy makers: “the stakes could not be higher. Unless we are able to more effectively manage the risks associated with globalization, they will overwhelm us. This is the core challenge or our times” (Goldin, 2013, p. 1). Sin embargo, como veremos, las perspectivas para la cooperación no son favorables.

Los intereses económicos nacionales, la resistencia de la mayoría de los Estados a ceder mayores cuotas de soberanía a instituciones supranacionales y las distintas interpretaciones de cuáles son las mejores políticas para superar la “resaca” de la Gran Recesión, mejorar la regulación económica o distribuir los costes de la lucha contra el cambio climático están dificultando la cooperación económica internacional y haciendo que el G-20 casi no genere avances.

Por lo tanto, mejorar la gobernanza de la globalización económica sigue siendo una asignatura pendiente (Stiglitz y Kaldor, 2013). Es utópico pensar que será posible crear sistemas de gobernanza internacional democráticos y legítimos en todos los ámbitos relevantes. Además, la experiencia histórica indica que armonizar la legislación nacional de todos los países no es siempre una buena idea, tanto porque los distintos gobiernos no se ponen de acuerdo sobre cuál es el marco institucional y regulatorio más adecuado como porque el margen de maniobra para la innovación institucional es clave para el crecimiento de los países en desarrollo (y las reglas globales pueden dificultarlo (Rodrik, 2011). Pero gobernanza económica global no tiene por qué significar reglas comunes en todos los ámbitos. De hecho, en los aspectos en los que no exista consenso sobre qué tipo de reglas supranacionales comunes adoptar habría que asegurarse de que los mercados no van más allá de los marcos regulatorios nacionales. Esta decisión de limitar parcialmente la globalización económica en algunos aspectos desestabilizadores (como, por ejemplo, regulando de forma distinta los movimientos internacionales de capital en función de las necesidades de cada país o incluso prohibiendo algunos instrumentos financieros) también debería ser consensuada y, por lo tanto, formar parte de lo que llamamos gobernanza económica global.

Este trabajo analiza los actuales retos a los que se enfrenta la comunidad internacional para mejorar la gobernanza de los aspectos de la globalización económica que generan mayores externalidades negativas transfronterizas y que requieren, por tanto, algún tipo de coordinación internacional. Tras plantear una justificación normativa de dónde y cuándo es necesaria esta gobernanza económica supranacional, así como cuáles son las dificultades para alcanzarla, se procede a explorar los avances y asignaturas pendientes en las distintas áreas económicas relevantes. Para ello, se analiza el papel del G-20, que desde 2008 ha emergido como el epicentro de la gobernanza económica internacional.

Federico Steinberg
Investigador principal de Economía Internacional del Real Instituto Elcano y profesor del Departamento de Análisis Económico, Teoría Económica e Historia Económica en la Universidad Autónoma de Madrid | @Steinbergf


[1] Una versión anterior de este trabajo fue publicada como “Gobernanza económica global: ¿donde estamos?”, Estudios de Economía Aplicada, vol. 32-3, pp. 891-910.