Brasil ocupa una posición única entre los países emergentes: a diferencia de China y la India cuenta con recursos energéticos propios, no sólo suficientes para abastecer su creciente demanda, sino incluso capaces de generar excedentes para el mercado mundial; en contraste con Rusia, Venezuela y los grandes productores de hidrocarburos del Golfo Pérsico, Brasil no es un mono-productor de gas o petróleo, sino una economía diversificada con una dotación de recursos energéticos caracterizada por una diversificación igualmente importante; finalmente, su gran patrimonio natural induce unas preferencias de sostenibilidad medioambiental bien diferenciadas de las de otros países emergentes.

Desde una perspectiva geopolítica, el ascenso de Brasil como exportador de petróleo (y eventualmente de gas) ha ampliado la proyección del país desde su ámbito tradicional de suministrador estadounidense a convertirse en un abastecedor importante de China. Si a medio plazo EEUU reduce sus importaciones de crudo, y no absorbe el potencial exportador brasileño de gas y petróleo, esos recursos pueden ayudar a diversificar los abastecimientos de otros grandes consumidores. En el plano interno, la pujanza del mercado energético brasileño ya ha iniciado la competencia entre compañías europeas, chinas y estadounidenses por hacerse un hueco en un mercado controlado por las empresas locales.

Existe un amplio consenso acerca de que el peso del país en el escenario energético mundial sólo puede aumentar, aunque hay incertidumbres respecto al ritmo al que Brasil puede movilizar sus recursos y la forma en que piensa gestionarlos. Las dudas surgen de las contradicciones que presenta tanto su dotación de recursos naturales (hidrocarburos y renovables) como la naturaleza híbrida de su política energética, a caballo entre la intervención y el mercado. Se trata por tanto de una realidad compleja y difícil de acomodar en un enfoque convencional de las relaciones bilaterales.

Desde la perspectiva española, el documento concluye que Brasil merece un tratamiento acorde a su emergencia como potencia energética por parte de España y de la UE; que ese ascenso proporciona vectores bilaterales de cooperación en otros aspectos de la agenda internacional en los que Brasil es muy activo, como los del desarrollo sostenible o la lucha contra el cambio climático, pero que el papel creciente de los hidrocarburos no puede ser ignorado; que parece importante acompañar las preferencias españolas con un espacio de cooperación energética más amplio, en el que es fundamental recoger en mayor medida las preferencias energéticas brasileñas, desde la transferencia de tecnología y la creación de capacidades locales al acceso al mercado europeo de biocombustibles, pasando por la selectividad en las inversiones extranjeras en su sector energético.