Un nuevo panarabismo emocional

Un nuevo panarabismo emocional

Si algo han puesto de manifiesto los terremotos políticos causados por las revueltas sociales en Túnez y Egipto y las réplicas registradas en Yemen, Bahrein, Libia y Siria hasta ahora, por no hablar de las reformas preventivas antisísmicas anunciadas en Jordania, Marruecos o Argelia, es la pervivencia del mundo árabe como tal, del Magreb al Golfo Pérsico. Las sociedades árabes salieron espontáneamente a la calle en solidaridad con los ciudadanos tunecinos y luego egipcios, y no tardaron en internalizar que si aquéllos habían conseguido desalojar a sus respectivos regímenes y compartían sus mismos problemas, de la corrupción o la falta de libertad a la desigualdad y la falta de perspectivas económicas, ellas también podían intentarlo, en un fenómeno de simpatía paralelo, por ejemplo, a las independencias en cadena de los países africanos en la segunda mitad de los años cincuenta y los sesenta.

Pero este nuevo panarabismo tiene características singulares:

  1. No va acompañado, al menos de momento, de una ideología nacionalista panarabista, ni de un proyecto ni político ni económico común. De hecho, la reconfiguración de los regímenes políticos en el mundo árabe, de Iraq desde 2003 a Libia o Siria en estos momentos, se está haciendo dentro de las fronteras nacionales de los Estados árabes surgidos de la empresa colonial, que se han consolidado como horizonte político exclusivo de sus ciudadanos. El nuevo panarabismo tiene una dimensión más emocional que política, se basa sobre todo en la identidad cultural objetiva, en la existencia de una serie de problemas económicos, políticos y sociales compartidos (ver los Informes sobre el Desarrollo Humano Árabe de 2002-2009).
  2. No ha dado lugar, hasta ahora, a la emergencia de líderes panarabistas identificables. Nada comparable, en todo caso, a lo que entre 1956 y 1970 supuso Gamal Abdel Nasser como figura señera del panarabismo, concebido entonces como proyecto revolucionario anticolonialista y de liberación nacional. Los protagonistas de ese renovado panarabismo son las masas populares y sus aspiraciones democráticas. La cadena de televisión al-Yazira, mucho más que Internet o las redes sociales, están galvanizando en tiempo real ese sentimiento de pertenencia, que ha llevado a muchos jóvenes a proclamar que, por primera vez en sus vidas, se sienten orgullosos de ser árabes. Este panarabismo cognitivo se difunde a través de la información televisiva y los análisis periodísticos mucho más que de los discursos políticos.
  3. Existe, no obstante, un elemento de continuidad con el panarabismo histórico, construido sobre el rechazo a la creación del Estado de Israel en 1956 y a la intervención neocolonial de Francia e Inglaterra en el Canal de Suez en 1956. La condena a la ocupación Israel de los territorios palestinos es más unánime que nunca, y aún están por ver las consecuencias de los cambios de régimen sobre el conflicto de Oriente Medio. Asimismo, la experiencia de Iraq ha creado un consenso absoluto en todo el mundo árabe,  como puso en evidencia el proceso previo a la aprobación de la operación de exclusión aérea contra Libia, sobre el rechazo a cualquier tipo de invasión militar occidental bajo ninguna excusa.

Queda por comprobar cuál es el potencial geopolítico de este fenómeno, si ese nuevo sentimiento colectivo puede articularse siquiera en un bloque de países capaz de actuar colectivamente en la escena internacional. De momento, la crisis no ha hecho más que acentuar el desprestigio de la única superestructura internacional panárabe, la Liga de los Estados Árabes, reducida a día de hoy a poco más que plataforma para las ambiciones presidenciales en Egipto de su Secretario General, Amr Musa. Por lo demás, el único país árabe presente en el Grupo de los 20, que ha emergido de la crisis económica global como principal foro de gobernanza mundial, sigue siendo Arabia Saudí, que está actuando decididamente como fuerza de contención de las transiciones.