La respuesta de la UE a la crisis de deuda soberana y su impacto sobre España

La respuesta de la UE a la crisis de deuda soberana y su impacto sobre España

¿Puede culparse a la UE de haber propiciado que un pequeño problema (el sobreendeudamiento de la economía griega) se haya convertido en una crisis casi sistémica que amenaza al euro?

La crisis empezó en 2008 y tuvo un origen relativamente concreto, acotado al sector financiero norteamericano, pero se trasladó rápidamente a este lado del Atlántico en forma de recesión profunda y generalizada. Tras una primera respuesta política a través de estímulos y gasto público (propiciando unos brotes verdes que estuvieron a punto de florecer pero que también provocaron un aumento acelerado del déficit), el mal mutó a partir de 2010. Es entonces cuando entramos en una segunda fase aún más peligrosa porque la crisis financiera se retroalimenta con la crisis fiscal. En la periferia de la eurozona, con Grecia a la cabeza, empieza a extenderse un grave problema de sobreendeudamiento público y privado. El corazón de la UE (Alemania en particular) se negó a atajar el problema de cuajo por diferentes consideraciones más o menos justificadas y solo ante el vértigo de un fracaso sistémico de todo el proyecto de moneda común, se empieza por fin a reaccionar hace pocos meses. La reacción que se está diseñando (en donde dominan las recetas de austeridad) es posible que salve al euro y mejore la estabilidad fiscal a largo plazo, pero no garantiza el crecimiento en el corto y medio plazo ni la liquidez financiera.

¿En la Unión Europea reina la desunión?

Ahora ya sabemos (y en realidad lo sabíamos desde los años noventa) que el euro nació con un sistema de gobernanza muy incompleto. Ante un envite de proporciones tan gigantescas como el actual, y sin que existieran mecanismos ágiles de toma de decisiones, de resolución de crisis, o de rescate a países o bancos con dificultades, un elemento muy positivo a subrayar es que la lógica funcionalista del proceso de integración ha actuado y se ha acordado por la inmensa mayoría de los estados miembros que la solución llegará con más Europa y no con menos. Teniendo en cuenta que la Unión Europea consiste en un fantástico y delicado invento donde conviven ¡23 idiomas oficiales!, parece extraordinario que no haya triunfado el populismo proteccionista o el nacionalismo agresivo que tanto mal ha hecho históricamente al continente. Otra cosa es que esa “más Europa” implique algunas tensiones entre izquierda y derecha o entre países centrales y periféricos; pero eso tampoco es novedoso y forma parte intrínseca del devenir en una organización política como es la UE. El desmarque del Reino Unido y de algún otro país es lamentable, pero tal vez sea el precio a pagar para una gobernanza más eficaz e integrada.

¿Se puede responsabilizar a Angela Merkel de falta de europeísmo?

Merkel no es, desde luego, Helmut Kohl. Su biografía no está marcada por los desastres de la Segunda Guerra Mundial ni por la convicción de que hay que europeizar Alemania a toda costa. Ella tiene la experiencia de haber vivido en la antigua RDA comunista y haber recibido una fuerte educación luterana; y su ética de las convicciones morales es más fuerte que su ética de la responsabilidad política. Por esa escasa cintura en el arte de gobernar, y por un cierto ánimo prejuiciado en la opinión pública alemana y de su Tribunal Constitucional, ha agravado la situación al no permitir más flexibilidad en el funcionamiento del BCE, al renunciar a estímulos en la economía alemana que hubiesen animado las exportaciones de otros países europeos, o al anunciar que los bancos privados tendrían que asumir posibles quiebras de estados miembros de la eurozona (lo que ha encarecido enormemente la financiación de España y otras economías periféricas). Sin embargo, no se le puede acusar de euroescéptica. Quiere salvar el euro y desea avanzar en la gobernanza económica común. Eso sí, tiene una línea idea ideológica legítima (que apuesta por la austeridad y la estabilidad de precios como recetas principales) y una posición de poder que quiere aprovechar para germanizar a los demás países en lo que ella considera virtudes. Cree que los eurobonos relajarían la voluntad de terceros países para conseguir esos objetivos y por eso los rechaza. Yo no comparto en absoluto su rigidez porque, al margen de la virtud del equilibrio presupuestario en el largo plazo, las economías periféricas necesitan a corto plazo que se estimule el crecimiento y que mejore urgentemente su capacidad de financiación pública y privada. Sin embargo, valoro que al final ha sido más o menos constructiva en lo relativo a Grecia o el fondo permanente de estabilidad; y, sobre todo, que tiene la voluntad de liderar aunque sea con sus cuestionables convicciones de política económica. Sería mucho peor que siguiese arrastrando los pies como hizo durante 2010 y hasta prácticamente verano de este año.

Si las instituciones europeas hubieran reaccionado con más rapidez ¿se hubiera podido frenar el efecto de la crisis en algunos países?

Más que culpar a las instituciones (la Comisión, el Consejo, el Parlamento o el Banco Central Europeo que no han cumplido mal del todo el limitado papel que les correspondía), creo que la responsabilidad recae más en los gobiernos nacionales. Y no miremos sólo a Alemania, pese a que estoy de acuerdo en que sería muy de agradecer más flexibilidad política e intelectual por parte de Berlín en lo relativo a un rol más activo del BCE o a la solidaridad con los estados que padecen dificultades de financiación. Miremos, desde luego, a Grecia que tenía que haber actuado mucho antes en relación con el engaño masivo y persistente en sus cuentas públicas o con el escasísimo fuste de su sistema productivo. Miremos también a otros países que no tienen problemas de solvencia, pero sí de liquidez (como es el caso de España) que tendrían que haber reaccionado antes para equilibrar el déficit, mejorar la salud de sus bancos y cajas, o hacer reformas estructurales en tantas dimensiones que minan nuestra competitividad… por no hablar de haber pinchado en su momento la burbuja inmobiliaria que tanto daño nos ha causado.

España es uno de los países afectados por la crisis, ¿podremos salir fácilmente y sin necesidad de rescate?

Salir de la crisis no será fácil en absoluto. El enorme desempleo y la limitada capacidad de estimular la economía (por la imperiosa necesidad de reducir el déficit si no queremos pagar cantidades inasumibles por los intereses de nuestra deuda pública) impiden vislumbrar todavía la luz al final del túnel. Sin embargo, España ha demostrado hasta el momento contar con un sistema político estable que permite tomar decisiones y hacer reformas de forma ágil, con una Hacienda Pública más seria que otros países periféricos (que consiguió superávit en los años de vacas gordas y ahora parece capaz de reducir el gasto), y con un relativo consenso responsable entre los dos grandes partidos que se ha plasmado en la mal explicada reforma constitucional. Los mercados han distinguido la situación española de la de otras economías del sur de Europa y, salvo que se gestione mal el saneamiento del sector financiero o haya un contagio provocado por la situación en otros países, veo difícil que España tenga que ser rescatada al modo de Grecia, Irlanda o Portugal. En el momento actual nuestra prima de riesgo está más cerca de la belga que de la italiana.

¿Queda mucho por hacer todavía en nuestro país?

Sí, desde luego. España debe acometer reformas estructurales (en la administración pública y en los mercados de factores productivos) que serán difíciles de llevar a cabo porque traerán beneficios generales, pero de carácter difuso, estando en cambio los costes concentrados en grupos específicos que lógicamente se resistirán. España, y sobre todo los españoles, también tendrán que darse cuenta de que es importante ser competitivos en el mundo globalizado y, para ello, hay que hacer de una vez la apuesta por el capital humano, después de tantos años sólo preocupados por el capital físico. Un elemento positivo es que ahora existe un cierto consenso sobre las recetas de política económica a aplicar (reducción del déficit y ciertas reformas estructurales) dado el escaso margen del que dispone España para ensayar otras vías tal vez más rápidas como los estímulos a la economía… algo que solo se puede decidir a nivel europeo si, como he dicho antes, Alemania o el BCE aflojaran un poco su posición actual.