El asesinato del activista de extrema derecha Charlie Kirk en el Campus de Utah se produce en medio de un alarmante aumento de la violencia política en todo Estados Unidos (EEUU). Y si se pregunta a los estadounidenses quién es el responsable de dicho brote, se obtendrán respuestas diametralmente opuestas. La izquierda acusaría a la derecha y señalaría el complot para secuestrar a la gobernadora Whitmer, la agresión a Paul Pelosi, el tiroteo contra los demócratas de Minnesota Melissa Hortman y John Hoffman, el incendio de la residencia del gobernador Shapiro, y los disturbios del 6 de enero en el Capitolio. La derecha señalaría hacia la izquierda y recordaría el intento de asesinato de un juez conservador del Tribunal Supremo, el asesinato del director ejecutivo de UnitedHealth, los dos atentados contra la vida Donald Trump y el asesinato de Charlie Kirk. Cada grupo considera al otro como especialmente peligroso, y las reacciones a cada nuevo acto de violencia por motivos políticos se convierten rápidamente en un recuento de puntos partidista.
EEUU está en un clima político que anima –desde la izquierda y desde la derecha– a la gente a tratar a sus oponentes como amenazas o enemigos que hay que neutralizar en lugar de como ciudadanos que hay que persuadir.
Muchos estadounidenses en cada partido ven a los del otro como esencialmente malvados –como amenazas existenciales para el país y la democracia– hasta el punto de que el fin justifica los medios. Sin embargo, hay que subrayar las numerosas respuestas llamando a la calma tras lo ocurrido en Utah. La amplísima mayoría del establishment demócrata condenó lo ocurrido, así como la mayoría de los comentaristas liberales que no sólo se esforzaron en condenar la violencia, sino también por reconocer que Kirk practicaba la política exactamente de la manera correcta, acudiendo a los campus y hablando con cualquiera, y haciendo uso de la persuasión de manera brillante. Cabe recordar que, en el episodio inaugural de su podcast, el gobernador de California, Gavin Newcom, recibió a Kirk admitiendo que su hijo era un gran admirador suyo. Sin embargo, también hubo publicaciones en las redes sociales profundamente desagradables sobre el asesinato, señalando con sorna que Kirk –firme defensor de la Segunda Enmienda– había afirmado que las muertes por arma de fuego eran “un precio aceptable a pagar por el derecho a portar armas”.
Lo que sí parece ponerse de relieve cada vez más es una creciente asimetría en la política estadounidense actual. El gobernador republicano (no-MAGA) de Utah, Spencer Cox, ha sido el más rotundo en hacer llamamientos para poner fin al ciclo de división violenta, en favor del civismo en el discurso político de la nación e instando a la gente a “discrepar mejor” (como afirmaba Kirk). Pero muchas figuras prominentes de la derecha, hasta el presidente Donald Trump, han pedido represalias contra la “izquierda radical”, a la que culpan de lo ocurrido.
Trump lleva casi una década insinuando que la violencia política cometida por sus seguidores debería ser calificada de legítima, incluso patriótica, mientras que él es una víctima perpetua. Así, su victimización parece convertirse en una justificación de la violencia, mientras que la polarización es su modelo de negocio político. “Si me ocupo de la base, todo lo demás se hará solo”, sugirió Trump en su primer mandato. Y tras lo ocurrido, Trump ha vuelto a dejar claro que la unión no es la misión de su presidencia. Mientras que otros antecesores han intentado normalmente calmar los ánimos en momentos de crisis nacional, Trump parece alentarlos.
En medio de este complejo clima político se ha desatado, además, una batalla por la libertad de expresión, protegida por la Primera Enmienda a la Constitución de EEUU. Los comentarios públicos inapropiados, realizados en los días posteriores a la muerte de Charlie Kirk, parecen haber desencadenado una ola de despidos y suspensiones a profesores, funcionarios y periodistas tras las que parece haber tácticas intimidatorias republicanas. Una hipocresía si se tiene en cuenta que Kirk era un firme defensor de la libertad de expresión, si bien algunos de sus mensajes podrían haberse interpretado en ocasiones como incitación al daño de otros. El objetivo de la Primera Enmienda es permitir discrepar sobre conceptos básicos de lo que es bueno y lo que es verdadero. Y se necesita fundamentalmente para momentos como este, en los que hay profundas divisiones y se quiere hablar de ellas.
Preocupante es también el pretexto de la Administración para tomar medidas drásticas contra los grupos e instituciones de tendencia izquierdista tras lo ocurrido en Utah. Dado que Trump no ha mostrado moderación a la hora expandir los poderes del gobierno federal contra cualquier individuo u organización, la amenaza implícita de procesar a la oposición debería hacer saltar las alarmas de cualquier demócrata (no sólo de los demócratas).
El asesinato del activista conservador también podría cambiar el panorama de la seguridad en los grandes acontecimientos políticos de EEUU. Muchos políticos han suspendido actos públicos desde entonces, los recintos al aire libre empiezan a considerarse peligrosos y el polémico Steve Bannon augura que, a partir de ahora, “cambiará la forma en la que gente interactúa con el público”. Esta situación de creciente inseguridad se suma a las amenazas que venían sufriendo los funcionarios electorales, jueces y legisladores de todo el espectro político desde hace tiempo en esta espiral de violencia política que envuelve el país.
Y todo ello en medio de los recientes recortes del gobierno federal a los programas destinados a reducir el extremismo violento. Ahora será más importante que nunca que actores subnacionales y no gubernamentales proporcionen financiación, herramientas y otros recursos para abordar los riesgos y contrarrestar los efectos de la violencia política. Esto debería incluir al sector privado, principalmente a las grandes tecnológicas, para evaluar las amenazas y proteger al público de la violencia política. No olvidemos que cada acto de violencia política en EEUU se procesa a través de la maquinaria ideológica y algorítmica de las redes sociales, que arroja llamamientos aún más fuertes a la violencia. Y los enemigos de EEUU en el extranjero, se encuentran entre los que perpetúan este ciclo de escalada.
Democracia
Dicho todo esto, no significa que EEUU se esté deslizando hacia una guerra civil. Las encuestas muestran que una abrumadora mayoría se opone a la violencia política y casi el 80% de los estadounidenses rechaza los intentos de silenciar los discursos que consideran personalmente ofensivos, con amplias mayorías entre demócratas, independientes y republicanos. La mala noticia es que la mayor división en el apoyo a la violencia política no es ideológica, sino generacional. Los estudiantes universitarios que afirman que recurrir a la violencia para impedir un discurso en el campus puede ser aceptable, han crecido en el último año. Y mientras que el 86% de la Generación X afirma que la violencia nunca es aceptable, baja al 71% en los millennials y al 58% de la Generación Z.
Se desmonta por tanto el mito de que sólo “el otro bando” apoya la violencia política, pero deja en el aire la pregunta de por qué tantos jóvenes están dispuestos a justificar la violencia.
Y volvemos al principio: EEUU está en clima político que anima –desde la izquierda y desde la derecha– a la gente a tratar a sus oponentes como amenazas o enemigos que hay que neutralizar en lugar de como ciudadanos que hay que persuadir.
El país necesita más líderes y más voces –en los campus, en el gobierno y en los medios de comunicación– que estén comprometidos con la idea fundamental de que la violencia nunca es una respuesta aceptable.