Acontecimientos en los países árabes

Acontecimientos en los países árabes

Primero fue la sociedad tunecina la que salió a la calle a principios de 2011 para pedir la marcha del presidente y de su régimen. Incapaz de imponer su ley y orden tras pocas semanas de revueltas, Zine el Abidín Ben Ali se vio forzado a huir del país el 14 de enero. Unos días más tarde, las protestas sociales llegaron a Egipto. Millones de personas piden en las calles la salida de Mohamed Hosni Mubarak del poder. La crisis de liderazgo se extiende por los países árabes como muestra del divorcio entre una sociedad hastiada y un modelo de Estado que no ofrece ni oportunidades ni libertad a sus ciudadanos.

PREGUNTAS Y RESPUESTAS

¿Por qué se está extendiendo la ola de protestas sociales por varios países árabes?

Las dificultades económicas fueron la chispa que hizo saltar las protestas sociales en Túnez, pero el trasfondo ha sido político. Los tunecinos primero y los egipcios después han mostrado su rechazo a la forma de gobernar sus países. Las sociedades árabes –a pesar de sus diferencias– tienen en común un profundo malestar de sus poblaciones por la falta de oportunidades para prosperar, por la creciente carestía de la vida, por la rampante corrupción y por las humillaciones cotidianas por parte de los agentes del poder.

La falta de buen gobierno durante décadas ha generado un profundo desapego de los ciudadanos árabes hacia sus gobernantes. La ausencia de justicia social está generando frustración e ira en unas poblaciones muy jóvenes que miran el futuro sin esperanza.

¿Qué ha supuesto la caída de Ben Ali para las sociedades árabes?

Con Ben Ali han caído muchos mitos. La sociedad tunecina ha conseguido lo que hace unas pocas semanas parecía impensable y, además, de la forma menos esperada. Los dirigentes autoritarios pensaron que sus poblaciones permanecerían pasivas, sometidas o anestesiadas, pero acaban de descubrir que la paciencia tenía un límite. No contaban con una suma de elementos que, en el caso de Túnez, han resultado determinantes: el ciber-activismo, la crisis económica internacional, las revelaciones de WikiLeaks, el comportamiento del Ejército y el “factor Buazizi” (el joven que se prendió fuego por desesperación).

Lo ocurrido en Túnez es visto por muchos ciudadanos árabes como una oportunidad de que se produzca en sus países una transición hacia un sistema participativo con separación de poderes que garantice el buen gobierno.

¿Qué caracteriza a las movilizaciones sociales en Túnez y Egipto?

Las revueltas vividas en Túnez y Egipto han tenido varias particularidades. En el caso de Túnez, fue la primera ocasión en la que la población de un Estado árabe moderno se deshacía de su gobernante vitalicio sin la mediación de uno de los tres ingredientes “tradicionales”: un golpe de estado militar, la injerencia extranjera o el extremismo religioso. La rebelión social se inició en pequeñas poblaciones del interior, pero rápidamente se propagó por todo el país. Ni los políticos ni los intelectuales estuvieron en el origen de las multitudinarias manifestaciones en las que se mezclaron tunecinos de toda condición y edad. Algo parecido ha ocurrido en el caso de Egipto.

En ambos países, las manifestaciones no se guiaron por una ideología concreta, de corte islamista, marxista o nacionalista, ni contaron con una cabeza visible o un líder carismático. Sin embargo, las demandas son las mismas: acabar con unos regímenes cleptocráticos, proporcionar oportunidades y crear empleo, garantizar los derechos de los ciudadanos y hacer respetar sus libertades.

¿Se puede extender la actual crisis de liderazgo a otros países de la región?

En la lista de los candidatos a ser el siguiente país con protestas sociales están todos los países árabes en los que se junten los siguientes tres factores: 1) ausencia de una separación de poderes real, 2) un sistema autoritario apoyado en redes clientelares corruptas y 3) una carestía de los productos alimentarios básicos y de la energía. No es suficiente que se hayan hecho algunas reformas en los últimos años ni que haya crecimiento económico. Si la riqueza no se distribuye empleando criterios de justicia social, es sólo cuestión de tiempo que el malestar social se transforme en movilizaciones populares.

Los Estados árabes están a tiempo de hacer las reformas profundas –y no sólo cosméticas– para que sus poblaciones tengan más oportunidades y para que la riqueza nacional se ponga el servicio del desarrollo económico y social. Eso pasa por cambiar una forma de gobernar basada en el clientelismo y el control del Estado policial.

¿Cuál está siendo la respuesta de los gobiernos democráticos?

La caída de Ben Ali cogió por sorpresa a los países occidentales ( más a los europeos, con Francia a la cabeza, que a Estados Unidos). Las primeras reacciones fueron poco afortunadas. Mientras Washington dejaba caer a Ben Ali, algunos líderes europeos le  seguían apoyando abiertamente, otros emitían comunicados rutinarios o permanecían expectantes en silencio. Al igual que en el caso de Egipto, Europa se ha mostrado indecisa y sin una voz clara.

Las democracias occidentales tienen una oportunidad de oro para acompañar a las sociedades árabes en la etapa de cambios que ya ha empezado. Es el momento de que las potencias occidentales, y concretamente los países de la UE, reevalúen el coste real de la estabilidad aparente que los regímenes árabes les prometían a cambio de su apoyo a unas políticas represivas.

La relación entre el Estado y la sociedad en el mundo árabe se ha transformado profundamente, por lo que mantener las actuales formas de gobernar estos países será, tarde o temprano, insostenible.