Washington y la fatiga de la guerra

Soldados de la Guardia Nacional de Michigan cargan un Sistema de Cohetes de Artillería de Alta Movilidad (HIMAR) M142 en un avión C-17 Globemaster III en la Base de la Fuerza Aérea de Dover, Delaware (EEUU)
Soldados de la Guardia Nacional de Michigan cargan un Sistema de Cohetes de Artillería de Alta Movilidad (HIMAR) M142 en un avión en la Base de la Fuerza Aérea de Dover, Delaware (EEUU). Foto: U.S. Air National Guard photo by Staff Sgt. Tristan D. Viglianco - Michigan National Guard (CC BY-NC 2.0)

La Administración estadounidense acaba de anunciar 325 millones de dólares en nueva ayuda militar a Ucrania, que incluiría munición para los sistemas lanzamisiles HIMARS, misiles avanzados y minas antitanque. Un paquete que se financiará gracias al Presidential Drawdown Authority, que autoriza al presidente a transferir artículos y servicios estadounidenses sin la aprobación del Congreso en caso de emergencia.

Hasta hoy, el Congreso de EEUU ha asignado cuatro grandes paquetes de ayuda a Ucrania, que suman más de 112.000 millones de dólares: 13.000 millones en marzo, 40.000 millones en mayo, 14.000 millones en septiembre y 45.000 millones en diciembre. Dicha ayuda se ha destinado a cuatro grandes categorías: ayuda militar, ayuda humanitaria, apoyo económico al gobierno ucraniano y operaciones del gobierno de EEUU y costes internos relacionados con Ucrania.

La ayuda militar, quizás la que más atención despierta, consta a su vez de cuatro elementos. Por un lado, apoyo militar a corto plazo. Éste incluye la transferencia de armas, la formación de personal militar ucraniano y el intercambio de inteligencia. Gran parte de esta financiación fluye a través de la Ukraine Security Assistance Initiative, que provee armamento directamente de la industria estadounidense para ayudar a Kyiv. También hay un apoyo militar a largo plazo. Se trata de dinero que Ucrania puede utilizar para comprar nuevas armas, principalmente a EEUU, pero también a otros países. El problema es que muchas de estas armas necesitan ser fabricadas, por lo que hay un largo retraso. En consecuencia, es probable que se esté financiando la reconstrucción del Ejército ucraniano en la posguerra y no las operaciones actuales. En tercer lugar, parte de la ayuda militar se destina a operaciones militares de EEUU, como el envío de soldados a Europa del este. Y, por último, otra parte cubre una amplia variedad de actividades, algunas relacionadas con Ucrania sólo tangencialmente.

Recientemente, la atención pública se ha centrado en los nuevos equipos prometidos a Kyiv: los Patriot en enero, los tanques a principios de febrero y, más recientemente, misiles de largo alcance. Todo ello en una dinámica política que se va volviendo familiar: el presidente Zelensky pide nuevos equipos, EEUU y sus aliados se resisten a proporcionarlos, Zelensky insiste, aumenta la presión y EEUU cede, mientras que Rusia se queja de la “escalada”. Ahora el nuevo gran debate está centrado en los aviones a reacción mientras continúa el flujo de municiones, vehículos blindados, camiones, suministros de ingeniería y equipos médicos, que es lo que verdaderamente está teniendo un impacto en el campo de batalla.

Es este flujo continuo de armas y municiones el que es necesario que no se vea interrumpido. Por un lado, porque es necesario reponer el material perdido. Por otro, porque es probable que Ucrania haya duplicado el tamaño de sus Fuerzas Armadas, y todas estas nuevas unidades necesitan equipamiento y entrenamiento continuo.

Según algunos expertos, dado el actual ritmo de gasto y a la vista de que no vaya a ocurrir una disminución de los combates, la financiación aprobada en diciembre por el Congreso se agotará a mediados de verano, mientras que crecen las voces en EEUU que se preguntan qué sentido tiene seguir gastando decenas de miles de millones de dólares en Ucrania.

Las encuestas muestran que la “fatiga de la guerra” está creciendo en EEUU. Según un estudio de febrero del 2023, el 48% de los estadounidenses apoya que EEUU suministre armas a Ucrania, frente al 60% de mayo de 2022. La buena noticia es que la encuesta también reveló que el 56% de los estadounidenses confía mucho o algo en la capacidad de Biden para manejar la situación, un apoyo que ha crecido.

Recordemos que el apoyo de los estadounidenses a la guerra de Vietnam disminuyó a medida que persistía el conflicto, del mismo modo que ocurrió con el apoyo a la guerra de Irak y Afganistán. Una vez que la opinión pública estadounidense se volvió en contra de estas guerras, el apoyo nunca se recuperó. Es cierto que los estadounidenses luchaban y morían en esas guerras, lo que no ocurre en el conflicto de Ucrania. En Ucrania no hay vidas estadounidenses en juego, sólo recursos financieros y militares, por lo que cada vez hay más recelo a “tirar el dinero”.

En el último año, el porcentaje de estadounidenses que afirman que EEUU está haciendo demasiado por Ucrania casi se ha cuadruplicado, pasando del 7% al 26%. Y la parte que cree que Washington no ha hecho lo suficiente se ha reducido a la mitad, del 49% al 17%.

El sentimiento sobre el apoyo a Ucrania también se vuelve cada vez más partidista. En marzo de 2022, el 9% de los republicanos y el 5% de los demócratas afirmaban que EEUU estaba haciendo demasiado por Ucrania. En enero de 2023, el 40% de los republicanos y sólo el 15% de los demócratas se quejaban de que Washington estaba haciendo demasiado.

Esta creciente división partidista está siendo impulsada en parte por la retórica de algunos republicanos. Un pequeño grupo de congresistas del Grand Old Party (Partido Republicano, GOP) presentó en febrero un proyecto de ley que pide a EEUU que “ponga fin a su ayuda militar y financiera a Ucrania, e insta a todos los combatientes a alcanzar un acuerdo de paz”. Y el actual presidente republicano de la Cámara de Representantes, Kevin McCarthy, ha afirmado que “no va a extender un cheque en blanco a Ucrania”, mientras que ha rechazado la invitación del presidente Zelenski a visitar el país.

Pero también hay una creciente oposición por parte de ciertos demócratas progresistas. En octubre pasado, 30 de ellos firmaron una carta en la que instaban al presidente Biden a “realizar enérgicos esfuerzos diplomáticos en apoyo de un acuerdo negociado y un alto el fuego, entablar conversaciones directas con Rusia y explorar las perspectivas de un nuevo acuerdo de seguridad europeo aceptable para todas las partes”. Aunque el grupo retiró rápidamente la carta bajo la presión de la Casa Blanca, el sentimiento se mantiene. De hecho, la idea de negociar un acuerdo pacífico resulta atractiva como forma de poner fin a la violencia (una preocupación progresista), reducir la amenaza de despilfarro (una preocupación de la derecha populista) y mantener dichos fondos dentro de EEUU (una preocupación de ambos extremos).

La Administración Biden, insiste en que su apoyo es inequívoco e indefinido. Sin embargo, existe una preocupación a largo plazo sobre cuánto tiempo puede mantenerse el alto nivel de ayuda. El éxito en el campo de batalla y un gobierno honesto en Ucrania serán factores determinantes para el apoyo. Si Ucrania puede mostrar progresos sobre el terreno, los partidarios estarán más dispuestos a prestar ayuda. A la satisfacción del éxito se sumará la perspectiva del fin de la guerra ya que el temor a una “guerra eterna” socava el apoyo a la ayuda al hacer creer que el compromiso se prolongará indefinidamente.

Por otro lado, también se quiere creer que la ayuda está siendo bien aprovechada. Hasta ahora, parece que así ha sido. No han aparecido armas donadas donde no deben, ni parece que los oligarcas se hayan beneficiado de los fondos exteriores. Para asegurarse de que esto no ocurra, EEUU ha establecido una serie de estructuras de supervisión para garantizar el uso adecuado de los recursos.

Una mayor supervisión y un énfasis en la ayuda militar podrían ser un posible compromiso entre republicanos y demócratas para que continúe el apoyo bipartidista en el Congreso. También cabe la posibilidad de que las futuras asignaciones de asistencia se alejen de la ayuda económica al gobierno ucraniano y se centren en la militar. El apoyo económico es más vulnerable a la acusación de que son los estadounidenses los que necesitan más dicha ayuda. Además, otros países, que se sienten más cómodos proporcionando ayuda “blanda” en vez de letal, podrían asumir una mayor carga. Por el contrario, la ayuda militar afectaría directamente al resultado de la guerra, haciéndola más aceptable para el Congreso y para la opinión pública estadounidense.

Camino al 2024

Con las elecciones presidenciales estadounidenses de 2024 ya en marcha, todo indica que Ucrania será otro tema del debate partidista a medida que se calienta la campaña. Esto reflejará la tendencia aislacionista de la política exterior republicana, pero también la incapacidad de la Casa Blanca para transmitir al pueblo estadounidense por qué esta lucha y el éxito de Ucrania son vitales para los intereses nacionales de EEUU. Aunque Biden aprovechó su visita a Kyiv y una parada posterior en Varsovia para expresar su solidaridad con los ucranianos, ha hablado menos de la guerra a sus compatriotas en su país. Durante su discurso sobre el estado de la Unión hizo una referencia de pasada a la guerra y se ha centrado en las prioridades nacionales en sus recientes paradas de campaña por todo el país. En parte, esto puede tener por objetivo desviar las críticas de que se preocupa más de lo que ocurre fuera que de los propios estadounidenses, o de que el apoyo continuado a Ucrania corre el riesgo de socavar la capacidad de EEUU para pivotar hacia el Indo-Pacífico. Lo que sí parece cierto es que gran parte de esta creciente oposición estadounidense a la continuación de la ayuda a Ucrania se debe a que sólo se tiene en cuenta su coste y se ignoran los beneficios estratégicos que proporciona a EEUU. No olvidemos que librando una guerra sin ninguna baja militar estadounidense y que el envío de esa ayuda a Ucrania ha transmitido a los socios y aliados de EEUU la capacidad y determinación de Washington, demostrando que se puede volver a confiar en EEUU.

El apoyo a Ucrania sigue siendo mayoritario en el Congreso y aunque es poco probable que los que se oponen a la ayuda tengan los votos necesarios para influir en un cambio de política, éstos no son tiempos políticos normales. Se pudo comprobar en la votación del propio presidente de la Cámara de Representantes, en la que un pequeño grupo de republicanos demostró poder tener una influencia desmesurada en la política.

La incertidumbre sobre si la Cámara de McCarthy aprobará nuevas ayudas cuando se acaben las actuales puede empezar a influir en la forma en que el presidente Biden gaste el dinero ya asignado. Si se añaden los Patriot, los F-16, los misiles de largo alcance y el armamento más caro y de mayor potencia, se agotarán los fondos existentes mucho antes de que acabe el año y obligaría a esa cada vez más temida votación en el Congreso. Una incertidumbre que es una razón más para que el presidente sea agresivo y ayude a los ucranianos a ganar la guerra antes de que el apoyo público se desvanezca aún más.