Mauritania: el terrorismo islamista y sus consecuencias (ARI)

Mauritania: el terrorismo islamista y sus consecuencias (ARI)

Tema: El terrorismo islamista vuelve a golpear Mauritania mediante el secuestro de occidentales. Las consecuencias pueden ser muy graves para la estabilidad del país y de la región saharo-saheliana.

Resumen: Desde hace algunos años, Mauritania viene siendo el objetivo del terrorismo islamista, reivindicado algunas veces, y de manera explícita, por el grupo al-Qaeda del Magreb Islámico (AQMI). El secuestro de tres cooperantes españoles en territorio mauritano ha puesto de manifiesto, una vez más, la actividad terrorista en este país de la filial de Bin Laden y el problema creciente del islamismo radical. Este fenómeno ha sido afrontado de diferente manera por los sucesivos gobiernos mauritanos, y la sociedad civil no ha sabido dar una respuesta unánime y clara al mismo. Esta última acción puede tener consecuencias imprevisibles para el gobierno del presidente Mohamed Uld Abdel Aziz.

Análisis: Durante la noche del 29 de noviembre de 2009 tres cooperantes españoles fueron secuestrados, en la carretera que une la capital política (Nuakchot) y la económica (Nuadibú) de Mauritania, prácticamente sobre la costa atlántica. A pesar de que el lugar escogido por los secuestradores se encontraba muy lejos del campo de acción del grupo al-Qaeda del Magreb Islámico (AQMI), el secuestro se atribuyó enseguida a este grupo terrorista, que nueve días después lo reivindicó mediante una breve declaración enviada a la cadena de televisión al-Yazira. Desgraciadamente, no era la primera vez que se identificaba la actividad de esta franquicia terrorista en este país.

Antecedentes
La cuestión del terrorismo islamista comenzó a preocupar al gobierno mauritano durante el mandato de Maaouya Uld Sid’Ahmed Taya. Al día siguiente de los atentados de Casablanca, en marzo de 2003, el presidente de la República reunió un comité interministerial para hacer frente a este fenómeno. De esa reunión salieron varias conclusiones, entre ellas la convicción de que después de Marruecos, Mauritania debería prepararse para afrontar un fenómeno similar.

Una visión que fue confirmada por la evolución del fenómeno terrorista en la sub-región Magreb-Sahel. Los poderes públicos de la época mostraron una determinación sin fisuras para hacer frente a esta amenaza. Para luchar contra la amenaza de la hidra terrorista, el presidente Taya ordenó una verdadera caza contra los islamistas radicales. De esta manera, numerosas figuras mauritanas del islam político y de entre los ulemas fueron detenidos bajo la acusación de atentar contra la seguridad del Estado: el imán Mohamed Hacen Uld Dedew, Mohamed Jemil Uld Mansour y el embajador Moctar Uld Mohamed Moussa, entre otras personalidades, permanecieron entre rejas hasta el golpe de Estado del 3 de agosto de 2005.

El arresto de estas personalidades, con una importante ascendencia entre los mauritanos, como primera estrategia de choque del presidente Taya frente al terrorismo, supuso la destrucción de toda vía de dialogo contra el islamismo violento. Ese paso, en falso para algunos, justificaría, para otros, el ataque sangriento contra el destacamento militar de Lemgheity, lugar situado a 400 km de Zuerat, cerca de la frontera con Argelia y Mali. El asalto provocó la muerte de 15 soldados y más de 20 heridos. Un episodio grave, que aunque fue atribuido al Grupo Salafí para la Predicación y el Combate (antiguo nombre de AQMI), suscitó muchas dudas respecto a la identidad de los autores del crimen. Una buena parte de la opinión pública atribuyó el ataque a algunos de los numerosos grupos de traficantes que transitan por esa zona incontrolada.

Después de la caída del régimen de Sid’Ahmed Taya la estrategia de los diferentes gobiernos posteriores no ha sido clara en este tema. El denominado Comité Militar para la Justicia y la Democracia, presidido por el coronel Ely Uld Mohamed Vall, que asumió el poder después de dar el golpe de Estado contra Taya, decidió, en una de sus primeras medidas, liberar a la mayoría de los islamistas encarcelados y aplicar una estrategia ambigua que combinaba una política de “tender la mano” a los islamistas, con medidas puramente policiales contra los comandos terroristas que pudieran realizar actividades en territorio mauritano.

En 2007 se celebraron elecciones democráticas y el gobierno del presidente Abdellahi continuó con una política aun más ambigua respecto a los islamistas. Considerada por muchos expertos como de autentica capitulación ante un islamismo cada vez más radical y visible en las calles, esta tenía como parangón la actitud personal del presidente, muy próximo a la cofradía religiosa de la Tiyania, que hizo signo claro de su propio temor y de la debilidad de su gobierno. A la tolerancia de la existencia y actividad del partido islamista Tawasul (hasta entonces prohibido por la ley de partidos políticos), se añadía la liberación de algunos islamistas que estaban en prisión y el juicio benévolo que tuvieron otros. Desgraciadamente, en este contexto se sucederían otros actos terroristas durante este último período.

En 2007, otros tres soldados mauritanos perecieron tras un ataque terrorista en Ghalaouia. El 24 de diciembre del mismo año en los alrededores de la ciudad de Aleg (en el sudeste de Nuakchot), cuatro turistas franceses fueron fríamente ejecutados por terroristas, que reconocieron pertenecer a al-Qaeda cuando fueron capturados. Más tarde, en septiembre de 2008, 12 soldados mauritanos sufrieron una emboscada en los alrededores de Tourine (90 km al este de la ciudad minera de Zuerat). Fueron hechos prisioneros para ser finalmente ejecutados y cruelmente mutilados. Menos de un año más tarde, el 23 junio 2009, en pleno día y en el centro de Nuakchot un ciudadano estadounidense que trabajaba en una ONG humanitaria fue abatido por dos terroristas que tenían, en principio, la clara intención de raptarlo. La resistencia mostrada por el estadounidense propició el fatal desenlace.

El 8 de agosto de 2009, solamente días después de la elección de Mohamed Uld Abdel Aziz como nuevo presidente, Mauritania registraba en su territorio el primer atentado suicida de su historia, cuando un kamikaze se hizo explotar en los alrededores de la embajada de Francia en su capital, Nuakchot. El suicida, un hartani (esclavo liberado) mauritano, tenía como objetivos a “los cruzados” y los “infieles” que se encuentran en tierra del islam. Afortunadamente no consiguió su objetivo, y solo alcanzó a herir a dos gendarmes franceses y otros viandantes locales que se encontraban en ese momento en el lugar.

Contexto doméstico del secuestro
El secuestro de los tres cooperantes españoles constituyó la primera acción terrorista de este género que se realiza con éxito contra occidentales en Mauritania. Esta acción se produjo en plena campaña de imagen del gobierno mauritano, que intentaba relanzar el turismo en el país. Poco días antes, el jefe del estado mayor del ejército francés había visitado el Adrar (una de las regiones que había sufrido más las consecuencias del terrorismo en el país) para firmar algunos acuerdos militares con el gobierno mauritano. Como consecuencia de ello se habían estado realizando maniobras militares en la zona, con la idea de garantizar la seguridad y desterrar la idea de peligro asociada a esta parte del país, al parecer de predilección de AQMI, por sus características topográficas (desierto y montañas difíciles de controlar) y por albergar la mezquita de Chinguetty, considerada como el séptimo lugar sagrado del islam.

Este rapto se sumó al incremento neto de las acciones terroristas en suelo mauritano, que podrían estar relacionadas con varios factores que pueden desvelarnos los objetivos a medio y largo plazo del terrorismo islamista.

El factor más inmediato, y que quizá ha actuado últimamente como desencadenante, ha sido la elección de Mohamed Uld Abdel Aziz como presidente del gobierno de Mauritania. Este, que ya liderara el golpe de Estado de 6 de agosto de 2008, esgrimiendo, entre otras razones, el laxismo del presidente Sidi Uld Abdellahi con los islamistas, recibió amenazas directas de al-Qaeda, en un comunicado en el que se tachaba al gobierno formado por los golpistas como de impío y colaborador de los occidentales. La decisión posterior de Abdel Aziz de congelar las relaciones con Israel solo consiguió darle crédito ante su pueblo, pero no cambió para nada la actitud de los terroristas de AQMI, que volvieron a cometer atentados en territorio mauritano, incluso con más asiduidad que en períodos precedentes. Durante la ceremonia de investidura el nuevo presidente pronunció un discurso en el que remarcó su compromiso en la lucha contra el terrorismo. Esta última acción terrorista podría interpretarse como un nuevo desafío de los terroristas en su pulso contra el nuevo gobierno.

Un segundo factor, no menos importante y con problemáticas más enraizadas, lo podemos encontrar en el plano social: el deterioro de la educación básica mauritana, la profunda crisis económica y social, que se traduce en un paro persistente entre los jóvenes, el fracaso en la integración de grandes masas de población rurales que han emigrado a la capital y otras grandes ciudades, y la enorme mutación de una sociedad que ha perdido muchos de sus referencias.

Esto podría explicar en parte que, a pesar de lo ocurrido, la opinión pública mauritana no haya tomado conciencia de la amplitud del peligro del terrorismo que comienza a echar raíces en el país. El terrorismo sigue siendo considerado por muchos como un concepto puramente occidental, utilizado contra los musulmanes y su cultura para consolidar la dominación de Occidente en el mundo. Así, las grandes figuras del terrorismo, enemigos y verdaderas bestias negras de las potencias occidentales –Bin Laden, Zarkawi y El Zawahiri– están integrados generalmente en ciertas mentalidades como héroes musulmanes en resistencia contra el invasor. Para ellos, las acciones terroristas son percibidas como una ofensiva destinada a obligar al gobierno de turno a seguir la estela de un occidente, con el que se está obligado a transigir. Ello explicaría también la reacción de la opinión pública mauritana que, a pesar de que se produzcan algunas tímidas condenas, sigue siendo más bien condescendiente. En una posición parecida se encontrarían algunos ulemas y otras personalidades próximas al islamismo “moderado”, ahora legalizado en su vertiente política, que aún condenando el fenómeno terrorista, apuestan por la negociación y muestran cierta indulgencia.

Por último, podrían existir otros factores fuertemente ligados a la situación geográfica del país y a su topografía. Mauritania supone un vasto territorio (dos veces Francia) débilmente poblado (apenas 3 millones de personas) que alberga algunas zonas montañosas, con un vasto desierto que ocupa, en su versión más inhóspita, dos tercios del territorio. Estas características permitieron a los terroristas islamistas poder moverse con discreción y sin ser inquietados por las fuerzas de seguridad mauritanas, pobremente equipadas e insuficientes para controlar un país tan grande y con tantos kilómetros de fronteras. Estos elementos seguramente jugaron un papel clave, en un primer momento, para que AQMI decidiera utilizar la zona fronteriza que se encuentra entre Mauritania, Mali, el Sahara Occidental y Argelia como santuario o retaguardia donde refugiarse o instalar sus campos de entrenamiento. Sin embargo, a partir de 2005, con el ataque a la guarnición de Lemgheity, la condición de refugio o retaguardia que tenía Mauritania cambiará para convertirse explícitamente en objetivo terrorista.

Implicaciones internas
A la luz del contexto examinado, el gobierno mauritano se podría situar en una posición de extrema fragilidad por varias razones: En primer lugar, no hay que olvidar que el secuestro se produjo intencionadamente un día después de la celebración del 49 aniversario de la Independencia de Mauritania, una fecha con una fuerte carga simbólica. Uno de los objetivos de los terroristas sería precisamente deslegitimar y debilitar al gobierno mauritano, mostrando su fragilidad y su ineficacia en la lucha contra el terrorismo. La fecha elegida buscaría humillar a un gobierno incapaz de proteger a sus huéspedes extranjeros, cuando se celebra el aniversario del momento en que Mauritania asumió las riendas de su destino.

Los primeros efectos estarían ya produciéndose: el presidente Abdel Aziz cesó al jefe de estado mayor de la gendarmería y ordenó un amplio movimiento de nuevos nombramientos en el seno del estado mayor del ejército mauritano y de los cuerpos de seguridad del Estado. ¿O quizá significa algo diferente? Algunos  periódicos locales se hicieron eco de estos nombramientos y los relacionarían más bien con una purga de elementos arabo-baasistas del ejército. Los efectos serían los mismos: una nueva división en el seno del ejército, que podría tener consecuencias imprevisibles.

No escapa a la reflexión el contexto en el que se dio el golpe de Estado que acabó con 21 años de Taya en el poder: la masacre de militares en Lemgheity indignó a muchos altos oficiales del ejército mauritano, pero la decisión que tomó el presidente Taya a continuación, la búsqueda de los terroristas sin medios adecuados en la inmensidad inhóspita del desierto, supusieron la gota que colmó el vaso, creando un malestar enorme dentro del ejercito que sirvió para convencer a los indecisos de la necesidad de acabar con el gobierno de Taya. ¿Estamos antes el principio del fin de Mohamed Uld Abdel Aziz en el poder? ¿Se avecina un nuevo golpe de Estado? El tiempo lo dirá y los apoyos tanto internos como externos decidirán. Lo que parece claro es que enemigos no le faltan, no solo en el seno del ejército, sino también en el mundo de los negocios y de las finanzas, en el que algunos de los hombres más poderosos sufren directamente las consecuencias de la política del gobierno contra la corrupción y la malversación.

En segundo lugar, la oposición, silenciosa desde su derrota en las elecciones de agosto, parece querer aprovechar esta situación de crisis para desgastar la imagen del gobierno, y ha decidido, prácticamente en bloque, apoyar la causa de los hombres de negocios acusados de corrupción y malversación de caudales públicos.

Por otro lado, el sector económico tampoco va a echar una mano al gobierno: el secuestro va a tener unos efectos negativos sobre el turismo y en general sobre la economía mauritana, ya que la imagen de inseguridad que proyecta tendrá un impacto directo sobre la inversión extranjera en el país. La decisión de volver a celebrar etapas del rally Paris-Dakar sobre suelo mauritano en el 2011, quedaría en el aire o incluso anularse de nuevo, perdiéndose así, una oportunidad única de proyectar una imagen seductora a otros inversores como de recibir una jugosa entrada de divisas, tan necesaria para las arcas del Estado en estos momentos de crisis.

En el plano social, la tibia reacción de la población y de muchos de sus líderes, junto al oportunismo de los llamados islamistas “moderados”, pueden llevar a la progresiva tolerancia e incluso aceptación de los postulados en los que se basan los terroristas. La imagen cada vez más negativa del gobierno, junto al posicionamiento de buena parte de la oposición a favor de hombres de negocios fuertemente sospechosos de corrupción, facilitaría el aumento de la popularidad de los partidos más polarizados y, en concreto, el de los islamistas “moderados” del partido Tawasul. Esto provocaría grandes tensiones sociales y constituiría un duro golpe a los frágiles cimientos en los que se quiere desarrollar la democracia en este país. La deriva hacia un islamismo intolerante o hacia un régimen militar que lo combata, podrían estar ya vislumbrándose en el horizonte.

Implicaciones para España
Para España, Mauritania es uno de los países más importantes para su política exterior. Considerado país prioritario en el Plan África diseñado por el gobierno de Rodríguez Zapatero, Mauritania representa al mismo tiempo importantes intereses económicos (pesca, petróleo y comercio). En el plano geopolítico, el gobierno español no puede permitirse que el islamismo radical se extienda en este país, ya que se encuentra muy cerca de nuestras fronteras (a unos centenares de kilómetros de las islas Canarias) y de nuestra área de influencia económica en la costa atlántica.

Pero, quizá, la mayor amenaza no provenga de las actividades terroristas propiamente dichas, sino más bien de los efectos colaterales que conlleva su presencia en algunos lugares, especialmente en la región del Sahara. La intención de Marruecos de implicar al POLISARIO como cómplice de AQMI, supone un riesgo enorme que podría reavivar el conflicto entre marroquíes y saharauis y desestabilizar toda la región. Para ello, España debería de asumir un papel protagonista, pero al mismo tiempo discreto, en el que promueva más aún la cooperación en materia antiterrorista con Mauritania e incluso reforzarla si tiene la ocasión. Por otro lado, no debería subestimarse el enfoque multilateral y regional del análisis del fenómeno islamista, ya que se ha demostrado con creces las fuertes conexiones e influencias que ejerce cualquier manifestación de este fenómeno en un país, hacía cualquiera de los otros de esta región.

Las consecuencias del secuestro de los cooperantes españoles seguramente van a marcar un antes y un después en las relaciones entre los dos países, y de esta experiencia se sacarán muchas lecciones en materia terrorista. El apoyo al gobierno mauritano debería de ser ineludible siempre que éste mantenga sus aspiraciones a consolidar la democracia. Sin embargo, ni España en el plano bilateral, ni a través de la UE en el plano multilateral, deben de descuidar la cooperación al desarrollo y la promoción de la justicia y de la democracia con este país, sino queremos que la ideología totalitaria del islamismo radical se extienda fácilmente en una sociedad analfabeta, sumida en la pobreza, la desigualdad y la injusticia.

Conclusiones: El secuestro de los españoles pone de manifiesto más que nunca, que los grupos terroristas patrocinados o inspirados por al-Qaeda han cambiado su estrategia en Mauritania. Dejan definitivamente de utilizar el vasto territorio mauritano exclusivamente como refugio o desde el que lanzar algún ataque esporádico en zonas del interior, para considerar todo el territorio como campo de batalla. Mauritania, pasa así de ser la retaguardia donde se reclutaba o entrenaba muyahidínes, a ser uno de los objetivos prioritarios y lugar donde podrían producirse en el futuro, no solo más ataques de AQMI sino también del  terrorismo yihadista internacional.

Una vez más, se demuestra que el terrorismo islamista no tiene fronteras y que ningún país, aunque se trate de una República Islámica (como es el caso de Mauritania), en encuentra a salvo. Para abordar esta amenaza, que podría tener cada vez más implicaciones internacionales y no solo regionales, tanto el gobierno mauritano como en este caso el español u otros de la región van a tener que sumar sus esfuerzos y mejorar su cooperación e intercambio de información de manera exponencial.

Javier Nievas Bullejos
Especialista en Seguridad y Defensa en el Mediterráneo y doctorando en Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad Autónoma de Madrid