Las relaciones España-EEUU en tiempos de incertidumbre

Mariano Rajoy y Barack Obama se reúnen en el despacho oval en enero de 2014. Foto: Gobierno de España (CC BY-NC-ND 2.0)

Tema

Es más que necesaria una revisión estratégica de la política transatlántica de España y de las relaciones con EEUU muy en particular.

Resumen

Difícilmente puede decirse que España haya otorgado la importancia debida a las relaciones con EEUU, la primera potencia del sistema internacional, que, además, es un importante socio comercial y de inversiones. Si uno observa los trabajos académicos predominantes sobre la política exterior española o los propios documentos estratégicos que la inspiran, la relación con EEUU puede situarse en el cuarto lugar de prioridades para la política exterior española, después de Europa, América Latina y el Mediterráneo. Probablemente sea el único país europeo donde esto suceda, pese a las importantes repercusiones que tiene para España a efectos de seguridad y relaciones económicas. Aún más, España es uno de los países europeos que, proporcionalmente, menos gasta en defensa y puede llegar a depender más de la presencia estadounidense. A esto cabe añadir la pervivencia de cierto antiamericanismo en determinados sectores ideológicos de la política española siendo, asimismo, uno de los países europeos en los que la opinión pública ha demostrado tradicionalmente mayor desconfianza hacia la potencia norteamericana, si bien desde la llegada del presidente Obama la imagen de EEUU mejoró notablemente, sin que se observen grandes diferencias respecto de los países de nuestro entorno. En un contexto de incertidumbre, es más que necesaria una revisión estratégica de la política transatlántica de España y de las relaciones con EEUU muy en particular.

Análisis

El 9 de julio de 2016, la visita de Obama culmina una de las mayores expectativas de la diplomacia española de los últimos años. A diferencia de otros presidentes, parecía que por primera vez desde Richard Nixon un presidente estadounidense no visitaría España. Esta visita, producida oficialmente a raíz de una invitación del Rey que incluirá reuniones con Felipe VI y con el presidente del gobierno, se centrará en cuestiones de defensa, con la visita programada a los soldados estadounidenses destinados en Rota, y también políticas, económicas y culturales. Obama se encontrará con un gobierno en funciones y una relativa inestabilidad política motivada por las dificultades de formar gobierno como resultado de las elecciones celebradas el 26 de junio. Con todo, la visita supone una parcial corrección de una demanda de la diplomacia y el gobierno español que vienen de la etapa de José Luis Rodríguez Zapatero al frente del gobierno.

La actual Administración estadounidense no ha sido precisamente pródiga en visitas a España por parte de altos dignatarios. Entre las pocas realizadas cabe destacar la de la secretaria de Estado Hillary Clinton en 2011 y la del secretario de Defensa Leon Panetta en 2012. En 2015, la visita que el secretario de Estado John Kerry planeaba realizar a España con toda una agenda que incluía diferentes aspectos de interés mutuo como la firma del Protocolo de enmienda del Convenio para la Defensa entre EEUU y España para incrementar el número de marines destinados en la base de Morón, la lucha contra el Estado Islámico y la situación de inestabilidad existente en el Norte de África y el Sahel, fue frustrada por un accidente de bicicleta el 31 de mayo de 2015. Esta visita se recuperaría parcialmente con la breve visita del secretario de Estado en octubre y con la invitación al Rey Felipe VI a visitar el Despacho Oval en el marco de un viaje real, donde se celebró el cuarto centenario de la fundación de San Agustín, en Florida, y se recibieron los honores del general Bernardo de Gálvez, uno de los mayores símbolos españoles en la historia de EEUU.

La visita de Obama se produce en un contexto de alguna incertidumbre, que hace que la misma deba enmarcarse en las siempre complejas relaciones existentes entre España y EEUU y en las posibles repercusiones que una situación política cambiante en ambos países puede tener sobre las mismas y sobre los consensos existentes en la política exterior española de la cual ésta forma parte.

El debate sobre el consenso y el disenso en la política exterior española no es ninguna novedad. Diferentes autores han debatido la existencia o conveniencia del mismo, especialmente en determinados momentos clave, de los cuales el más destacado fue el de la decisión del entonces presidente del gobierno José María Aznar, de apoyar la intervención en Irak del presidente George W. Bush producida en 2003. Lo que no se ha puesto tan de relieve en estos debates es que los posibles disensos en democracia –el precedente más destacado del supuesto iraquí sería el de la adhesión de España a la OTAN en 1982– sobre la política exterior han girado tradicionalmente en torno a la relación que España debería tener con la potencia norteamericana.1

En este caso, al gobierno de Aznar se le atribuye la decisión de priorizar respecto de las coordenadas estratégicas que deberían guiar la política exterior española, a EEUU sobre la tradicionalmente prioritaria UE. Dichas afirmaciones son interesadas y sólo ciertas en parte, pues la propia UE estaba dividida sobre el tema, incluso a nivel de Europa Occidental, con Italia y el Reino Unido sosteniendo una posición similar a la española, en tanto que Francia, Alemania y Bélgica defendían una posición contraria. En cualquier caso, y una vez vuelto el consenso en la segunda legislatura de Rodríguez Zapatero y la presente de Rajoy, la llegada al poder del presidente Obama parece haber devuelto un relativo consenso a las relaciones con la potencia norteamericana.

Este consenso, sin embargo, llegaría en el peor momento posible. El presidente Obama, de la mano de su secretaria de Estado Hillary Clinton –asesorada por el responsable de política hacia Asia Oriental Kurt Kampbell– y de su segundo consejero de Seguridad Nacional Tom Donilon, puso en marcha la debatida estrategia de “Giro hacia el Pacífico”, situando las relaciones con Europa en un segundo lugar en su discurso. Esto se materializaría en la ausencia del presidente estadounidense por “problemas de agenda” de la Cumbre de Relaciones Transatlánticas que preparaba la Presidencia española de la UE en mayo de 2010. Si bien la cuestión se solucionó de manera parcial en la Cumbre de la OTAN en Lisboa en noviembre de ese mismo año, la desconfianza de los líderes europeos hacia la prioridad que el viejo continente supone para la potencia norteamericana se mantendría constante durante su primer mandato.

Las cosas cambiarían con el desencadenamiento de la Primavera Árabe y la creciente inestabilidad en el Norte de África y Oriente Próximo. De nuevo EEUU precisaba apoyarse en sus antiguos aliados europeos a la hora de intervenir militarmente en la región y el surgimiento de nuevos conflictos en Libia, Mali y Siria que, junto con la crisis ucraniana comenzaron de nuevo a mover el foco de las prioridades estadounidenses. A esto cabe añadir dos casos clave que según algunos analistas podrían marcar el legado de Obama, como son las relaciones con Cuba y las negociaciones sobre el plan nuclear iraní, que han conducido al famoso “Giro” hacia un lugar secundario en el discurso de la Administración estadounidense, en no menor medida porque gran parte de los defensores de dicha estrategia como Clinton y Donilon han salido de la misma y por la presencia de un sector del establishment estadounidense, que todavía sigue otorgando prioridad a Europa y Oriente Próximo.

Con todo, España no parece haber aprovechado demasiado este cambio de coyuntura política. Pese a su participación en escenarios e intervenciones como la de Libia y la realización de invitaciones a visitar el Despacho Oval a dirigentes españoles de primer orden, que van desde los presidentes del gobierno Rodríguez Zapatero y Rajoy hasta al Rey Felipe VI, no ha sido hasta este momento cuando el presidente Obama ha decidido visitar nuestro país, en tanto que las visitas a otros países de nuestro entorno se han producido, en ocasiones, de manera reiterada. Aún más, en muy contadas ocasiones un miembro de la Administración de la categoría de secretario de Estado o de Defensa han puesto un pie en España. Sí lo hizo la primera dama de cara a unas cortas vacaciones en Andalucía, pero la escasa presencia de cargos de relevancia parece ser clara, a pesar de que su significado sea simbólico más que una muestra real del estado de las relaciones entre ambos países, aunque sí que han creado cierta frustración en altas instancias del gobierno, que esperaban un cambio más evidente de actitud respecto de la existente en el segundo mandato del presidente Bush Jr, teniendo en cuenta la actitud de los dos últimos gobiernos en importantes decisiones como el citado incremento de la presencia estadounidense en Morón de la Frontera o el establecimiento de parte del escudo antimisiles diseñado por la Administración Obama en Rota.

Sin embargo, EEUU no ha sido la única parte que ha no concedido la relevancia debida a las relaciones entre ambos países. Difícilmente puede decirse que España haya otorgado la importancia debida a las relaciones con la primera potencia del sistema internacional, que, además, es un importante socio comercial y de inversiones. Si uno observa los trabajos académicos predominantes sobre la política exterior española o los propios documentos estratégicos que la inspiran, la relación con EEUU puede situarse en el cuarto lugar de prioridades para la política exterior española, después de Europa, América Latina y el Mediterráneo.2 Probablemente sea el único país europeo donde esto suceda, pese a las importantes repercusiones que tiene para España a efectos de seguridad y relaciones económicas.3 Aún más, España es uno de los países europeos que, proporcionalmente, menos gasta en defensa y puede llegar a depender más de la presencia estadounidense. A esto cabe añadir la pervivencia de cierto antiamericanismo en determinados sectores ideológicos de la política española siendo, asimismo, uno de los países europeos en los que la opinión pública ha demostrado tradicionalmente mayor desconfianza hacia la potencia norteamericana, si bien desde la llegada del presidente Obama la imagen de EEUU mejoró notablemente, sin que se observen grandes diferencias respecto de los países de nuestro entorno.4

Este último aspecto no puede sostenerse, en cualquier caso, como argumentación única en el contexto de la presidencia de Obama, al igual que sucede con la supuesta intencionalidad de los líderes españoles de no provocar reacciones en China o Rusia como argumento central para descartar visitas de primer nivel o grandes cumbres bilaterales, lo que sobrevaloraría la dimensión estratégica de una política exterior poco dada a las planificaciones, exageraría la relevancia estratégica de España para ambas potencias “emergentes”, invisibilizaría la frustración política por la ausencia de estas visitas –magnificada y expuesta por unos medios con el consiguiente coste político que supone– y exageraría la puesta en valor estadounidense por una relación que se da por hecha y que, como en ocasiones se ha mencionado en relación a la propia UE, no ha sido parte ni de la solución ni del problema.5

El posicionamiento de la relación con EEUU en las prioridades estratégicas de la política exterior española es algo relativamente visible en el caso de nuestra Estrategia de Seguridad Nacional. En este documento publicado por el gobierno, la relación transatlántica aparece literalmente en el cuarto lugar del orden de las prioridades estratégicas españolas, con escasas referencias a la potencia estadounidense en sí, incorporando visiones cuestionables, como la importancia de la población hispanoparlante en la relación, y abarcando una visión de un espacio transatlántico más amplio, que incorpora al resto de América e incluso a África y a la propia Canadá y con una extensión similar o incluso menor a la dedicada a otros escenarios como Asia o África y con menos dedicación a nivel particular que a la propia Rusia como país. De igual forma, la OTAN y pese a la relevancia que tiene en la seguridad y defensa del país, es mencionada de manera puntual y pese al reconocimiento de que, ante la reducción del gasto en defensa de los Estados miembros, España mantiene el desafío de desarrollar capacidades propias a la hora de afrontar las amenazas existentes en materia de seguridad nacional.6

Pese a lo detallado de sus propuestas y de los ámbitos de cooperación global, algo parecido puede decirse de la Estrategia Española de Acción Exterior, donde la relación con EEUU aparece en el mismo lugar –el cuarto– que en la Estrategia de Seguridad Nacional. En el citado documento, las relaciones entre España y EEUU se asocian a cuestiones ya tradicionales como las relaciones económicas o la defensa, aun reconociendo que, a nivel europeo, la relación con EEUU es la más importante estratégicamente desde un punto de vista global. De igual forma, es mencionado el TTIP o Tratado Transatlántico de Libre Comercio e Inversiones por los beneficios que podrían traer a ambos lados del Atlántico y, de nuevo, cuestiones relacionadas con la comunidad hispana, la mejora de la cooperación cultural o la divulgación de hechos históricos. Con todo, estas apreciaciones se pierden en el maremágnum de espacios geográficos y propuestas recogidos en una estrategia difícilmente manejable y que se acerca más a un libro que a un documento que marque la acción o la política exterior de un Estado en concreto.7

Por otro lado, y partiendo de la base de la ausencia de menciones específicas a España en los documentos estratégicos clave de la política exterior estadounidense, que debería verse integrada en el bloque europeo, los intereses estadounidenses en España han girado tradicionalmente en torno a tres ejes: (1) el de la seguridad, fundamentada en una posición geográfica ventajosa para afrontar amenazas a la seguridad en escenarios como el africano o el mediterráneo; (2) el de los intereses económicos; y (3) el de aquellos relacionados con la protección de la propiedad intelectual. Este último no ha tenido una relevancia menor, atendiendo al perfil del actual embajador, pero ha tenido un desarrollo positivo desde el punto de vista estadounidense en los últimos años. Las relaciones con América Latina, pese a los análisis focalizados en posibles triangulaciones que también se han aplicado al caso chino, sólo han tenido una relevancia relativa y circunscrita a supuestos muy concretos, especialmente durante los gobiernos de González y Aznar, pese a las aspiraciones españolas.

El último síntoma de esta situación ha sido precisamente el del discreto papel que ha tenido España en el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre EEUU y Cuba, objetivo declarado por la diplomacia española desde hace años e incluso su papel secundario a la hora de marcar la posición europea en este sentido, que el presidente francés François Hollande si ha sabido explotar, cuanto menos en la foto. Lo mismo puede decirse del papel que se arrogó la diplomacia y parte del establishment político español, de actuar en representación de una comunidad hispana estadounidense que en nada se identifica con España –sino con sus países de procedencia– ni con algunos de nuestros símbolos históricos en EEUU, como Bernardo de Gálvez y fray Junípero Serra–. A esto cabe añadir que España, como parte de la UE, cada vez es considerada más en términos de parte de un bloque relativamente compacto y cada vez más cohesionado de países a los que habría que tratar de forma global y los discursos y documentos estratégicos de la Administración Obama parecen así respaldarlo.8

Precisamente la relevancia geográfica y de seguridad constituye una de las razones más evidentes para la visita del presidente Obama a España. La más reciente modificación del Convenio de Defensa suscrito entre los dos países que convertiría a Morón en la base permanente para operaciones en África del ejército estadounidense y que permitiría destinar allí un máximo de 2.200 militares y 500 civiles permanentes, más 800 en crisis, además de 26 aeronaves permanentes con 14 más en crisis, ha sido lo suficientemente importante como para justificar las visitas recientes de mandatarios estadounidenses. En efecto, la situación regional ahora, especialmente en la zona del Sahel y en la inestable Libia con la consiguiente proliferación de grupos terroristas, incluyendo a Estado Islámico, justifica un movimiento de estas características que, en cualquier caso, no ha sido lo suficientemente explotado desde un punto de vista político por el gobierno español. Los intereses económicos en una España que ha comenzado de nuevo el camino hacia la recuperación, siguen manteniendo el día a día de la relación transatlántica, si bien las preocupaciones por la situación española suscitadas en el pasado, afortunadamente, han pasado a un segundo plano.

Por el contrario, las cuestiones políticas irán, previsiblemente, adquiriendo un desarrollo cada vez mayor y tendrán un impacto relevante en el desarrollo de determinados aspectos de las relaciones entre España y EEUU. El surgimiento a escala nacional de fuerzas políticas emergentes con posiciones divergentes sobre las relaciones con EEUU es un factor que no puede soslayarse a futuro. En este sentido algunos de los elementos clave en las relaciones entre ambos países a nivel bilateral o, con carácter multilateral a través de la UE van a ser objeto de debate. El caso del acuerdo de libre comercio o TTIP es un ejemplo paradigmático de lo que aquí se resalta, rechazado de manera expresa por sectores ideológicos de izquierda, pero no es el único aspecto a destacar. En el caso de la OTAN o de la presencia de militares estadounidenses en bases como Morón y Rota, nunca bien vistas por determinados sectores ideológicos, también pueden formar parte de este escenario y de un nuevo debate político que surja de las elecciones de junio de este año. Un debate que ciertamente no está en el interés de España si considera poder seguir manteniendo uno de los gastos en defensa más bajos de los países de nuestro entorno, que no supera el 0,9% del PIB, muy por debajo de otros países de nuestro entorno como Francia o el Reino Unido y de las recomendaciones de la OTAN, que girarían en torno al 2 %, tal y como se recogió en la Cumbre de la OTAN en Cardiff, Gales, a finales de 2014. Algo a lo que cabe añadir los desafíos pendientes en cuestiones ya mencionadas como la lucha contra el terrorismo en el Sahel, Estado Islámico o la inestabilidad en Libia. Por otra parte, las elecciones presidenciales de EEUU, a celebrar en noviembre de este año, también introducen algunos elementos de incertidumbre sobre la continuidad con recientes políticas exterior o la posible modificación de algunos de sus presupuestos básicos, en caso de victoria del candidato Donald Trump.

Conclusiones

El desarrollo de estos acontecimientos hace más que necesaria una revisión estratégica de la política transatlántica de España y de las relaciones con EEUU muy en particular, que debería girar en torno a varios ejes.

El primero de ellos tendría un carácter político y estaría orientado a la fijación de los consensos existentes en el ámbito de la política exterior española. Este consenso debería ir más allá de los dos grandes partidos que han debatido tradicionalmente las “cuestiones de Estado” e integrar a las nuevas fuerzas que, de manera previsible, van a ejercer un papel político mayor de lo que había sucedido hasta ahora. Esta adopción de un consenso de mínimos, además, pasaría por rechazar algunos de los aspectos más excéntricos o viscerales de antiamericanismo en determinados sectores ideológicos, como es el rechazo de principio a la OTAN o al propio TTIP. Si bien algunos de estos aspectos han sido ya relativamente suavizados en el programa electoral de las fuerzas más críticas tradicionalmente con EEUU. Este consenso de mínimos, por supuesto, estaría orientado a mantener una cierta estabilidad o equilibrio en la política exterior española y no tanto a evitar la legítima toma de posición en asuntos concretos de política exterior, especialmente en aquellos más controvertidos. La política exterior también debe ser objeto de debate político entre los ciudadanos y fuerzas políticas como cualquier otra política pública, si bien evitando giros bruscos y radicales que contribuyan a minar la posición de España en el sistema internacional.

El segundo de ellos se referiría a una alteración de los posicionamientos estratégicos de España en el sistema internacional. La antigua pirámide que primaba a la UE, el Mediterráneo y América Latina debería ser objeto de análisis y debate, especialmente si se tiene en cuenta la cada vez mayor dependencia de nuestra seguridad de la potencia norteamericana y la, hasta el momento, falta de voluntad política para incrementar uno de los gastos en defensa proporcionalmente más bajos de Europa, a pesar de los desafíos en nuestro vecindario. De igual forma, se deberían revisar determinados posicionamientos tradicionales de nuestra política exterior, como la defensa de una población hispana en EEUU que no se identifica con España y que mantiene los lazos con sus países de origen, a efectos de concentrar las energías en otros factores que sí resulten acordes al interés nacional. Esto no obsta, por supuesto, con la realización de políticas culturales o lingüísticas que permitan dar a conocer el pasado español y su historia en el actual territorio de EEUU. Asimismo, España no debería perder de vista que, tanto en el discurso como en los documentos estratégicos de la Administración norteamericana, no es tanto vista como un Estado con el que haya que tratar bilateralmente, más allá de determinados supuestos concretos de interés mutuo, sino multilateralmente como parte de un bloque europeo con el que a EEUU le interesa tratar, de manera cada vez mayor, a nivel global.

En tercer lugar, España debería tratar no sólo desde un punto de vista bilateral sino también europeo, y tratar de marcar la agenda de la relación transatlántica, al igual que ha conseguido un Estado de tamaño y población similar e incluso con recursos más escasos, como es Polonia. Teniendo en cuenta que, tras la firma de los Tratados que convertirán Morón en una base clave para el despliegue de tropas estadounidenses de cara a las amenazas para la seguridad que puedan acontecer en el continente africano, España debería ser capaz de lograr un nivel de interlocución similar en África y el Mediterráneo al logrado por Polonia en el Este europeo. Lo mismo puede decirse en Latinoamérica, aprovechando el importante cambio de coyuntura política reciente, que permite que tanto EEUU como España puedan recuperar parte de la influencia perdida en pasados años, como consecuencia del surgimiento de diferentes gobiernos de izquierda que mantuvieron una retórica antiestadounidense y antiespañola. En este contexto cabe incluir la necesidad de cooperación para reducir la enorme inestabilidad en Venezuela, aspecto de interés común para ambas potencias, por los efectos que dicha crisis podría producir desde un punto de vista energético, migratorio o de estabilidad regional.

Una medida muy necesaria y complementaria con las anteriores sería el incremento de los recursos españoles en defensa, hasta alcanzar los objetivos planteados en Cardiff, en torno al 2% del PIB, tal y como recomienda la OTAN. España, con una posición estratégica vulnerable a amenazas de diferente tipo y a una potencial inestabilidad en el Norte de África, no debería seguir siendo uno de los farolillos rojos de la defensa europea y ocupar el lugar que le corresponde como potencia media en el sistema internacional, contribuyendo de esta manera, también, a incrementar los resortes de su influencia en el mismo. No por casualidad, el propio Obama planteó directamente al primer ministro británico David Cameron, tal y como describe en su conocida entrevista en The Atlantic, que el precio de la “relación especial” se fija en el gasto mínimo del 2% en defensa,9 algo que también sirve para España. A esto cabe añadir las declaraciones del candidato Donald Trump –pero no sólo de él–, de revisar su relación con los Estados europeos que no inviertan en su propia defensa. Una demanda que comparten numerosos líderes y analistas en EEUU, incluso la candidata Clinton y el propio Obama, que llegó a calificar en la misma entrevista a los Estados europeos que disfrutan de una situación de seguridad gracias a la protección y el gasto en defensa estadounidense, de free riders. A cambio, España no debería tener ningún reparo en discrepar con EEUU en aquellos aspectos que puedan afectar a sus intereses estratégicos o vitales, como debería haber sucedido en el caso de la intervención en Libia, con las consecuencias de seguridad, estabilidad, migratorias, energéticas y económicas que a nadie se le escapan en el momento actual, e incluso ser más reivindicativa, teniendo en cuenta las crecientes aportaciones realizadas a cuestiones que afectan a la seguridad común.

Este tercer punto lleva a un cuarto aspecto que debería ser mejorado de manera urgente: la redefinición de las prioridades estratégicas de España. En este sentido y si la Estrategia Española de Acción Exterior considera que la relación de la UE con EEUU es la más importante desde un punto de vista estratégico, no menos debería ser el caso para una España cada vez más dependiente en materia de defensa y económicamente más interconectada. Especialmente si definitivamente el TTIP llegase a buen término, algo difícil de prever en estos momentos debido a la oposición existente por parte de diferentes líderes y sectores políticos en ambos lados del Atlántico. Se debería, por tanto, europeizar la relación con EEUU a efectos de que deje de estar postergada en un cuarto lugar de las prioridades estratégicas de nuestro país y ocupar el lugar que le corresponde, indudablemente menor respecto de la prioridad que supone la UE, pero también mayor al de su posicionamiento actual y equivalente al que ocupa en la política exterior de otros Estados de nuestro entorno, reconociendo su naturaleza vital y no excluyente sino complementaria respecto del resto de coordenadas estratégicas, como sucede claramente en Europa y el Mediterráneo.

La visita prevista por el presidente Obama en julio de este año debería resultar un buen punto de partido para empezar a lograr la consecución de estos objetivos. De los líderes españoles y estadounidenses depende que la siempre difícil relación entre España y EEUU sea mantenida en el lugar que le corresponde dentro de las prioridades de la política exterior de ambas potencias, pero especialmente por parte de España.

Juan Tovar Ruiz
Profesor de Relaciones Internacionales en las Universidades de Burgos y Autónoma de Madrid
 | @JuanTovarRuiz


1 Véase, por ejemplo, C. del Arenal (2008), “Consenso y disenso en la política exterior de España”, Documento de Trabajo, nº 25/2008, Real Instituto Elcano, 2/VI/2008.

2 Íbidem.

3 Esta idea proviene de una conversación con Ignacio Molina sobre la materia.

4 A este respecto puede verse el estudio realizado por el German Marshall Fund, Transatlantic Trends, donde únicamente un 39% de los españoles defiende un liderazgo estadounidense fuerte como elemento positivo a nivel internacional, el segundo más bajo tras Grecia. No obstante, según otras encuestas, como la elaborada por el Pew Research Center Global Attitudes Project, se obtiene la conclusión de que un 65% de españoles tienen una opinión positiva sobre EEUU, similar al de otros Estados de nuestro entorno, quitando los casos de Grecia y Alemania. Estos datos, y la contradicción con la encuesta anterior, más específica, podrían plantear que la imagen estadounidense en España está muy relacionada con la del presidente que ocupa la Casa Blanca y las políticas que coyunturalmente desarrolla.

5 Véase a este respecto los argumentos aportados por J.I. Torreblanca (2015), “Bases militares: el amigo invisible”, El país, 20/VI/2015; y J. Tamames (2015), “Antiamericanismo ‘made in Spain’”web Política Exterior, 1/VII/2015. Cabe destacar también el posicionamiento español mucho más destacado con la aprobación de las sanciones a Rusia por el conflicto de Ucrania o que, a pesar de las tensiones en el Este europeo, la cooperación entre EEUU y Rusia en materia de lucha antiyihadista se ha mantenido por ser materia de seguridad nacional para ambas partes.

6 Estrategia de Seguridad Nacional 2013, de la que las páginas 16 y 17 están dedicas a la relación transatlántica.

7 Estrategia de Acción Exterior, en especial las páginas 117-119 dedicadas a la relación con EEUU.

8 Aquí cabe citar la Estrategia de Seguridad Nacional de EEUU de 2015, especialmente en su página 25, donde trata las relaciones con Europa.

9 La citada entrevista puede consultarse en “The Obama Doctrine”, The Atlantic.