Kampala, 11 de julio: ¿atentados contra la Copa del Mundo o expresión de una amenaza regional? (ARI)

Kampala, 11 de julio: ¿atentados contra la Copa del Mundo o expresión de una amenaza regional? (ARI)

Tema: Mientras las selecciones nacionales de España y los Países Bajos jugaban la final de la Copa del Mundo de fútbol, más de 70 personas morían en una serie de actos de terrorismo ocurridos en la capital de Uganda, poniendo de manifiesto la amenaza regional que supone la organización yihadista somalí al Shabaab.

Resumen: Los atentados perpetrados el 11 de julio de 2010 en Kampala, atribuidos a miembros de al Shabaab y en los que intervino algún terrorista suicida, no son por su modus operandi una novedad en el repertorio de violencia de esta organización yihadista basada en Somalia. Pero sí son los primeros que lleva a cabo fuera de este país, en el que pugna por establecer su dominio. Así, lo ocurrido podría indicar que aquella entidad afiliada con al-Qaeda emerge como una amenaza regional. Además, la eventualidad de que militantes extranjeros de dicho grupo retornen a las naciones europeas o norteamericanas de las que partieron constituye una amenaza a la seguridad en el mundo occidental. Ante una situación cuya peligrosidad parece incrementarse, es necesario adoptar un enfoque holístico, que descanse en partenariados estratégicos con actores locales, no desatienda ni a los gobiernos de la región ni a otras contiendas políticas en la misma, mantenga y fortalezca el papel de la Unión Africana (UA) y tenga como finalidad última la de encontrar el modo no ya de contener el avance de los terroristas sino de pacificar Somalia.

Análisis: Mientras que a lo largo y ancho del planeta se seguía la retransmisión de la final de la Copa del Mundo de fútbol entre España y los Países Bajos, en Uganda se produjo uno de los peores incidentes terroristas de su historia y desde luego el primero relacionado con el actual terrorismo internacional que tiene lugar en dicha nación africana. Tres bombas estallaron el domingo 11 de julio de 2010 en Kampala, una de ellas aproximadamente a las 22:25 en el restaurante Ethiopian Village y otras dos, según fuentes oficiales al menos una introducido por un terrorista suicida, en el club de rugby Kyadondo hacia las 23:15. Los explosivos detonaron durante la final televisada de la Copa del Mundo que muchas personas veían en ambos establecimientos. Una estimación posterior elevó a 74 el número de personas muertas. Aunque los medios de comunicación se han referido a los blancos elegidos por los terroristas como lugares frecuentados por extranjeros, la mayoría de las víctimas mortales, hasta 60, eran ugandesas y otras 11 etíopes. Lo que, antes de aludir a la amenaza del terrorismo global en África Oriental, obliga a recordar las devastadoras consecuencias del terrorismo global y su naturaleza indiscriminada.

Si bien los mencionados atentados fueron perpetrados en la capital de Uganda, es posible aproximarse a su significado desde dos perspectivas que no resultan mutuamente excluyentes. Por una parte, pueden ser considerados como muestra de animadversión hacia lo que representan la Copa del Mundo de la FIFA organizada este verano en Sudáfrica y otros grandes acontecimientos deportivos, como los Juegos Olímpicos. Es decir, la coexistencia pacífica entre gentes de diferentes naciones, religiones, etnias y culturas. Por otra, cabe interpretar lo sucedido el 11 de julio en Kampala como expresión de una emergente amenaza terrorista regional cuyo foco se encuentra en un país, Somalia, desgarrado internamente, sumido en el caos y sin una autoridad estatal efectiva. Acaso queriendo dejar constancia de una y otra faceta de dicha violencia, los terroristas de la organización yihadista somalí al Shabaab, que se ha hecho responsable de los atentados, eligieron los momentos en que se jugaba la final de la más importante competición internacional de fútbol y un día 11, como tantos otros días que con ese mismo número cardinal se asocian al actual terrorismo global desde lo sucedido aquel 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington.

Contra la Copa del Mundo
Desde que se celebró la ceremonia inaugural de la Copa del Mundo, al Shabaab, al igual que Hizbul Islam, una coalición de grupos islamistas radicales que asimismo desarrolla sus actividades de insurgencia armada en Somalia, con objetivos y procedimientos en parte coincidentes con los de aquella organización yihadista, han condenado con vehemencia e incluso prohibido formas de entretenimiento como el visionado de películas en salas de cine o mediante dispositivos caseros de reproducción en vídeo, pero también, de manera expresa, jugar al fútbol o ver partidos de este deporte a través de los canales de televisión. Mohamed Abdi Aros, jefe de Hizbul Islam, había afirmado, antes de que se iniciara la competición en los distintos estadios de Sudáfrica designados con ese propósito: “estamos advirtiendo a todos los jóvenes de Somalia de que no se atrevan a ver esos partidos de la Copa del Mundo. Es una pérdida de dinero y de tiempo, y no van a obtener beneficio alguno ni adquirir experiencia alguna por ver hombres desquiciados saltando arriba y abajo”. Tras este y otros pronunciamientos similares, radicales islamistas agredieron y hasta mataron, en Somalia, a personas que se encontraban viendo partidos de la Copa del Mundo.

Los días 13 y 14 de junio, miembros de Hizbul Islam asaltaron varias casas de la localidad de Afgoi, se llevaron por la fuerza a 35 hombres y asesinaron a dos hermanos, todo ellos atentos a lo que sucedía por esas fechas en los campos de fútbol sudafricanos. El 7 de julio mataron a al menos otros dos hombres e hirieron a tres más tras lanzar una granada en una casa de Mogadiscio dentro de la cual se estaba viendo el partido entre las selecciones de España y Alemania. Al Shabaab prohibió, en los territorios donde ejerce control, que los partidos de fútbol fueran seguidos por televisión o por radio, al considerar esta práctica, desde su visión fundamentalista de los preceptos religiosos, como no islámica y “satánica”, y aplicó sus propias sanciones. En este sentido, los atentados de Kampala pueden ser considerados como atentados contra la Copa del Mundo organizada por la FIFA. Llevándolos a cabo precisamente mientras se disputaba la final de dicho campeonato y era transmitida por televisión, sus instigadores y ejecutores buscaban asegurarse no sólo de que resultaban altamente letales sino de incrementar al máximo el ulterior valor propagandístico de dichos actos de terrorismo.

¿Pero por qué en Uganda?
Aunque la Copa del Mundo de fútbol se haya jugado en Sudáfrica, ha sido presentada como un acontecimiento de África en su conjunto, al tratarse del primer gran acontecimiento deportivo y de esa magnitud que tenía lugar en un país de dicho continente. Pero, ¿por qué atentar contra personas que veían por televisión la final de dicho torneo precisamente en Kampala? Quizá en parte porque ninguna organización terrorista consiguió atentar en Sudáfrica durante la competición de la FIFA, pese a la voluntad de hacerlo por parte de grupos yihadistas africanos como al-Qaeda en el Magreb Islámico. Pero para contestar debidamente a esa pregunta es preciso tomar en consideración otros factores. El primero tiene que ver con que Uganda contribuye con cerca de 2.700 soldados a la fuerza de mantenimiento de la paz que actúa en Somalia bajo mandato de la Unión Africana (UA), conocida como AMISOM. Ha reemplazado a Etiopía, desde la retirada de su contingente militar en Somalia, como principal enemigo de al Shabaab. Para ésta, AMISOM es su obstáculo fundamental a la hora de derrocar definitivamente al denominado Gobierno Federal de Transición (TFG, de acuerdo con las siglas en inglés de Transitional Federal Government).

Si bien los atentados del 11 de julio en Kampala han sido los primeros llevados a cabo por al Shabaab en Uganda, lo cierto es que la organización yihadista somalí había hecho explícitas con anterioridad sus amenazas hacia ese país, aliado muy importante de EEUU en la zona, también en materia de prevención y lucha contra el terrorismo. Ya a finales de 2009 había expresado abiertamente su intención de ejecutar atentados precisamente en Kampala y en Bujumbura, en Burundi. A inicios de julio de 2010, Muqtar Robow Abu Mansuur, destacado dirigente de al Shabaab, incluso hizo un llamamiento, que quedó limitado a un ejercicio de propaganda sin efectos, a radicales islamistas en todo el mundo, para que atacasen sedes diplomáticas de Uganda y Burundi en cualquier lugar donde se encontraran. Su proclama incluía frases como ésta: “decimos a los jóvenes musulmanes y a los muyahidín donde quiera del mundo islámico en que se encuentren que ataquen, hagan estallar y quemen las embajadas de Burundi y Uganda”. Dos días antes de los atentados de Kampala, el mismo líder yihadista somalí se sirvió de la prédica del viernes para solicitar que se llevaran a cabo ataques en Uganda y Burundi.

Poco extrañará por tanto que, inmediatamente después de lo ocurrido en Kampala la noche en que se disputaba la final de la Copa del Mundo de la FIFA en Johannesburgo, más en concreto al día siguiente de los actos de terrorismo y de ese partido de fútbol que estaban viendo por televisión las víctimas, Yusuf Sheik Issa, otro destacado mando de al Shabaab, hiciera pública su satisfacción con los atentados mediante estas palabras: “Uganda es uno de nuestros enemigos. Lo que les haga llorar, nos hace felices. Que la rabia de Alá caiga sobre quienes están contra nosotros”. Muy poco después, en esa misma fecha, un portavoz de aquella organización yihadista somalí, Ali Mohamud Rage, declaraba por su parte lo siguiente: “advertimos a Uganda de que no desplegaran tropas en Somalia. Nos han ignorado. Les advertimos que dejaran de masacrar a nuestro pueblo, y lo ignoraron. Las explosiones de Kampala fueron un mensaje menor para ellos”. Y concluía de este modo, amenazando con nuevos atentados contra ciudadanos e intereses ugandeses: “vamos a dirigirnos contra ellos en cualquier sitio, si Uganda no se retira de nuestra tierra”. Para los terroristas, pues, atentar en Kampala obedecía a planteamientos estratégicos.

Al Shabaab sin fronteras
Pero los atentados del 11 de julio en Kampala no sólo han sido los primeros que ejecuta al Shabaab en Uganda. También son los primeros que consigue perpetrar fuera de Somalia. El episodio puede, por consiguiente, resultar indicativo de la inclinación de los terroristas somalíes a transnacionalizar sus actividades. En el inmediato escenario regional no es la primera vez que la inestabilidad en Somalia incide, en lo que atañe a la amenaza terrorista, sobre otros países. Así ocurrió en agosto de 1998 con los atentados de al-Qaeda en Nairobi y Dar es Salaam, los más letales que grupos y organizaciones insertas en la urdimbre del actual terrorismo global han perpetrado en el continente africano hasta el momento, al igual que posteriormente con algunos incidentes menores en Etiopía. Ahora bien, al Shabaab ha dejado claros sus propósitos en una serie de comunicados recientes y va más allá de la definición de sus intereses en suelo somalí. En febrero de 2010, Ahmed Abdi Godane, su emir, declaró que “hemos acordado unirnos a la yihad internacional de al-Qaeda” y que su organización se proponía unir a los muyahidín de la zona para “liberar la comunidad el Este y el Cuerno de África, pisoteada por la minoría de los cristianos”.

Desde hace algún tiempo hay indicaciones de que al Shabaab, además de pugnar por imponer una versión radical del islamismo en Somalia, es cada vez más una amenaza de alcance regional. Sus ligámenes con al-Qaeda, sin excluir otros con extensiones territoriales de esta estructura terrorista como la sección yemení de al-Qaeda en la Península Arábiga, así como quizá el hecho de disponer de militantes de origen foráneo, permitían anticipar que tratase de perpetrar atentados fuera de su ámbito normal de operaciones, en su inmediato entorno africano e incluso más allá. Así lo había anticipado a finales de 2009. Etiopía, Kenia, Burundi y Uganda están desde luego entre los principales blancos cercanos del terrorismo de al Shabaab. En el caso de Etiopía, debido a que se trata de un país que ha apoyado al gobierno somalí de transición contra los islamistas radicales. En el caso de Kenia, para beneficiarse de las tensiones existentes entre la población somalí asentada en suelo de dicho país y las autoridades de Nairobi. En los casos de Burundi y Uganda, como estrategia para afectar el despliegue de soldados procedentes de esos países que forman parte de la limitada fuerza desplegada por la UA en Somalia y forzar su retirada.

¿Amenaza para Occidente?
Antes incluso de que al Shabaab hiciese manifiesta su intención de atentar fuera de Somalia, es decir desde al menos la primavera de 2009 en concreto, venía profiriendo también amenazas contra Occidente que no han cesado. A este respecto, adquiere una especial relevancia el hecho de que ese país del Cuerno de África se haya convertido en uno de los principales destinos de numerosos individuos, sobre todo pero no exclusivamente europeos y norteamericanos de origen somalí o inmigrantes somalíes establecidos en naciones occidentales, radicalizados en la ideología del salafismo yihadista y decididos a implicarse en actividades de violencia tanto contra quienes califican de infieles como contra los que acusan de apóstatas. Al territorio somalí se dirigen, en este sentido, con frecuencia a través de Kenia o de Yibuti, para recibir entrenamiento en el uso de armas y explosivos o directamente para incorporarse a al Shabaab e implicarse en actividades de violencia insurgente y propiamente terrorista. Todo indica que este flujo de extremistas procedentes de naciones occidentales no ha hecho sino crecer paulatinamente en los últimos años y meses.

Al Shabaab se beneficia así de la movilización de recursos humanos y materiales en su favor que se produce en el seno de la población musulmana asentada en algunos países del mundo occidental como, por ejemplo, EEUU, Reino Unido o Suecia, donde existen importantes colectividades de procedencia somalí. En los dos últimos años, en estos tres países, así como en otros entre los que se incluyen de manera no menos destacada Australia y Dinamarca, han sido detenidos y procesados no pocos individuos vinculados de uno u otro modo con aquella organización yihadista. Las incorporaciones de militantes venidos del exterior y en una proporción notable foráneos, dispuestos a implicarse en la acción insurgente y terrorista dentro de Somalia, algunos con un pasado como combatientes en Afganistán o Irak, incrementa las capacidades a disposición de al Shabaab para continuar tratando de extender su dominio desde el sur de aquel país de África Oriental hacia el centro y el norte del mismo. De hecho, los atentados suicidas más devastadores llevados allí a cabo por al Shabaab en los últimos dos años, han sido ejecutados por militantes extranjeros pertenecientes a esta organización yihadista.

Estadounidense era la nacionalidad unos de los tres terroristas suicidas que intervino en la serie de atentados ocurridos el 20 de octubre de 2008 en Hergesia, capital de Somalilandia, contra un edificio gubernamental, un enclave de Naciones Unidas y una sede diplomática etíope, como consecuencia de los cuales perdieron la vida no menos de 20 personas. Otro norteamericano estuvo entre los ejecutores de los atentados suicidas que, el 17 de septiembre de 2009, se dirigieron contra la principal base de AMISOM en Somalia, matando al menos a 21 personas. El 3 de diciembre de 2009, un danés, disfrazado de mujer, cometió otro atentado sucedida durante una ceremonia de graduación de estudiantes universitarios locales en un hotel de Mogadiscio, falleciendo 22 de los asistentes a la celebración, incluyendo tres ministros del FTG. Poco extrañaría que miembros foráneos de al Shabaab participen en ese tipo de atentados en países limítrofes o próximos a Somalia. Pero, además, la eventualidad de que una parte significativa de esos extremistas retorne las naciones europeas o norteamericanas de las que partieron, experimentados en la preparación y ejecución de actos de terrorismo, es una amenaza a la seguridad en Occidente.

Conclusión: Los atentados del 11 de julio de 2010 en Kampala son los primeros que al Shabaab lleva a cabo fuera de Somalia y difícilmente serán los últimos que ejecute en otros países del Este de África y del Cuerno de África. Podríamos estar ante la emergencia de una amenaza regional. En este supuesto, lo previsible es que vuelva atentar indiscriminadamente en Burundi, Etiopía, Kenia o la propia Uganda, buscando menoscabar a un tiempo blancos relacionados con uno o más de esos países y con ciudadanos e intereses occidentales, especialmente, pero no sólo, estadounidenses. Asimismo, una transnacionalización de las actividades terroristas de dicha organización yihadista somalí, favorecida por sus vínculos con al-Qaeda y por la incorporación de militantes extranjeros, debería ser valorada como amenaza a la seguridad en el mundo occidental. Sin embargo, al Shabaab continuará centrando su insurgencia terrorista en Somalia. A partir de ella seguirá estimulando la radicalización y el reclutamiento de somalíes expatriados o descendientes de somalíes asentados en países occidentales, al igual que reclamando, por las expectativas de éxito, la atención de individuos con experiencia combatiente en otras zonas de conflicto.

Sería comprensible que se compare el caso de Somalia con los de Afganistán o Irak, y efectivamente cuando se trata de observar similitudes en las tácticas yihadistas o la demarcación de santuarios, las hay. Pero lo aconsejable es no colocar a esos tres escenarios en una misma categoría, puesto que hay diferencias substanciales entre ellos y un tratamiento idéntico para esas distintas realidades puede acabar siendo más perjudicial que beneficioso. Una aproximación contraterrorista que no aborde las circunstancias subyacentes al arraigo y la expansión de la organización yihadista responsable de los atentados que se llevan a cabo dentro del territorio somalí y ahora ya fuera del mismo, puede favorecer el ciclo de violencia terrorista al fortalecer el atractivo de al Shabaab. Ante una situación cuya peligrosidad parece incrementarse, es necesario adoptar un enfoque holístico, que descanse en partenariados estratégicos con actores locales, no desatienda ni a los gobiernos de la región ni a otras contiendas políticas en la misma, mantenga y fortalezca el papel de la UA y tenga como finalidad última la de encontrar el modo no ya de contener el avance de los terroristas sino de pacificar Somalia.

Anneli Botha
Senior Researcher del International Crime in Africa Programme en el Institute for Security Studies de Pretoria

Fernando Reinares
Investigador principal de Terrorismo Internacional en el Real Instituto Elcano y catedrático de Ciencia Política en la Universidad Rey Juan Carlos