Israel y la cábala electoral: análisis de los resultados y perspectivas para la formación de un nuevo gobierno de coalición

Votante en una cabina electoral en las XVII Elecciones legislativas en Israel del 1 de noviembre de 2022

Tema

¿Cuáles son las implicaciones internas y externas de las elecciones legislativas celebradas en Israel el pasado 1 de noviembre de 2022?

Resumen

El presente análisis estudia el impacto que la formación de una coalición de gobierno, compuesta por partidos de derecha, extrema derecha y ortodoxos religiosos, podría tener para el futuro político más inmediato de Israel, tanto dentro de su territorio, como en el contexto geopolítico regional, centrándose en el análisis de cuestiones identitarias susceptibles de antagonizar tanto a los árabes de Israel como a judíos críticos con el sistema o a sus aliados más inmediatos.

Análisis

Israel y la cábala electoral

Según la concordancia cabalística entre cifras y letras hebreas, el número seis corresponde a la letra vav, que añadida como un prefijo a una palabra equivale a la conjunción “y”, funcionando como el elemento de unión y conexión entre dos extremos. Su nombre en hebreo bíblico hace también referencia al sustantivo “gancho”, empleado para sostener la estructura de lonas que formaban el tabernáculo, máxima representación de un pueblo estructurado sobre una identidad trascendente en busca de su territorio prometido… Si bien han transcurrido varios milenios desde que los hebreos construyeran al dios único su primer tabernáculo, el seis seguía constituyendo el engarce que sostenía la estructura de su nueva polis y es que, desde 1949, no ha habido un solo gobierno de coalición en Israel que necesitara menos de seis partidos para gobernar… hasta ahora.

Desde que se anunciara la convocatoria de nuevas elecciones el pasado mes de junio (la quinta en menos de tres años) y desde que Benjamín Netanyahu consiguiera el pasado 26 de agosto concertar un matrimonio de conveniencia entre el Sionismo Religioso de Betzalel Smotrich y el partido Poderío Judío del kahanista Itamar Ben-Gvir, los comentaristas políticos de todo signo no han hecho más que hacer cábalas sobre las repercusiones que esta alianza podría tener.

Una vez más desde 2021, Netanyahu ha conseguido que unas elecciones se convirtieran en un plebiscito sobre su persona, creando una suerte de falso bipartidismo, una especie de duelo electoral entre personalidades a cuyo extremo opuesto se encontraba el mediático ex presentador Yair Lapid, con su partido Hay Futuro. El compromiso del ex primer ministro Netanyahu de contar con los partidos representativos del sionismo religioso, homófobo y antiárabe en el futuro gobierno de coalición ha hecho saltar las alarmas entre aquellos que observan estas elecciones como un punto de inflexión en la historia política israelí. Sin embargo, este análisis argumentará que el nuevo gobierno y la nueva Knesset (parlamento israelí) supondrán más bien un cambio de armonía que de melodía en la partitura del ethos político construido por Netanyahu durante sus 12 años de gobierno ininterrumpido entre 2009 y 2021.

¿Qué ha ocurrido en estas elecciones que ha hecho inclinar la frágil balanza de votos hacia el lado de Netanyahu? Desde el punto de vista del resultado electoral, el principal cambio con respecto a las elecciones de 2021 vino dado por un incremento de casi cuatro puntos porcentuales en la participación (donde se ha pasado de un 67,43% a un 71%), que ha premiado a los partidos religiosos, tradicionalmente más movilizados, y que ha producido un baile de escaños entre partidos dentro de los cuatro grandes bloques ideológicos de la política israelí: el centroderecha, el centroizquierda, el bloque religioso (sionista y no sionista) y el bloque árabe. Dentro de este último, ha resultado llamativa la débil movilización de su electorado, cuyo partido islamista Balad se ha quedado bajo el umbral del 3,25% necesario para obtener representación y cuya Lista Árabe Unida ha pasado de seis a cinco representantes, mientras que Jadash-Ta’al, formado por árabes, comunistas y otros grupos de izquierda, ha bajado también su representación de seis a cinco escaños. Junto con ellos, ha sido también llamativo el fracaso de Meretz (partido socialdemócrata y pacifista creado en 1992), que por primera vez en su historia no obtiene representación parlamentaria. Su falta de entendimiento con el Partido Laborista para concursar con una lista conjunta ha penalizado tanto a la izquierda como al bloque anti-Netanyahu en su conjunto, haciendo perder a este último entre seis y siete escaños en la Knesset.

Figura 1. Elecciones israelíes, 2022: número de escaños obtenidos por cada partido

Figura 1. Elecciones israelíes, 2022: número de escaños obtenidos por cada partido
Fuente: elaboración propia.

En contraste, los partidos que más rédito han obtenido en estas elecciones son los que conforman el bloque del sionismo religioso y que gracias a la fusión entre Ben-Gvir y Smotrich han ganado un escaño (14 frente a los 13 que sumaban por separado en las elecciones de 2021) convirtiéndose en la tercera fuerza política más votada del país, por detrás del derechismo liberal del Likud, que ha ganado dos escaños (obteniendo 32) o del centrista Hay Futuro, que ha ganado siete (consiguiendo un total de 24 escaños), gracias a la capitalización de las pérdidas de Meretz o del otrora hegemónico Partido Laborista, que ha pasado de siete a cuatro escaños.

En el bloque de la derecha laica nacionalista, el partido Unión Nacional –formado por la alianza electoral entre los derechistas Azul y Blanco, de Benny Gantz, Nueva Esperanza, de Gideon Sa’ar y el ex jefe del Estado Mayor Gadi Eizenkot– ha perdido dos escaños frente a las elecciones anteriores, cuando obtuvieron 12 concurriendo por separado. Otra merma del nacionalismo israelí laico proviene del partido del judeo-ruso Avigdor Lieberman, Israel Nuestra Casa (Ysrael Beitenu), que ha pasado de siete a cinco representantes, beneficiando con ello al Likud.

Por último, en el campo religioso, gracias al incremento de la movilización de su electorado, los ortodoxos no sionistas de Judaísmo Unido de la Torá recuperan su escaño perdido y obtienen ocho escaños, mientras que el partido ortodoxo sefardí Shas, de Arye Deri, incrementa su representación de nueve a 11 escaños, pese a los casos de corrupción que pesan sobre su actual líder.

Sin embargo, si en lugar de medir el número de escaños, tenemos presente el porcentaje de votantes que ha optado por el bloque pro-Netanyahu, vemos que supera por mínimos el 49% del total del electorado, por lo que las cifras reflejan una polarización en torno a la figura del ex primer ministro y de su bloque de partidos. Esta polarización viene arrastrándose desde que en 2019 los casos de corrupción y cohecho que pesan sobre Netanyahu hicieran caer a su último gobierno tras la retirada de Avigdor Lieberman de su coalición, sin que haya habido, desde entonces, un resultado electoral que garantice la estabilidad gubernamental. La victoria de su bloque en la Knesset y su capacidad para construir una alianza de 64 escaños se explica, por tanto, por tres razones.

En primer lugar, por una operación de ingeniería electoral puesta en marcha por el propio Netanyahu en 2014, cuando se aumentó el umbral de votos para obtener representación parlamentaria del 2% al 3,25%, penalizando con ello a los partidos minoritarios que representan, sin embargo, al 20% de la población, como en el caso de los árabes.

En segundo lugar, ha sido tanto la falta de entendimiento para crear alianzas electorales entre Meretz y el Partido Laborista, así como entre los partidos árabes Balad (islamista) y la Lista Conjunta, la que ha provocado una pérdida de votos y de representación, facilitando con ello la consolidación del bloque de las derechas.

Por último, ha sido la astucia y la oportunidad creada por Netanyahu al mediar una alianza entre Sionismo Religioso y el partido Poderío Judío, en medio de un clima de creciente inseguridad, el que le ha posibilitado construir un nuevo gobierno de coalición en el que habrá, por primera vez, cinco partidos: el Likud, Poderío Judío, Sionismo Religioso, los ortodoxos sefardíes del Shas y los askenazíes de Judaísmo Unido de la Torá. Teniendo en cuenta que la media de ministros presentes en un gobierno israelí alcanza la treintena, el cubo de Rubik de la aritmética política en Israel se presenta tan complejo, frágil y fascinante como de costumbre.

El impacto del resultado electoral sobre la democracia y la ciudadanía en Israel

Pese a que, como se ha argumentado, el proyecto político de esta coalición no alterará sustancialmente el ethos israelí centrado en la seguridad, la amenaza existencial o el discurso identitario exclusivista construido por Netanyahu, lo que puede esperarse de esta nueva legislatura es una erosión aún mayor del concepto fundacional de ciudadanía, profundizando en las dinámicas segregacionistas puestas en marcha hace cuatro años con la “Ley Básica de Israel como nación-Estado del pueblo judío”, que no ha supuesto más que la sanción legislativa de la ya consolidada hegemonía judía sobre la cultura, el territorio y las instituciones del Estado. Como afirma el profesor Eyal Chowers, el discurso normativo ha dado lugar a un discurso sobre la fuerza y el poder, interpretado en términos de exportación de alta tecnología, producto nacional bruto y en el establecimiento de nuevas alianzas geoestratégicas en la región.

La democracia y la solidaridad colectiva que legitimaron e hicieron posible el nacimiento de Israel no constituyen ya ningún fundamento para su poder. Para la derecha, el poder en Israel se fundamenta ahora en el poder mismo, un poder ejercido por el gobierno con una intervención mínima por parte del poder judicial, para lo cual será necesario reconfigurar el Tribunal Supremo y reducir sus poderes de supervisión legislativa. Con la nueva coalición, el gobierno del país se convertirá en una democracia iliberal, equiparándose más a la gestión ejercida por los gobernadores militares en los territorios: sin separación de poderes y con la capacidad de nombrar a jueces afines y de promulgar leyes. Todo ello ocurrirá gracias a una identificación cada vez más amplia del “enemigo”, que incluye ahora no sólo a los árabes, sino a ONG, periodistas y asociaciones judías que puedan ser críticos con Israel o con una determinada manera de entender el sionismo.

Dado el reparto del peso electoral en la coalición, a Netanyahu no le quedará más remedio que ofrecer concesiones en forma de nombramientos ministeriales estratégicos para las fuerzas del Sionismo Religioso, como los Ministerios de Defensa (codiciado por Smotrich), Seguridad Pública (codiciado por Ben-Gvir), Educación o Finanzas. Además de los nombramientos ministeriales, Netanyahu necesitará negociar una fecha para aprobar el presupuesto nacional, la cancelación de las reformas llevadas a cabo por el gobierno anterior y la aprobación de la cláusula de anulación por mayoría simple, que elimina la competencia del Tribunal Supremo de anular leyes contrarias a derechos y libertades fundamentales. El puesto clave para esta legislatura será por tanto el de ministro de Justicia, lo que junto con las disputas sobre otros nombramientos podría provocar la primera fractura en la coalición. Si no fuera por las causas judiciales pendientes, a Netanyahu muy probablemente le interesaría más formar un gobierno de unidad nacional teniendo a Benny Gantz a su izquierda, ya que el número cinco que conforma el Frankenstein político al que ha dado vida podría incluso encender la mecha de la tercera intifada, en el caso de que Ben-Gvir supervisara, finalmente, la seguridad en el Monte del Templo.

Pero no son únicamente cuestiones internas las que están en juego. En este contexto de potencial inestabilidad tendrá el nuevo gobierno que gestionar el escenario geopolítico que ha provocado la guerra de Ucrania, caracterizado por una alta volatilidad y por el replanteamiento de antiguos códigos y alianzas geoestratégicas.

El impacto de la nueva coalición en el replanteamiento israelí de sus códigos geopolíticos

Un código geopolítico es la manera en que un Estado se relaciona con el mundo y está basado en cinco elementos esenciales: cuatro cálculos más una narrativa. Según el profesor Colin Flint los cálculos son estos: (1) ¿quién es mi aliado actual o potencial?; (2) ¿quién es mi enemigo, actual o potencial? (3) ¿cómo mantengo y nutro a mis aliados?; (4) ¿cómo disuado y bloqueo a mis enemigos?; y, según la geopolítica crítica, (5) ¿cómo justifico estos cuatro cálculos frente al público nacional y frente a la comunidad internacional? Atendiendo a estos cálculos analizaremos, a continuación, las diferentes opciones que enfrenta Israel en el contexto geopolítico actual.

La red de aliados y oponentes que el nuevo gobierno tendrá que gestionar pivotará en torno al fatídico triángulo que forman Rusia, EEUU e Irán. En este sentido, la guerra de Rusia contra Ucrania ha demostrado tener un poder estructurante mucho mayor del inicialmente calculado, afectando de pleno las relaciones de Israel con su principal aliado y valedor internacional: EEUU. La fricción con su antiguo aliado ha estado provocada por la negativa israelí a enviar parte de su batería de defensa aérea a Ucrania y limitarse al envío de equipamiento militar no letal. Las reticencias israelíes a abandonar la neutralidad y apoyar abiertamente a Ucrania han jugado también un papel importante en la campaña de defensa pública de Israel durante las elecciones de medio mandato en EEUU, ya que la defensa de la democracia ha sido la narrativa de la campaña demócrata y la narrativa Occidental ha presentado a la guerra de Ucrania como la mayor amenaza existencial a los sistemas democráticos liberales. Senadores como Robert Menendez, uno de los principales defensores de Israel, ha advertido a Netanyahu acerca de los peligros que para la defensa de la imagen pública de Israel en EEUU podría tener formar una alianza con la extrema derecha racista. Además de ello, el judaísmo reformista, mayoritario en EEUU, advirtió también cómo la formación de un gobierno con Ben-Gvir, cuya alma máter ideológica, el partido ultranacionalista religioso Kach, fue considerado en Israel una organización terrorista desde 1994 y en EEUU desde principios de la década de 2000, podría influir negativamente en la percepción norteamericana sobre Israel, incrementando la inseguridad y el antisemitismo. En este sentido, una de las cuestiones que mayor fisura podría provocar entre Israel y la diáspora norteamericana, es la que hace referencia a la cuestión de la “cláusula del nieto” o cláusula 4a de la Ley de Retorno (1950), cuya derogación Smotrich está negociando con Netanyahu. Según esta cláusula, todo aquel que tenga un abuelo reconocido como judío tiene derecho a emigrar a Israel y a disfrutar automáticamente de la nacionalidad. Los motivos para la anulación de esta cláusula son netamente ideológicos, ya que Smotrich cree en la pureza de la raza y le disgusta que se haya concedido la nacionalidad a inmigrantes (en su mayoría rusos que llegaron a Israel durante la década de los 90), que no pasarían por puramente judíos según las normas de la halajá (ley judía). Por ello, desea extender prerrogativas políticas al rabinato ortodoxo y que sean los rabinos los que decidan a quién se considera apto para recibir la nacionalidad israelí. Si hay un parlamento que pueda aprobar una ley semejante es el actual. Con ello, la naturaleza de Israel como Estado refugio, gracias a la cual construyó unos lazos de fidelidad tan profundos con la diáspora, podrían disolverse y acabarían antagonizando a muchas comunidades en el exterior.

Con respecto a las relaciones con Rusia, éstas se han caracterizado tradicionalmente por una cercanía y un buen entendimiento, basado en cierta afinidad cultural (actualmente existen en Israel más de un millón de judíos de origen ruso y el ruso es la tercera lengua más hablada del país) y en el fortalecimiento de una relación de interdependencia en la región, fraguada durante la intervención rusa en la guerra de Siria, que ha facilitado a Israel el lanzamiento de operaciones contra infraestructuras militares de Hezbolá. De hecho, la semana previa al encuentro electoral, Israel atacó tres instalaciones militares en Siria, lo cual podría ser un indicio de que Israel desea “resolver cuestiones pendientes” antes de alejarse de Rusia y tomar una decisión sobre un apoyo más decidido a Ucrania. A ello habría que añadir que la consolidación de la alianza militar rusa-iraní, ejemplificada con la reciente venta de drones Shahed-131 y Shahed-136, ha abierto un nuevo dilema para las relaciones bilaterales con Moscú, ya que su eventual apoyo al programa nuclear iraní, que para cualquier gobierno de Israel constituye una línea roja, podría ofrecer la ventana de oportunidad que necesita para mostrar un apoyo más decidido a Ucrania, reconectando así con su aliado internacional más importante.

En relación con Irán, todavía resulta temprano predecir el impacto que va a tener en el régimen la inestabilidad causada por las protestas derivadas del asesinato de la joven Mahsa Amini. En este sentido, Israel gana un argumento a su favor en la construcción y demonización de Irán como enemigo, ya que la violenta represión religiosa interna podría ser interpretada como parte de una agenda política que no duda en apoyar el terrorismo, la desestabilización y la subversión en el exterior. El nuevo gobierno de Israel aprovechará sin duda esta coyuntura para unir la cuestión nuclear con la agenda exterior desestabilizadora iraní, a fin de convencer al mayor número de aliados posible sobre la amenaza existencial que supone el régimen de los ayatolás y la consiguiente necesidad de incrementar las sanciones y la vigilancia del gobierno de Teherán. Como afirma el Profesor Sznajder, catedrático emérito de la Universidad Hebrea de Jerusalén, “la amenaza existencial es un arma muy potente para recibir el apoyo del electorado, particularmente del electorado nacionalista y menos educado, que no tiene criterio para evaluar si existe realmente una amenaza existencial o no”.

Por último, con respecto a las relaciones regionales en su conjunto, su carácter de potencia tecnológica, su participación en la explotación de los campos de gas del Mediterráneo oriental y su papel de agente de EEUU tras la retirada norteamericana de Siria, han supuesto para Israel nuevas oportunidades de influencia que han aprovechado recientemente Estados como Emiratos Árabes Unidos y Líbano. En el caso de Líbano, la firma del acuerdo de fronteras marítimas, rechazado inicialmente por Netanyahu, implica la resolución de la disputa sobre zonas económicas exclusivas, resolviendo una de las mayores vulnerabilidades geoestratégicas frente a Hezbolá, que el pasado mes de julio envió tres drones a sobrevolar barcos israelíes que transportaban gas, abriendo la vía para una profundización aún mayor en las relaciones bilaterales entre Líbano e Israel.

Ni siquiera el líder de Hezbolá, Hassan Nasrallah, ha declarado su oposición a este acuerdo, sino que lo ha vendido más bien como una victoria diplomática de las presiones de Hezbolá y por primera vez en la historia ha empleado la palabra “Israel” en lugar de referirse al “Estado ocupante”, lo que podría demostrar no sólo un cambio de retórica, sino también de estrategia, debido a la penosa situación económica y energética en la que Líbano se encuentra. Aunque aún es prematuro afirmarlo, con este paso Líbano podría unirse al grupo de países que recientemente han normalizado sus relaciones con Israel, como es el caso de los Emiratos Árabes Unidos, con quien firmó los Acuerdos de Abraham en 2020. La previsión es que Netanyahu sea pragmático y no revoque este acuerdo. Gracias a ello Israel podrá continuar profundizando su integración en la región, sirviéndose de la comercialización de alta tecnología, extendiendo este modelo de normalización a otros Estados, aprovechando la nueva coyuntura que puede generar una mayor asertividad de Irán como potencia regional e incrementando el intervencionismo militar israelí con la participación en guerras por delegación. La reciente venta de misiles israelíes Spyder o de los misiles de defensa aérea Barak a los Emiratos para hacer frente a los drones kamikaze que Irán ha vendido a los hutíes en la guerra de Yemen y que éstos han utilizado para atacar infraestructuras críticas en Emiratos Árabes Unidos, es un buen ejemplo de los beneficios mutuos que los países del Golfo podrían obtener de la normalización de relaciones con Israel.

Además de ello, la presión que EEUU podría ejercer sobre sus aliados del Golfo para que aceleren la formación de un sistema de defensa aérea y cooperación integral regional que aúne a EEUU, Israel y las monarquías suníes del Golfo ofrecen una oportunidad de liderazgo sin precedentes. La defensa frente al ataque de drones enemigos está en estos momentos en el centro de la agenda internacional, como bien ha demostrado la reciente reunión en la India del Consejo de Seguridad, en el que los drones, los ciberataques y el uso de la criptomoneda, se han convertido en las principales amenazas en auge. Israel es un país pionero en este sentido. Su sistema de defensa antiaérea fabricado por su propia industria de defensa nacional es uno de los más eficientes y tecnológicamente sofisticados del mundo e Israel podría utilizar esta ventaja tecnológica para mitigar algunas de sus actuaciones en los territorios o en las operaciones que eventualmente podría lanzar contra las milicias de Hamás. Como afirma Scharia, “existe un entendimiento de que algo nuevo y preocupante está tomando forma. La experiencia demuestra que casi todos los conflictos traen con ellos nuevos modelos operacionales”. Las ventajas geopolíticas que Israel pueda extraer de esos nuevos modelos junto con su capacidad de contención de los extremistas políticos en el interior serán las varas de medir con las que se determinará cómo pasará a la historia el nuevo gobierno que salió de las urnas el pasado 1 de noviembre.

Conclusiones

Los resultados de las elecciones celebradas en Israel han supuesto, más que un cambio radical proveniente de un viraje hacia la extrema derecha fascista, una profundización en el sistema segregacionista de participación política y vinculación ciudadana en Israel. Las medidas más controvertidas que están siendo negociadas con los miembros de los cinco partidos que formarán la futura coalición van encaminadas a disolver la división de poderes en favor del ejecutivo y a finiquitar el sistema de libertades y garantías que hasta ahora sostenía la democracia dentro de la “línea verde”, extendiendo la identidad de “enemigo” a todo aquel que sea demasiado crítico con las actuaciones del gobierno israelí. El necesario “mercadeo” de puestos y responsabilidades necesarios para tejer el entramado de la nueva coalición, podría poner en un grave riesgo la frágil situación de seguridad, lanzando campañas de provocación innecesarias en los territorios, si es que Ben Gvir finalmente obtiene el puesto de ministro de Seguridad Interior. El eco que una posible tercera intifada pudiera tener sobre las relaciones con sus socios árabes en la región es aún incierto y será necesario evaluar los beneficios que la cooperación con Israel podría tener de cara a una posible escalada de confrontaciones con Irán. Finalmente, será el triángulo formado por EEUU, Rusia e Irán y la capacidad de Israel de orquestar una acción exterior que aúne su poder tecnológico con el político y el militar, el que forje las alianzas del futuro, sobre las cuales la guerra de Ucrania representa su actual centro de gravedad.


Imagen: Votante en una cabina electoral en las XVII Elecciones legislativas en Israel del 1 de noviembre de 2022. Foto: IDF Spokesperson’s Unit (Wikimedia Commons / Dominio público).