Insurgencia y terrorismo en Pakistán tras la operación Zarb-e-Azb

Foto sobre la operación Zarb-e-Azb del servicio de información del ejército paquistaní. Foto: ISPR

Tema

La ofensiva emprendida en 2014 por el ejército paquistaní contra las organizaciones yihadistas activas en el noroeste y sur de Pakistán ha comportado cambios de especial relevancia en diferentes dimensiones de la actividad terrorista e insurgente que registra el país surasiático.

Resumen

Casi dos años después de que el ejército paquistaní lanzara una operación militar a gran escala en las áreas tribales fronterizas con Afganistán, y extendiera posteriormente el alcance de su ofensiva, la capacidad operativa de las organizaciones yihadistas que actúan en Pakistán ha sufrido un evidente deterioro. Entre 2014 y 2015, las acciones terroristas e insurgentes descendieron un 42,1% y el número de víctimas mortales un 42,3%, mientras la distribución geográfica, el modus operandi y los objetivos de esa violencia se han visto alterados. No obstante, Pakistán sigue sufriendo atentados de gran letalidad, lo que pone en evidencia los límites de una estrategia sostenida, en gran medida, en medios militares.

Análisis

Solo unas horas después de que un miembro de Jamaat ul-Ahrar, una escisión de Tehrik-e-Taliban Pakistan (el denominado Movimiento de los Talibán Paquistaníes o TTP), se hiciera estallar a finales del pasado mes de marzo en un céntrico parque de Lahore y causara 72 muertos y cerca de 400 heridos, las fuerzas armadas de Pakistán lanzaron una operación antiterrorista en esa y otras ciudades de la provincia de Punyab. Sin la autorización previa del gobierno federal, la apresurada movilización del ejército tras el atentado evidencia su papel preponderante en la definición de la estrategia paquistaní frente a la amenaza yihadista,1 al tiempo que extiende de forma considerable el alcance territorial de las incursiones emprendidas en los últimos años.

Desde junio de 2014, las fuerzas armadas mantienen en curso la misión Zarb-e-Azb, una campaña militar a gran escala que se desarrolla en el distrito de Waziristán del Norte, situado a lo largo de la frontera con Afganistán, en las denominadas Áreas Tribales bajo Administración Federal (conocidas comúnmente por sus siglas en inglés, FATA). Es en esta demarcación donde las facciones talibán locales coligadas en Tehrik e Taliban Pakistan, así como al-Qaeda y otras organizaciones afines cuentan con sus principales bases de operaciones y con las infraestructuras que les han permitido tanto instruir a sus integrantes como preparar atentados en distintas zonas de Pakistán y Afganistán. La misión, que ha concluido recientemente su fase de acciones ofensivas, aspira no sólo a detener las actividades de los grupos yihadistas en ese territorio sino también a imponer el control estatal, lo que requerirá una presencia militar prolongada.

Al poco de iniciar Zarb-e-Azb, las fuerzas armadas extendieron sus operaciones a otras zonas del país con el fin de impedir la reorganización de los talibán y sus aliados. Es por ello que en octubre de 2014 lanzaron una misión en la agencia de Khyber, refugio natural por su cercanía con las áreas tribales y su difícil orografía, de donde se replegaron definitivamente a mediados del año siguiente. Además, reforzaron su despliegue en Karachi, principal núcleo poblacional y económico del país, donde sigue activa, desde septiembre de 2013, una operación para desmantelar las infraestructuras logísticas que sirven a las organizaciones yihadistas para recaudar fondos y reclutar nuevos seguidores, así como las bases operativas que sostienen su intensa actividad armada en la ciudad. Solo durante 2015, el ejército lanzó más de 140 campañas de menor envergadura en otra treintena de distritos.2

Como resultado de esa presión militar, los yihadistas se han dispersado, fundamentalmente en dirección a Afganistán, y sus capacidades operativas se han visto seriamente degradadas. Los datos proporcionados por South Asian Terrorism Portal (SATP), que han sido minuciosamente contrastados y ampliados para la elaboración de este análisis a través de búsquedas sistemáticas en las ediciones internacionales de los principales diarios paquistaníes,3 revelan un sustancial descenso de la actividad terrorista e insurgente y de las muertes ocasionadas por esa violencia desde el comienzo de Zarb-e-Azb a mediados de 2014. Mientras que ese año Pakistán registró 1.336 incidentes de esa naturaleza, en 2015 fueron 774, un 42,1% menos. El descenso es igual de significativo en lo que se refiere al número de víctimas mortales: 1.828 en 2014 y 1.054 en el año siguiente, tras caer un 42,3%. Con todo, las organizaciones yihadistas siguen siendo una grave amenaza para Pakistán debido a su capacidad para ejecutar atentados aislados de gran letalidad y elevada complejidad, como también lo son el resto de grupos armados, con una agenda sectaria o etnonacionalista, activos en el país.

Este análisis estudia la evolución del terrorismo y la insurgencia en Pakistán atendiendo a los cambios que, desde el inicio de la mencionada ofensiva militar, se han producido en la distribución territorial de los episodios violentos, la elección de los blancos contra los que las organizaciones armadas dirigen sus acciones y las modalidades y tácticas que emplean, así como en la configuración del mapa de actores no estatales que operan en el país. Ahora bien, una consideración previa respecto de las fuentes empleadas en este trabajo resulta pertinente: debido al bloqueo informativo impuesto por el ejército en Waziristán del Norte, los datos disponibles sobre los incidentes registrados en esa área no han podido ser verificados por organismos independientes.

Reubicación de los focos de violencia

La actividad terrorista e insurgente no ha afectado de modo uniforme al territorio paquistaní. El 95% de los atentados y enfrentamientos contabilizados en Pakistán entre 2014 y 2015 se produjeron en cuatro de las siete provincias en que se divide administrativamente, alcanzando todas ellas valores semejantes (véase la Tabla 1). La principal área en la que operan los actores armados abarca las regiones occidentales, limítrofes con Afganistán (Khyber Pakhtunkwa, las FATA y Baluchistán), así como las situadas al sur, en la costa (Sind, cuya capital es Karachi, y la mencionada Baluchistán). Sin embargo, en el curso de esos dos años, la distribución geográfica de los episodios violentos se ha visto alterada entre las cuatro provincias de modo significativo.

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En la primera mitad de 2014 el escenario preferente de la actividad terrorista e insurgente lo constituían las regiones de Khyber Pakhtunkwa y Sind, donde en conjunto tuvieron lugar seis de cada 10 incidentes registrados en esa etapa. Las FATA, pese a servir de santuario a los grupos yihadistas, sufrieron solo el 20,7% del total. Sin embargo, el lanzamiento de Zarb-e-Azb en junio de 2014 invirtió el foco de la violencia. Por un lado, las incursiones aéreas y terrestres desencadenaron enfrentamientos entre los militantes y las tropas desplegadas en Waziristán del Norte y otros distritos próximos, así como una intensa oleada de atentados contra personal e instalaciones militares y de las milicias civiles, lo que hizo de las FATA la provincia más afectada por el terror yihadista durante la segunda mitad de ese año, al concentrar el 26,3% de los incidentes contabilizados en esos meses. Por otro lado, las intervenciones militares redujeron notablemente la actividad de las organizaciones yihadistas en Khyber Pakhtunkwa y Sind, donde desde entonces se han producido en conjunto aproximadamente cuatro de cada 10 episodios.

Hacia el final de 2014, el ejército logró expulsar a los insurgentes de las principales poblaciones de las áreas tribales tras bloquear sus rutas de abastecimiento y desmantelar sus bases de entrenamiento y otras infraestructuras. Los ataques desde aviones no tripulados del gobierno estadounidense –22 en 2014 y 10 en 2015–4 añadieron mayor presión sobre los grupos activos en esa zona. Así, como consecuencia del debilitamiento operativo provocado por esas acciones militares, y de la estrategia adoptada por los yihadistas de replegar a sus miembros, el porcentaje de atentados y enfrentamientos ocurridos en las FATA regresó a finales de 2015 a los niveles previos a Zarb-e-Azb, al representar poco más del 20% del total.

Por el contrario, la proporción de actos terroristas e insurgentes en Baluchistán en ese mismo período aumentó: mientras que en el primer semestre de 2014 se produjeron en la provincia prácticamente el 18% de todos los episodios, el porcentaje se duplicó un año después. Si bien los movimientos etnonacionalistas baluchos y los grupos sectarios están detrás de la mayoría de esos incidentes, la región también se ha visto afectada por la llegada de elementos yihadistas procedentes de las áreas tribales.5 La proximidad geográfica con Waziristán del Norte y la presencia de facciones talibán en el norte de Baluchistán han convertido a esta última en uno de los destinos preferentes de sus rutas de huida.

Pero es al otro lado de la frontera, en las provincias del este de Afganistán, donde los yihadistas han hallado su principal refugio aprovechando la ventana de oportunidad que se ha abierto con la retirada de gran parte del contingente internacional y la transferencia completa de la seguridad a unas fuerzas afganas con limitados recursos y capacidades militares y de inteligencia.6 A causa de ello, en 2014 se produjeron 11 ataques transfronterizos desde Afganistán, y otros 13 a lo largo de 2015.

Deterioro de las capacidades logísticas y estrategia de retirada

Nueve de cada 10 acciones perpetradas por organizaciones armadas en Pakistán entre 2014 y 2015 se correspondieron con actos terroristas, es decir, atentados con armas de fuego o artefactos explosivos, secuestros, atentados suicidas, así como ataques complejos en los que se combinaron más de una táctica de las anteriores o en los que se emplearon otras modalidades, como degollamientos o incendios (véase la Tabla 2). Por el contrario, solo uno de cada 10 consistió en acciones de insurgencia, fundamentalmente enfrentamientos entre militantes y personal de las fuerzas armadas y de seguridad paquistaníes.

Los atentados con armas de fuego y las acciones con bombas y explosivos constituyen las principales estrategias de actuación terrorista. Las dos modalidades fueron empleadas en cerca del 75% del total de episodios estudiados, aunque su frecuencia ha sido cada vez menor. Esta circunstancia, unida al también decreciente uso del resto de modalidades que conforman el repertorio de violencia terrorista, ha comportado una caída gradual en el número y la proporción de atentados que se registraron en Pakistán. Una tendencia descendente que se ha visto provocada por los golpes que han sufrido las capacidades y recursos logísticos de estas organizaciones debido a las operaciones del ejército, que un año después de intervenir en Waziristán del Norte aseguró haber destruido más de 250 toneladas de material explosivo y unas 18.000 armas en poder de la insurgencia yihadista.7

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Por su parte, la frecuencia de los enfrentamientos entre fuerzas oficiales y militantes se incrementó notablemente durante los primeros meses de la campaña en las FATA, para también reducirse de forma progresiva a lo largo de 2015. No obstante, representan un porcentaje cada vez mayor de los incidentes. Así, en el segundo semestre de 2014 los combates entre el ejército y los insurgentes supusieron el 15,2% de todos los episodios, mientras que un año después ascendían al 19,1%. Sin embargo, el número de esos encuentros violentos había disminuido en ese período un 35,8%, al pasar de 95 a 61. Cabe entender este desarrollo en la actuación de los grupos armados como el resultado de la decisión adoptada por los yihadistas de dispersarse ante el avance del ejército y evitar confrontaciones abiertas.

Reorientación operativa

La población civil es el principal blanco de la actividad terrorista en Pakistán. Algo más de cinco de cada 10 acciones violentas ocurridas en el país durante los dos años estudiados tuvieron como objetivo a ciudadanos y propiedades privadas (véase la Tabla 3). Con todo, la proporción de actos de terrorismo e insurgencia dirigidos contra el ejército y, en mucha menor medida, la policía se incrementó sustancialmente en ese mismo período. Esos dos objetivos gubernamentales sufrieron algo más del 30% del total de atentados y ataques durante el primer semestre de 2014, el 40% en la segunda mitad de ese año y una cifra ligeramente superior al 50% a lo largo de 2015. Ello evidencia que la estrategia de las organizaciones yihadistas se ha centrado en responder a la campaña liderada por las fuerzas armadas y asistida por la policía en territorios como Karachi.

Esta reorientación operativa hacia blancos de las fuerzas armadas y de seguridad paquistaníes ha conllevado una disminución en el número y la proporción de los atentados dirigidos contra otros objetivos habituales de estos grupos como las instituciones educativas y el personal médico y humanitario. Mientras que el porcentaje de acciones contra escuelas y centros universitarios representaba en la primera mitad de 2014 el 3,3% del total, a finales de 2015 había descendido al 2,4%. Otro tanto cabe decir de los trabajadores de organizaciones humanitarias y los médicos, especialmente de los que participan en las campañas de vacunación contra la polio, que han pasado de sufrir el 5,0% de todos los incidentes ocurridos a comienzos de 2014 a sólo el 0,6% al término del año siguiente. Asimismo, los ataques indiscriminados contra población civil en espacios públicos y medios de transporte han descendido del 16,0% registrado durante los meses comprendidos entre enero y junio de 2014 al 12,2% entre julio y diciembre de 2015.

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Además de organizaciones yihadistas, en Pakistán operan diferentes grupos con motivaciones sectarias o etnonacionalistas. De este modo, el 10% del total de los actos violentos contabilizados en 2014 y 2015 se dirigieron contra objetivos significados por su creencia religiosa, sobre todo miembros de la comunidad chií (6,3%), aunque también pertenecientes a la mayoría suní (2,1%) y a otras confesiones menos numerosas como la cristiana o la ahmadí (1,8%). Por su parte, los movimientos nacionalistas, especialmente activos en Baluchistán y Sind, además de dirigir su violencia contra minorías étnicas (3,1%), están detrás de la práctica totalidad de los actos de sabotaje a infraestructuras civiles (3,9%), así como de una significativa parte de las acciones que sufre el ejército.

En esas dos provincias son igualmente frecuentes los atentados contra dirigentes y activistas de formaciones políticas, objetivo no sólo de grupos étnicos sino también de las facciones talibán que actúan en ambos territorios. A estos incidentes se suman los atentados de los que han sido víctimas los líderes tribales de las FATA y Khyber Pakhtunkwa favorables a las intervenciones militares, de modo que la clase dirigente paquistaní es el blanco de cerca del 9% de las acciones ejecutadas por diferentes organizaciones armadas en esos dos años.

Crisis en los viejos actores del terrorismo, emergencia de nuevos

La mayoría de los atentados que ocurren en Pakistán quedan sin reivindicar. Apenas se conoce la autoría de uno de cada cuatro actos violentos que sufrió el país entre 2014 y 2015, pero ello no impide que podamos apreciar cambios de suma relevancia en la configuración del mapa de actores armados que operan en el país.

La principal fuente de la amenaza terrorista e insurgente en Pakistán la constituyen los grupos yihadistas, es decir, las organizaciones directa o indirectamente relacionadas con al-Qaeda o Estado Islámico (EI), entidades que rivalizan desde 2014 por la hegemonía del movimiento yihadista global. La amenaza relacionada con al-Qaeda en suelo paquistaní emana de tres de sus componentes: (1) el núcleo central de la organización, que aunque en el pasado colaboró con sus grupos aliados en la ejecución de atentados se halla hoy seriamente debilitado a causa de la pérdida de numerosos militantes;8 (2) su extensión regional, al-Qaeda en el Subcontinente Indio (AQIS), que apenas ha reivindicado desde su fundación en septiembre de 2014 una decena de acciones en Pakistán, en su mayoría sin víctimas mortales; y (3), fundamentalmente, el conjunto de organizaciones afines, tanto locales como foráneas, que han declarado su lealtad al líder de al-Qaeda, Ayman al-Zawahiri, y asumen sus objetivos organizativos y métodos operativos.

De entre estas últimas destacan Tehrik-e-Taliban Pakistan y sus escisiones, las cuales se han atribuido algo más de la mitad del total de los atentados cuya autoría es conocida. Pese a ello, la alianza de grupos talibán locales, que nunca ha funcionado como un movimiento monolítico, adolece de falta de coherencia organizativa y de pérdida de atractivo entre su base social a causa de múltiples factores. A las dificultades del jefe de la organización para afianzar su liderazgo y al rechazo de numerosas facciones a las negociaciones de paz con el gobierno paquistaní se ha sumado el debilitamiento y la desafección que han provocado las operaciones militares y los ataques con drones, así como la incapacidad del movimiento para responder a la ofensiva del ejército con una campaña prolongada de atentados de gran magnitud. Estas circunstancias han desatado luchas intestinas que en algunos casos han desembocado en la formación de escisiones y el cambio de lealtades.

Precisamente miembros desafectos del TTP, junto con otros escindidos de los talibán afganos, hicieron público en octubre de 2014 su juramento de lealtad al líder de Estado Islámico. A comienzos del año siguiente, el portavoz de la organización en Siria e Irak aceptó el pronunciamiento y les reconoció formalmente como núcleo dirigente de la extensión territorial de EI en Afganistán y Pakistán,9 si bien no parece existir comunicación frecuente ni coordinación entre las dos entidades. Aunque la Shura de Khorasan, nombre con que se conoce a esta filial, incluye ambos países dentro de su ámbito de actuación, sus integrantes han centrado su actividad en las provincias del este y sur de Afganistán, evitando las zonas de Pakistán bajo ataque del ejército.10

La red de EI en Pakistán está asimismo conformada por una amalgama de grupos autónomos, en su mayoría con escasas capacidades y limitado alcance geográfico, que han declarado su afinidad con la organización en Oriente Medio, con la que a menudo comparten su carácter sectario y antichií.11 Finalmente, la amenaza vinculada a EI en suelo paquistaní está también relacionada con una serie de elementos que operan bajo su influencia ideológica. Se trata de células y redes independientes, algunas de ellas integradas por antiguos miembros de al-Qaeda, que disponen de los medios y recursos para ejecutar atentados y reclutar militantes para su desplazamiento a Siria e Irak, donde se calcula que han sido enviados entre 70 y 330 paquistaníes.12 Unas cifras en sí mismas reveladoras de la medida en que los talibán han perdido influencia y capacidad para movilizar y atraer seguidores hacia su tradicional santuario en las áreas tribales.

Conclusiones

La ofensiva a gran escala y en diferentes frentes emprendida por las fuerzas armadas paquistaníes durante los dos últimos años ha logrado reducir de forma notable la frecuencia de los episodios violentos que se registran en Pakistán y el número de víctimas mortales que estos ocasionan. Unido a ese descenso en las acciones de los grupos armados, las incursiones del ejército han comportado cambios de especial relevancia en otras dimensiones de la acción terrorista e insurgente. Después del comienzo de Zarb-e-Azb y la posterior extensión de las operaciones a otras zonas del país, el escenario preferente de la violencia se ha desplazado de las provincias de Khyber Pakhtunkwa y Sind, afectadas por la actividad de los grupos yihadistas que tienen su santuario en las FATA, a Baluchistán, territorio en el que operan varios movimientos etnonacionalistas y sectarios, y donde la presencia talibán se ha incrementado tras las campañas militares. Pero es en las provincias del este de Afganistán donde estas organizaciones han hallado su principal refugio e instalado una de las bases de operaciones desde las que continúan atentando en suelo paquistaní.

A su vez, se ha producido una reorientación en la elección de los blancos de la violencia yihadista, que ya no se dirige preferentemente contra ciudadanos e infraestructuras civiles, como ocurría a comienzos de 2014, sino contra las fuerzas armadas y de seguridad paquistaníes, en un intento por minar la determinación con que avanzan en una ofensiva que ha logrado mermar los recursos logísticos de los que disponían los terroristas. De este modo, aun cuando las principales estrategias de actuación de estas organizaciones seguían consistiendo, 18 meses después de iniciarse la ofensiva, en atentados con armas de fuego y artefactos explosivos, la frecuencia en el uso de ambas modalidades se ha visto reducida significativamente a causa del desmantelamiento de parte de sus arsenales.

Esta degradación de sus capacidades operativas ha agravado los problemas de cohesión interna y coherencia organizativa que afectaban a la principal fuente de la amenaza terrorista e insurgente en el país, Tehrik-e-Taliban Pakistan. Como consecuencia de ello, algunos de sus integrantes han formado escisiones, manteniéndose dentro de la órbita de al-Qaeda, mientras que otros han cambiado de lealtad en beneficio de Estado Islámico. Sin embargo, la emergencia de su extensión territorial en la región Af-Pak, la denominada Shura de Khorasan, se ha visto contenida en territorio paquistaní por efecto de las mismas operaciones militares que han debilitado al TTP.

El deterioro operativo de las organizaciones armadas paquistaníes ha persistido durante el primer cuatrimestre de 2016, según se desprende de los datos recogidos por SATP. Así, el número de víctimas mortales contabilizado entre enero y abril de este año (un total de 349) ha disminuido un 26,5% en comparación con idéntico período de 2015 (475), cuando a su vez había descendido un 45,6% respecto a los mismos meses de 2014 (874). Ahora bien, un repunte en el corto plazo de la actividad armada y de las víctimas que esta ocasiona no resulta descartable si Pakistán no corrige los errores que han lastrado campañas previas de magnitud similar a la de Zarb-e-Azb. Concluida la fase de operaciones ofensivas en Waziristán del Norte, urge ahora reconstruir las zonas liberadas y garantizar el retorno del millón de desplazados, así como asegurar el control de la zona y la protección de su población, aspectos desatendidos en el pasado.

La respuesta sobre el terreno deberá complementarse con ambiciosas reformas políticas. Un primer paso en este sentido se produjo a finales de 2014, cuando el gobierno aprobó el denominado National Action Plan, una estrategia integral contra el terrorismo que contempla acciones como la creación de mecanismos para prevenir su financiación, la regulación de las escuelas coránicas, la persecución de los discursos de odio y la monitorización de actividades extremistas en Internet. Pero a pesar de la aparente determinación del ejecutivo, la deficiente implementación del NAP ha dejado sin efecto la mayoría de esas disposiciones. En cambio, no ha ocurrido así con las medidas contempladas dentro del plan que afectaban al papel del ejército en la lucha contra esta amenaza. Más bien al contrario: fue inmediata la aplicación de la enmienda que permite a tribunales militares hacerse cargo de la instrucción de los casos de terrorismo en detrimento de la justicia civil, así como la suspensión de la moratoria sobre la pena de muerte, medida reclamada por los uniformados.

La asunción por parte de las fuerzas armadas de funciones que trascienden su mandato constitucional entraña no pocos riesgos en un país que ha sufrido cuatro dictaduras militares desde su fundación en 1947. En el ámbito particular de la lucha contra el yihadismo, supone someter a su criterio aspectos clave de la política antiterrorista, como la delimitación territorial de la ofensiva militar –lo que ha quedado de manifiesto recientemente en Punyab– y la designación de los objetivos a combatir. A pesar de que el ejército se comprometió a atacar a todas las organizaciones que operan en territorio paquistaní, los resultados de las últimas campañas prueban que sigue ofreciendo un trato diferencial a los grupos extremistas e instrumentalizando el terrorismo como una herramienta de política exterior. Sólo la continuidad de esa estrategia, de la que Pakistán espera obtener réditos tanto en su pretensión de situar a un gobierno aliado en Kabul como en su histórico enfrentamiento con la India por la soberanía de Cachemira, explica que los talibán afganos conserven su principal santuario en Baluchistán, donde un bombardeo del ejército estadounidense acabó el pasado 22 de mayo con la vida del líder de ese movimiento, el mullah Mansour. O que no haya sido atacada durante la misión Zarb-e-Azb la Red Haqqani,13 facción de los talibán afganos que atenta habitualmente contra objetivos occidentales e indios en Afganistán. Sus integrantes, que disponen de su santuario en las FATA, se han visto asediados únicamente por los misiles lanzados por drones estadounidenses, como ha denunciado en ocasiones el gobierno afgano.

Esta actuación de las fuerzas armadas evidencia que no ha terminado de asumir que la evolución de la actividad yihadista en territorio paquistaní está estrechamente ligada a la situación de seguridad en Afganistán. Por esa razón, si Pakistán quiere impedir un recrudecimiento de la violencia en las áreas tribales, resulta imprescindible el desarrollo de sistemas de coordinación y mecanismos de cooperación entre ambos países. Que estas estructuras funcionen de forma eficaz dependerá, entre otras cosas, de que los dos compartan una unidad de criterio respecto de los focos y fuentes de la amenaza yihadista.

Álvaro Vicente
Ayudante de investigación en el Programa sobre Terrorismo Global del Real Instituto Elcano
 | @rielcano


1 Numerosos análisis de organismos paquistaníes e internacionales coinciden en señalar el enfoque militarista que prima en la estrategia contraterrorista paquistaní. Entre los más destacados se encuentran los siguientes: Muhammad Amir Rana (ed.) (2015), “Comprensive Review of National Action Plan”, Conflict & Peace Studies, vol. 7, nº 2, Pak Institute for Peace Studies, Islamabad, julio-diciembre; e International Crisis Group (2015), “Revisiting Counter-terrorism Strategies in Pakistan: Opportunities and Pitfalls”, Asia Report, nº 271, julio.

2 Pak Institute for Peace Studies (2015), “Pakistan Security Report 2015”, Islamabad, pp. 41-42.

3 Los diarios consultados han sido DawnThe Express Tribune y The News.

4 La campaña de ataques con drones del gobierno estadounidense se intensificó tras el lanzamiento de la ofensiva del ejército paquistaní en Waziristán del Norte. De hecho, el 91% de los bombardeos efectuados en 2014, es decir, 20 de 22, se produjeron una vez iniciada, el 15 de junio, la misión Zarb-e-Azb; el restante 9% tuvo lugar los días 11 y 12 de ese mismo mes, de acuerdo con los registros de “Drone Wars Pakistan: Analysis”, New America Foundation.

5 The International Institute for Strategic Studies (2015), “Chapter five: South-Asia”, Armed Conflict Survey 2015, vol. 1, nº 1, Washington, pp. 238-239.

6 Margerita Stancati y Habib Khan Totakhil (2015), “Militants Driven from Pakistan Flock to Afghan Towns”Wall Street Journal, 28/I/2015.

7 “2,763 terrorists killed in Operation Zarb-e-Azb”The Express Tribune, 14/VI/2015.

8 Barbara Sude (2015), “Assessing al-Qa’ida central’s resilience”CTC Sentinel, vol. 8, nº 9, septiembre.

9 “Islamic State appoints leaders of ‘Khorasan province’, issued veiled threat to Afghan Taliban”The Long War Journal.

10 Muhammad Amir Rana (2015), “Assessing the IS threat”Dawn, 23/VIII/2015.

11 Don Rassler (2015), “Situating the emergence of the Islamic State of Khorasan”CTC Sentinel, vol. 8, nº 3, marzo.

12 The Soufan Group (2015), “Foreign Fighters: An Updated Assessment of the Flow of Foreign Fighters into Syria and Iraq”, diciembre, p. 9.

13 Bill Roggio (2016), “Pakistan is ‘very cooperative and very engaged in the fight against terrorism,’ Secretary Kerry tells Congress”, The Long War Journal, 25/II/2016.