Elecciones presidenciales dominicanas: fin de época (¿y hegemonía?) en la República Dominicana

Protestas en Santo Domingo (República Dominicana) por la suspensión de las elecciones municipales de febrero de 2020 por problemas con el voto automatizado. Foto: Carlo Loaces (carlosinlas) (Wikimedia Commons / CC BY-SA 4.0)

Tema

La República Dominicana vota el domingo 5 de julio para elegir presidente para el período 2020-2024. Por primera vez en más de 15 años peligra la hegemonía política del actual partido en el poder: el Partido de la Liberación Dominicana (PLD). Son los primeros comicios latinoamericanos celebrados en plena pandemia.

Resumen

Las divisiones y fracturas internas en el Partido de la Liberación Dominicana (PLD) se perfilan como la principal causa que puede acabar con su largo dominio político en República Dominicana (2004-2020). La campaña para los comicios del 5 de julio ha estado marcada por la pelea entre caudillos (Danilo Medina y Leonel Fernández), que ha partido en dos al PLD. La hegemonía peledista está en cuestión ante el ascenso de fuerzas emergentes –comenzando por el Partido Revolucionario Moderno (PRM) de Luis Abinader– y por las consecuencias económicas y sociales de la pandemia que ha alterado el cronograma electoral (las elecciones estaban previstas para mayo pasado).

Análisis

Las elecciones dominicanas han estado condicionadas por la pandemia del COVID-19 y por la división en el partido oficialista, que ha pagado un alto coste político traducido en una disminución en intención de voto. Esto último ha extendido la sensación de que el país se acerca a un final de época. En el mejor de los casos el Partido de la Liberación Dominicana (PLD) podría verse obligado a disputar una segunda vuelta, lo que no sucede desde 1996, pero incluso alguna encuesta lo sitúa fuera del posible balotaje.

(1) Elecciones en medio de la pandemia

Las elecciones dominicanas se enmarcan dentro de un intenso año electoral en el Caribe, con comicios bajo el signo de la pandemia. Las primeras citas del año (a gobernador en Cuba, enero, y parlamentarias en Guyana, marzo) se celebraron antes de la llegada del COVID-19. Este no fue el caso de Surinam (mayo), celebradas en plena expansión del SARS-CoV-2, y que al igual que las de Guyana tuvieron serios problemas en la verificación de los resultados. La escasa incidencia de la enfermedad en estos países (en Surinam se llegó a 300 casos en el momento de la convocatoria), explican que se completaran los procesos electorales. Este también ocurrió en San Cristóbal y Nieves, que votó el 5 de junio con sólo 15 casos. Para los próximos meses están previstas elecciones legislativas en Belice (1 de noviembre), generales en Puerto Rico (3 de noviembre) y en San Vicente y Granadinas (diciembre).

Sin embargo, la expansión del COVID-19 en República Dominicana provocó la postergación de los comicios, previstos para el 17 de mayo, al 5 de julio. El 13 de abril, el pleno de la Junta Central Electoral (JCE) las retrasó por motivos de fuerza mayor debido a la emergencia sanitaria. Esto incluye a la potencial segunda vuelta, ya que si ningún candidato obtiene la mitad más uno de los votos válidos emitidos, esta se celebrará el 26 de julio.

Esta ha sido una campaña atípica marcada por los toques de queda y las cuarentenas, que han impedido el desarrollo normal de la actividad partidista (el país tuvo, al menos toque de queda hasta el 27 de junio y estado de emergencia hasta el 30). El año, electoralmente hablando, también fue muy raro: no sólo se aplazaron las presidenciales, sino también hubo que repetir las municipales. Estas habían sido previstas para el 16 de febrero, pero se suspendieron por problemas con el voto automatizado. Cuatro horas después de abrirse los colegios se detectaron graves fallos en unas máquinas de votación utilizadas por primera vez. Según reconoció el presidente de la JCE, las “boletas” de los candidatos se estaban “subiendo incompletas”. Finalmente, las municipales se celebraron el 15 de marzo.

La ineficacia en la conducción del proceso electoral supuso un fuerte desgaste para el gobierno de Medina, golpeado por duras peleas internas desde 2019. La creciente preocupación por la situación económica y social producto de la pandemia sólo agravó las cosas.

El virus forzó el aplazamiento de las elecciones presidenciales y cambió la tradición, ya que desde 1970 los presidentes dominicanos se eligen en mayo. También se prohibieron los mítines. La pandemia trastocó todas las estrategias de campaña de los partidos. Los votantes deberán usar mascarilla en los centros de votación y guardar dos metros de distancia entre sí, aunque se prevé que, para el día de las elecciones, el país acabe de entrar en la cuarta y última fase de la desescalada. Sin embargo, a unos días antes de las elecciones, la pandemia todavía está lejos de ser controlada, con nuevos récords diarios de contagios a un ritmo creciente desde que comenzó el plan de reapertura de la economía a mediados de mayo. Así, se retrasó el pase a la fase 3, previsto para el 17 de junio.

El 5 de julio competirán seis candidatos, pero hay tres destacados, los respaldados por grandes coaliciones. Esta fórmula, que de una forma u otra se ha repetido desde los años 90, permite que organizaciones menores, de alcance local, participen en mejores condiciones. Sus votos son canalizados por alianzas y coaliciones hacia formaciones más grandes que logran un caudal de sufragios clave para evitar segundas vueltas mientras que los pequeños ganan en cuotas de influencia y clientelismo, así como acceso a fuentes de financiación y recursos.

El candidato del oficialista PLD es Gonzalo Castillo, respaldado por ocho organizaciones: el PLD, el Partido Demócrata Popular (PDP), el Movimiento Democrático Alternativo (Moda), el Partido Cívico Renovador (PCR), la Unión Demócrata Cristiana (UDC), el Partido Acción Liberal (PAL), el Partido Revolucionario Independiente (PRI) y el Partido Revolucionario Dominicano (PRD).

Según todas las encuestas, el favorito es Luis Abinader, del Partido Revolucionario Moderno (PRM), que nuclea una amplia alianza (la Coalición Democrática por el Cambio) en la que se encuentran Dominicanos por el Cambio, Humanista Dominicano, Alianza por la Democracia, Revolucionario Social Demócrata, Frente Amplio, la Coalición Democrática y el Partido Liberal Reformista (PLR).

Leonel Fernández es candidato por seis partidos y compite por un cuarto período. En esa alianza también se encuentra el Partido Reformista Social Cristiano (PRSC), que lideró Joaquín Balaguer (presidente entre 1960-1962, 1966-1978 y 1986-1996). Fernández fue proclamado candidato por el Partido de los Trabajadores Dominicanos (PTD, ahora Fuerza del Pueblo), el Partido de Unidad Nacional (PUN), el Bloque Institucional Socialdemócrata (BIS), Quisqueyano Demócrata Cristiano (PQDC) y Fuerza Nacional Progresista (FNP). Fernández competirá contra la candidatura del PLD, donde figura su mujer, Margarita Cedeño, como candidata a vicepresidenta. Ella ocupa este cargo desde 2012, tras el pacto entre Fernández y Medina. Otros candidatos son Guillermo Moreno de Alianza País, Juan Cohen del Partido Nacional Voluntad Ciudadana (PNVC) e Ismael Reyes del Partido Demócrata Institucional (PDI).

El virus ha modificado significativamente los mensajes, ahora menos centrados en la inseguridad y la corrupción (aunque han seguido muy presentes). Las propuestas han girado sobre las consecuencias económicas y sociales de la crisis. El candidato favorito, Luis Abinader, dio positivo y debió permanecer en cuarentena al final de la campaña, aunque pudo mantener su actividad virtual gracias a la levedad del contagio. El tres veces presidente y ahora opositor, Fernández, ha resaltado su amplia experiencia, a utilizar en la futura reconstrucción, como principal reclamo para atraer el voto. Su lema de campaña (“no es tiempo de improvisaciones”) es una clara referencia al favorito, el también opositor Luis Abinader. El oficialista Gonzalo Castillo ha incidido en la capacidad de su partido, en el gobierno desde 2004, para movilizar recursos para esta crisis, algo que le valió acusaciones de utilización del aparato del Estado a favor de su candidatura dando inicio así a una guerra sucia que desembocó en acusaciones mutuas de vinculación con el narcotráfico.

(2) El fin de una época

La mayoría de las encuestas muestran que las próximas elecciones tendrán características de fin de época, ya que pueden acabar con 16 años de gobiernos ininterrumpidos del PLD, bajo las presidencias de Fernández (2004-2012) y Medina (2012-2020). Casi todos los sondeos, numerosos pero de fiabilidad no siempre equiparable, dan como candidato más votado a Abinader. Para muchos sería el triunfador en caso de disputarse una segunda vuelta (frente a Castillo), pero, para la mayoría, ganaría en la primera. En muy pocos casos Fernández pasaría a la segunda vuelta. Tampoco ocurre, en ningún supuesto, que el voto histórico del PLD, ahora dividido, se unifique nuevamente para el balotaje. El divorcio y la fractura entre los seguidores de Danilo Medina (danilismo) y Leonel Fernández (leonelistas) es tan fuerte que la reconciliación es imposible. Ambas partes ven a Abinader como rival y a sus ex compañeros como el enemigo.Figura 1. Principales sondeos realizados desde enero

EncuestaResultado 1ª vuelta
(5 de julio)
Resultado 2ª vuelta
(26 de julio)
Gallup-HOY (enero)Luis Abinader, 42%
Gonzalo Castillo, 31%
Leonel Fernández, 16%
Luis Abinader, 58%
Gonzalo Castillo, 36%
Greenberg-Diario Libre (marzo)Luis Abinader, 52%
Gonzalo Castillo, 24%
Leonel Fernández, 17%
No habría 2ª vuelta
La encuesta Penn (mayo)Luis Abinader, 39%
Gonzalo Castillo, 37%
Leonel Fernández, 10%
Luis Abinader, 46%
Gonzalo Castillo, 42%
Mercado y Cuantificaciones (junio)Luis Abinader, 52%
Gonzalo Castillo, 33%
Leonel Fernández, 11,2%
No habría 2ª vuelta
APD CONSULTING (junio)Luis Abinader ,51,6%
Gonzalo Castillo, 34,4%
Leonel Fernández, 11,6%
No habría 2ª vuelta
Grupo de Investigaciones y Desarrollo Lerebour (junio)Luis Abinader, 40,7%
Leonel Fernández, 33,4%
Gonzalo Castillo, 21,5%
Luis Abinader 47,2%
Leonel Fernández 45,8%
Mercado & Cuantificaciones (junio)Luis Abinader, 52,1%
Gonzalo Castillo, 34,5%
Leonel Fernández, 8,2%
No habría 2ª vuelta
Cygnal (junio)Luis Abinader, 55%
Gonzalo Castillo, 28%
Leonel Fernández, 10%
No habría 2ª vuelta
Estudios Aplicados, Mercadeo y Encuestas (Idéame) (junio)Luis Abinader, 52,5%
Gonzalo Castillo, 34,4%
Leonel Fernández, 10,9%
No habría 2ª vuelta
New Partners (junio)Luis Abinader, 50,65%
Gonzalo Castillo, 29,51%
Leonel Fernández, 11,38%
No habría 2ª vuelta
Politics Research Dominicana – PoliRD (junio)Gonzalo Castillo, 45,1%
Luis Abinader, 41,7%
Leonel Fernández, 9,8%
Habría 2ª vuelta
Gallup (junio)Luis Abinader, 53,7%
Gonzalo Castillo, 35,5%
Leonel Fernández, 8,6%
No habría 2ª vuelta

Fuente: elaboración propia.

El PLD ha sido hegemónico política y electoralmente, salvo entre 2000 y 2004. Su posible declive electoral, que muestran las encuestas, responde a factores internos, aunque enlaza con un fenómeno regional: el voto de castigo al oficialismo, que en América Latina se ha acentuado desde 2017-2019.

(3) Los factores internos: el elevado coste de la división del oficialismo

El elemento interno que explica la decadencia del PLD es la fractura del oficialismo. Históricamente, en la República Dominicana, cuando un partido gobernante se ha fracturado ha perdido el poder. Ocurrió en 1986 cuando las divisiones en el PRD devolvieron al poder al PRSC, en 1996, ya que los problemas en el PRSC permitieron el triunfo del PLD, y en 2004 cuando la crisis económica y las ansias reeleccionistas de Hipólito Mejía (PRD) rompieron el partido, lo que facilitó la victoria de Fernández y el regreso del PLD al poder, prolongado hasta hoy. En 2019-2020, la pugna entre el actual presidente Medina y su antecesor y rival interno Fernández ha llevado a la ruptura del PLD y ha puesto en cuestión su dominio, que le ha permitido gobernar durante 20 de los últimos 24 años.Figura 2. Período de hegemonía política del PLD, 1996-2020

PresidentePartidoPeríodo
Leonel FernándezPLD1996-2000
Hipólito MejíaPRD2000-2004
Leonel FernándezPLD2004-2012
Danilo MedinaPLD2012-2020

Fuente: elaboración propia.

Desde octubre el PLD ha vivido un profundo desgarramiento entre los sectores que lidera Medina y los que siguen a Fernández, que ha acabado con los últimos fuera del partido. En 2019 se desencadenó una “guerra civil” entre caudillos, que ha conducido a que el invencible PLD (ganador en los comicios de 2004, 2008, 2012 y 2016) se vea en una situación que desconocía desde hace dos décadas.

Fernández y Medina han marcado la historia de la República Dominicana del último cuarto de siglo XX. El PLD ha gobernado apoyado en (o, en realidad, apoyando a) dos líderes (caudillos) que se han sucedido en el poder: Fernández primero y Medina después. En 1996 Fernández llevó al PLD a la presidencia por primera vez en su historia. Lo hizo en medio de un relevo generacional que puso fin al liderazgo de los viejos caudillos: Juan Bosch, Juan Francisco Peña Gómez y Joaquín Balaguer. Fernández, que lideró el viaje al centro político de un PLD muy escorado a la izquierda bajo el mando de Bosch, regresó al poder en 2004 manteniendo su hegemonía hasta 2012. Ese año le sucedió su compañero de partido –y rival interno– Danilo Medina, quien ha ejercido la presidencia desde ese año hasta 2020, momento en el que deberá entregar la banda presidencial.

El predominio del PLD en las urnas ha sido avasallador desde 2004, pues se ha impuesto a sus rivales en primera vuelta (sin necesidad del balotaje) y por amplias diferencias, salvo en 2012. Fernández superó a los perredistas Hipólito Mejía en 2004 y Miguel Vargas en 2008, por más de 10 puntos y Medina, que derrotó ajustadamente a Mejía en 2012, se impuso ampliamente a Abinader (PRM) en 2016.

Entre Fernández y Medina la relación ha tenido altibajos: se han sucedido alianzas y duros enfrentamientos desde hace dos décadas, aunque hasta ahora no habían mermado el control político del PLD. En 2007 Medina quedó frustrado cuando aspiraba a suceder a Fernández, pero este último le cerró el paso al imponerse en las primarias del partido. El entonces precandidato presidencial Medina (que había sido derrotado en las presidenciales de 2000 por Mejía) reconoció su desventaja en la disputa interna. En una alocución ante sus seguidores dijo, en velada referencia a su adversario y compañero de partido, que “el Estado se impuso: reconozcamos que numéricamente el Estado ganó y que la reelección tiene un espacio dentro del PLD”. Sin embargo, en 2012, Fernández permitió el paso a Medina, que conquistó la presidencia, aunque con un pacto mediante. No sólo la esposa de Fernández, Margarita Cedeño, iba como vicepresidenta de Medina, sino que se respetaron ciertas cuotas de poder e influencia para el leonelismo. Sin embargo, Fernández no pudo evitar que el danilismo impulsara una reforma constitucional que cerraba su regreso al poder y que permitía a Medina optar a la reelección en 2016.

El partido fundado en 1973 por el histórico caudillo antitrujillista, Juan Bosch, se convirtió con Fernández en una engrasada maquinaria política. El PLD fue imbatible tanto con Fernández (1996, 2004 y 2008) como con Medina (2012 y 2016). Sólo en 2000, Mejía, entonces en el PRD, pudo derrotar al PLD, la fuerza política hegemónica, de forma democrática en un país acostumbrado a otras hegemonías autoritarias y caudillistas: la “dictadura sultanística” de Rafael Leónidas Trujillo (1930-1961) y los dos períodos de gobierno autoritario (“bonapartista”) de Joaquín Balaguer (1966-1978 y 1986-1996).

Desde 1996, y sobre todo desde 2004, se fue construyendo otra hegemonía, la del partido morado (PLD), asentada en tres pilares, que al estar ahora en cuestión explican la merma de sus apoyos.

(3.1) Existencia de fuertes liderazgos, epicentro de una tupida red clientelar

Fernández, primero, y Medina, después, construyeron sus liderazgos apoyados en un férreo control sobre la administración y el partido, repartiendo ayudas y subvenciones de forma patriarcal. Si bien ninguno es semejante a los caudillos decimonónicos de los siglos XIX y XX dominicano, en parte recogen esta tradición. La popularidad de Medina, y antes la de Fernández, fue elevada en un país en el que el presidente sigue siendo visto como el epicentro de las dádivas y cohesionador de una amplia y tupida red clientelar de caciques locales que abarca todo el territorio nacional.

En la actual situación de hartazgo con el partido hegemónico, Abinader aconseja admitir con una mano los regalos y votar con la otra en sentido contrario: “Cojan lo que les den, pero a la hora de ir a votar… háganlo por dignidad, conscientes de que un grupo de sinvergüenzas no se puede pasar cuatro años engañando y burlándose del pueblo para luego aparecerse con limosnas por unos días que mantendrán a la gente en la miseria de siempre”. Una forma muy dominicana de entender la política, que busca conciliar los comportamientos caciquiles, escasamente vinculados con la ciudadanía republicana, y el voto de castigo contra el poder.

(3.2) Un partido cohesionado frente a una oposición desunida

El PRD es el principal partido opositor, aunque siempre ha estado inmerso en peleas. De sus divisiones internas surgieron el PLD en 1973 y el PRM en 2014. El PLD evitó fraccionarse, ya que danilistas y leonelistas, pese a su rivalidad, mantuvieron la unidad hasta 2019. Como explica Ana Belén Benito Sánchez, las facciones partidarias se unen no por ideología sino por oportunismo electoral: “Entre jefes y dirigentes medios prima la lealtad instrumental típica de las relaciones patrón-cliente, en la que se intercambian bienes particularizados y selectivos a cambio de apoyo. Las bicefalias carismáticas y lealtades instrumentales dominan las relaciones de conflicto entre compañeros de partido. La legitimidad clientelar del sistema político dominicano se reproduce dentro de las fuerzas partidistas y los políticos enfrentan las mismas decisiones estratégicas que los electores”. En estas décadas, el PLD ha sido capaz de ir vaciando el campo opositor e ir atrayendo a partidos que en su día fueron sus principales rivales. El PRSC y el PRD acabaron en 2016 yendo en coalición con Danilo Medina para no desaparecer del escenario político ante el ascenso de una fuerza recién nacida como el PRM.

(3.3) Una coyuntura favorable

Fernández y Medina han liderado administraciones modernizadoras, favorecidas por la buena coyuntura económica internacional, que ellos han sabido gestionar. Finalmente, Medina, como antes Fernández, se ha convertido en el garante del progreso, desarrollo y modernización. De hecho, la República Dominicana lleva varios años creciendo por encima del 4%, gracias al fuerte impulso de los bajos precios del petróleo, la recuperación de EEUU y la demanda interna. En plena pandemia, será el único país de América Latina que no va a decrecer (rondará el 0%). De este modo, el país se ha consolidado como una de las economías regionales más dinámicas, incluso desde 2013, cuando el continente ha registrado crecimientos negativos o muy bajos. Este crecimiento ha permitido la expansión de una clase media, en su mayor parte vulnerable, hasta rondar el 30%, mientras la pobreza ha caído, según la CEPAL del 40% al 25%. Sin embargo, la mayoría de la población (44%) está en la vulnerabilidad y en la informalidad (54,8%).

Los tres pilares que sostenían la hegemonía del PLD se derrumbaron el último año. Todo empezó con los deseos continuistas de Medina, que rompieron al partido. A lo largo de 2019 el presidente se mostró muy reservado y ambiguo sobre su deseo de optar a la reelección y si bien no desvelaba el misterio, sus seguidores y aliados se movilizaban para conseguir que el Congreso aprobara una reforma constitucional que permitía una nueva candidatura. La mayor resistencia a esta posibilidad no partió de la oposición sino de dentro del partido oficialista. La encabezó Fernández, quien en mayo de 2019 reiteró su rechazo a una reforma constitucional que permitiera a Medina optar a un tercer mandato consecutivo.

A comienzos de agosto Fernández movilizó a sus partidarios y encabezó un multitudinario acto en el Estadio Olímpico de Santo Domingo para impedir “reformar una Constitución cada cuatro años con el único propósito de permitir la reelección del presidente de la República. No lo puedo apoyar”. Fernández consiguió su objetivo de bloquear las aspiraciones de Medina, quien renunció a la reforma constitucional, aunque denunció las “campañas de descrédito [para] minar el apoyo popular” a su gobierno. Esa pugna derrumbó el primer pilar del edificio peledista: dejó herida de muerte la posibilidad de reconstruir un liderazgo unificado dentro del partido. Los dos grandes caudillos habían tensado tanto la cuerda y la pugna que ya no eran capaces de reunificar fuerzas tras un único liderazgo y rediseñar el equilibrio interno con los tradicionales pactos y transacciones.

A la quiebra del liderazgo se unió la fractura del PLD en octubre de 2019. Fernández, presidente del partido, abandonó la organización junto a miles de seguidores que denun­ciaron fraude en la convención interna para elegir candidato presidencial. Entonces, el presidente Medina logró la victoria de su candidato, su exministro de Obras Públicas y Comunicaciones Gonzalo Castillo, frente al propio Fernández. La aspiración de volver a ser candidato por su partido desapareció y el control que tenía Medina del aparato permitió el triunfo de un danilista como Castillo, quien no ocultó sus raíces: “Soy el garante de la continuidad de los logros del presidente Medina”. Desde entonces Fernández trabajó por crear su propia alternativa: la Fuerza del Pueblo, nacida sobre la base de una pequeña organización, el PTD.

El resultado más inmediato de esta situación, con el liderazgo debilitado y el partido desunido, fue la derrota del oficialismo en los comicios municipales de marzo de 2020. En ellas, el oficialismo perdió en el Distrito Nacional y en la mayoría de las principales ciudades del país, que cayeron en manos del PRM. Carolina Mejía (PRM) acabó con 14 años de dominio peledista en Santo Domingo y se convirtió en la primera alcaldesa de la capital. Fue una importante victoria local ya que el PRM conquistó la capital con más del 57% de los votos, frente al 31,34% del PLD. Y fue un triunfo a escala nacional porque el PRM obtuvo 1.727.553 votos (el 40,76%, 16 puntos más que en 2016) y se hizo con 81 alcaldías (frente a 30 en 2016) mientras que el PLD (1.426.398 votos y el 33,66%) alcanzó 65 alcaldías (10 menos).Figura 3. Comparativa de las elecciones municipales, 2016 y 2020

AñoResultados
2016PLD 35,7%
PRM 24,48%
PRD 7,84%
PRSC 12,17%
2020PRM 40,76%
PLD 33,66%
PRSC 3,73%
La Fuerza del Pueblo 3,42%

Fuente: elaboración propia.

La decadencia del PLD no ha pasado inadvertida para la red de caudillos locales en los que se apoyan los liderazgos nacionales. Son caudillos regionales que encabezan minúsculas organizaciones que históricamente han apoyado al PLD o al PRD, y que en las elecciones manejan un volumen de votos pequeño pero decisivo, capaz de inclinar la balanza hacia el candidato que respaldan. En 2004, con Fernández como candidato, el PLD tuvo 49,02% votos y evitó el balotaje gracias al voto de sus aliados con los que alcanzó el 57,11%. En 2008, sin las alianzas, Fernández obtuvo sólo el 44,94% de los votos. Con el sufragio de los partidos “pequeños”, ganó con el 53,83%. En 2012 el PLD fue votado solamente por el 37,73%. Los aliados aportaron al triunfo de Medina un 13,46% más. Sólo en 2016 el PLD superó por sí mismo el 50%.

No contar con el respaldo de esos caciques puede tener consecuencias muy graves, como disputar una segunda vuelta o perder apoyos. Así, un “zorro de la vieja política”, el senador Amable Aristy Castro, un caudillo local, con fino olfato para ver por dónde sopla el viento, anunció en mayo que abandonaba al PLD para unirse a la candidatura de Abinader. El ‘Cacique higueyano’ (de la provincia de Higüey), que lidera el pequeño pero decisivo PLR, renunció oficialmente a su candidatura y a los acuerdos con el PLD.

(4) Un nuevo ejemplo de voto de castigo al oficialismo

Desde una perspectiva latinoamericana las elecciones dominicanas pueden ser contempladas como un nuevo capítulo de un fenómeno regional. Si el PLD fuera derrotado sería una nueva muestra de una tendencia político-electoral presente desde 2015, y con mayor fuerza desde 2017. La mayoría de los comicios se convierte en un voto de castigo al oficialismo, con victorias de candidatos opositores, bien partidos históricos, bien fuerzas emergentes. En el caso dominicano, el voto de castigo podría imponerse incluso a un aparato con tradición, experiencia y recursos.

Aquí se podría repetir lo de México, donde una nueva formación (MORENA, creada en 2014) desplazó a las tres que dominaban el tablero político desde los años 90. En Colombia ganó el uribismo y, en Brasil, las formaciones dominantes desde 1995 (Partido de los Trabajadores –PT– y Partido de la Social Democracia Brasileña –PSDB–) fueron superadas por el Partido Social Liberal (PSL), liderado por un candidato proveniente de la periferia del sistema político, Jair Bolsonaro. En las dos elecciones de la primera mitad de 2019 se prolongó el voto de castigo: vencieron fuerzas opositoras, alguna con raíces históricas (Laurentino Cortizo, del Partido Revolucionario Democrático –PRD–, en Panamá) o sin una larga tradición, como la Gran Alianza por la Unidad Nacional (GANA), de Nayib Bukele en El Salvador. En la segunda mitad de 2019 la oposición triunfó en las elecciones presidenciales de Guatemala (Alejandro Giammattei), en Argentina con el regreso del kirchnerismo y en Uruguay, acabando 15 años de hegemonía del Frente Amplio.

Durante el período 2017-2019 el electorado ha votado más contra los gobiernos que por determinadas opciones ideológicas. En las 14 elecciones celebradas entre 2017 y 2019 hubo cinco triunfos oficialistas y nueve victorias opositoras: Chile, Colombia, México, Brasil, El Salvador, Panamá, Guatemala, Argentina y Uruguay. No hubo un color uniforme, pues los triunfadores fueron las diferentes izquierdas (México, Panamá y Argentina) y las disímiles derechas (Chile, Brasil, Colombia, El Salvador, Guatemala y Uruguay). En los últimos nueve comicios –entre junio de 2018 y noviembre de 2019– hubo ocho triunfos opositores (la única victoria oficialista fue en las elecciones anuladas de Bolivia) y los gobiernos fueron duramente castigados (en El Salvador, el FMLN pasó de ganar en 2014 a ser el tercero; en Panamá terminó cuarto con el 10% del voto; y en México, el PRI quedó a 30 puntos del vencedor) o no lograron acceder a la segunda vuelta (Colombia y Guatemala).Figura 4. Triunfos opositores en América Latina, 2017-2019

PaísAñoCandidato victorioso
Chile2017Sebastián Piñera
Colombia2018Iván Duque
México2018A.M. López Obrador
Brasil2018Jair Bolsonaro
El Salvador2019Nayib Bukele
Panamá2019Laurentino Cortizo
Guatemala2019Alejandro Giammattei
Argenitna2019Alberto Fernández
Ururguay2019Luis Lacalle Pou

Fuente: elaboración propia.

Luis Abinader y su PRM (creado en 2014) se sitúa en esta línea de nuevas fuerzas emergentes, críticas con las hegemonías tradicionales. Eso no le impide apelar al cambio que dice representar: “Por demasiado tiempo en República Dominicana hemos tenido dos países, un país para unos pocos y otro país para la mayoría de los ciudadanos”. En este esquema, tanto Fernández como Castillo encarnan a la elite política que ha gobernado el país desde los años 90, pactando en muchos casos con la anterior clase política.

Se busca canalizar el hartazgo de la población respecto a una administración signada por la corrupción (Odebrecht), tras 16 años de gobiernos peledistas y ocho de Medina. Este buscaría alargar su influencia a través de Castillo. Contra esto, Abinader articula un mensaje transversal: “De este lado están los que creen que no hay diferencias entre el gobierno y sus intereses personales, los que han pisoteado la democracia y la institucionalidad de la República y quieren continuar como un partido único. Mientras, del otro lado está la esperanza y el cambio a ese modelo de corrupción”. Y se dirige a grupos concretos, desde los sectores femeninos (“Mujer, no es que mereces el cambio, tú eres el cambio”) a los negros (“es hora de levantar un país con igualdad de oportunidades para todos”), sin despertar temor en el sector empresarial.

Conclusiones

Estos comicios serán unas elecciones de fin de época, más allá de si pierde el PLD y terminan 16 años de hegemonía política. Lo son porque, por primera vez desde 2004, no estarán en el palacio presidencial ni Fernández (si no pasa a la segunda vuelta) ni Medina. Y también habrá muerto definitivamente el viejo sistema bipartidista (PLD vs PRD) imperfecto –con un tercer invitado, el PRSC–. Ese modelo va a ser sustituido por otro bipartidismo (PLD vs PRM) también imperfecto, con otro actor en juego (la Fuerza del Pueblo), cuya capacidad de supervivencia dependerá de la vida política que tenga Fernández. La victoria del PRM pondría fin a un período histórico (1996-2020). En los años 90 acabó el tiempo de los caudillos históricos, con la muerte de Peña Gómez y Bosch y el eclipse de Joaquín Balaguer, y en 2020 puede terminar el tiempo de Fernández y Medina como caudillos dominantes.

Las elecciones dominicanas van a mostrar una imagen repetida en las últimas citas regionales: un partido nuevo (el PRM aspira a repetir la historia de MORENA en México o del uribismo en Colombia) desplaza a partidos opositores históricos (el PRD en el caso dominicano y mexicano), plantea un reto a las fuerzas hegemónicas (el PRI y el PAN mexicanos o el Frente Farabundo Martí –FMLN– y la Alianza Republicana Nacionalista –ARENA– en El Salvador) y sitúa a un candidato emergente (no nuevo, ni outsider) y crítico con el establishment a las puertas del poder (como Bukele en El Salvador).

Estos comicios, celebrados en plena pandemia, no sólo van a estar marcados por el COVID-19 sino que el futuro gobierno va a ver su agenda alterada por el reto que esto supone para sectores como el turismo, tan importantes para República Dominicana. Un gobierno que, además, tendrá que responder a las demandas de los sectores ascendentes, urbanos, que de forma clara parecen optar por el cambio y por dejar atrás el período 1996-2020.

Carlos Malamud
Investigador principal, Real instituto Elcano
 | @CarlosMalamud

Rogelio Núñez Investigador senior asociado del Real Instituto Elcano y profesor colaborador del IELAT, Universidad de Alcalá de Henares | @RNCASTELLANO

Protestas en Santo Domingo (República Dominicana) por la suspensión de las elecciones municipales de febrero de 2020 por problemas con el voto automatizado. Foto: Carlo Loaces (carlosinlas) (Wikimedia Commons / CC BY-SA 4.0)