El “insuperable” desencuentro entre China y Japón

El “insuperable” desencuentro entre China y Japón

Tema: Las multitudinarias protestas antijaponesas en China durante las últimas semanas de abril se han ido diluyendo, aunque han marcado el momento más bajo de las relaciones bilaterales desde su reanudación en 1972. Las quejas por el recuerdo de las atrocidades durante la Segunda Guerra Mundial nunca han sido ajenas a los vínculos sino-japoneses, pero ahora encierran un evidente conflicto de poder. Los contenciosos son obvios y enfrentan a la segunda y tercera economías del mundo, crecientemente relacionadas, pero cuyas capitales tienen unas aspiraciones estratégicas contrapuestas y unos escenarios políticos internos distintos y distantes.

Resumen: Este análisis se propone, en primer lugar, revisar la percepción china de la visión histórica japonesa y analizar por qué ha sido tan destacada en las últimas semanas. Segundo, resalta los contenciosos de fondo que son pilares clásicos del poder y relaciona la dinámica de los desencuentros previos y de los últimos meses que llevan a la situación actual. Y, tercero, ahonda en algunos probables enfoques que podrían estar adoptando Pekín y Tokio, tanto a nivel interno como externo, respectivamente.

Análisis

De la oportunidad de los temas históricos
La decisión adoptada el pasado 14 de mayo por el Parlamento japonés de declarar el día del natalicio del desaparecido emperador Hirohito como fiesta nacional y “día de la Showa” (era que cubre entre 1926 y 1989 y que incluye la agresión japonesa en Asia y el resurgimiento económico de posguerra) se ha sumado al gran escándalo que han causado en Asia Oriental unos nuevos libros de texto escolares aprobados el 5 de abril por el Ministerio de Educación japonés. Esos libros de texto omiten o recubren los aspectos más horribles de la invasión japonesa. Y son los que han originado unas gigantescas protestas que han llevado a las más altas autoridades chinas a decir que las relaciones han alcanzado el punto más bajo desde su reanudación en 1972.

Se trata de manuales editados por la editorial nacionalista Fusosha y que, según fuentes independientes, presentan las guerras de agresión en el continente chino como parte de un conflicto para liberar a Asia de la dominación occidental. Sin embargo, esos manuales no serán utilizados por más de un 1% de los escolares en Japón. Pekín, en cambio, adujo que le constaba que este año la cuota de mercado de Fusosha alcanzará al 10% de textos escolares disponibles en el mercado nipón. Sea como sea, la rabia estalló en decenas de ciudades chinas, donde millones de personas se manifestaron de alguna forma y miles apedrearon y pintaron la embajada y los consulados de Tokio, amén de cientos de tiendas que venden productos nipones. Los manifestantes mostraban pancartas que anunciaban el “boicot de productos japoneses” (dizhi rihuo) y “abajo con el militarismo japonés” (dadao riben junguo zhuyi), eslóganes escritos que se entienden al otro lado del Mar Amarillo. Una página web llegó a canalizar 20 millones de firmas oponiéndose a la pretensión de Tokio de convertirse en miembro permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.

China discrepa de la terminología eufemística, de las actitudes y de la sinceridad de las disculpas por el pasado japonés. Porque disculpas ha habido. Por lo menos 17 en los últimos 30 años, según fuentes japonesas, y poco resaltadas por los medios chinos, aunque mucho más las actitudes ambivalentes de las autoridades niponas. Entre éstas destacan las visitas de los líderes japoneses al sepulcro de Yasukuni, en Tokio, donde yacen los restos de todos los combatientes de las guerras que ha librado Japón desde 1853, incluidos criminales de guerra caídos durante la larga Segunda Guerra Mundial. Es una tradición que se retrotrae a mediados de la década de los ochenta, discontinuada a veces por las protestas de los países asiáticos invadidos, pero que con Koizumi, transformado en uno de los primeros ministros más longevos de la posguerra, se ha realizado y reafirmado varias veces, tanto por él mismo como por sus ministros y otras relevantes figuras políticas.

Ese ritual recuerda a los chinos las agresiones de la guerra, y muy particularmente la masacre de Nanjing, entre diciembre de 1937 y marzo de 1938, en la que fueron asesinados cerca de 300.000 chinos, y el abuso sexual de centenares de miles de mujeres por las tropas invasoras hasta concluir el conflicto. Por supuesto, el pasado aún lo siguen reflejando los testimonios de supervivientes y las huellas materiales. En su Libro Blanco sobre Defensa, publicado en diciembre, Pekín alega que hay una significativa cantidad de armas químicas abandonadas por los antiguos ocupantes en Manchuria, en el Noreste, y cita el memorando bilateral sobre Destrucción de Armas Químicas Abandonadas que considera pendiente de ejecución. El 19 de abril, en medio de las protestas callejeras, el Tribunal Supremo de Tokio denegó las compensaciones y excusas demandadas por víctimas y familiares de la masacre de Nanjing y también las solicitadas en nombre de quienes fueron utilizados como cobayas humanas en la unidad 731 destinada a la guerra bacteriológica en Manchuria. La causa ya había sido rechazada en 1999.

Las masas ciudadanas que protestan no son las ideologizadas de antaño ni los activistas pro democráticos de hace dos décadas. La gigantesca masa puede ser polivalente y estar formada por consumidores de productos japoneses y por el colectivo real y potencial de obreros y técnicos calificados chinos que constituyen la fuerza laboral que manufactura los apreciados artículos japoneses. Y más que nunca en estos años, gracias a un yen apreciado en relación con el yuan chino, factor de incremento de la producción para la exportación desde China.

Y, por cierto, el volumen comercial es de los más importantes del mundo porque sobrepasa los 160.000 millones de dólares. Para China, Japón se sitúa detrás de la UE y EEUU como socio comercial. Para Japón, China es su socio principal. Lo sorprendente es que unas relaciones tan complejas carezcan hoy de puentes de entendimiento al más alto nivel político. Aparte de los periódicos encuentros internacionales multilaterales, se comprueba que Koizumi no visita China desde 2001 y que Hu Jintao no ha visitado Japón desde que asumió el liderato máximo, hace ya tres años.

Temas concatenados de fondo
Con un ambiente favorable en medio de las protestas que se prolongaron durante más de tres semanas, el primer ministro chino, Wen Jiabao, enunció de visita en la India una fórmula pertinente para su política exterior: que “sólo reconociendo la historia, Japón puede jugar un papel en la comunidad internacional” y que sin hacerlo no merece un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Pekín no está preparada para perder su monopolio como único miembro de Asia Oriental en la elite de Naciones Unidas. Por otro lado, la incorporación de Japón no es decisiva, aunque posee una dimensión práctica en la medida en que refuerza la unidad de propósito del segundo mayor contribuyente del organismo, ganando un derecho específico de decidir mejor cómo utilizar los fondos. Acabaría así con el desfase que proyecta de gigante económico y enano político. Con todo, es más importante su pertenencia al G-8.

Otro tema es el de la soberanía ligada a la energía y su delimitación marítima en áreas del Mar del Este de China que ambos países consideran sus respectivas zonas económicas exclusivas y en las que se sitúan las disputadas islas que los chinos llaman las Diaoyutai, y los japoneses las Senkaku. En los últimos años Tokio había protestado por la concesión de derechos de explotación de hidrocarburos en esa zona por parte de Pekín. Pero a mediados de abril, coincidiendo con las protestas por los textos escolares, la administración de Koizumi ha anunciado que concederá los suyos. Como resultado de la excesiva dependencia de las dos economías respecto del Golfo Pérsico y, paradójicamente, del crecimiento de las relaciones mutuas, los dos países necesitan más que nunca fuentes cercanas de energía.

En octubre pasado, una reunión bilateral encaminada a superar el conflicto quedó inconclusa y superada por una escalada de enfrentamientos desencadenada a las pocas semanas. El ministro de Defensa nipón publicó un documento que citaba las disputas sobre recursos naturales y territorio con China, así como un amplio conflicto con Taiwan, como casus belli para Tokio. La respuesta no se dejó esperar y, a los pocos días, un submarino chino se internó por pocas horas en el mar territorial de Japón, 120 kilómetros al sur de las históricas islas en disputa. La incursión llevó al archipiélago a activar su alerta marítima en grado máximo como no lo hacía desde 1999. A lo largo de los dos últimos años se habían producido otros incidentes, pero sólo habían involucrado a barcos pesqueros y a activistas del continente.

Y aquí resalta la cuestión de la defensa. Es conjuntamente con Washington como Tokio puede alterar el orden defensivo, a ojos chinos. El documento aprobado por el gabinete japonés con las líneas maestras de la política de defensa, el pasado diciembre, permite relajar la exportación de armas y así vender a EEUU componentes de misiles defensivos para generar un sistema integrado mayor, inviable hoy, pero que, de concretarse en el futuro, haría que China se viera inerme ante la alianza EEUU-Japón. La nueva doctrina tuvo una ácida respuesta, a la que siguió la publicación por parte china de su Libro Blanco sobre defensa.

En cuanto al documento japonés, a diferencia del previo de 1995, que no aludía a países, se menciona a China y a Corea del Norte como las principales amenazas y se resalta que Pekín acomete una importante modernización de sus fuerzas nucleares y aeronavales y que acomete la expansión de su área de operaciones marítimas. Y da como ejemplo la reciente intromisión del submarino chino.

El otro tema importante es el de la ayuda económica. En marzo de este año Tokio anunció que en razón del extraordinario crecimiento chino y puesto que la administración de Hu Jintao ya se da el lujo, a su vez, de prestar a otros países, volvería a reducir los préstamos que le concede a bajo interés por tercer año consecutivo para detenerlos totalmente en 2008. Las protestas en China a propósito de los textos de historia se desencadenaron pocos días después de esta decisión. China juzga el mantenimiento de esos préstamos, que sin duda han ayudado a las modernizaciones emprendidas en 1978, como una compensación por la ocupación japonesa, tal y como hace saber a su opinión pública, mientras que Tokio los entiende como préstamos y no como reparaciones de guerra, un asunto que entiende aclarado en la declaración conjunta que llevó al restablecimiento de relaciones en 1972.

La dimensión económica ha surgido de manera descarnada, casi como un chantaje. Efectivamente, en las navidades del año pasado, el Diario del Pueblo llamaba la atención sobre los competidores de Japón en el país y la creciente dependencia nipona del mercado chino. Resaltaba el “pecado original” que provenía de una historia no resuelta y por lo mismo del enrarecido ambiente que enfrentaban las empresas del archipiélago. Pese a los esfuerzos de buena voluntad, decía el órgano gubernamental, se requería un acuerdo político, y alertaba a Sony, Panasonic y Toyota de no ser atractivas para los jóvenes talentos chinos calificados y prestos a trabajar más bien con empresas estadounidenses y europeas. Asimismo, alertaba de la competitividad coreana, cuyas inversiones estaban desplazando a las japonesas.

De la dimensión interna a la asiática
A nivel interno la complicidad Estado-pueblo ha salido reforzada por las protestas de las últimas semanas. Es un escenario que conviene a Pekín y que resalta la dimensión sinocéntrica y virtuosa en la que se superponen principios representados por un Partido que está “para servir al pueblo” (wei renmin fuwu) y que se presenta como moderno y abierto a unas demandas de justicia que, al fin al cabo, entre espontáneas y alentadas, son como una votación multitudinaria. En vez de ideología hay elementos aglutinantes de tipo económico en los entornos urbanos. Bien gestionados, los sentimientos nacionalistas de reafirmación frente a Japón o EEUU podrían ser otro pilar de fortalecimiento estatal.

Al fin y al cabo Hong Kong ha acabado por sumarse a las protestas. Aunque entre sus voces surgieron algunas pidiendo una reevaluación oficial de los acontecimientos de Tiananmen en 1989. Es un toque de atención. El Gobierno ha seguido la pista de las manifestaciones y si en las primeras semanas dejó hacer (y las más altas autoridades han citado su legítimo derecho a expresarse), en una segunda fase ha sugerido moderación y ha cerrado páginas contestatarias en Internet. No en vano las protestas, originalmente compartidas con el poder (como lutos oficiales e incluso sentimientos antijaponeses difusos), acabaron por dirigirse en el pasado contra las mismas autoridades.

Con todo, el cálculo de política exterior de hoy es similar al posterior a la represión del movimiento de Tiananmen, a saber: la dimensión del mercado tiene un poder de arrastre ineluctable que hace regresar a las transnacionales y a Estados con los que Pekín haya podido colisionar. Esta vez Pekín parece apostar, aunque sólo como factor de presión, a que fuera de China los intereses japoneses no tienen adónde ir.

Para contribuir a la distensión, el ministro de Exteriores nipón, Nobotaka Machimura, ha ofrecido a su contraparte, Li Zhaoxing, crear una comisión bilateral de historiadores. Pero incluso si llegasen a coincidir en varios temas, y contando con la inevitable extinción de la generación de la guerra, quedan los medios de comunicación como propagadores de percepciones. En efecto, en 2003 una orgía en la que participaron 400 turistas japoneses con 500 prostitutas chinas en Zhuhai (provincia de Guangdong), se convirtió en un tema incendiario de orgullo nacional. Uno de los motivos de reprobación oficial y ciudadana fue que el incidente se había producido dos días antes del 72 aniversario de la ocupación japonesa del noreste del país, en 1931, y que había una evidente mala fe de los turistas. También, en los últimos años, se han constatado desaciertos de alguna imagen corporativa japonesa, que recalientan el ambiente y llevan a llamamientos a boicotear productos japoneses, iniciativas que no se han sostenido en el tiempo.

Desde la perspectiva política externa, el Gaimusho, el ministerio de Exteriores japonés, se admira de la maniobrabilidad de gran potencia que ha adquirido China y de su capacidad operativa y envolvente para forjar nuevas alianzas y acaso esferas de influencia en varios flancos. Pekín ha reforzado su relación con la ex URSS con la Organización de Cooperación de Shanghai, encabeza una iniciativa mediadora en la península coreana y mantiene un floreciente comercio con Seúl, a lo que se suman sus acuerdos de seguridad y comerciales con la ASEAN y el acercamiento con la UE, relación compleja que Bruselas ha definido como una asociación estratégica. E incluso con América Latina, tradicional zona de inversiones y ayudas japonesas, donde Hu Jintao ha realizado una gira triunfal sin precedentes. Y aunque el gobierno chino no está dispuesto a perder el monopolio de ser el único miembro permanente de Asia Oriental en el Consejo de Seguridad, sí está preparado para perderlo en Asia meridional a favor de India, una alternativa que era la menos prevista hace sólo un lustro.

La Cumbre Asia-África, celebrada en Indonesia entre el 22 y 24 de abril para conmemorar el 50 aniversario de la Conferencia de Bandung, fue aprovechada por Koizumi para declarar que su país “durante su dominio colonial había causado un daño y un sufrimiento tremendos a los pueblos de muchos países, particularmente a las naciones asiáticas”. Pero en esos mismos momentos, miembros de su partido visitaban el sepulcro de Yasukuni, causante de la ira en Asia. Con todo, a medida que uno se aleja hacia el Sur de Asia, la ira disminuye o desaparece. Y así Tokio está en posición de anunciar que los préstamos que paulatinamente va reduciendo a China pasarán a incrementar su ayuda a Indonesia e India, dos países que las empresas niponas empiezan a revalorizar como alternativa adicional.

Sin embargo, más que un desplazamiento en toda regla hacia el Sur (a todas luces una exageración porque implicaría arreglos estratégicos añadidos), cabe esperar que el conflicto por la historia continuará, al igual que el extraordinario intercambio comercial. Desde una perspectiva racional, el contencioso por la energía bajo el mar es un esfuerzo que debiera ser compartido, por la imbricación económica. Por otro lado, los temas de defensa en sí son una trampa que ambos gobiernos deberían evitar.

Conclusiones: El pasado que a China repugna le sirve instrumentalmente, y Japón se encarga de mantenerlo e incluso reavivarlo porque en el imaginario colectivo parece haber una necesidad de autoafirmación que retrotrae a la era previa, que incluye la brillante posguerra, y con la que se identifican parte de la clase política y el electorado. Pero esto emite señalas confusas a una China sin electores a nivel nacional y con una sociedad civil en ciernes. Por de pronto el calendario bilateral ya apunta al 27 de abril de 2006, fecha del recientemente instituido día recordatorio de la era Showa.

Detrás de la pugna estamos asistiendo a la sustitución o adelantamiento de un poder por otro, que se da en parte debido a la inusual complementariedad económica. Por otro lado, el país que asciende, por sus descomunales dimensiones, puede sobrepasar al otro en indicadores de poder siendo aún claramente un país tercermundista. Pero Tokio no quedará desplazado y ya evalúa otras opciones con EEUU, Rusia, India y la ASEAN. Su alta tecnología y su diplomacia del talonario no han desaparecido.

Quedan abiertas preguntas como si Pekín mantiene como hipótesis que un sentimiento antijaponés, de vez en cuando, contribuya como válvula de expresión distractora sin alentar movimientos contraproducentes. La otra es si Japón tiene adónde ir fuera del mercado y centro de manufacturas que es China. En parte sí, pero la tarea sería tan enrevesada que Tokio optará, probablemente, por quedarse en gran medida donde está por algunas décadas. Especialmente si es consciente de la Historia con mayúsculas.

Augusto Soto
Profesor del Centro de Estudios Internacionales e Interculturales de la Universidad Autónoma de Barcelona y colaborador del Real Instituto Elcano