2020: el año en el que Vladimir Putin vive peligrosamente

Matroskas rusas con mascarillas. Foto: Evgeni Tcherkasski (@evgenit)

Tema

¿Cuáles son las consecuencias económicas y políticas de la crisis del COVID-19 en Rusia y en lo que se refiere al poder de Vladimir Putin?

Resumen

El Kremlin había hecho varios planes para el año 2020 a fin de reafirmar el putinismo como sistema político de Rusia y garantizar a Vladimir Putin mantenerse en el poder hasta 2036. Sin embargo, la combinación de la caída de los precios del petróleo y del gas, que actualmente representan el 39% del PIB de Rusia, y la crisis del COVID-19 plantean la cuestión de si el poder del presidente ruso puede erosionarse gravemente. En 2020 Putin se enfrenta a una crisis multifacética que puede acabar deteriorando su autoridad y la base misma que sustenta su gobierno, el acuerdo tácito entre el Kremlin y la sociedad rusa: que el putinismo ofrezca seguridad y estabilidad económica a los votantes a cambio de restricciones a las libertades políticas.

Por ahora, la crisis del COVID-19 no ha producido cambios significativos en la política interior y exterior rusa, pero está claro que 2020 será un reto a la extraordinaria habilidad de Vladimir Putin para mantenerse en el poder.

Análisis

Introducción

El pasado 7 de mayo se cumplió el 20º aniversario del ascenso de Putin al poder. En un análisis publicado en febrero de 2018, titulado “Putinismo, sistema político de Rusia”, expliqué las principales características del poder personalizado de Vladimir Putin en Rusia desde el año 2000. Los 18 años del putinismo se dividen en dos etapas, atendiendo a la imagen que el presidente ruso ha querido dar de su mandato. Entre 2000 y 2013, hasta el conflicto de Ucrania y la anexión de Crimea en 2014, la imagen de Putin fue la de salvador de Rusia y del pueblo ruso, librándolos de sus fuerzas destructivas internas y externas, de la corrupción y la influencia de los oligarcas en los asuntos del Estado, de los movimientos independentistas musulmanes del Norte del Cáucaso y de la influencia de Occidente. En esta fase existía un tácito acuerdo entre los rusos y sus gobernantes que consistía en que, a cambio de una relativa estabilidad económica, se recortarían las libertades políticas. El punto final de la primera fase del putinismo se sitúa en diciembre de 2011, el mes de las manifestaciones en las grandes ciudades de Rusia contra el supuesto fraude electoral en las elecciones legislativas. La reacción de la Duma consistió en la aprobación de varias leyes cuyo fin era dotar de un soporte legal a un régimen cada vez más autoritario, legalizar la represión política y frustrar cualquier intento de la oposición de competir políticamente con Putin.

Sin embargo, desde 2014, dado el empeoramiento de la situación económica en Rusia a causa de la bajada del precio del petróleo y de las sanciones económicas, Vladimir Putin tenía que reinventarse. La suerte de Rusia y la posición de Putin empezaron a empeorar con la crisis financiera mundial de 2008/2009. La economía rusa nunca se ha recuperado del todo del impacto de esta crisis. La disminución de las tasas de crecimiento –del 4,5% en 2010 al 1,8% en 2013–culminó en el estancamiento de finales de la década (el 1,3% en 2019), antes de la pandemia.

Con el conflicto de Ucrania y la intervención militar en Siria en 2015, el presidente ruso se asignó el papel de “guerrero”, de líder que se proponía recuperar el prestigio internacional de Rusia y que apelaba al sentimiento patriótico y al orgullo nacional por la pasada grandeza. En el período de 2000 a 2013, entre un 55% y un 63% de la población rusa aprobaba la gestión del presidente. Desde la anexión de Crimea en 2014, Putin ha gozado de una popularidad hasta entonces inédita: le apoyaba entre el 81% y el 83% de la población. El punto de inflexión de la segunda fase del putinismo se sitúa en el verano de 2018, a pesar de que Putin había ganado sólo unos meses antes su cuarto mandato presidencial para seis años, cuando la Duma adoptó unas reformas de pensiones ampliamente impopulares que elevaron la edad de jubilación. La popularidad del presidente ruso cayó de nuevo hasta alrededor del 60% (un nivel del que no goza ningún líder político en Occidente, pero que para un autócrata supone un índice bajo). La población rusa empezó cansarse del debate geopolítico y del gasto estatal para la recuperación del estatuto de gran potencia, que suponía inversiones económicas en los conflictos armados y promesas vacías de mayor gasto en sanidad y educación. Era el momento de crear un nuevo papel. En esto Putin es muy “lampedusiano”: su estrategia consiste en ver qué hay que cambiar para que todo siga igual, esto es, conservar su poder personal y mantener el sistema político del putinismo.

Desde enero de 2020 Vladimir Putin preparaba el terreno para mantenerse en el poder hasta 2036, anunciando una nueva y tercera fase del putinismo, en la que él ejercería la autoridad suprema, papel que se habría ganado por acumular experiencia y por haber tenido éxito como salvador y guerrero. Para garantizarle el poder hasta sus 84 años, el plan comprendía cuatro fases: la primera comenzó el 15 de enero, cuando el presidente ruso se dirigió a los miembros de la Asamblea Federal de Rusia anunciando, en su tradicional discurso acerca del Estado de la Nación, cambios importantes en la Constitución de 1993, la dimisión al completo del gobierno de Dmitri Medvedev y el nombramiento exprés de Mijaíl Mishustin, para sustituir a este último.

La segunda empezó el 10 de marzo, cuando la Duma votó a favor de superar los límites constitucionales del mandato presidencial, facilitando así a Putin mantenerse en el poder hasta 2036 para “promover la estabilidad de Rusia”. Era una oferta que Putin no podía rechazar y respondió aceptándola como autoridad suprema: “El presidente es un garante de la seguridad de nuestro Estado, de su estabilidad interna y de su desarrollo progresivo”.

Las otras dos fases se han pospuesto por la epidemia del COVID-19. La tercera estaba prevista para el 22 de abril, cuando el pueblo ruso debería pronunciarse en un referéndum sobre la propuesta de la Duma. En términos legales, los cambios pueden entrar en vigor sin el referéndum, pero, habiendo ofrecido a la población la oportunidad de expresarse, a Putin le puede resultar políticamente difícil cancelarlo por completo. Sin embargo, se llevaría a cabo más tarde y en un contexto económico muy diferente, lo que podría disuadir a los rusos de votar por 16 años más de putinismo. La cuarta fase comenzaría escenificando el indestructible poder del presidente ruso y su papel en la política internacional. Estaba prevista para el 9 de mayo, en el 75º aniversario de la victoria soviética sobre los nazis, y el vigésimo de la llegada de Putin al poder, con la presencia de este en la Plaza Roja, presidiendo la parada militar en compañía del presidente chino Xi Jingping y del francés Emmanuel Macron.

Hasta ahora, Vladimir Putin ha demostrado una extraordinaria habilidad para reinventarse como un líder autocrático, y ha tenido suerte con los precios altos del petróleo, sobre todo entre 2000 y 2008, pues le ayudaron a diseñar un plan de recuperación económica que casi duplicó el PIB nacional. Veinte años después, la ambición del presidente ruso se ha visto frustrada, por lo que cabe preguntarse si se erosionará aún más su posición como consecuencia de la crisis del COVID-19 y del derrumbe de los precios del petróleo y el gas.

¿Cómo está gestionando el Kremlin la crisis del COVID-19?

El coronavirus llegó a Rusia más tarde que a Europa Occidental (el 20 de febrero Rusia selló su frontera con China) pero desde finales de abril, la pandemia está cobrando fuerza, con 6.000 casos diarios de nuevos contagiados. En la contención del virus, los médicos rusos se han enfrentado a dos problemas principales que socavaban su intento de controlar la pandemia: (1) a las debilidades de un sistema de salud imperfectamente reformado después del colapso de la Unión Soviética; y (2) a una infraestructura de instalaciones médicas de calidad muy desigual (las grandes ciudades como Moscú, el epicentro de la infección, y San Petersburgo, gozan de mejores condiciones sanitarias que las regiones periféricas del país). Sin embargo, su experiencia en el control de la tuberculosis desde el colapso de la Unión Soviética les ha sido muy útil para desarrollar técnicas de contención del COVID-19.

El Kremlin ha delegado la gestión de la crisis en los gobernadores de provincia, pero el Ministerio de Salud coordina las pruebas para detectar los nuevos contagios y el Ministerio de Defensa supervisa la construcción de 16 nuevos hospitales.

Hasta el 30 de abril en Rusia se han realizado más de 3,49 millones de pruebas, lo que representa alrededor de un 2,4% de la población (a modo de comparación, la tasa de pruebas en EEUU es del 1,9%, la de Islandia 13,9% y, en un país tan afectado como Italia, del 3,2%). A finales de marzo el Ministerio de Defensa ruso anunció la construcción de 16 centros médicos multifuncionales en 15 regiones de los distritos militares occidental, meridional, central y oriental. Los centros son actualmente construidos por el contratista general del ejército, la Compañía de Construcción Militar (VSK, en sus siglas en ruso), con un presupuesto asignado de 8.8 billones de rublos (aproximadamente 120 millones de dólares). Las instalaciones provienen de estructuras prefabricadas (por lo tanto, la calidad y los resultados variarán) y las obras se han puesto en marcha entre el 15 de abril y el 15 de mayo, dependiendo de la región.

Rusia es el segundo país con más contagiados del mundo (sólo por detrás de EEUU), aunque llama la atención que el número de muertes sea muy bajo, según las cifras oficiales. Por ejemplo, Moscú, el epicentro del brote de coronavirus de Rusia, presenta una baja tasa de mortalidad en comparación con otras capitales mundiales importantes, con sólo 1,232 muertes de 126,004 infectados hasta el 10 de mayo. Los funcionarios de Salud de Moscú han afirmado que más del 60% de las muertes entre los pacientes con coronavirus de la capital no se incluyen en la cifra oficial de muertos, “porque no está demostrado que murieron por el virus y no por otras patologías previas”.

El impacto económico de la crisis del COVID-19 y la bajada de los precios del petróleo y el gas

El cierre parcial en todo el país para contener la pandemia y la fuerte caída de los precios del petróleo y del gas anuncian una recesión de la economía rusa. Las estimaciones de cómo la combinación de los bajos precios del petróleo y el gas y la crisis del COVID-19 afectarán a la economía rusa varían, pero dos de los pronósticos más pesimistas provienen del Banco Central de Rusia, que estima una caída del PIB del 4%-6% este año, y de Aleksey Kudrin, presidente de la Cámara de Auditoría de Rusia, que pronostica una caída del PIB del 7% al 8%. La previsión de Kudrin es similar al impacto de la crisis financiera mundial, cuando el PIB de Rusia cayó un 7,8% en 2009. El Fondo Monetario Internacional pronostica una disminución del 5,5% en el PIB en 2020 y un crecimiento del 3,5% en 2021.

En 2019 los ingresos por hidrocarburos representaron el 39% del presupuesto federal de Rusia (frente al 46% en 2018). El presupuesto se iguala contando un precio medio de 42 dólares por barril. En el caso de que el precio del barril sea más alto y se produzca un superávit presupuestario, este entra automáticamente en el Fondo Nacional de Bienestar. A finales de marzo de 2020 este Fondo disponía de 157.000 millones de dólares (equivalente a un 11% del PIB de Rusia). Según el ministro de Finanzas Anton Siluanov, con los bajos precios actuales de los hidrocarburos, el fondo duraría hasta 2024.

Para paliar el impacto económico del COVID-19, las decisiones más importantes que ha tomado el Kremlin se refieren a la ayuda a las empresas. El Estado proporcionará alrededor del 3% del PIB en préstamos y asistencia fiscal a las empresas que lo necesiten. Es una medida muy modesta si se compara con Alemania, que pone a disposición de las empresas necesitadas de ayuda alrededor del 60% del PIB (y el Reino Unido alrededor del 21% con la misma finalidad).

El Kremlin ha elaborado una lista de 646 empresas esenciales para la economía del país, por lo que supervisará directamente sus finanzas y les proporcionará apoyo financiero si fuera necesario. La lista incluye no sólo grandes empresas rusas como Gazprom y Rosneft, sino también filiales rusas de empresas como Volkswagen y Renault. Estas pueden obtener desgravaciones fiscales y apoyo directo. La medida es importante porque refleja que el Estado pretende proteger el tejido industrial y empresarial en el caso de empresas del sector público, pero sin olvidarse del privado. Obviamente abre el camino para la arbitrariedad. El Kremlin ayudará más a los empresarios cercanos y afines a su poder. Las pymes pueden obtener una exención fiscal de seis meses, más préstamos o subvenciones para cubrir parte de sus costes salariales. Por ahora no está claro si estos planes se pueden cumplir y si este presupuesto será suficiente para amortiguar los impactos de los bajos precios de los hidrocarburos y la contención del coronavirus.

Conclusiones

Es demasiado pronto para predecir una significativa erosión del putinismo. Los dos factores –el COVID-19 y los bajos precios de los hidrocarburos– influirán por ahora en el (in)cumplimiento de algunas promesas del Kremlin, como, por ejemplo, el mayor gasto social y en educación, y un menor gasto en política exterior, pero, de momento, no representan una amenaza grave para el poder personal de Vladimir Putin.

Para los rusos, la clave para valorar la gestión de Putin de la crisis del COVID-19 será la comparación de su líder con los líderes occidentales. Esta es una de las razones por las que los medios de comunicación oficiales se centran tanto en propagar lo mal que están gestionando EEUU y la UE la pandemia. La manipulación de los números de los muertos por el COVID-19 tiene el mismo objetivo: demostrar que Rusia lo está haciendo mejor que otros. Si Rusia supera la pandemia mucho mejor que los países occidentales (o si el Kremlin les convence de que es así), Putin podrá promocionar su liderazgo en un momento de crisis nacional y fortalecer la tercera fase del putinismo.

Respecto a los bajos precios del petróleo y del gas, Rusia tiene reservas hasta 2024 para soportarlo, y lo más probable es que hasta entonces suban de nuevo. Además, los rusos están acostumbrados a este tipo de crisis, y cabe suponer que ésta, aun en combinación con la pandemia, difícilmente se convertirá en la causa de la caída de Putin.

Las medidas económicas que tome el Kremlin para paliar el impacto de la pandemia se guiarán por la regla de oro que desde 2000 ha condicionado la política económica de Putin: la renuncia a tomar dinero prestado de los organismos internacionales o de otros países, porque la independencia económica es condición de la soberanía nacional.

Durante la pandemia del COVID-19, el Kremlin no ha perdido de vista sus objetivos clave en política exterior –conservar Crimea dentro de las fronteras rusas, mantener su presencia en las zonas de influencia y los conflictos congelados en Georgia y Ucrania, seguir apoyando al régimen de Bashar al-Assad en Siria, continuar con su papel de mediador en los conflictos del Oriente Medio, desafiar a EEUU, la OTAN y la UE a través de las operaciones de influencia política (campañas de desinformación), conservar su “asociación estratégica” con China, seguir apoyando el régimen de Nicolás Maduro en Venezuela y proyectar su poder virtual (su presencia a través de los medios de comunicación y redes sociales) en América Latina. Además, el Kremlin ha intensificado sus campañas de presión en las Naciones Unidas para que se ponga fin a las sanciones a Rusia, Venezuela e Irán, alegando razones “humanitarias” durante la pandemia. Lo más probable es que los recursos económicos disminuyan para la acción exterior, por lo que se puede prever el incremento del uso de instrumentos baratos –las campañas de desinformación– para debilitar a los que el Kremlin considera sus adversarios.

Teniendo en cuenta que los objetivos de la política exterior de Rusia no cambiarán a causa del COVID-19, la UE, EEUU y la OTAN deben mantener con firmeza su política hacia Rusia, prestando una mayor atención a las campañas de desinformación que el Kremlin puede usar eventualmente para camuflar su propia debilidad.

Pero la pandemia también depara a Occidente la oportunidad de cooperar con Rusia en la respuesta al COVID-19, porque sólo una coordinación multilateral permitirá una salida de esta crisis.

Mira Milosevich-Juaristi
Investigadora principal del Real Instituto Elcano y profesora asociada de Russia’s Foreign Policy del Instituto de Empresa (IE University) | @MiraMilosevich1

Matroskas rusas con mascarillas. Foto: Evgeni Tcherkasski (@evgenit)