* Una versión más amplia de este texto aparecerá próximamente en la revista «Historia y Política».
Los inmigrantes marroquíes en España, los Países Bajos y Francia se encuentran en situaciones de desventaja frente a los nativos y a los demás inmigrantes.
Resumen
Este documento de trabajo explora el grado de integración social de los marroquíes emigrados a tres naciones europeas: Francia, los Países Bajos y España. Los inmigrantes marroquíes se encuentran en una situación objetiva de mayor desventaja social y económica no sólo que la población autóctona de Francia, los Países Bajos y España, sino también que el resto de los inmigrantes en esos mismos países. Por otra parte, no parece existir una relación clara entre los diferentes modelos de integración de la inmigración y los resultados de la integración de la inmigración de origen marroquí.
Introducción
Las diferencias que en sus trayectorias y oportunidades vitales tienen los inmigrantes y sus descendientes respecto de los autóctonos en las economías avanzadas han sido objeto de creciente interés para la sociología. Este interés es consecuencia no sólo de la aceleración sin precedentes de los flujos migratorios desde los años 60 hasta la actualidad, sino también de una persistente atención a los fenómenos relacionados con la desigualdad entre inmigrantes y nativos (Chiswick, 1978; Borjas, 1992; Portes y Rumbaut, 1996; Telles y Ortiz, 2008). En esta línea, uno de los objetivos más recurrentes de la sociología de la inmigración ha sido el intento de explicar los diferenciales étnicos en el rendimiento ocupacional (tasas de actividad e incremento salarial, riesgo de desempleo, movilidad ocupacional, etc.) y educativo (rendimiento escolar y transiciones a la educación no obligatoria y, en general, mantenimiento en trayectorias educativas menos prestigiosas) de los inmigrantes. Por desgracia, este empeño no ha engendrado hasta la fecha un consenso ni sobre la magnitud de estos diferenciales –lo que se podría llamar la “desventaja inmigrante”– ni sobre las causas que la producen.
Para algunos autores, los inmigrantes suelen estar en situación de desventaja como consecuencia de la pérdida de capital humano específico del país de origen que impone la migración (Friedberg, 2000).[1] Los mercados de trabajo de destino penalizan estas carencias de los inmigrantes y, en tanto no transcurra algún tiempo desde su migración y consigan neutralizar el shock que supone el desplazamiento y recuperar su capital humano, permanecen en situación de desventaja. El momento de la llegada es, por tanto, un elemento ampliamente reconocido para explicar la evolución de las perspectivas socioeconómicas de los inmigrantes.
Otros sostienen que, incluso aunque hayan residido en su destino el tiempo suficiente, algunos colectivos de inmigrantes permanecen en situación de desventaja durante largos períodos. Este sería el caso de los inmigrantes procedentes de ciertos espacios geográficos (o, más simplemente, de ciertas nacionalidades) si su origen étnico impone alguna desventaja añadida a la que ya de por sí supone la migración. Las explicaciones culturales de la desventaja inmigrante (Harrison, 1992; D’Souza, 1995; Sowell, 1996; Harrison y Huntington, 2000) señalan que algunas culturas suponen un lastre que constriñe las perspectivas de movilidad de los individuos, mientras otras los impulsan en la dirección contraria. Una posible implicación de esta línea argumental es que, a efectos de la integración de los emigrantes en las sociedades de destino, habría culturas más deseables que otras. En esta línea, Thomas Sowell sostenía en un trabajo ya clásico (1981, p. 284) que en EEUU los grupos que en la actualidad se encuentran aquejados de absentismo e impuntualidad y necesitan supervisión constante en el trabajo o en la escuela son típicamente descendientes de gentes que ya exhibían esos mismos hábitos de conducta hace un siglo. Parecidos argumentos se han defendido en Europa (Jelen, 1993, p. 53).
El caso de los inmigrantes venidos de sociedades musulmanas es paradigmático a este respecto (Pérez Díaz, Álvarez-Miranda y Chuliá, 2004). Es una regularidad empírica ampliamente corroborada decir que los inmigrantes procedentes de países de mayoría musulmana tienen sistemáticamente menos éxito social y económico que los nativos (muchas veces incluso de su misma extracción social) y que el inmigrante promedio. Frente a las innumerables explicaciones que podrían encontrarse para este fenómeno, algunos autores, inspirados por la escuela de pensamiento orientalista (Said, 2002), han sostenido que son los “retrógados” hábitos y tradiciones de los inmigrantes africanos (negros y magrebíes) –entre otros, falta de puntualidad y de formación estricta, falta de interés de los padres por la vida escolar de los hijos y peso del género en sus actitudes– los responsables de sus malos resultados educativos. En resumen: este argumento sugiere que el islam retrasa la integración de algunos inmigrantes procedentes de estos países en comparación, por ejemplo, con los que provienen de países en los que predomina la positiva influencia del confucianismo (Jelen, 1993, p. 57, pp. 113-142 y 146-7). Un ejemplo peculiarmente radical de este tipo de argumento se encuentra en Sartori (2001, 2002).
Más allá de las causas, culturales o no, de las dificultades a las que se enfrentan los inmigrantes de origen musulmán en sus sociedades de acogida, este trabajo reflexiona sobre los malos resultados que los inmigrantes marroquíes tienen en tres países europeos –Países Bajos, Francia y España–, que incluyen comunidades relativamente numerosas y que representan formas de gestión pública de la diversidad bien diferenciadas. Esta estrategia empírica es relativamente poco frecuente. Si la cultura y los modos de gestión pública de la diversidad cultural son causas a tener en cuenta en el éxito o fracaso de algún colectivo, deberían persistir diferenciales en los indicadores similares de los inmigrantes que comparten un mismo origen cultural en diversos destinos.
La inmigración marroquí a Europa
Marruecos ha sido uno de los emisores más importantes de inmigración hacia Europa Occidental. El primer destino europeo de los flujos migratorios fue, como no podría ser de otra forma, Francia, pero también Bélgica y los Países Bajos. Sólo recientemente los marroquíes comenzaron a llegar Italia, España y otros países del norte del Mediterráneo. A día de hoy se estima que viven en Europa unos 31 millones de marroquíes o descendientes de marroquíes, algo que explica por qué este país magrebí es el mayor receptor de remesas de toda África (Focus Migration, 2009).
La migración de los magrebíes a Europa fue inaugurada por el flujo argelino hacia Francia a partir de 1830. Francia se estableció desde entonces como la potencia hegemónica en la región, algo que aún a día de hoy sigue siendo cierto no sólo por la existencia de tupidas redes transnacionales establecidas entre magrebíes en origen y destino (de las que también forman parte sus descendientes) sino también por una cierta francofilia entre algunas de las elites dirigentes de estos países, sobre todo en Marruecos y Túnez. La influencia de Francia en Marruecos se plasmó a principios del siglo XX en la creación de un protectorado que abarcaba la zona más próspera del país (siendo el norte y las actuales provincias del sur parte del protectorado español). Que Francia ocupara las capitales históricas del país y sus centros de poder explica lo favorable que tradicionalmente ha sido a ella la elite gobernante marroquí, en especial la Familia Real, y la perpetuación de su influencia por la vía del sistema educativo y su sentido de pertenencia a la francofonía. Así, los gobernantes marroquíes han visto siempre con buenos ojos la existencia de flujos migratorios entre su país y Francia, algo que ha vinculado el desarrollo de Marruecos a Francia y, posteriormente, a la UE.
La migración marroquí hacia Francia se institucionalizó a través de un tratado bilateral firmado en 1963, con el objetivo no explícito de limitar la llegada de argelinos, entre quienes se sospechaba que muchos pasaban directamente a formar parte de la población laboralmente inactiva. Este tratado fue contemporáneo de los firmados con Alemania (1963), Bélgica (1964) y los Países Bajos (1969). El Gráfico 1 refleja la evolución de este flujo que ya era muy considerable antes de 1972 y que a partir de los años 70 se diversifica, incrementándose el número de llegadas a los países del Benelux.
Gráfico 1. Marroquíes en Francia, los Países Bajos y Bélgica y España (1972-2005)
La sintonía entre los inmigrantes marroquíes y las economías europeas en las que encontraban acomodo terminó en los años 70. Los países que durante los años 60 y principios de los 70 habían sido destinos preferentes de los marroquíes en Europa endurecieron sus leyes migratorias tras la crisis del petróleo de 1973. Esto no afectó de forma exclusiva a la inmigración marroquí. La comprobación de que los extranjeros invitados, fuera cual fuese su origen, se resistían a abandonar sus sociedades de acogida, incluso en un contexto de alto desempleo, despertó la alarma de los legisladores, quienes, a partir de ese momento, se marcaron como objetivo de sus políticas migratorias la inmigración cero. Como consecuencia de todo ello, las vías de entrada a Europa se redujeron y la reunificación familiar, el refugio y la irregularidad adquirieron desde entonces una creciente importancia. Para Marruecos, como para otros muchos países emisores de emigrantes, la recesión que afectó a Europa en aquellos años también resultó particularmente dura, lo que explica que muchos marroquíes siguieran percibiendo a Europa como un destino muy apetecible. Esto es algo fácilmente deducible del Gráfico 1, que describe los flujos marroquíes a Francia, Bélgica-Países Bajos y España en los últimos decenios. Los años 70 fueron, sin duda, años duros para Marruecos.
La rigidez en las condiciones de acceso de los marroquíes a sus destinos tradicionales explica la diversificación de los flujos a partir de los años 80. Esto fue más evidente en los años 90, cuando muchos de ellos empezaron a elegir España (y, en menor medida, Italia) como meta de su proceso migratorio, aunque también otros países como Arabia Saudí, Jordania y Libia (Berriane, 2004). Según han sugerido muchos estudios, tanto cualitativos como cuantitativos, España figura hoy en el imaginario colectivo de los marroquíes como un país próspero e influyente, que resulta muy atractivo a los ojos de los jóvenes parados de larga duración que aspiran a alcanzar Europa antes o después. La migración marroquí hacia España es hoy el vínculo más importante entre dos países que se han entendido más bien poco a lo largo de la historia (Hernando, 2005; López Bueno, 2004). Con todo, no se puede ignorar que incluso aunque las relaciones hispano-marroquíes sean hoy mucho más intensas que hace unos años, tienden a padecer períodos recurrentes de tensión, generada en parte por disputas migratorias. Las desavenencias en torno a los movimientos migratorios han estado siempre muy presentes en la agenda bilateral de ambos países, tanto por la condición de Marruecos de país emisor como por la de escala de quienes emigran desde los países subsaharianos (Hernando, 2005).
En resumen, el flujo migratorio marroquí hacia Europa ha sido una realidad casi ininterrumpida desde hace ya varias décadas. Es, de hecho, uno de los pocos que se ha mantenido constante a lo largo de este período. Cabe, por lo tanto, preguntarse cuáles son las causas de la persistencia de este fenómeno. Algunas de las razones de la emigración marroquí a Europa, como la cercanía geográfica entre la UE y las costas marroquíes, son evidentes. Sin embargo, no deben ser simplificadas, ya que el elenco de factores –tanto los que contribuyen al empuje o expulsión como los que podríamos calificar de atracción– es muy variado.
Los factores de empuje son múltiples y tienen en la mayoría de los casos un gran recorrido histórico. La combinación de todos ellos resulta explosiva: presión demográfica y altas tasas de desempleo (agravadas por la larga duración del mismo), además de las importantes desigualdades económicas entre regiones.
La población marroquí se duplicó entre 1935 y 1971 y, como se puede observar en el Gráfico 2, su aumento desde entonces ha sido espectacular (en los últimos 40 años se ha vuelto a duplicar). Este crecimiento demográfico ha tenido lugar sobre todo en las áreas urbanas. En parte, ésta es la consecuencia de un modelo de desarrollo que ha expulsado del campo a millones de marroquíes en un período de tiempo relativamente corto. Un dato relevante es el siguiente: en 1994 el 60% del territorio marroquí corría riesgo de desertificación.[2] Esto no debe hacer olvidar que la población rural también ha crecido de forma apreciable, aunque a menor ritmo. La migración interna del campo a la ciudad sigue siendo importante, incluso aunque se haya activado ya hace años la migración directa de algunas áreas rurales del país hacia España (Cebolla y Requena, 2009), así como probablemente a otros países europeos.
La presión demográfica es, por tanto, uno de los factores determinantes de la pujanza de la emigración marroquí. En concreto, las periferias de las grandes ciudades marroquíes son un terrible escenario que combina presión demográfica (incrementada por el éxodo rural) y fracaso de un modelo de desarrollo que, aunque ha tenido éxitos como las cada vez mayores tasas de escolarización de su población, se ha demostrado incapaz de generar el empleo suficiente para absorber los enormes contingentes de trabajadores que año tras año aspiran a mantener o mejorar su nivel de vida. El resultado es que el desempleo es uno de los principales problemas del país. Y lo ha sido especialmente desde los años 80, cuando el gobierno marroquí llevó a cabo un ambicioso programa de ajuste de la economía auspiciado por el Fondo Monetario Internacional.
Gráfico 2. Evolución de la población marroquí (1960-2004)
Es cierto que el desempleo se ha reducido en los últimos 10 años, una década de enorme crecimiento en Europa, que no en vano es el principal socio comercial de Marruecos. Con todo, hace apenas un año rondaba el 15% de la población activa. Mucho se ha hablado del reciente descenso del desempleo en Marruecos, pero no se ha enfatizado con la suficiente insistencia la diferencia entre el cambio producido en las áreas urbanas y en las rurales. Como se puede ver en el Gráfico 3, el descenso sólo ha sido apreciable en las primeras y ha resultado casi imperceptible en las segundas: a partir del año 2004 el peso de los parados en las zonas agrícolas ha comenzado a repuntar, estimulando de nuevo las migraciones internas desde el campo a la ciudad. Como no podía ser de otro modo, este repunte del desempleo en las áreas rurales puede haber afectado a la composición de los flujos migratorios con destino a España y, en general, al sur de Europa.
Conviene añadir que el desempleo es, ante todo, un problema joven en Marruecos. Según los datos más recientes disponibles, está desempleado el 18% de los trabajadores entre 15 y 23 años y el 14% de los que tienen entre 25 y 34 años, frente a sólo el 5% de de los que están entre los 35 y 44 y el 2% de los mayores de 45 años (datos oficiales del Haut Commissariat au Plan du Royaume du Maroc para 2008).
Es bastante probable, además, que las estadísticas oficiales marroquíes infra-estimen las tasas de desempleo. En el último informe sobre el desarrollo humano en los países árabes, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) ha concluido que más del 60% de los marroquíes tiene al menos un familiar buscando empleo. Si se tiene en cuenta el tamaño medio de los hogares, esos datos sugieren que el desempleo real en Marruecos podría estar en torno al 30%-35% de la población activa (PNUD, 2009). Este mismo informe sugiere también que en 1995 (último año para el que existen estas estimaciones) el 45% de los trabajadores lo hacía en la economía sumergida.
Gráfico 3. Tasas de desempleo en Marruecos (1999-2008)
Dicho esto, conviene señalar que el repunte del desempleo no debería ser en sí mismo un factor determinante para empujar a la emigración a los trabajadores parados. Mucho más interesante es, desde este punto de vista, fijarse en la duración del desempleo. En promedio, los parados marroquíes tienden a serlo durante períodos superiores al año. Se podría decir que el 70% de los parados en Marruecos lo han sido al menos en los últimos 12 meses, y que esa proporción de parados con un año o más de duración en situación de desempleo ha variado poco durante al menos el último decenio.
Dos indicadores más son útiles para comprender la importancia de los factores de empuje migratorio en el país. El primero son las tasas de pobreza que, según los datos del Haut Commissariat au Plan du Royaume du Maroc, reflejan una situación relativamente homogénea en todo el territorio: la mayor parte de las prefecturas presentan porcentajes superiores al 20% de la población en situación de pobreza.
El segundo se refiere a un problema recurrente de la economía marroquí: su escaso control de la inflación. El aumento del coste de la vida en Marruecos desde hace más de 20 años puede observarse en el Gráfico 4. El coste de la vida se ha duplicado en promedio en Marruecos cada 20 años. Es decir, a fecha de hoy es el doble que en 1989 y un 50% más oneroso que hace 10 años. Aunque esto es válido para el índice general, queda claro que en algunos períodos (entre 1994 y 1997 y a partir de 2005) la alimentación es lo que más se ha encarecido, lo que lógicamente empeora de forma drástica la situación de quienes viven por debajo del umbral de la pobreza.
Gráfico 4. Índice del coste de la vida anual (Base 100:1989)
En suma, los factores de empuje –aquellos que promueven la expulsión del país de origen– son en sí mismos suficientes para comprender las razones por las que muchos trabajadores marroquíes han abandonado su país desde los años 60: (1) la intensa presión demográfica, particularmente acuciante en la periferia de las grandes ciudades; (2) las altas tasas de desempleo, con especial incidencia entre la población joven; (3) el peso desproporcionado del paro de larga duración en la composición de la población desempleada; (4) el deficiente control de la inflación; y (5) la general extensión de la pobreza entre la población marroquí.
Ahora bien, con ser importantes estos factores de expulsión, son sólo una cara de la moneda de los procesos migratorios. A todos esos elementos que empujan para promover la salida –ciertamente contundentes en el caso marroquí– se unen las potentísimas señales de llamada que emiten los países de destino. Ya hemos hablado de la poderosa atracción que ejerce Europa en los jóvenes trabajadores marroquíes, quienes parecen describirse en su mayoría como emigrantes potenciales. ¿Qué ven en Europa estos jóvenes? La respuesta a esta pregunta es bastante obvia. Hay pocas fronteras entre países emisores y receptores de inmigración que sean tan dispares como las que separan a Europa y Marruecos. La UE es el principal socio comercial de Marruecos: empresas europeas inundan los polos de desarrollo económico del país y en muchos casos ven a Marruecos como el destino ideal para deslocalizar su producción. Las fuertes inversiones directas –especialmente en la industria, el turismo y el sector inmobiliario– de muchos países europeos, pero sobre todo de Francia y España, contribuyen a mejorar la marca de país y convertir estos destinos e los más deseados para los inmigrantes. En la medida en que el flujo principal de la emigración marroquí a los países europeos es de naturaleza económica (Cebolla y Requena, 2009), la perspectiva de unas condiciones materiales de vida más favorables y un futuro más promisorio es a la postre un factor decisivo.
Gráfico 5. Producto Interior Bruto per cápita en PPP (en dólares, 2008)
La pujanza de las economías europeas, por tanto, se deja sentir incluso para quienes nunca han abandonado el país. Lo que, unido a la escasa distancia que separa España del país magrebí, convierte a la frontera UE-Marruecos en una de las más activas del mundo en términos migratorios. Para evaluar esta peculiar combinación de proximidad geográfica y lejanía socioeconómica, conviene observar el Producto Interior Bruto per cápita de los Países Bajos, Francia y España con el de Marruecos en 2008. Como se deduce de los datos presentados en el Gráfico 5, el PIB per cápita holandés es casi 10 veces (9,6) superior al marroquí, el francés es casi ocho veces (7,9) el marroquí y el español lo septuplica (7,2 veces). Compárense, a su vez, esas desigualdades con las de otra gran frontera emigración-inmigración que permanece en el imaginario colectivo como una de las más dispares del planeta: la del sur de EEUU y México. El mismo gráfico permite ver que el PIB norteamericano era en el año 2008 sólo tres veces (3,3) superior al mexicano. Por lo tanto, el diferencial de riqueza entre Marruecos y los tres países europeos considerados es muy superior al que separa a EEUU de México. A la vista de estos datos, podemos referirnos a la frontera sur de España como una de las que separan dos mundos más diferentes, no sólo en términos culturales, sino también por lo que se refiere a sus distintos niveles de desarrollo económico.
La atención al contexto: la gestión de la integración
Existe una larga tradición en las ciencias sociales que sostiene que el contexto en el que los individuos toman decisiones tiene un impacto relevante sobre sus resultados. Este argumento encuentra muchas réplicas en la literatura especializada en el estudio de la desventaja inmigrante. La sociología norteamericana ha sido pionera en el desarrollo de argumentos teóricos que señalan al contexto como determinante de las trayectorias vitales de los inmigrantes (Portes y Rumbaut, 1996) en el prolongado debate sobre las teorías de la asimilación (Tellez y Ortiz, 2008). Sin embargo, ha sido en Europa, formada por sociedades receptoras inicialmente mucho más homogéneas desde el punto de vista de su composición étnica, donde más se ha debatido sobre el impacto del contexto de recepción.
Tradicionalmente, se ha pensado que Europa contaba con tres modelos ideales de gestión de la diversidad, algo que en algún momento también ha sido etiquetado como modelos de integración. El primero de ellos es el alemán, que tradicionalmente ha impuesto a los inmigrantes extranjeros la condición de trabajadores extranjeros, negando su condición de residentes permanentes (Brubaker, 1992).[3] Al margen del tipo alemán –que no abordamos en este trabajo por la obvia razón de que la presencia de inmigrantes marroquíes es muy escasa en ese país– los otros dos modelos son los representados por Francia y los Países Bajos, una distinción que se puede mantener incluso si a día de hoy las diferencias entre ambos países parecen haberse difuminado (Freeman, 1995 y 2004).
El modelo francés suele ser tildado de asimilacionista, ya que muchos creen que imprime un carácter predefinido a quienes aspiran a naturalizarse. En este sentido, el asimilacionismo implica optar entre permanecer como extranjero o convertirse en ciudadano y, por ende, en francés. Francia, en sintonía con su interpretación universal de la ciudadanía y de los derechos ciudadanos, optó por darle un sentido voluntarista a la naturalización. Quienes quieren convertirse en ciudadanos franceses, deben adoptar los valores republicanos que incluyen, entre otros, el apego a la laicidad. El modelo francés no reconoce en principio a los colectivos como titulares de derechos. El reconocimiento de derechos es un privilegio reservado a quienes, a título individual, han asumido el compromiso implícito con la República de convertirse en ciudadanos (HCI, 2004).
Los debates sobre las aristas en el proceso de integración de los inmigrantes musulmanes en Francia han venido teniendo mucho impacto mediático. Piénsese, por ejemplo, en las recurrentes crisis del velo suscitadas por la presencia de alumnas veladas en los centros escolares de titularidad pública. Además, Francia cuenta con una larga tradición de reflexión académica sobre esta materia, algunos de cuyos productos ya se consideran clásicos (Kepel, 1991). De forma genérica, los observadores de la realidad francesa se refieren a estos problemas derivados de la (falta de) integración de los inmigrantes como una maladie republicaine (la enfermedad republicana). No es habitual, en este sentido, que un país moderno y desarrollado como Francia cuente con un Ministerio de Inmigración e Identidad Nacional.
Por contraposición al caso francés, el modelo holandés ha sido calificado –como en ocasiones el del Reino Unido y Suecia– de multicultural. Como tal, se suele entender que dicho modelo ofrece a los nacionales de otros países la opción de mantener sus particularidades en un sistema que reconoce la especificidad de quienes, sin adoptar las costumbres mayoritarias, forman parte de la sociedad holandesa. De acuerdo también con su tradición comunitarista, el país ha sido mucho más sensible a las diferencias culturales que aportaban quienes se instalaban en él procedentes de otros países. Recuérdese que los Países Bajos previos a su transformación en sociedad receptora de inmigrantes, se organizaban en un sistema de convivencia entre católicos y protestantes que fue llamado “pilarización” (verzuiling). Cada uno de los pilares que integraban la sociedad holandesa tenía su propia representación comunitaria e incluso sus propias instituciones y espacios de interacción. Cuando en los años 60 llegaron inmigrantes procedentes de países no europeos, sus representantes acomodaron a las recién formadas comunidades en el sistema de pilares, añadiendo complejidad al mismo y, en resumen, institucionalizando la creciente diversidad de la sociedad holandesa.
Para los inmigrantes procedentes de países de mayoría musulmana, el holandés ha sido un contexto de inserción mucho más amable que el que proporcionaba Francia. Y, paralelamente, la trayectoria comunitaria de los colectivos que, además de ser inmigrantes, eran musulmanes ha sido mucho menos polémica en los Países Bajos que en Francia. O, al menos, lo ha sido hasta que el terrorismo islamista ha propiciado el debate público sobre las consecuencias que la comunitarización holandesa tiene para la seguridad interna del país. Como es sabido, el alcance de dicho debate es hoy virtualmente global. Pero en el caso holandés el punto de inflexión a partir del que se desató la discusión pública fue el asesinato del líder ultraderechista Pim Fortuyn en 2002 a manos de islamistas radicales.
Frente a los casos relativamente bien tipificados de los Países Bajos y Francia, España se ha mantenido hasta el momento ajena al debate sobre los macro-modelos de gestión pública de la integración. Sin duda, el caso español se ha caracterizado hasta ahora por sus generosas políticas de admisión migratoria y por un reconocimiento –muy amplio e independiente del estatus legal– de derechos sociales a los extranjeros. Pero el hecho es que, siendo España un país con una larga tradición emigratoria, pero escasísima, por no decir nula, experiencia inmigratoria (Reher y Requena, 2009), la discusión pública en materia de integración apenas se ha desarrollado. De forma recurrente, el grueso del debate se ha venido centrando más en el problema del control de los flujos migratorios y de la regularización de la residencia (Pérez Díaz, Álvarez-Miranda y González, 2001) que en los modelos de integración de los extranjeros y su posible eficacia.
En todo caso, los dos modelos ideales a los que acabamos de prestar atención –el asimilacionista francés y el comunitarista holandés– parecen haber entrado en crisis hace algún tiempo. Dos han sido las causas que han motivado la crítica de estos modelos. La primera es la constatación del relativo fracaso de los procesos de integración o, en términos más concretos, la incapacidad de las sociedades francesa y holandesa para neutralizar la desventaja inmigrante. En ambos países, al menos en términos absolutos (quizá no tanto en términos relativos), los inmigrantes y sus descendientes siguen padeciendo altas tasas de desempleo y fracaso escolar, por citar sólo dos importantes indicadores. En segundo lugar, sucesos como el asesinato del cineasta holandés Theo Van Gogh (2004) por terroristas islamistas o las revueltas en las periferias de las grandes ciudades francesas (2005) han devaluado tanto la imagen del multiculturalismo y del asimilacionismo como su capacidad para establecer sistemas estables de coexistencia y de gestión de la diversidad.
Sin embargo, la crítica a ambos modelos puede resultar exagerada. Al menos, en el sentido de que fenómenos de naturaleza similar se repiten en otros países que no comparten ni con Francia ni con los Países Bajos el mismo modelo de integración. Los inmigrantes en Europa Occidental parecen tener dificultades para converger con los nativos en el mercado laboral (Heath y Cheung, 2007) y en el sistema educativo (Heath y Brinbaum, 2007). En cuanto a los problemas de seguridad, los atentados de Madrid en 2004 y de Londres en 2005 hablan por sí mismos. ¿Por qué debería entonces preocuparnos el contexto en el que se produce la integración de los inmigrantes marroquíes?
Niveles de integración
En este trabajo entendemos el contexto de la inmigración como el entorno público de gestión de su integración en el país de destino y tratamos de comprobar hasta qué punto ese entorno facilita o no la incorporación a la sociedad receptora. Nuestro objetivo en las próximas líneas es ofrecer al lector algunos indicios que le permitan formarse una opinión fundada sobre las relaciones entre los modelos públicos y los niveles de integración en el ámbito europeo. ¿Se comportan los inmigrantes marroquíes de igual forma en sus distintos contextos de integración? Presentamos a continuación tres indicadores de integración de los marroquíes en los tres países seleccionados según el criterio de la máxima diferencia: Francia y los Países Bajos, que representan como ya se ha dicho modelos polares de aproximación a la integración, y España, un país de reciente inmigración que, como también hemos señalado, se plantea retos muy distintos a los que han perfilado los modelos de la asimilación y la multiculturalidad.
Veamos en primer lugar un indicador básico de integración laboral como es la tasa de desempleo de los marroquíes en los tres países. Sin duda, los marroquíes parecen ser un colectivo particularmente desaventajado comparado con los nativos en los tres países. En el caso de España, duplican el desempleo de los autóctonos y en los de los Países Bajos y Francia llegan a triplicarlo. En Francia y España se encuentran, además, casi 10 puntos porcentuales por encima de la tasa media de paro del conjunto de la población inmigrante, siendo esta distancia mucho menor en el caso de los Países Bajos.[4]
Tabla 1. Tasa de desempleo de los inmigrantes y nativos en Francia, los Países Bajos y España
Tasa de desempleo | Francia (2002) | Países Bajos(2004) | España (2005) |
Marroquíes | 26% | 27% | 20% |
Todos los inmigrantes | 17% | 25% | 12% |
Autóctonos | 8% | 9% | 9% |
Nota: la tasa de paro para los inmigrantes en los Países Bajos es una media de las de los turcos, marroquíes, surinameses y antillanos que conforman el grueso de la inmigración.
Fuentes: para Francia, INSEE, Enquête Emploi, 2002; para los Países Bajos, Bron, SCP (LAS2004/2005); y para España, EPA II trimestre 2005, INE.
Además de la comparación directa que se deriva de los resultados de la tabla, resulta interesante presentar razones entre el desempleo de los marroquíes y el del conjunto de los inmigrantes y nativos en cada uno de los tres casos. Estas simples razones pueden ser interpretadas como indicadores relativos de desventaja que descuentan el hecho de que en cada país existen condicionantes propios, en este caso, que la tasa de desempleo de todos los inmigrantes en los Países Bajos (25%) es mayor que en Francia (17%) y, a su vez, mayor en Francia que en España (12%). El resultado de estos cocientes se presenta en el Gráfico 6 y es a todas luces concluyente: para los marroquíes, las probabilidades de caer en el desempleo son sustancialmente mayores que para no sólo los nacionales de los tres países, sino también para el conjunto de los inmigrantes en cada uno de los países.
Francia parece, a la vista de estos datos, el contexto menos favorable para la inserción laboral de los marroquíes, ya que la barra que mide la desventaja relativa de los marroquíes en comparación con los nativos es mayor que las correspondientes a los Países Bajos y España. Procede observar también que estas altas de desempleo entre los marroquíes se corresponden, asimismo, con sus bajas tasas generales de actividad económica, una realidad que viene fundamentalmente determinada por la escasa participación laboral de las mujeres (Cebolla y Requena, 2009). En suma, por tanto, se puede afirmar que los inmigrantes marroquíes en los Países Bajos, Francia y España presentan unos niveles relativamente bajos de integración laboral, tanto si se los compara con la población autóctona como con el conjunto de los inmigrantes.
Gráfico 6. Desventaja relativa de los inmigrantes marroquíes: desempleo
El segundo indicador que analizamos se refiere a las tasas de matrimonios mixtos, es decir, aquellos formados por marroquíes y miembros de otros colectivos (ya sean inmigrantes o autóctonos). El fenómeno de las parejas mixtas, o inter-matrimonio, constituye una de las mejores aproximaciones, en términos de validez, al fenómeno de la integración. Como se puede ver en la Tabla 2, la exogamia es un fenómeno mucho más frecuente entre los marroquíes en Francia que en los Países Bajos o en España. Pero en los tres países se puede comprobar que los matrimonios mixtos son mucho más frecuentes entre la población inmigrante en general que en el caso específico de los marroquíes. Además, resulta interesante comprobar cómo el porcentaje de parejas exógamas entre las formadas por al menos un inmigrante en Francia es casi el doble que en el caso holandés. España ocupa una posición intermedia entre la menor endogamia general (es decir, de todos los inmigrantes) de los Países Bajos y la mayor de Francia, aunque hay que subrayar que sus inmigrantes marroquíes presentan unas pautas de emparejamiento muy semejantes a las de los establecidos en los Países Bajos (tasa de inter-matrimonio próxima al 8%).
No obstante, hay que advertir que los datos que ofrecemos aquí no son perfectamente comparables entre los tres países, por lo que las afirmaciones anteriores deben ser interpretadas con cautela. Una primera razón atañe a la disponibilidad de información: mientras para el caso de Francia y España los datos disponibles permiten desagregar la tasa para varones y mujeres, en el caso holandés no es así, ya que el tamaño de la muestra de la encuesta disponible para este tipo de estudio y la escasa prevalencia del fenómeno de la exogamia no permiten calcular este valor por sexos.[5] Así, el dato holandés encubre cierta dispersión. En segundo lugar, las tasas de inter-matrimonio no sólo dependen del mayor o menor grado de integración de los inmigrantes considerados, sino de otras variables estructurales del grupo (sex ratio, estructura de edad, antigüedad de residencia en el país de destino, grado de segregación residencial, prejuicios de la población nativa…) que deciden el número de parejas elegibles y, así, las oportunidades objetivas de contraer matrimonios o constituir uniones y que son relativamente independientes de hasta qué punto haya avanzado el proceso de integración en la sociedad receptora.
Tabla 2. Intermatrimonio: porcentaje de uniones mixtas de los marroquíes y el conjunto de los inmigrantes en Francia, los Países Bajos y España (%)
Uniones mixtas | París(1999) | Ámsterdam(2002) | Comunidad de Madrid(2008) |
Entre marroquíes (hombres) | 26 | 8 | 8 |
Entre marroquíes (mujeres) | 17 | – | 9 |
Entre el conjunto de los inmigrantes (hombres) | 38 | 20 | 25 |
Entre el conjunto de los inmigrantes (mujeres) | 34 | – | 32 |
(1) El tamaño de la muestra holandesa no permite desagregar por sexos. La media del conjunto de los inmigrantes en Holanda incluye turcos, marroquíes, surinameses y antillanos, que representan el grueso de la población inmigrante. ** Sólo inmigrantes sin nacionalidad española desde el nacimiento.
Fuentes: Francia: Recensement de la population (Insee 1999). Holanda: SPVA data 1988-2002. España: Encuesta Nacional de Inmigrantes (INE 2007).
Con todo, vamos a tratar de establecer una comparación entre los niveles de endogamia de los varones marroquíes que viven en Francia, los Países Bajos y España. De nuevo, como se hizo con el indicador anterior, hemos calculado la desventaja relativa de los inmigrantes marroquíes en su acceso a la exogamia para cada uno de estos países. Para ello, computamos la razón entre las tasas de intra-matrimonio entre los marroquíes y entre el conjunto de los inmigrantes.[6] Al hacerlo, se obtienen conclusiones de cierto interés. Aunque en los Países Bajos la tasa general de inter-matrimonio de los marroquíes es baja, éstos parecen tener allí una mayor propensión relativa a formar hogares mixtos en comparación a la de los demás inmigrantes con los que comparten sociedad de acogida. Por así decirlo, su endogamia relativa al resto de los inmigrantes –su desventaja relativa en términos de acceso a la constitución de parejas mixtas– es menor. En cambio, los marroquíes emigrados a España no sólo acreditan un alto nivel general de endogamia, sino que sus niveles relativos de inter-matrimonio están claramente más alejados de los del conjunto de los inmigrantes instalados en el país, por lo que se puede suponer que sus oportunidades de formar parejas mixtas son claramente menores.[7]
En el caso de Francia, con la tasa más alta de movilidad matrimonial interétnica de los tres países, los marroquíes se sitúan, sin embargo, en una posición intermedia en lo que se refiere a sus oportunidades de evitar la endogamia (relativas al conjunto de los inmigrantes). En todo caso, hay que apuntar también que la distancia relativa entre los marroquíes y el resto de los inmigrantes es en el caso de la endogamia mucho menor que en el caso del desempleo. Asimismo, las diferencias entre los tres contextos son, a este respecto, muy escasas.
Gráfico 7. Desventaja relativa de los inmigrantes marroquíes: endogamia
Nuestro tercer indicador es un conocido índice de disimilitud[8] (Duncan y Lieberson, 1959) aplicado a las ciudades de París, Ámsterdam y la Comunidad de Madrid. Con este índice se pretende medir el grado de segregación residencial de los marroquíes en esas tres áreas comparado con el del conjunto de todos los inmigrantes. Dicho índice —que varía de 0 a 1— se interpreta de una manera intuitiva como la proporción de inmigrantes que tendrían que desplazarse a otras zonas distintas de las que viven para que en el área se produjera una situación sin segregación. Los datos que hemos recogido (Tabla 3) ponen de manifiesto que el grado de disimilitud de los marroquíes con respecto a los españoles es mayor en la Comunidad de Madrid que en Ámsterdam, y mayor en Ámsterdam que en París. En otros términos, los marroquíes se encuentran residencialmente más segregados en Madrid y Ámsterdam que en París[9]. En los tres casos, además, la segregación residencial de los marroquíes es mayor que la del resto de los inmigrantes, una pauta que concuerda con los resultados de los dos indicadores (laboral y matrimonial) anteriores. Sin embargo, el grado de segregación residencial del conjunto de los inmigrantes en las tres áreas consideradas no se ajusta a la misma ordenación: la segregación del conjunto de los inmigrantes es mayor en Ámsterdam que en Madrid y mayor aquí que en París. En la medida en que estos datos sean representativos del conjunto de los países,[10] Holanda habría producido más segregación residencial que España, y ésta que Francia.
Tabla 3. Segregación residencial. Índice de disimilitud de los marroquíes y del conjunto de inmigrantes en París, Ámsterdam y la Comunidad de Madrid
Índice de disimilitud | París(1999) | Ámsterdam(2002) | Comunidad de Madrid(2008) |
Marroquíes | 0,35 | 0,42 | 0,51 |
Conjunto de los inmigrantes | 0,21 | 0,33 | 0,27 |
Fuentes: para París, Safi (2009); para Ámsterdam, Musterd (2005) y Koopmans (2008); y para España, elaboración propia con los datos del Padrón Municipal de Habitantes (INE).
Tal y como hemos hecho en los dos casos anteriores, hemos procedido también a calcular una razón entre los índices de disimilitud correspondientes a los marroquíes y al conjunto de los inmigrantes en las tres zonas seleccionadas. Los resultados, que se presentan en el Gráfico 8, muestran que la segregación de los marroquíes relativa a la del conjunto de los inmigrantes es máxima en París, media en la Comunidad de Madrid y relativamente baja en Ámsterdam.
Gráfico 8. Desventaja relativa de los inmigrantes marroquíes: segregación residencial en tres áreas seleccionadas
Por lo tanto, aunque los marroquíes en París se encuentran menos segregados que los instalados en Ámsterdam o en Madrid, sin embargo se alejan más, en términos de su segregación residencial, del conjunto de los inmigrantes parisinos que los marroquíes de Ámsterdam del conjunto de los inmigrantes que residen en esta ciudad; estos marroquíes de Ámsterdam, aunque más segregados en general que los parisinos, se encuentran más próximos al conjunto de los inmigrantes de la ciudad holandesa. Los marroquíes de la Comunidad de Madrid se situarían en una posición intermedia, entre los parisinos y los de Ámsterdam.
Conclusiones
El presente trabajo explora el grado de integración social de los marroquíes emigrados a tres naciones europeas: Francia, los Países Bajos y España. La comparación de la situación de los marroquíes en los tres países tiene un obvio interés derivado de los distintos modelos de integración socio-cultural que éstos representan. Mientras el modelo francés persigue maximizar la asimilación de los inmigrantes, entendida como una adhesión más o menos incondicional a los cánones de la propia ciudadanía francesa y una paulatina disolución de sus peculiaridades culturales, los Países Bajos han apostado por un modelo de corte multicultural, mucho más tolerante con la idiosincrasia étnica y el mantenimiento de las especificidades de sus inmigrantes. España, un país con una corta y muy reciente experiencia inmigratoria, ha eludido hasta el momento el compromiso con cualquiera de esos dos modelos, habiéndose decantado en la práctica por una política de amplia concesión de derechos sociales que no pone en cuestión la identidad étnica de sus inmigrantes.
El análisis del grado de integración de los inmigrantes marroquíes es también singularmente interesante en la medida en que constituyen un grupo étnicamente alejado de las sociedades receptoras en razón de su religión, lengua, convenciones y costumbres sociales. Por lo tanto, la óptica del análisis por la que nos hemos decantado en este trabajo se aleja de los estudios al uso en los que se examinan los destinos de los inmigrantes de distintos orígenes en un mismo país, para centrarse en la comparación de la suerte de los inmigrantes de un mismo origen en distintos contextos.
En lo que se refiere a los factores que han desencadenado y propulsado la migración marroquí a los países europeos, no parece que haya que recurrir a ingredientes que no estén ya presentes en otros procesos similares de emigración económica. A los elementos esperables que han impulsado la salida de Marruecos (presión demográfica, crecimiento económico desequilibrado con altas tasas de paro duradero y escaso control de la inflación, deterioro de las condiciones de vida en las ciudades) hay que sumarles el inmenso atractivo de unos países que se encuentran tan próximos desde el punto de vista geográfico como lejanos en términos de su desarrollo económico: la oferta de empleos y un nivel de vida material muy superiores a los que se pueden encontrar en Marruecos termina por ser irresistible para un gran número de jóvenes marroquíes dispuestos a emprender la aventura migratoria.
Del ejercicio que presentamos en este trabajo se siguen algunas conclusiones relevantes. En primer lugar, en los tres casos examinados, los inmigrantes marroquíes se encuentran en una situación objetiva de mayor desventaja social y económica no sólo que la población autóctona de Francia, los Países Bajos y España, sino también que el resto de los inmigrantes en esos mismos países. Este resultado es consistente, en el sentido de que los tres indicadores con los que hemos medido la desventaja –las tasas de desempleo, el grado de endogamia matrimonial y el nivel de segregación residencial– apuntan en la misma dirección: los inmigrantes marroquíes están en una llamativa situación de desventaja tanto en términos absolutos como relativos con respecto a los demás inmigrantes, pues padecen más el desempleo, se casan menos fuera de su círculo étnico y se encuentran más segregados desde el punto de vista residencial que el resto de los inmigrantes. Por alguna razón –y aquí la hipótesis de la distancia cultural cobra cierta verosimilitud– los inmigrantes marroquíes en Europa han conseguido un grado de integración menor en las sociedades receptoras que los que emigraron desde otros orígenes, con independencia de las características definitorias del contexto al que se han incorporado.
En segundo lugar, las diferentes dimensiones de la integración inmigrante no muestran un grado alto de coherencia interna en el caso de los marroquíes establecidos en Europa. El análisis que hemos practicado no muestra, de hecho, un nivel apreciable de correlación entre los indicadores seleccionados. Dicho en otros términos, de nuestros resultados no se deduce un orden común a los tres casos examinados en lo que atañe a su nivel de integración. Así, mientras que los marroquíes en Francia y en los Países Bajos presentan una desventaja laboral mayor que en España, las tasas generales de exogamia son menores en Francia que en España o los Países Bajos. Los marroquíes emigrados a los Países Bajos, con tanta desventaja laboral como los instalados en Francia, registran en cambio tasas de segregación espacial menores. La tasa de desempleo de los marroquíes es en España más baja que en los dos otros países, pero su segregación residencial es mayor. Por otra parte, los marroquíes en París se encuentran menos segregados que en Ámsterdam o en Madrid.
Nuestros datos también indican que la distancia relativa entre los marroquíes y el resto de los inmigrantes es menor en los Países Bajos que en Francia en cuanto a desempleo y segregación residencial, pero en materia de intermatrimonio las distancias son prácticamente las mismas en los tres contextos. Los marroquíes establecidos en España se encuentran, por comparación con la situación en Francia, más desfavorecidos que el conjunto de los inmigrantes en su nivel de desempleo, pero menos en su segregación residencial. En resumen, cuando se compara el grado de integración de los inmigrantes marroquíes con el de otros inmigrantes, las evidencias que presentamos apuntan a que el contexto holandés reduce las diferencias más que el francés, que a su vez parece producir menos distancia laboral que el español, pero más segregación espacial relativa. Los resultados de los indicadores de endogamia matrimonial apuntan a unas escasas diferencias relativas entre los tres contextos.
Todas las evidencias con que contamos apuntan así al hecho de que, en Europa, los marroquíes se sitúan en situación de clara desventaja no sólo respecto a los nativos de las sociedades receptoras, sino también al resto de los otros inmigrantes con los que comparten destino. Sin embargo, no parece posible de momento establecer una relación robusta entre los distintos contextos de recepción, con sus diferentes modelos de gestión pública de la inmigración, y el grado de integración de los marroquíes relativo al del resto de los inmigrantes. Por consiguiente, la pregunta sobre si esos diferentes contextos demuestran haber producido en cada caso un grado diferente de integración tiene una respuesta clara: cuando se toman en cuenta distintas dimensiones de la integración, no parece que haya modelos más eficaces que otros a la hora de integrar a los inmigrantes marroquíes.
Somos conscientes de que, con la información disponible, responder a la pregunta sobre la relación entre modelos y niveles de integración no es tarea fácil. De un lado, es difícil hacer acopio de datos homogéneos que permitan comparaciones entre países que sean a un tiempo razonables e ilustrativas. De otro, incluso si se dispusiera de datos perfectamente comparables, las posibilidades de establecer relaciones causales a partir de una muestra de sólo tres casos son, en el mejor de los casos, escasas, debido a las conocidas dificultades que pueden surgir de los efectos de interacción y de las causalidades múltiples. No obstante, hemos optado por avanzar con este tipo de comparación en la esperanza de que de este modo aumentará la probabilidad de encontrar relaciones importantes entre los factores considerados y una mejor compresión de los procesos de integración de los inmigrantes marroquíes en los países europeos.
Héctor Cebolla
Profesor de Sociología en la UNED (Departamento de Sociología II)
Miguel Requena
Catedrático de Sociología en la UNED (Departamento de Sociología II) y miembro del GEPS (Grupo de Estudios Población y Sociedad, UCM)
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[1] Esa pérdida se concreta en el hecho de que los inmigrantes no suelen conocer el idioma principal de intercambio en su sociedad de acogida e ignoran, por ejemplo, muchas de las reglas explícitas y de las convenciones sociales aplicables en las relaciones que pueden tener.
[2] Estimación de la League of Arab States and United Nations Environment Programme (2004).
[3] El modelo alemán queda resumido en la siguiente sentencia: Konfliktfreies Einordnen in die deutsche Gesellschaft ohne Zugang zum Bürgerrecht (“insertarse en la sociedad alemana sin conflicto y sin acceso al derecho a la nacionalidad”).
[4] La comparación de la tasa de desempleo de los marroquíes con la del conjunto de los inmigrantes está lógicamente afectada por la composición de la población extranjera en cada país y el peso que en ella tienen los propios marroquíes.
[5] Véase el trabajo de Kalmijn y Van Tubergen (2006) de donde se han extraído los datos de la encuesta holandesa Sociaal-economische Positie en Voorzieningengebruik van Allochtonen en Autochtonen (SPVA) que aquí se utilizan.
[6] Nótese que en esta ocasión hemos utilizado las tasas de endogamia (100 – los porcentajes consignados en la Tabla 2) para calcular las razones que se representan en el Gráfico 7. Aquí interpretamos que en la medida que un mayor nivel de endogamia o matrimonio intra-étnico supone un menor nivel de integración, implica también una mayor desventaja.
[7] La mayor propensión de los marroquíes emigrados a España a la endogamia hay que ponerla en relación con: (1) su desequilibrada razón de masculinidad, superior a la del resto de los inmigrantes; (2) con su bajo nivel de estudios, muy inferior al de los nativos españoles y otros inmigrantes; y (3) con su insuficiente dominio del idioma español (Cebolla y Requena, 2009).
[8] El índice de disimilitud mide la desigualdad con la que dos grupos se distribuyen en las distintas zonas que componen el área zona que se está analizando. Se calcula con arreglo a la fórmula:
,
donde mies el número de marroquíes que viven en la zona i, M es el número total de marroquíes que viven en el área compuesta por todas las zonas i, ei es el número de españoles que viven en la zona i y E es el número de españoles que viven en el área compuesta por todas las zonas i.
[9] En el caso de la Comunidad de Madrid esto podría deberse a que el dato está calculado usando la sección postal como unidad territorial. La sección es muy sensible al número de unidades que conforman el área de interés y por ello, la comparación más pertinente es la que se hace en el siguiente gráfico que refleja la desventaja relativa.
[10] Para el caso de Francia, los datos de Safi (2009) dejan claro que ese mayor grado de segregación de los marroquíes respecto al conjunto de los inmigrantes se produce asimismo en las ciudades de Burdeos, Marsella, Lille, Lyon, Estrasburgo, Niza y Toulouse. En cuanto a España, se debe de tener en cuenta que en la Comunidad de Madrid residen aproximadamente el 12% de todos los marroquíes del país.