Y la historia parió a Trump, o de cómo una sociedad dividida y un orden internacional descompuesto, son los progenitores de Donald Trump

La sociedad estadounidense está dividida

Esto es un hecho que se manifiesta a diario en campos como el económico-social, racial, religioso y en otros. Así pues, no hace falta detenerse en ello, sino que se le puede dar la palabra al ex presidente de la Reserva Federal Ben S. Bernanke, quien el 26 de junio pasado en una reunión de banqueros centrales, cerca en Sintra, dijo cosas interesantes.

Comenzó explicando que, hoy, EEUU exhibe datos económicos que están por encima de los mejores que tuvo antes de la crisis y que, pese a eso, los estadounidenses que piensan que el país va mal duplican a los que piensan que va bien.

Para dar cuenta de esta aparente paradoja, explicó que cifras agregadas buenas pueden ocultar malas tendencias subyacentes. Que el crecimiento no sólo crea nuevos mercados y productos sino que también puede destruir capital social y humano. Que pese al crecimiento de la economía estadounidense, la clase media lleva tiempo luchando por mantener su nivel de vida y que el sueño americano se ha desvanecido porque la movilidad social y económica ha decaído. La otra cara de esas tendencias –dijo– ha sido un aumento de la desigualdad en la distribución de renta y de riqueza.

Y por si alguien no lo había captado, añadió que hay que entender que eso está tras la elección de Trump y tras el fuerte resultado de Bernie Sanders, y que el mensaje que envían esos resultados es: “a veces el crecimiento no basta”.

De todas formas, cabe preguntarse si después de Trump la sociedad estadounidense recuperará su normalidad anterior.

Parece ser que no será así. Nadie sabe cuándo dejará de ser presidente Trump, pero dos cosas están claras. Una es que Trump no se propone unificar al país sino gobernarlo apoyándose en los enfadados contra los satisfechos. La otra es que la salida de la crisis de 2007 no es el regreso a la normalidad anterior sino que conduce a una nueva normalidad.

Lo descrito por Bernanke tiene lugar en tiempos en los que cabe esperar crecimientos pequeños (véase Robert Gordon) y cuando la automatización permite aumentar la producción sin pagar más a los trabajadores ni crear más puestos de trabajo. Esto reducirá los ingresos del Estado ya que en su mayoría proceden de las rentas del trabajo, lo que hará cada vez más difícil sostener el Estado del bienestar. Por otra parte, aumentará las rentas del capital y la desigualdad.

Así que cuando Trump se vaya se habrán agudizado las desigualdades y tensiones que encontró al llegar, es decir, habrá más enfadados y estarán más enfadados. En ese clima es poco probable que tras Trump regresen los demócratas de Hillary (en todo caso serían los de Bernie Sanders) y podría surgir un Trump II.

Carlos Alonso Zaldívar
Investigador senior asociado, Real Instituto Elcano

Jean-Claude Juncker, Donald Trump y Donald Tusk antes de una reunión bilateral en Bruselas en mayo de 2017. Foto: Shealah Craighead / White House (dominio público)