Ucrania, cambios sin cambio

De perfil, Valeri Zaluzhni, jefe de las Fuerzas Armadas ucranianas, en el Día del Recuerdo de los Héroes de Kruty en enero de 2023. Cambios
Valeri Zaluzhni, jefe de las Fuerzas Armadas ucranianas, en el Día del Recuerdo de los Héroes de Kruty en enero de 2023. Foto: President of Ukraine (Dominio público)

Una vez que el propio Volodímir Zelenski lo ha reconocido en una entrevista a la RAI italiana, ya sólo queda esperar la fecha elegida para el relevo del jefe de las Fuerzas Armadas ucranianas, Valeri Zaluzhni. A este cambio, en un intento por evitar que sea visto como una defenestración de quien rivaliza con Zelenski en popularidad, se unirá previsiblemente el del jefe del Estado Mayor, Serhii Shaptala, y el de algún otro cargo en el gobierno. De hacer caso a las palabras del presidente se trataría únicamente de renovar el afán de victoria, contando con que Zaluznhi se había mostrado menos convencido de ello en los últimos tiempos, sobre todo tras constatar que la contraofensiva lanzada en junio del pasado año no había logrado sus objetivos (idealmente cortar el corredor terrestre que une Rusia con la península de Crimea).

Sea como sea, la aparición de caras nuevas al frente de las Fuerzas Armadas no cambia nada relevante en la práctica.

En todo caso, es inevitable considerar que dichos relevos son consecuencia de las divergencias que han ido surgiendo entre ambos ya desde el inicio de la invasión rusa. Las más recientes tienen que ver, por un lado, con sus distintas posiciones en relación con la necesidad de llevar a cabo una movilización masiva, reduciendo la edad de llamada a filas de los 27 a los 25 años para contar con 500.000 nuevos soldados, conscientes de la impopularidad de la medida y, por tanto, del coste político para Zelenski. Por otro, también han discrepado en relación con algunas decisiones operativas en el campo de batalla, incluyendo el sabotaje del gasoducto Nordstream que Zaluznhi habría decidido sin consultar al presidente. Todo ello en un contexto electoral bloqueado, una vez que se han retrasado sine die las elecciones presidenciales, en las que no sería una sorpresa que Zaluznhi decida competir en su día.

Sea como sea, la aparición de caras nuevas al frente de las Fuerzas Armadas no cambia nada relevante en la práctica. Los nuevos responsables militares se van a encontrar con las mismas limitaciones y los mismos desafíos que sus predecesores, derivados fundamentalmente del hecho de que la prolongación de la guerra beneficia a Moscú. Para ir más allá de dónde han podido llegar ambos ejércitos hasta ahora es necesario contar con más efectivos humanos y en ese punto se hace evidente que Rusia cuenta con una notoria ventaja demográfica. Del mismo modo, también queda claro que mientras que Ucrania necesita vitalmente el apoyo externo, tanto en el ámbito económico como en el militar, Rusia ha sabido sortear las sanciones internacionales y mantener su economía y su industria de defensa en condiciones de alimentar el esfuerzo bélico a largo plazo.

Esos elementos estructurales de desventaja ucraniana pesan sobremanera en los planes de Kyiv, sabiendo que sin la ayuda internacional su margen de maniobra y su sueño político de victoria se reducen drásticamente. Planes que ya vienen lastrados por los retrasos en el suministro de material –como ocurre con los prometidos F-16 o el millón de proyectiles de artillería que la Unión Europea (UE) se había comprometido a poner en sus manos antes de marzo (cuando no cabe suponer que lleguen más allá de la mitad)–, sea por falta de voluntad política o por imponderables derivados de las limitaciones de la capacidad productiva de los aliados occidentales. Y planes que dependen también del grado de cumplimiento por parte de los Veintisiete de los desembolsos ya aprobados –50.000 millones de euros en ayuda económica para los próximos cuatro años– o por aprobar –20.000 millones en ayuda militar para los próximos cuatro años–. Una ayuda vital que también está a la espera de que la Casa Blanca consiga sacar adelante un nuevo paquete de ayuda, por un total estimado en 60.000 millones de dólares, tras el desbloqueo logrado inicialmente en el Senado.

No es de extrañar, en consecuencia, que en mitad de tantas incertidumbres proliferen los análisis y declaraciones que dan a entender que 2024 sería ya prácticamente un año perdido para Kyiv, en el sentido de que no logrará cambiar a su favor la situación sobre el terreno. No se trata únicamente de que las tropas rusas hayan logrado frenar el empuje ucraniano y hasta se apresten a tomar la ciudad de Avdíivka (sería la primera desde la primavera pasada). El problema es de mayor envergadura, al estimar que las tropas ucranianas no estarán instruidas ni equipadas suficientemente para poder lanzar una nueva ofensiva a gran escala en todo lo que queda de año. Un dato que da más peso a esa percepción es que, desde noviembre de 2023, Ucrania está reforzando sus líneas defensivas y reservando material que podría emplear en las acciones que actualmente está desarrollando con la mente ya puesta en la siguiente fase de la guerra. En paralelo, los esfuerzos por incrementar la producción propia de armamento –drones y munición, especialmente–, así como el que le puedan suministrar sus aliados occidentales también se estima que sólo terminarán por dar sus frutos ya en 2025.

Un cálculo que, inspirado por la idea de insuflar optimismo a Kyiv, aunque sea retardado en el tiempo, parece olvidar que, visto desde el otro bando, implica que Rusia también tendrá un año más para desbaratar los planes ucranianos.


Tribunas Elcano

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