Desde el pasado 26 de octubre hay ruido de sables nucleares. El primer asalto lo hizo Vladímir Putin en el puesto de mando de la Fuerza Conjunta de Rusia, hablando de las pruebas exitosas de un misil de crucero Burevestnik de propulsión nuclear, describiéndolo como “un arma única que ningún otro país posee”. Donald Trump no tardó en pronunciarse: “Sé que tenemos el mejor submarino nuclear del mundo, justo en sus costas”. Tres días más tarde, el 29 de octubre, Putin comenzó el segundo asalto, anunciando un ensayo muy satisfactorio del dron submarino de propulsión nuclear Poseidón calificándolo de “inigualable en velocidad y profundidad” e “imposible de interceptar”. El mismo día, Trump respondió con una instrucción para reanudar las pruebas de armas nucleares de Estados Unidos (EEUU) “en igualdad de condiciones” con Rusia y China. Desde entonces, varios funcionarios, académicos y analistas de ambas potencias nucleares han opinado sobre el asunto. Vladímir Putin se pronunció de nuevo el 11 de noviembre: “Me gustaría decir que Rusia siempre se ha adherido estricta y continuamente cumpliendo con sus compromisos bajo el Tratado Integral de Prohibición de Pruebas Nucleares (CTBT, por sus siglas en ingles) y no tenemos planes de alejarnos de esas obligaciones […]. En mi discurso de 2023 a la Asamblea Federal, dije que, si EEUU u otros firmantes del tratado realizan tales pruebas, entonces Rusia debe responder en consecuencia […]. Insto al Ministerio de Relaciones Exteriores, al Ministerio de Defensa, a los servicios especiales y a las agencias civiles pertinentes que hagan todo lo posible para recopilar información adicional sobre este tema, analizarlo dentro del Consejo de Seguridad y presentar propuestas coordinadas con respecto al posible inicio de los preparativos para las pruebas de armas nucleares”. Podría parecer una bronca lastimosa entre los golfos del barrio, si no estuviéramos en la tensa situación geopolítica marcada por la agresión rusa contra Ucrania y por el hecho de que el Nuevo Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (New START) –firmado por los presidentes Barack Obama y Vladímir Putin en 2011 y que desde entonces se ha ido renovando– expirará el 4 de febrero de 2026. Este tratado limita el número de ojivas nucleares estratégicas desplegadas, impone medidas de verificación, intercambios de datos y notificaciones y permite previsibilidad y reducción del riesgo de errores de cálculo. En el caso de que no se renueve, se abriría un escenario sin controles, dejando a EEUU y Rusia sin ningún acuerdo vinculante que regule el tamaño y la transparencia de sus arsenales nucleares, y sería especialmente peligroso en un entorno de creciente confrontación.
Sin duda, el objetivo inmediato es evitar una escalada nuclear, preservar canales de comunicación que reduzcan riesgos, facilitar formas limitadas de cooperación y mantener viva la arquitectura del control de armamento en un entorno hostil.
Ante todo, hay que aclarar que, pese a la retórica empleada, ningún país está realizando pruebas con ojivas nucleares.[1] Lo que se está ensayando son sistemas de armas capaces de portar ojivas nucleares. Lógicamente Moscú y Washington intentan mantener su poder de disuasión mediante el armamento nuclear. Sin embargo, el “equilibrio de terror” de la Guerra Fría, que se estableció como un canal de comunicación transparente entre la Unión Soviética y EEUU después de la crisis de los misiles en Cuba en 1962, se está erosionando por una escalada verbal estúpida y peligrosa. Moscú busca transmitir que dispone de capacidades nucleares y que no teme utilizarlas, con el objetivo de aumentar la presión sobre los países europeos para que impulsen una resolución del conflicto en Ucrania que consolide las ganancias rusas. También quieren recordarnos que la Doctrina Militar de la Federación de Rusia, actualizada en 2024, reduce ciertos umbrales de empleo del armamento nuclear, como la posibilidad de responder a ataques convencionales que perciba como amenazas a su soberanía. La respuesta de Trump obedece probablemente a una confusión entre un misil con capacidad para portar ojivas nucleares y una prueba de ojivas nucleares, o bien constituye una escalada verbal destinada a subrayar la capacidad disuasoria de EEUU.
¿Puede renegociarse el Nuevo Tratado de Reducción de Armas Estratégicas?
El pasado 22 de septiembre, el presidente ruso propuso a Donald Trump mantener, durante un año o más, las restricciones cuantitativas del New START, pero aún no ha recibido respuesta. La iniciativa se presenta como un gesto unilateral de buena voluntad, aunque condicionado a la reciprocidad: Rusia está dispuesta a respetar voluntariamente los límites esenciales del tratado –1.550 ojivas estratégicas desplegadas, 700 sistemas de lanzamiento desplegados y 800 lanzadores y bombarderos en total– durante un año después de su expiración, hasta febrero de 2027, siempre que EEUU se comprometa explícitamente a hacer lo mismo.
No se trataría de una extensión formal ni implicaría reactivar los mecanismos de verificación del acuerdo (que Rusia abandonó en 2023). Las inspecciones y los intercambios de datos seguirían suspendidos. Moscú defiende esta postura como un paso responsable para evitar una carrera armamentística inmediata y mantener un mínimo de previsibilidad. Al mismo tiempo, acusa a Washington de socavar la estabilidad estratégica mediante su apoyo militar a Ucrania, sus sanciones, el desarrollo de sistemas de defensa antimisiles como Golden Dome y supuestas ventajas en modernización nuclear. La posición rusa es pragmática pero intransigente: acepta una congelación recíproca a corto plazo para contener los riesgos, pero rechaza cualquier limitación unilateral y no separa el control de armas de su confrontación más amplia con Occidente.
La postura estadounidense respecto al New START tiene dos enfoques contrapuestos. Los sectores escépticos consideran que el control de armas limita la flexibilidad militar estadounidense, dificulta responder al ascenso nuclear chino y a la agresividad rusa, y debería suspenderse hasta que exista un entorno más propicio. Quienes defienden un nuevo acuerdo sostienen, por el contrario, que el control del armamento nuclear ha aportado beneficios claros: ha reducido los arsenales durante medio siglo y ha creado mecanismos de transparencia que disminuyen el riesgo de un conflicto nuclear.
La probabilidad de una prórroga o renegociación del New START es limitada debido a las prioridades divergentes de ambas potencias. Washington quiere restringir sistemas ya cubiertos e incorporar nuevas armas estratégicas rusas, mientras Moscú pretende limitar la defensa antimisiles estadounidense, incluir en el acuerdo los sistemas de EEUU de largo alcance no nucleares y, sobre todo, integrar las fuerzas nucleares británicas y francesas.
El fin del New START no tiene por qué implicar el colapso del control de armas. Sin duda, el objetivo inmediato es evitar una escalada nuclear, preservar canales de comunicación que reduzcan riesgos, facilitar formas limitadas de cooperación y mantener viva la arquitectura del control de armamento en un entorno hostil. Un primer paso podría ser un mayor sentido de responsabilidad en la comunicación pública por parte de los líderes de Rusia y EEUU. La declaración conjunta de Reagan y Gorbachov en 1985 –una guerra nuclear no puede ganarse y nunca debe librarse–, siempre está vigente.
[1] La Unión Soviética probó por última vez un arma nuclear en 1990; EEUU en 1992; China en 1996 y Corea del Norte 2017.
