Lecturas de la caída de Morsi

Lecturas de la caída de Morsi

Versión árabe: Lecturas de la caída de Morsi

La Sociedad de los Hermanos Musulmanes tuvo hace un año en Egipto una oportunidad histórica de demostrar que era una fuerza política fiable y que podía gobernar para toda la sociedad. Su fracaso también ha sido histórico. Mohammed Morsi era la única persona que pudo evitar la polarización de la sociedad egipcia en cada decisión importante que tomó. Sin embargo, durante un año hizo lo contrario, llevando al país a una división social sin precedentes. Las multitudinarias movilizaciones sociales a partir del 30 de junio, seguidas de una intervención del ejército egipcio, acabaron con la presidencia de Morsi y abrieron un período de gran incertidumbre para el futuro del país, de las transiciones árabes y del islam político.

Los acontecimientos de la última semana en Egipto han recibido mucha atención a nivel mundial. Sin embargo, es necesario contextualizar lo ocurrido y destacar algunos elementos que faltan en muchos análisis que se hacen en la actualidad.

Sobre la legitimidad de Morsi

Morsi será recordado como el primer presidente de Egipto elegido democráticamente, pero también como el presidente que dividió al país entre detractores y fieles en un tiempo récord. A pesar de que la elección de Morsi se decidió en las urnas, muchos egipcios vieron que las decisiones importantes no las tomaba él, sino el Guía General de la Sociedad de los Hermanos Musulmanes, Mohammed Badie (o Badia), junto con la Oficina del Guía (maktab al-irshad). La también conocida como Oficina de Orientación es el principal órgano ejecutivo de la Hermandad y está integrada por una docena y media de miembros que en ningún momento fueron elegidos democráticamente por la población egipcia, pero que tenían la última palabra en las decisiones de la presidencia del país.

Los Hermanos Musulmanes entendieron que, tras la “revolución” de 2011 contra Mubarak –que ellos no iniciaron y a la que tardaron en sumarse–, su victoria en unas elecciones democráticas les otorgaba la legitimidad suficiente para gobernar y legislar como les viniera en gana. Ese fue un error de cálculo muy grave que ha llevado al país a una situación límite. Por un lado, Morsi ganó la primera vuelta de las presidenciales con el apoyo de tan sólo el 11% del electorado, y la segunda vuelta con el 51,7% de los votos. Hubo quienes cuestionaron su legitimidad de acceso al poder, pero lo que no dejó de crecer fue el número de quienes cuestionaban la legitimidad de Morsi en el ejercicio de ese poder.

Los resultados de los Hermanos Musulmanes en las sucesivas elecciones no dejaron de empeorar, al igual que su imagen y popularidad. Eso ya reflejaba una extendida desconfianza hacia ellos por parte de muchos egipcios que los veían como una Hermandad cerrada y centrada en sus propios intereses. Morsi debió empezar por construir puentes con otras fuerzas políticas y crear un clima de confianza de cara a la sociedad, aunque sólo fuera para no “quemarse” políticamente en poco tiempo. No obstante, con cada nuevo paso que daba confirmaba los temores y la desconfianza de quienes no le habían votado (así como de un número creciente de quienes sí lo habían hecho). Lo que no deja de sorprender es que los Hermanos Musulmanes quisieran asumir ellos solos todo el desgaste político de una etapa transitoria convulsa y plagada de dificultades económicas y sociales.

Tanto la Declaración Constitucional del 22 de noviembre de 2012, por la que Morsi se autoproclamaba por encima de la ley, como la imposición de una Constitución en diciembre, cuyo proceso de redacción rompió toda posibilidad de consenso y que fue aprobada con el apoyo de tan sólo el 20% del electorado egipcio, profundizaron la desconfianza y las divisiones. Por otra parte, el acercamiento de los Hermanos Musulmanes a figuras del antiguo régimen, la continuidad de la represión policial y los pasos incesantes para la “hermanización” de las instituciones del Estado hicieron el resto para que millones de egipcios, de procedencias muy diversas, se sumaran el 30 de junio al llamamiento de la campaña tamarod (rebelión) contra el gobierno de Morsi y los Hermanos Musulmanes.

El debate de si ha habido un “golpe militar”

No hay duda de que el Ejército egipcio dio un “golpe” el 3 de julio que aceleró la caída de Morsi, como tampoco la hay de que el historial de ese Ejército no destaca por sus posiciones pro-democráticas. Sin embargo, se trató de un “golpe” sui géneris, puesto que no fue el Ejército quien inició una acción contra el gobierno, sino que actuó una vez que un número muy elevado de ciudadanos salieron a las calles pidiendo, entre otras cosas, el adelantamiento de las elecciones presidenciales, sin que el presidente reaccionara haciendo alguna concesión.

Por otra parte, la escenificación de la intervención militar, en presencia del representante de la oposición (Baradei), el imam de al-Azhar, el Papa copto, un joven bloguero de la campaña tamarod y un representante salafista, entre otros, sumado al amplio apoyo popular, no hacen que sea un golpe de Estado a la vieja usanza.

A Morsi se le ofrecieron distintas salidas para salvar la cara, pero sus superiores de la Hermandad rechazaron hacer ninguna concesión. El discurso que Morsi dio el martes 2 de julio, en tono desafiante, carente de inteligencia política, sin asumir la trascendencia del momento y con una pésima retórica no hizo más que aumentar la polarización entre sus detractores y fieles. El hecho de que el entonces presidente repitiera más de 70 veces la palabra “legitimidad”, a lo largo de 45 minutos, no ayudó a tender puentes con la oposición ni a calmar los ánimos de los manifestantes.

Un elevado número de egipcios creen que, si les hubieran dejado, los actuales líderes de los Hermanos Musulmanes iban hacia la imposición de una República Islámica de Egipto. Por ello, consideran que lo que hicieron fue un acto de rebeldía en legítima defensa contra el acaparamiento del poder por parte un grupo restringido, puesto que Morsi no tenía un mandato inequívoco para transformar la naturaleza del Estado, sus instituciones ni la forma de vida de los egipcios.

Por otra parte, el debate de si ha habido un golpe de Estado militar en Egipto o no lo ha habido debería tener una consecuencia positiva que consistiría en meter presión al Ejército y a la mayoría de fuerzas políticas para demostrar que no hubo tal golpe militar.

Implicaciones para el islam político

Aún es temprano para evaluar el impacto que la caída de Morsi tendrá en Oriente Medio y el norte de África. Lo que sí parece evidente es que el 30 de junio de 2013 marcará un antes y un después en el futuro del islam político. Ese día se inició la mayor movilización social en la historia moderna de los árabes, y fue contra un proyecto político islamista. A pesar del supuesto “invierno islamista” que algunos vieron tras la caída de algunos dictadores árabes en 2011, la realidad es que millones de egipcios musulmanes –también coptos y ateos– repudiaron a un gobierno islamista por considerarlo sectario e incompetente. Ese acontecimiento sin precedentes exige una profunda revisión de los paradigmas empleados para analizar el papel del islam político en las sociedades árabes.

Resulta irónico que Morsi durante un solo año de gobierno hiciera más por desacreditar a los Hermanos Musulmanes que los presidentes Mubarak, Sadat y Naser durante décadas de exclusión y mano dura. En lugar de resolver los graves problemas socioeconómicos existentes, Morsi y la Oficina del Guía se dedicaron a crear otros problemas y a dificultar la convivencia en el país.

Los dirigentes de los Hermanos Musulmanes egipcios de hoy son una herencia de décadas de dictadura. La opacidad, la obediencia, el sectarismo, la paranoia, el victimismo y la distorsión son parte de su doctrina y cosmovisión. La táctica de los seguidores de Morsi de equiparar a los opositores con los nostálgicos de Mubarak, o de argumentar que oponerse al gobierno islamista es un ataque contra el islam, ha aumentado la tensión social y dificultado una salida dialogada a la crisis política.

El futuro del islam político se juega ahora en Egipto. Dependiendo de cómo evolucionen los acontecimientos, el islam político que salga del trauma provocado por la caída de Morsi oscilará entre la moderación y la inclusión o el radicalismo y la clandestinidad. Una clave será el papel que jueguen las juventudes de los Hermanos Musulmanes, algunos de cuyos integrantes están frustrados con sus dirigentes actuales por haber desaprovechado la oportunidad que tuvieron de normalizar su situación. Por otra parte, los partidos salafistas podrían tratar de aprovechar el contexto actual y ganar simpatizantes dentro del campo islamista. Sin embargo, el salafismo carece de una estructura organizativa sólida, así como de un programa político y económico coherente, por lo que no está garantizado el trasvase automático de antiguos simpatizantes de los Hermanos Musulmanes.

El futuro de Egipto

Egipto paga hoy el precio de que sus elites no pertenecientes a la Hermandad se presentaran fragmentadas a las elecciones presidenciales del año pasado, en cuya primera vuelta el 76% de los votantes lo hicieron contra Morsi. En estos momentos, tras el “golpe” militar con amplio apoyo social, existen enormes incertidumbres sobre el futuro del país. La esperanza que tienen muchos egipcios es que se haya evitado el horizonte de colapso económico y guerra civil que veían de haber seguido Morsi como presidente durante otros tres años, hasta el fin de su mandato.

Sin embargo, nadie puede garantizar que el escenario de colapso económico y enfrentamiento civil sea evitable ahora, máxime cuando hay incentivos para que los bandos enfrentados radicalicen sus posturas. Por un lado, los seguidores de Morsi consideran que les han usurpado una victoria lograda en las urnas, e incluso algunos dirigentes de los Hermanos Musulmanes hacen llamamientos al martirio para su restitución. Por otro lado, el Ejército parece decidido a reprimir con dureza –incluso cometiendo masacres– a los fieles a Morsi si no desisten en sus demandas. Lo que parece claro es que una vuelta a un modelo de estabilidad basado en la represión no será tolerada por los egipcios, especialmente si ese modelo de estabilidad va acompañado de una gestión incompetente de los asuntos públicos.

Será malo para el futuro del país que se produzcan campañas de venganza y represalias o, incluso, la ilegalización de los Hermanos Musulmanes. Gusten o no, son una parte integral de la sociedad egipcia y tendrán que ser integrados en un futuro sistema político que no sea acaparado por una única fuerza política. Hace falta que surja una nueva generación de dirigentes políticos egipcios, incluidos islamistas, que estén en contacto con la realidad social y sepan conectar con la juventud y responder a sus necesidades.

El tiempo apremia en Egipto y urge alcanzar algunos consensos básicos en asuntos clave como la recuperación de una economía al borde del colapso. También resulta urgente acordar los siguientes pasos para reformar el sistema político y redactar una constitución más inclusiva, así como la puesta en marcha de un proceso de reconciliación nacional que rebaje la tensión social y facilite la convivencia. En ausencia de unos liderazgos políticos que estén a la altura de las actuales circunstancias sumamente críticas, Egipto podría sumirse en un círculo vicioso de desgobierno, con implicaciones graves más allá de sus fronteras.