Guerra civil en Siria, tercer acto: la invasión turca

Guerra civil en Siria, tercer acto: la invasión turca. Tanques del ejército de Turquía durante la operación Rama de Olivo en Afrin
Tanques del ejército de Turquía durante la operación Rama de Olivo en Afrin (enero de 2018). Foto: VOA Türkçe (Wikimedia Commons / Dominio público)

Acabadas la guerra civil sin la caída del régimen de Bashar al-Assad y la lucha contra Estado Islámico con la liquidación del pseudocalifato, comienza el tercer acto con la invasión turca del nordeste sirio.

No es la primera vez que Turquía ataca objetivos militares en territorio sirio ni que se aprovecha de la guerra civil en Siria para ocupar territorio kurdo. Lo hace porque no desea que se consolide el control territorial kurdo sobre la frontera turco-siria, tanto en el sector occidental, donde coopera con las fuerzas rebeldes sirias (Ejército Rebelde Sirio), compuestas mayoritariamente de combatientes árabes, como en el sector oriental, que se encuentra bajo el control de las milicias del Frente Democrático Sirio (FDS). Las FDS han adquirido notoriedad y experiencia militar combatiendo a Estado Islámico en el noroeste del país. Estas no sólo están compuestas por combatientes de etnia kurda como se suele afirmar, sino también por árabes, turcomanos o cristianos unidos por la resistencia a la ocupación islamista de sus territorios y, ahora, por su voluntad de resistencia ante la ocupación turca.1

“No es la primera vez que Turquía ataca objetivos militares en territorio sirio ni que se aprovecha de la guerra civil en Siria para ocupar territorio kurdo”.

Para irritación de Ankara, Bagdad siempre ha “dejado hacer” a la población del noroeste kurdo, lo que explica el atractivo de esa región para las milicias y terroristas afines al Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK). La permisividad siria también explica por qué sus habitantes no se levantaron colectivamente en armas contra Bashar al-Assad, como hicieron las milicias del Ejército Rebelde Sirio que combaten junto a las fuerzas armadas turcas en el noroeste sirio. Más que irritación, han levantado ampollas entre los dirigentes turcos la colaboración estadounidense con las Unidades de Protección Popular (YPG, por sus siglas en kurdo) a partir de 2014 y, sobre todo, la entrega de armamento a las milicias kurdas en mayo de 2017, porque desconfiaban que EEUU pudiera controlar su uso antes y después de la toma de Raqqa.

Una vez vencida la resistencia islamista en el sector oriental, y controlado el avance de las fuerzas gubernamentales en el occidental, los dirigentes turcos entendieron que había llegado el momento de ocuparse de la cuestión kurda. El telón lo levantó el anuncio de retirada total de las fuerzas de EEUU en diciembre de 2018. El presidente Trump había mantenido las tropas a regañadientes en Siria para que no le acusaran de no combatir contra Estado Islámico, pero una vez quebrantado su potencial militar, la decisión presidencial estaba cantada.

La ejecución se retrasó mientras se buscaba un relevo para las fuerzas de operaciones especiales que combatían las partidas de Estado Islámico y se estabilizaba el control de la frontera. Todo parecía bajo control porque Francia y el Reino Unido aceptaron relevar a las fuerzas estadounidenses en julio de 2019 y porque EEUU y Turquía llegaron a un acuerdo para establecer una zona de seguridad en la frontera bajo vigilancia conjunta, mientras que las milicias del FDS se ocupaban de Estado Islámico, sus prisioneros y familiares. Sin embargo, y aunque las patrullas conjuntas comenzaron en septiembre del mismo año, EEUU fue dando largas al establecimiento de la zona de seguridad, hasta que el presidente Erdoğan hizo saber que la impondría por su cuenta, con o sin la colaboración norteamericana.

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Figura 1. La situación en el nordeste de Siria. Fuente: Institute for the Study of War (ISW), 11/X/2019

Ponerle puertas al campo

Según anunció el presidente Erdoğan ante la Asamblea General de Naciones Unidas en septiembre de 2019, Turquía quiere establecer una zona de 30 km de profundidad a lo largo de los 480 km de frontera oriental para sellar la frontera con Siria y evitar el trasiego de milicianos y refugiados kurdos hacia territorio turco donde les acogen las poblaciones kurdas que pueblan el sureste turco. Para ello quiere seguir el modelo de ocupación ensayado en Afrin, en enero de 2018, con la operación Rama de Olivo: ataques militares para desplazar a la población local, seguida de ocupación militar, policial y administrativa para despejar a las milicias y hostigar a los pobladores originales mientras se les reemplaza por otros recién llegados. Contra la creencia occidental, o su mala memoria (frontera interalemana), la ampliación de muros como el de Afrin puede poner puertas al campo sirio porque sirven para mostrar a los “kurdos” hasta dónde llega el poder turco, una barrera física si Turquía alcanza los objetivos estratégicos de la operación Manantial de Paz y una barrera psicológica si las poblaciones y milicias locales no pueden hacen nada para evitarlo.

Los kurdos están solos, como se vio en Afrin. Todos los Estados con capacidad de influir declinaron hacerlo entonces, salvo para pedir a las autoridades turcas que no se sobrepasaran en el uso de la violencia porque la revelación de masacres o malos tratos a civiles durante la operación militar los colocaría en una difícil situación frente a sus opiniones públicas y sus –malas– conciencias. Ahora se repiten las mismas llamadas al autocontrol y la proporcionalidad que entonces, como si EEUU o la UE tuvieran instrumentos para evitar o castigar los excesos de la nueva operación militar turca. Pueden suspender sus exportaciones de armamento a Turquía, pero este país se encamina hacia una autosuficiencia de su base industrial de la defensa en 2023 que le permitirá sustituir la adquisición de equipos occidentales como el avión F-35 estadounidense por la construcción del suyo propio (TF-X). Tampoco le faltarán proveedores de equipos sofisticados como los sistemas antiaéreos S-400 rusos ni mercados para la exportación (en 2017 exportó material militar por valor de 1.800 millones de dólares según datos del Military Balance 2019).

“Los kurdos están solos, como se vio en Afrin (…) Ahora se repiten las mismas llamadas al autocontrol y la proporcionalidad que entonces, como si EEUU o la UE tuvieran instrumentos para evitar o castigar los excesos de la nueva operación militar turca”.

Dentro de la región, Irak e Irán han expresado reservas sobre la operación militar turca porque corren el riesgo de que sus poblaciones kurdas se solidaricen y corran en ayuda de quienes resisten a la invasión turca, con el consiguiente incremento de la inestabilidad interna en dos países que mantienen abiertos varios frentes de conflicto. A ellos, como a Rusia, les beneficia la forma en la que se ha producido la retirada –más que la retirada en sí misma– porque resta credibilidad a EEUU como aliado fiable y le aleja de cualquier influencia en los asuntos regionales. Por el contrario, los aliados árabes del Golfo tienen más razones –y más tuits– para dudar del deseo y la capacidad de EEUU para cumplir los compromisos de seguridad contraídos. La retirada también beneficia a Estado Islámico, y no tanto porque sus militantes y familiares puedan escapar de los centros de detención cercanos a la frontera, sino porque va a ser difícil que EEUU puedan volver a encontrar compañeros de armas si algún día la insurgencia recupera vigor, aunque ahora parezca derrotada.

Hay que ocupar… y controlar

A pesar de las dificultades económicas y políticas por las que atraviesa –o precisamente por ellas– el presidente Erdoğan se ha decidido a tomar la iniciativa en este tercer acto de la guerra en Siria. La operación militar acaba de empezar y todavía no ha entrado en sus fases más críticas que se plantearan cuando las fuerzas terrestres lleguen a las ciudades. Las FSD tienen experiencia en combate urbano y disponen ahora de mejor armamento que cuando hicieron frente a Estado Islámico en ciudades como Kobane. No disponen de apoyo aéreo ni de armamento pesado, pero defienden su territorio y su población y pueden ralentizar la invasión, dando lugar a dudas y críticas sobre la ejecución de la operación, u obligar a las fuerzas armadas turcas a que intensifiquen la dureza de los combates, sobrepasando los “límites tolerables” para los países extrarregionales.

“Una operación militar que dure mucho es tan arriesgada para el Gobierno de Ankara y para el nacionalismo turco como consolidar una ocupación prolongada”.

Pero incluso si consiguen replicar la ocupación de Afrin, al gobierno turco le espera una compleja y costosa ocupación para impermeabilizar la zona de seguridad que pretenden crear al sur de su frontera, lo que no ha conseguido mientras la defendía desde el lado turco. Ahora tendrá que preocuparse no sólo por las incursiones que puedan realizar desde el lado kurdo las milicias y terroristas afines al PKK, sino también de las que pueda realizar Estado Islámico en su camino hacia Europa, como sugiere el presidente Trump, o para refugiarse cerca de la frontera y esperar su oportunidad como hicieron en Iraq. También tendrá que preocuparse de construir los asentamientos masivos de refugiados que van a salir de territorio turco (un millón según la agencia Reuters) para colonizar el territorio ocupado, una operación inmobiliaria que beneficiará la economía turca pero en la que difícilmente podrán esperar la contribución de terceros a su sostenimiento. Contra la tradición turca de no intervenir en conflictos fuera de sus fronteras, la ocupación de territorio sirio y su enfrentamiento con las milicias kurdas puede acabar llevando esos mismos conflictos al interior de Turquía. Una operación militar que dure mucho es tan arriesgada para el Gobierno de Ankara y para el nacionalismo turco como consolidar una ocupación prolongada. O consigue una rápida ocupación como la que realizó en Afrin o se le agotará el crédito y las oportunidades de hacerlo.


1 En un estudio de campo para el Wilson Centre, Amy Austin Holmes estima que las FDS están constituidas aproximadamente por un 82% de varones y 18% de mujeres, y por una mayoría de árabes (21,9%), seguida de kurdos (17%), cristianos (12,5%), yazidíes (9%) y turcomanos (6%).