El gobierno ha presentado la candidatura de Tarragona para acoger una de las cinco gigafactorías europeas de inteligencia artificial (IA). La instalación estaría en Móra la Nova y movilizaría una inversión público-privada de hasta 5.000 millones de euros. Un 35% sería financiación pública, el resto privada. El consorcio está liderado por Telefónica e integrado por ACS, MasOrange, Nvidia, Submer, Multiverse Computing y la Sociedad Española para la Transformación Tecnológica (SETT), un organismo público que depende del Ministerio de Transformación Digital y de la Función Pública.
La iniciativa forma parte del Plan de Acción Continente IA, la hoja de ruta de la Comisión Europea para aumentar la capacidad computacional del continente y reducir su dependencia tecnológica. Cada gigafactoría contará con unas 100.000 unidades de procesamiento avanzadas, diseñadas para manejar enormes volúmenes de datos y entrenar modelos de IA de gran tamaño desde Europa.
Tener 100.000 chips no garantiza que nuestras empresas y centros de investigación puedan entrenar modelos avanzados de IA.
Hoy, más del 80% de la capacidad global de cómputo para IA está en manos de Estados Unidos (EEUU) y China. Europa apenas supera el 10% y Bruselas quiere multiplicar por cuatro esta capacidad antes de 2030. El Plan de Acción Continente IA prevé 200.000 millones de euros en inversión total, de los cuales 20.000 estarían destinados a estas gigafactorías. El objetivo es no quedarse atrás en la carrera global de la IA.
Austria, la República Checa, Dinamarca, Alemania, los Países Bajos y ahora España han mostrado interés en acoger este tipo de infraestructuras. En total, la Comisión Europea ha recibido 76 propuestas para crear gigafactorías de IA; la Comisión hará una primera criba e invitará a los proyectos finalistas a presentar propuestas detalladas en diciembre de 2025. Las gigafactorías elegidas deberán estar operativas entre 2027 y 2028 para optar a financiación europea.
Si el proyecto de Tarragona resulta escogido, habrá tres factores que serán determinantes para el éxito final y que todavía están abiertos. Lo ideal sería que el propio diseño de la candidatura empiece ya a integrar estas conversaciones. Así, no sólo se planifica la máquina, sino también los cables que la conectarán con el tejido económico europeo.
La capa de servicios
Tener 100.000 chips no garantiza que nuestras empresas y centros de investigación puedan entrenar modelos avanzados de IA. Lo que conecta la “máquina” con el tejido económico es la capa de servicios: el conjunto de herramientas, procesos y equipos humanos que convierte potencia en innovación.
Lo ideal sería que el diseño de esta capa vaya en paralelo a la gigafactoría, no esperar a montar el hardware para después improvisar servicios según las necesidades que aparezcan. Hardware y software deben planificarse juntos, de forma intencional y alineada.
Para que la supercomputación esté disponible, accesible y optimizada desde el inicio, habrá que pensar en varios elementos:
- Interfaces de acceso estandarizadas, que permitan a equipos con distintos niveles técnicos usar los recursos sin fricción.
- Sistemas de gestión de recursos (como Slurm) que distribuyan el cómputo de forma eficiente y eviten listas de espera eternas.
- Soporte técnico que reduzca la barrera de entrada para pequeñas empresas.
- Sistemas para almacenar y transferir datos.
Estas capas de servicio son las que harán posible que el cómputo se use de forma efectiva y penetre en el ecosistema local.
En este sentido, la candidatura española tiene una ventaja evidente. Barcelona lleva años siendo un imán para empresas tecnológicas, centros de innovación y talento digital. Es el principal hub digital de España y el quinto de Europa por volumen de inversión en startups. Se nota en la densidad de empresas emergentes, en la presencia de hubs internacionales y en una comunidad técnica acostumbrada a trabajar con infraestructuras científicas.
Además, contamos con el Barcelona Supercomputing Center, que aloja el supercomputador más potente de España. Todo este bagaje es lo que debería aprovecharse para construir un “cable” de servicios sólido, conectado al tejido productivo y útil desde el primer día.
Ecosistema conectado
Además de un buen sector de servicios digitales, como el de Barcelona, para que España pueda crear IA de frontera hace falta un ecosistema europeo con startups fuertes, scale-ups potentes y grandes empresas fuertes, en colaboración con instituciones y academia. Así es como la supercomputación se convierte en competitividad.
Las infraestructuras de cómputo dependen de que todos los actores técnicos estén alineados desde el diseño. Cada uno tiene un papel que encaja con los demás:
- Los operadores de infraestructura deben garantizar acceso rápido, entornos seguros y sistemas escalables.
- Los proveedores de chips y hardware intervienen desde la configuración del sistema hasta incluir seguridad directamente en los procesadores.
- Las plataformas de IA ofrecen las herramientas para entrenar, gestionar datos y desplegar modelos.
- Las empresas con datos propios necesitan vías claras y legales para aportar sus datasets.
- Los auditores validan modelos y datos, generan certificaciones y trazabilidad que dan garantías a los usuarios finales.
- Las empresas usuarias deben disponer de entornos donde ejecutar modelos complejos.
De nuevo, parece que España llega bien situada. Presenta una candidatura amplia, multisectorial y coordinada. Alemania, que era vista como una de las candidatas más sólidas, ha fragmentado su propuesta: Deutsche Telekom, Ionos y la filial tecnológica del grupo Schwarz presentarán candidaturas por separado tras no lograr un acuerdo común. SAP, que inicialmente estaba en el consorcio, ya ha confirmado que no participará ni como operador ni como inversor. Éste puede ser un factor determinante para que el proyecto termine concediéndose a España.
Ahora bien, aunque hoy esto parezca un concurso entre países, una vez se pongan en marcha serán infraestructuras profundamente europeas. El hecho de construir sólo cinco gigafactorías está relacionado con la estrategia de concentrar recursos en centros de alta capacidad, diseñados para operar en red. Esto lo veremos en varias dimensiones clave:
- Proveerse de chips. Cuando se habla de “adquirir 100.000 chips de última generación”, ahora mismo se piensan en los H100 GPU de NVIDIA. Sabiendo lo rápido que avanza el estado del arte en semiconductores, pronto habrá opciones más competitivas. Lo lógico sería negociar la compra de forma conjunta desde Europa, como se hizo con las vacunas del COVID-19. Los chips son el mejor ejemplo de cómo la Administración Trump está usando el control de exportaciones para negociar sus objetivos geopolíticos. Por eso, mientras Europa refuerza su capacidad de fabricar chips, tiene más sentido que las negociaciones tengan lugar directamente entre EEUU y Europa.
- El propio uso de la computación será profundamente colaborativo entre usuarios y empresas europeas.
- Y luego están los datos. Muchos sectores europeos tienen datasets únicos, ya sea en industria avanzada, salud o logística. Si se integran bien con las gigafactorías, estos datos pueden dar ventaja a Europa para entrenar modelos. Para eso, harán falta reglas claras de gobernanza que permitan compartirlos de manera interoperable y segura.
Flexibilidad para la experimentación de estrategias de go-to-market
A raíz de la candidatura catalana, el presidente Salvador Illa señaló que esta asociación es vista “como una oportunidad excelente de explorar e implementar colaborativamente estrategias ‘go-to-market‘ que permitan alcanzar capacidades de última generación relacionadas con la inteligencia artificial.”
Las gigafactorías supondrán una gran apuesta económica por parte de todos los actores involucrados. Para que sea menos una apuesta y más una inversión, se ha de experimentar con modelos de negocio para evitar el riesgo y alinear la infraestructura con los objetivos estratégicos y la coyuntura económica con la que conviviremos en las próximas décadas.
Europa quiere que esta infraestructura sirva para que sus empresas desarrollen IA de frontera, pero también para que en sectores donde ya tenemos ventaja (renovables, fabricación avanzada, servicios digitales, biotecnología) puedan converger la innovación específica en dichos sectores con la innovación en IA y mantener su posición global. Es la lógica que señalaba Draghi: usar la IA como capa transversal que refuerce nuestra industria.
Ahora bien, ¿qué esquema comercial hará posible eso? Lo esperable es que las gigafactorías traten de ser flexibles con sus estrategias de go-to-market, como haría cualquier empresa tecnológica, probando distintas fórmulas para ver cuál encaja mejor con el tipo de actores que se quiera atraer y con la magnitud de los proyectos que se quieran incubar.
Cada uno de estos modelos será más o menos atractivo para distintos perfiles. Algunos encajan mejor con grandes empresas consolidadas, que tienen datos y capacidad de I+D para crear modelos propios. Otros podrían ser más útiles para los futuros DeepMind o Mistral europeos, que busquen cómputo puro para entrenar modelos fundacionales. También están los “little giants” (como los llaman en China): empresas líderes en nichos industriales que pueden necesitar un empuje de supercomputación para afianzar su posición. Y por supuesto, universidades y centros de investigación, que querrán coaliciones con casos de uso claros para experimentar con soluciones de soluciones HPC (computación de alto rendimiento, por sus siglas en inglés). Algunos ejemplos:
- Compute-as-Service: un pago por uso que permita a grandes empresas o desarrolladores acceder sin comprometerse con inversiones iniciales. Pago directo por capacidad consumida.
- Consorcios sectoriales: varias empresas del mismo sector que reservan cómputo de forma conjunta y reparten costes.
- Cuotas reservadas para pymes, scale-ups, proyectos científicos y prototipos.
Por lo tanto, las gigafactorías tendrán que ser flexibles en sus estrategias de go-to-market.
En todo caso, España llega bien situada con una candidatura sólida y un ecosistema que puede sostenerla. Si el proyecto supera la primera criba de la Comisión, a finales de 2025, se sabrá qué países acogerán estas infraestructuras estratégicas. Hasta entonces, será clave que la candidatura planifique tanto la máquina como los cables que la conecten con el tejido económico europeo.