Azerbaiyán en modo resolutivo sin disimulos

El presidente de la República de Azerbaiyán, Ilham Aliyev, en el discurso hacia la nación tras el enfrentamiento en Nagorno Karabaj del 20 de septiembre de 2023.

El presidente de la República de Azerbaiyán, Ilham Aliyev, en el discurso hacia la nación tras el enfrentamiento en Nagorno Karabaj del 20 de septiembre de 2023. Foto: President.az (Wikimedia Commons/CC BY 4.0).

Lo ocurrido en Nagorno Karabaj –región de mayoría armenia incrustada en Azerbaiyán– desmonta de un sólo golpe la idea de que los conflictos bélicos siempre terminan en una mesa de negociaciones por la imposibilidad de los bandos enfrentados de lograr una victoria definitiva. En este caso, en apenas 24 horas desde las primeras andanadas artilleras y la activación de los drones y aviones azerís, las autoridades karabajíes han capitulado sin disimulos, entendiendo que toda resistencia era inútil.

Cabe preguntarse en todo caso si este es el final de un conflicto que ya ha pasado por diferentes episodios de violencia e hibernación, desde que en 1918 ambos fueron sometidos por Moscú en el marco de la Unión Soviética, o si todavía cabe suponer que rebrotará la resistencia armenia contra Bakú; sin descartar que, aprovechando la coyuntura favorable, Azerbaiyán decida seguir adelante contra la propia Armenia.

De momento, lo que podemos entender al margen de consideraciones éticas o de lo que dicta el derecho internacional, es que Bakú ha sabido aprovechar las circunstancias para dar el golpe definitivo que deseaba propinar hace tiempo contra la autodenominada República de Artsaj –hoy apenas 4.000km2 habitados por unas 150.000 personas–. Tras la pérdida de siete distritos (un total de 8.000km2) en 1994 bajo el empuje armenio, en 2020 Bakú logró dar la vuelta a una situación que consideraba insoportable, recuperando ese mismo territorio y dejando a Artsaj en una posición muy precaria. Y desde aquel momento Azerbaiyán ha ido intensificando la presión para anular la resistencia de lo que quedaba del mínimo reducto armenio restante y para alinear a su favor a los actores externos que podrían tener intereses en juego o, al menos, para garantizar su pasividad. Con esa intención no ha dudado, primero, en establecer un férreo bloqueo del enclave armenio durante los últimos nueve meses –cerrando el corredor de Lachin, que conecta a Artsaj con Armenia, para crear una situación insostenible que terminara de convencer a la población armenia local de que su única opción era abandonar definitivamente sus hogares– y, a continuación, golpear militarmente.

Para llegar hasta aquí no solamente ha contado con su propia superioridad, tanto en términos demográficos como económicos y militares –triplicando a Armenia en esos campos–, sino también con la ventaja que le proporciona el hecho de que el foco internacional esté tan concentrado en Ucrania, lo que significa que ni Moscú ni Washington ni ningún otro actor relevante esté muy dispuesto a diversificar sus esfuerzos para atender otra crisis. Por supuesto, un actor esencial en este proceso ha sido Turquía, alineada nítidamente con Bakú y convertida ya en su principal suministrador de armas. Una Turquía que gana peso en la región a costa de una Rusia que queda señalada como un poder menguante a pesar de figurar como garante del acuerdo alcanzado en 2020 y de los 2.000 efectivos militares que mantiene en Nagorno Karabaj. En esencia, Rusia ha demostrado el fracaso de su política de equilibrio del poder entre Bakú y Ereván, viéndose ahora acusada por Armenia de traición (de poco le sirve el argumento de que la República de Artsaj ni siquiera es reconocida por Ereván) y sin capacidad, sumida en la guerra en Ucrania, para recuperar su posición histórica en el Cáucaso.

Tampoco Estados Unidos sale bien parado de la crisis, por mucho que haya logrado parcialmente que Armenia se aleje de la órbita rusa, como lo demuestra el hecho de que ahora mismo, por primera vez, haya soldados estadounidenses realizando maniobras con fuerzas armenias.

Lo mismo le ocurre a la Unión Europea, presa de sus apuros para garantizar su seguridad energética tras la decisión de eliminar su dependencia de Rusia, por cuanto la firma de un nuevo acuerdo el pasado año para duplicar las importaciones de gas azerí en el horizonte de 2027 hace muy difícil imaginar que vaya a salir ahora en defensa de Armenia. Una Armenia que tampoco puede esperar que Irán sea una ayuda suficiente para dar vuelta a la situación, por mucho que Teherán tema que el avance azerí pueda dificultar su conexión directa con la región y con Rusia.

De todo ello se deriva que, a corto plazo, tras el inicio de las conversaciones impuestas por Bakú a las autoridades karabajíes, lo previsible es que se produzca el desmantelamiento total de las extremadamente débiles fuerzas armadas del enclave, al tiempo que las unidades armenias todavía ubicadas allí (aunque Ereván sostiene que no queda ninguna) abandonen de inmediato la zona. Lo que queda a continuación es fijar los términos de la derrota, los detalles del proceso de reintegración de Artsaj en Azerbaiyán a todos los efectos y ver en qué grado Bakú decide reconocer algún tipo de derechos culturales a la población que se resista a abandonar la región.

Para más adelante queda por ver cuál será el siguiente paso de Bakú. Desde una perspectiva estratégica lo más probable es suponer que Azerbaiyán procurará aprovechar el impulso bélico para lograr un paso franco hacia el enclave de Najicheván, tomando el control del corredor de Zangezur, a través de Armenia. De hecho, el propio primer ministro armenio, Nikol Pashinián, sostiene que el golpe azerí en Nagorno Karabaj ha buscado implicar a Armenia en la guerra para contar con una excusa con la que justificar una ofensiva con ese propósito. Esa posibilidad deja a Pashinián en una posición muy precaria, puesto que junto a las crecientes críticas internas por lo que sus opositores consideran una traición a su pueblo, sabe que no tiene medios militares para batallar con ciertas garantías de éxito ni tampoco cuenta con aliados internacionales fiables. En esas condiciones no parece que le quede más opción que aceptar las condiciones que Bakú quiera poner sobre la mesa para llegar a un acuerdo que salve a Armenia de una invasión en toda regla.