Una elección en Chile

Banderas en la Plaza de la Constitución en Santiago de Chile. Alrededor de la Plaza se se ubican el Palacio de la Moneda, los ministerios de Hacienda, Relaciones Externas y de Justicia
Plaza de la Constitución en Santiago de Chile. Foto: Cuidro (Wikimedia Commons / CC BY-SA 4.0).

El pasado 7 de mayo los chilenos eligieron a los 51 integrantes del nuevo Consejo Constitucional. Una vez más y en pocos meses volvía a repetirse el ritual del voto, un proceso que, por su intensidad, terminó generando escaso entusiasmo e, incluso, la apatía ciudadana. Esta última era claramente perceptible en las calles de casi todas las ciudades del país. En ellas, en las jornadas previas al domingo, el ambiente preelectoral era prácticamente inexistente. Algunos escasos carteles con la figura de los candidatos y poco más.

Si bien el desánimo primaba en los votantes, estos sabían que su voto era obligatorio, algo que finalmente quedó constatado en la elevada cifra de participación, que rondó el 85%. El resultado de la votación, incluyendo el 18% del voto nulo y en blanco, no deja mucho lugar para la especulación. Tampoco para autojustificaciones como las que intentaron explicar el triunfo del rechazo en el plebiscito de septiembre.

Con el 35% de los votos, el Partido Republicano obtuvo 23 consejeros, superando con creces el umbral para bloquear cualquier iniciativa contraria a sus intereses y valores. No sólo eso. Si a sus 23 convencionales le sumamos los 11 (21,5% del voto) de la coalición Chile Seguro, de los tres partidos de la derecha tradicional, la Unión Demócrata Independiente (UDI), Renovación Nacional (RN) y Evópoli, todas las fuerzas conservadoras superan los 3/5, pudiendo, de así acordarlo, redactar su propio texto constitucional sin necesidad de negociar con el gobierno, cuyos seguidores obtuvieron los 17 cargos restantes.

Si bien el Partido Republicano se negaba sistemáticamente a modificar la Constitución “de Pinochet”, la situación creada con el resultado de esta votación ha modificado radicalmente el panorama político.

Al igual que en el plebiscito de salida de septiembre, la sorpresa del resultado fue mínima en su signo, aunque no en su intensidad. Si bien los pronósticos eran bastante unánimes al predecir el triunfo republicano, lo sorpresivo fue su magnitud. Había ciertas dudas sobre si el grupo de Kast se impondría con holgura a Chile Seguro y, sobre todo, si serían capaces de tener poder de veto en la Convención.

Como suele suceder, los comicios fueron más un plebiscito sobre el comportamiento y la aprobación del gobierno que una votación para elegir a los nuevos constituyentes. Predominó el rechazo a la gestión del presidente Boric entre unos ciudadanos muy preocupados por el aumento del narcotráfico y la inseguridad ciudadana, la excesiva violencia asociada al incremento de la inmigración ilegal (mayoritariamente venezolana) en el norte y las reivindicaciones mapuches en el sur, la inflación disparada (aunque finalmente ahora comienza a remitir) y el mal comportamiento macroeconómico.

La invocación a la mano dura en la lucha contra la inseguridad y el crimen organizado, incluyendo las similitudes con la cruzada salvadoreña de Nayib Bukele contra las maras, le permitieron a Kast no sólo propinar una severa derrota al gobierno, sino también imponerse al resto de los partidos de la derecha tradicional. Frente a la moderación de estos últimos, firmes partidarios de la legalidad democrática, el mensaje republicano de dureza sin contemplaciones contra “los malos” dejaba poco margen a la hora de decidir el voto.

Si bien el Partido Republicano se negaba sistemáticamente a modificar la Constitución “de Pinochet”, la situación creada con el resultado de esta votación ha modificado radicalmente el panorama político.

Con el papel protagónico que ahora debe asumir, la extrema derecha no puede comportarse como si siguiera en actuando en la extrema oposición. Su responsabilidad ha aumentado de forma clara y, si quiere ser un referente en 2024 y comenzar a gobernar a partir de 2025, debe resolver tomar una serie de decisiones que no le alienen el respaldo popular.

El gran riesgo del proceso que ahora se abre es que termine, en diciembre próximo, con un nuevo “rechazo”. Esto sería una catástrofe para la democracia chilena, pero también lo sería para el futuro político del propio Kast, que podría ser visto como un irresponsable político y no el hombre que podría posicionarse como el único capaz de corregir el rumbo de un país a la deriva.

Se abre ahora un espacio breve de tiempo donde los principales actores políticos deberán decidir la trayectoria a seguir, algo que pueden comprometer tanto el futuro político del país como el de sus propias agrupaciones. Para comenzar, salvo el Partido Republicano, el resto de los partidos chilenos cosechó una suma de votos bastante magra, lo que amenaza su propia subsistencia. Es el caso de la democracia cristiana y de la social democracia que ni siquiera han logrado elegir un solo consejero.

El gobierno debe asumir también su cuota de responsabilidad. Con este resultado no basta con ponerse de perfil, que es la respuesta pensada para gestionar adecuadamente la derrota. Pero a la vista del respaldo mantenido, tal actitud ni es posible ni resulta conveniente. Si bien algún exministro de Evo Morales le propone al presidente chileno “recuperar la audacia”, el problema no está en la voluntad política sino en la capacidad real de Boric y sus partidarios en incidir en la realidad, teniendo en cuenta la debilidad parlamentaria de las fuerzas que lo acompañan y su falta de iniciativa política tras sufrir su segunda derrota electoral consecutiva. Más allá de la actitud más intransigente del Partido Comunista, la pregunta es si querría Boric negociar no con la derecha, sino con la extrema derecha y hasta dónde estaría dispuesto a ceder llegado el caso.

Por todo esto, el mayor desafío lo tienen las fuerzas conservadoras y los republicanos. Para los partidos del Chile Seguro se trata de una cuestión de supervivencia. ¿Cuánto y cómo acercarse a los republicanos? ¿Cuánto y cómo diferenciarse de ellos? Pero para Kast el reto es aún mayor. Si quiere gobernar deberá terminar de articular una alternativa de gobierno creíble y sólida, y eso implica asumir posturas responsables. ¿Querrá seguir por esa estela o se conformará con asumir las conductas más rupturistas de Jair Bolsonaro y de Santiago Abascal?

El centro, finalmente, fue uno de los grandes ausentes de la noche electoral. En parte por incapacidad de transmitir su mensaje de moderación, en parte, también, porque algunas de las piezas del puzle no han terminado de armarse. ¿Habrá espacio y futuro para esas fuerzas declinantes/emergentes? ¿Serán capaces de armar un entramado organizacional que albergue a la mayor parte de fuerzas hasta ahora dispersas y que se han limitado a hacer la guerra por su cuenta?