Trump: el espectáculo continúa

Donald Trump increpa a Jim Acosta, corresponsal de CNN en la Casa Blanca, durante la rueda de prensa del pasado día 11. Captura: ABC News
Donald Trump increpa a Jim Acosta, corresponsal de CNN en la Casa Blanca, durante la rueda de prensa del pasado día 11. Captura: ABC News
Donald Trump increpa a Jim Acosta, corresponsal de CNN en la Casa Blanca, durante la rueda de prensa del pasado día 11. Captura: ABC News
Donald Trump increpa a Jim Acosta, corresponsal de CNN en la Casa Blanca, durante la rueda de prensa del pasado día 11. Captura: ABC News

167 son los días que han pasado entre la hasta hace poco última rueda de prensa de Donald Trump, en julio del año pasado, y la del pasado 11 de enero del nuevo año. En julio “sólo” era el candidato republicano a la Casa Blanca y decidió dejar de contestar a las preguntas de los reporteros porque los medios de comunicación difundían “informaciones incorrectas”. Ahora es el presidente electo y ha construido su particular estilo de comunicación —accede a la gente sin filtros a golpe de tweet— que sin duda dejará huella en los futuros presidentes del país.

¿Es Twitter el nuevo bully pulpit digital? ¿Será la nueva manera de modelar la opinión pública y establecer la agenda de la Casa Blanca? ¿Cuándo habrá prestar atención a un tweet de Trump? Ya se han empezado a estudiar los posibles patrones de sus tweets gracias a la reciente campaña electoral, durante la que ha repetido palabras como “great”, “failed”, “nasty”, “weak” y “winner”, así como la que se considera la expresión del año: “sad”. Pero esta “nueva” forma de comunicarse lo que ha dejado muy claro es que la relación del próximo presidente con la prensa va a ser más que tensa.

Es una de las pocas cosas que se sacaron en claro de la esperadísima rueda de prensa del magnate. Una rueda de prensa que fue políticamente un desastre, teniendo en cuenta los cánones más tradicionales, claro. Como de costumbre, salió poco preparado y sin ningún interés por responder a las preguntas de una forma directa. Pero como espectáculo fue brillante, incluso antes de que saliera al escenario. Toda la expectación estaba puesta en él aunque paradójicamente donde realmente estaba la noticia era en el Senado. Allí se llevaban a cabo las confirmaciones de nada menos que seis cargos de su gobierno, todas en el mismo día: Jeff Sessions, como fiscal general; Rex Tillerson, como secretario de Estado; Betsy Devos, como secretaria de Educación; John Kelly, como secretario de Homeland Security; Mike Pompeo, como director de la CIA; y como secretaria de transportes, Elaine Chao.

Para la prensa era imposible hacer un seguimiento de todas ellas, y menos cuando estaba convocada la ansiada rueda de prensa con el presidente electo. Ha sido una clara estrategia del equipo de Trump para desviar la atención sobre algunos de los nominados —aunque no es ni mucho menos una estrategia nueva en la política norteamericana—. Y también para acelerar la confirmación de los nominados a pesar de que muchos de ellos no han sido suficientemente investigados por posibles conflictos de intereses. Es curioso que mientras que en 2009 el líder republicano Mitch McConnell insistió en que antes de la confirmación de los nuevos cargos de Obama los seleccionados debían cumplir con todos los requisitos exigidos, incluidos una declaración de su situación financiera y un proceso de revisión ética, ahora no le parezca tan imprescindible.

Pero volviendo a la rueda de prensa de Trump, curiosamente uno de los momentos más interesantes fue precisamente cuando el futuro presidente no estuvo en el podio. Sheri Dillon, una de sus abogadas, explicó durante varios momentos por qué Trump no va a poner sus activos en manos de un “fideicomiso ciego” (blind trust). Se trata de una figura que existe en EEUU y que aparece cuando una autoridad pública cede a un tercero independiente su patrimonio para que lo administre. Dillon utilizó argumentos complejos y probablemente muchos de ellos correctos para explicar por qué van a evitar ese blind trust. Su aplicación implicaría, por ejemplo, la liquidación de los activos de Trump, quitar su nombre de hoteles y resorts… realmente algo impracticable, y por supuesto una opción no viable para el presidente electo. Pero Dillon fue incapaz de borrar la dudas que persisten y persistirán sobre posibles conflictos de intereses. No sólo Trump tiene activos en países extranjeros, sino que sus negocios en EEUU podrían verse afectados por leyes y regulaciones —de trabajo, medioambientales, políticas de inmigración—, y sus negocios seguramente recibirán préstamos de los bancos que su Administración quiere regular. Eliminar las dudas sobre los conflictos de intereses va a ser realmente complicado, pero para eso está la ética y el sentido común, dos elementos recurrentes para los anteriores presidentes norteamericanos.

Pero poco más se sacó en claro el pasado 11 de enero, aparte de que aprendimos algo más sobre unos memos de un ex agente de inteligencia británico, con las especulaciones sobre una serie de vídeos comprometedores de Trump que podrían explicar el apoyo de éste a Putin. Un gran espectáculo.