¿Por qué mantiene el gobierno chino su política de ‘cero COVID’?

Política de cero COVID. Operario de limpieza en la ciudad de Dalian, provincia de Liaoning (China)

Tras las críticas iniciales por la falta de transparencia sobre el origen y la expansión de la COVID-19 en China y el alto grado de coerción de muchas de sus medidas para combatir esta enfermedad, hubo un tiempo en el que desde Europa se miraba con cierta envidia la forma en que este país había logrado limitar el coste sanitario y económico de la pandemia. Sin embargo, una vez que la Unión Europea ha conseguido inmunizar a un alto porcentaje de su población, reducir sensiblemente las cifras de fallecidos y eliminar la mayor parte de las restricciones a la movilidad, cada vez son más las voces que se preguntan por qué las autoridades chinas, en vez de convivir con la enfermedad, se empeñan en seguir una restrictiva política de ‘cero COVID’, que está aislando internacionalmente a China y ralentizando sensiblemente su economía.

Aunque no hay consenso sobre las previsiones de crecimiento, resulta evidente que la economía china está pagando un alto peaje por la estrategia de ‘cero COVID’. Los datos macroeconómicos de abril son bastante pobres, con caídas de la producción industrial y las ventas minoristas del 2,9% y del 11,1% respectivamente. Estos son los peores niveles desde que estalló la pandemia en 2020.

Las estimaciones de crecimiento de la economía china para este año varían del 2% de Bloomberg Economics al 4,4% del Fondo Monetario Internacional, pasando por el 4% de Goldman Sachs. En cualquier caso, parece complicado que vaya a cumplirse el objetivo del 5,5% establecido por las autoridades chinas. Este probable traspiés macroeconómico parecería particularmente delicado en el contexto político actual, dado que este otoño se celebrará el XX Congreso Nacional del Partido Comunista de China en el que se espera que Xi Jinping sea reelegido para un tercer mandato. No cabe duda de que este es un revés significativo para un partido que ha hecho bandera del crecimiento económico.

Tampoco es desdeñable el descontento social que están produciendo confinamientos draconianos en los que se ha llegado a separar a niños infectados de sus progenitores.  Las colas kilométricas tras la reapertura de los aeropuertos en Shanghái o las protestas de los estudiantes de la Universidad de Pekín son muestra de ello. Incluso el director general de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom Ghebreyesus, ha alertado a los especialistas chinos de que la política de ‘cero COVID’, basada en medidas muy restrictivas como confinamientos masivos hasta que no haya trasmisión comunitaria de la COVID-19, es insostenible dada la alta virulencia de la variante Ómicron.

Sin embargo, no hay indicios de que las autoridades chinas vayan a sustituir próximamente una estrategia de lucha con la COVID basada en la tolerancia cero contra la enfermedad por otra que parta del principio de que se puede convivir con ella. Así lo evidencian, por ejemplo, la renuncia de China a organizar la Copa de Asia de 2023 y  un artículo publicado recientemente por el ministro al frente de la Comisión Nacional de Salud, Ma Xiaowei, en Qiushi, la revista de cabecera del Partido Comunista de China.  En este artículo Ma anuncia un aumento de los recursos para desarrollar una estrategia de tolerancia cero contra la COVID, incluyendo centros de cuarentena y puestos de detección permanentes en las principales ciudades del país.

¿Qué lleva al gobierno chino a mantener una estrategia contra la COVID-19 más propia de 2020 que de 2022? Su evaluación de que China no está preparada todavía para convivir con la COVID-19 y que intentarlo podría exponer al país a una crisis sanitaria de enormes proporciones y al régimen a un descontento popular masivo. Para evaluar si estos temores tienen fundamento, hay que fijarse en diferentes factores. Entre ellos destacan el porcentaje de población inmunizada, ya sea por estar vacunada o por haber superado la enfermedad, y las capacidades del sistema sanitario chino para hacer frente a una eventual ola de contagios.

Aunque alrededor del 88% de la población china ha recibido al menos dos dosis de la vacuna contra el coronavirus, los porcentajes de vacunados son sensiblemente más bajos entre las cohortes de mayor edad, que son las más vulnerables. Unos 52 millones de chinos mayores de 60 años no han recibido al menos dos dosis de la vacuna contra la COVID, siendo la situación particularmente preocupante entre los mayores de 80 años, pues solo el 51% ha sido inoculado con al menos dos dosis y apenas un 20% con tres.

Además, la efectividad de las vacunas chinas es menor que la de las vacunas occidentales antes de la tercera dosis. Una investigación llevada a cabo por la Universidad de Hong Kong en marzo de 2022 concluyó que Sinovac ofrece una protección de entre el 44% y el 94% contra un desarrollo grave de la COVID y la muerte por esta enfermedad, siendo la eficacia de las dos dosis en las personas mayores de 60 años del 72% y del 77% respectivamente. Respecto a la de BioNTech-Pfizer el porcentaje aumenta y el rango se sitúa entre el 75% y el 96% de protección. En las personas mayores de 60 años la eficacia es superior al 80% en todos los casos.

El desarrollo de anticuerpos por contagio también es sensiblemente menor en China, aunque haya que ser cautos con estos datos. En China ha habido 1,2 millones de casos confirmados de COVID, lo que equivale al 0,85% de la población, mientras que en la Unión Europea hay aproximadamente 140 millones de casos confirmados, equivalente a un 30% de la población. A lo que hay que añadir la estimación de la Comisión Europea de que entre el 60% y el 80% de la población ha sido contagiada por el coronavirus desde que estalló la pandemia.

En relación a las camas de hospital, el problema no es tanto la capacidad hospitalaria total de China, que puede destinar 3,1 millones de camas a ingresados con enfermedades respiratorias, sino el número de camas en unidades de cuidados intensivos, 4,5 por cada 100,000 habitantes, menos de la mitad que las 10,4 que tiene España. En este sentido, un estudio de la prestigiosa Universidad de Fudan, que fue publicado hace dos semanas en la revista científica Nature Medicine, alertaba del riesgo que podría suponer para quienes viven en China pasar a una política de convivencia con la COVID. Los autores concluyen que, teniendo en cuenta el nivel de inmunidad inducido por las campañas de vacunación a marzo de 2022, si se pasara a una estrategia de convivencia con la COVID, podría producirse una ola de contagios que generaría una demanda de ingresos en unidades de cuidados intensivos 15,6 veces mayor que la capacidad existente, y podrían fallecer más de 1,5 millones de personas.  Aunque los propios autores advierten de que este escenario no debe darse ni mucho menos por hecho, que sea plausible evidencia el tipo de riesgos que quieren evitar las autoridades chinas, particularmente antes del próximo congreso nacional del partido. Una vez pase dicho congreso, que probablemente se celebrará en octubre, sigan subiendo los niveles de inmunización de la población china, y aumenten las capacidades de su sistema sanitario para hacer frente a una eventual ola de contagios, será más probable que China adopte una estrategia de lucha contra la COVID menos coercitiva y restrictiva. Esto sería una excelente noticia no solo para la población de este país, también para el resto del planeta.


Imagen: Operario de limpieza en la ciudad de Dalian, provincia de Liaoning (China). Foto: Jida Li (@jida_leee).