Publicado el 15/10/2013 en Elpais.com.
Asistimos en los últimos dos años a una creciente alarma respecto al número de españoles que emigran, una alarma que solo se explica si recordamos que la población española ha sido extraordinariamente inmóvil en las últimas décadas.
La ola migratoria que desplazó en los años sesenta a unos dos millones de españoles hacia otros países europeos se acabó en 1974 y muy pocos se animaron a dejar el país en las décadas siguientes, ni siquiera en el periodo de la crisis de 1993 a 1997, cuando el paro llegó a afectar al 24% de la población activa. Incluso dentro del país la movilidad entre provincias o regiones es pequeña, como denuncian a menudo los analistas del mercado de trabajo.
La española es, en conjunto, una población sedentaria apegada a su ciudad, en la que los lazos familiares y las amistades condicionan sustancialmente la voluntad de movilidad de los individuos. Este es un rasgo que compartimos con los países de Europa del sur y que nos aleja de la Europa más dinámica, como mostraba el Eurobarómetro que la Comisión Europea dedicó a la movilidad interna a finales de 2009: solo un 12% de los españoles consideraba la posibilidad de trabajar en otro país, frente al 51% de los daneses, el 38% de los suecos, el 26% de los británicos o el 25% de los franceses, y ello a pesar de que ya en esa fecha el paro en España superaba en mucho al de estos países. La resistencia de los españoles a abandonar su tierra la conocen bien nuestras empresas internacionalizadas y es causa continua de dificultades para su proyección exterior.
A esta sociedad, tan dinámica en lo cultural como inmóvil en lo geográfico, llegaron desde finales de los noventa más de seis millones de inmigrantes, estos sí dispuestos a trasladarse a donde pudieran encontrar mejores condiciones de vida. Por eso, cuando la crisis empezó a cebarse especialmente con ellos, muchos decidieron volver a su país de origen o probar suerte en un tercero, aunque a su vez muchos otros nuevos inmigrantes siguieron llegando. De hecho, el saldo migratorio continuó siendo positivo —es decir, llegaron más inmigrantes de los que se fueron— hasta el año 2012, cinco años después de iniciada la crisis.
Muchos de los que se han ido, especialmente entre los latinoamericanos, habían obtenido previamente la nacionalidad española, lo que les garantiza el derecho a la vuelta al país si lo desean en el futuro, y no pueden ser considerados emigrantes en la actualidad puesto que viven en su país de origen. En Latinoamérica, a estos inmigrantes retornados se unen los antiguos emigrantes españoles y sus descendientes, medio millón de los cuales ha solicitado la ciudadanía española en aplicación de la Ley de la Memoria. Estos dos grupos, los inmigrantes retornados y los antiguos emigrantes españoles en América Latina, suman 1.075.000 personas, más de la mitad del total de 1.900.000 españoles residiendo en el extranjero que recoge el INE.
El siguiente gran grupo de españoles en el extranjero es el formado por los antiguos emigrantes hacia Europa y por sus descendientes: en el año 2002, en pleno proceso de boom económico en España, el Censo Electoral de Residentes en el Extranjero recogía 488.000 españoles mayores de 18 años viviendo en otros países europeos, muchos de estos nacidos ya en el país de destino, no en España. En 2009, el INE detectaba 330.000 españoles nacidos en España viviendo en otros países europeos, cifra que se ha convertido en 350.000 en 2013, por tanto con un modesto aumento de 20.000 personas. Sin embargo, esto no quiere decir que solo hayan salido 20.000 españoles autóctonos hacia Europa a raíz de la crisis: pueden haber sido muchos más pero su salida ha quedado compensada con la vuelta de otros, o de ellos mismos al cabo de un tiempo, de modo que finalmente el total ha aumentado poco.
Como muestran las cifras europeas, se produce una gran movilidad entre los emigrantes: en Reino Unido abandona el país cada año una cifra de extranjeros que equivale a la mitad de los que entran, un tercio en el caso alemán. Por otra parte, muchos emigrantes españoles no se registran en los consulados, por lo que no aparecen en las estadísticas y eso puede hacer sospechar que la cifra en realidad es muy superior. Pero la comparación entre los datos españoles y los equivalentes en varios países europeos muestran una notable semejanza. En el caso alemán, por ejemplo, donde los extranjeros están obligados a registrarse en el municipio tras tres meses de estancia, su Oficina de Estadística recoge la presencia de 110.193 españoles en el dato publicado más reciente, el del 31 de diciembre de 2011, mientras que el INE registra para la misma fecha 111.731, lo que supone una diferencia mínima.
Lo que sí ha aumentado notablemente es el número de inmigrantes que han obtenido la ciudadanía española y han emigrado a otros países europeos, a EEUU o a algún otro lugar: son 105.000 según el PERE de 2013. En EEUU en particular, este es el grupo que más ha crecido, casi duplicándose, muy por encima de los españoles autóctonos, que solo han aumentado un 15%.
En conjunto, el número de ciudadanos españoles nacidos en España y residiendo en el extranjero solo ha aumentado en 40.000 personas desde el año 2009, una cifra muy pequeña si se compara con nuestra población de más de 47 millones. Seguimos teniendo tres veces más inmigrantes en el país (6.466.000 personas que nacieron fuera y viven en España) que ciudadanos españoles, autóctonos o no, residiendo fuera.
Incluso entre los principales destinos de la nueva emigración española poscrisis, como Alemania o Reino Unido, el número de españoles en edad activa en ellos es muy inferior al de alemanes o británicos en edad activa en España. Hay 320.000 alemanes y británicos de entre 15 y 64 años en España, frente a solo 132.000 españoles de esas edades en Alemania y Reino Unido (INE).
En resumen, la atención que este fenómeno está recibiendo en España parece desmesurada en comparación con su tamaño, mientras que apenas se dedican esfuerzos a entender por qué, con una tasa del paro del 26%, no son muchos más los que deciden dar el paso de buscar mejores condiciones de vida en otros países.
Además de ese apego a la familia y esa solidaridad entre padres, hijos y hermanos, que compartimos con los demás países de Europa del sur, y que actúa como freno a la movilidad, España tiene una carencia muy notable en el dominio de idiomas extranjeros, en lo que puede considerarse como una de las grandes asignaturas pendientes del país. Según un Eurobarómetro de 2012, solo un 22% de los españoles es capaz de mantener una conversación en inglés, lo que nos sitúa a la cola de Europa, solo por encima de Hungría, lejos de la media europea del 38% y a años luz de los países nórdicos, en una carencia que impide la emigración y que a la vez es un obstáculo para la internacionalización de la economía española y para su avance hacia la innovación y la competitividad.
Carmen González Enríquez es catedrática de Ciencia Política en la UNED e investigadora principal de Demografía y Migraciones Internacionales del Real Instituto Elcano | @rielcano