¿Resistencia armada a la ISAF o estrategia de control social? Evolución reciente del terrorismo en Afganistán (ARI)

¿Resistencia armada a la ISAF o estrategia de control social? Evolución reciente del terrorismo en Afganistán (ARI)

Tema: En 2011 el número de civiles afganos muertos a consecuencia atentados perpetrados por los talibán y sus aliados será unas cuatro veces superior al de militares de la coalición internacional abatidos por la violencia de esos mismos insurgentes.

Resumen: En Afganistán se perpetran actualmente, cada mes, aproximadamente el 10% de los atentados terroristas ocurridos en todo el mundo. Entre julio y octubre de 2011, la media fue de 175 mensuales. Este terrorismo, llevado a cabo por organizaciones yihadistas de origen no solo autóctono sino también foráneo, se ha incrementado y continúa evidenciando no tanto una forma de oposición a la presencia de tropas extranjeras en el territorio del país, que también, como una estrategia insurgente de control social en la que los talibán ven complementadas sus actuaciones con las de otras entidades yihadistas afines, sobre todo aunque no exclusivamente de procedencia paquistaní. Ese incremento de los actos de terrorismo en Afganistán, dirigidos principalmente contra la propia población afgana, como pone de manifiesto el atentado del 6 de diciembre en Kabul, a consecuencia del cual perdieron la vida cerca de 80 civiles, obliga a reflexionar con realismo acerca de los eventuales resultados, previstos e imprevistos, de la ayuda externa que, en circunstancias como las presentes, se pueda continuar ofreciendo o se prometa ofrecer a sus incipientes instituciones y a sus gentes, una vez comenzada la reducción del despliegue militar Occidental y tras la definitiva retirada de las tropas internacionales prevista para 2014.

Análisis: El atentado suicida ocurrido en Kabul el pasado 6 de diciembre, como consecuencia del cual han perdido la vida al menos 80 personas, de acuerdo con el balance de víctimas que hizo público cuatro días después el presidente de Afganistán, Hamid Karzai, es ante todo un atentado contra la propia población afgana. Como al menos dos más, menos cruentos, ocurridos ese mismo día en otros lugares del país, caso de Mazar i Sharif. Como la mayoría de los atentados terroristas que allí se producen. Esta es una realidad a menudo soslayada en nuestros medios de comunicación y que todavía parece no encajar en la imagen que muchos occidentales tienen de lo que ocurre con la denominada insurgencia en esa sociedad del sur de Asia. Suele pensarse que los blancos principales de dicha violencia son las tropas de la International Security Assistance Force (ISAF), desplegadas con mandato de Naciones Unidas y mando de la Alianza Atlántica; o, en su defecto, las fuerzas afganas de seguridad, entrenadas y capacitadas por aquellas. Pero la realidad es bien distinta. Aun cuando la inmensa mayoría de los atentados que afectan a la población afgana ni siquiera sean noticia. Sólo parecen serlo cuando resultan altamente letales, como en el aludido episodio, o cuando acontecen en la capital del país, donde se concentran los corresponsales de prensa extranjera.

Sectarismo y nexos yihadistas
Por otra parte, el hecho de que se tratara de un atentado cometido contra afganos chiíes, congregados multitudinariamente en torno a un emblemático lugar de culto para los seguidores locales de confesión chií –la mezquita de Hazrat Abul Fazal al-Abas– y en una festividad emblemática para esa minoría musulmana dentro y fuera del país surasiático –es decir, la celebración de los ritos correspondientes a la Ashura– pone de manifiesto la orientación excluyente del ideario religioso que lo inspira y el probable concurso de terroristas foráneos en su práctica. En Mazar i Sharif, el atentado se dirigió asimismo contra chiíes que accedían a su principal santuario en dicha localidad al noreste del país. Todo ello evoca tanto la ya conocida impronta de al-Qaeda sobre las modalidades y procedimientos del terrorismo insurgente en Afganistán como asimismo la dinámica de la violencia yihadista en Irak y en Pakistán, experiencias que sin lugar a dudas emula el atentado del 6 de diciembre en Kabul. Un portavoz de los talibanes afganos negó la implicación de estos en el atentado de Kabul y los de otras dos localidades, pero una organización yihadista paquistaní, Lashkar e Jhangvi (LeJ), se los atribuyó el mismo día de su ejecución. Tanto si dicha reclamación de autoría es, como bien podría ser, auténtica, como si, de modo alternativo o compatible, ocultase la implicación de los talibán afganos, una hipótesis que no debe descartarse –no hay que olvidar que, recientemente, el mulá Omar ha diseminado algunos mensajes en los que expresaba preocupación por el número de civiles afganos muertos en “ataques de martirio y otras operaciones”–, nada nuevo añade a la estrategia de estos últimos y de sus allegados en la insurgencia yihadista en Afganistán.

Es más, LeJ y los talibán afganos se encuentran estrechamente relacionados desde el establecimiento de aquella organización terrorista hacia 1996 o 1997 en la provincia paquistaní del Punyab. Se considera que su denominación alude precisamente a uno de los fundadores del movimiento islamista radical Sipah e Sahaba Pakistan (SSP), Haq Nawaz Jahngvi, asesinado en 1990, supuestamente por extremistas chiíes. No en vano, LeJ procede de una escisión ocurrida en el seno de esa misma formación extremista suní. Sus actos de terrorismo, inicialmente dirigidos sobre todo contra individuos y colectividades chiíes en Pakistán, han terminado por afectar, a lo largo de la última década, también a blancos de adscripción cristiana o simplemente extranjeros en ese país e incluso a autoridades del mismo. Esto y la progresiva introducción, a partir de 2003, del terrorismo suicida como parte de su repertorio de violencia, indican la influencia que sobre dicha organización yihadista paquistaní ejerció y probablemente ejerce al-Qaeda. Más aún, tras haberse visto afectada por la persecución policial en Pakistán, LeJ consiguió reorganizarse entre 2004 y 2006, para lo que se benefició del apoyo económico recibido tanto por al-Qaeda como por los talibán afganos, que además acogieron a los líderes de la organización terrorista paquistaní buscados por las autoridades de su país de origen.

LeJ no sólo se encuentra vinculada a al-Qaeda y a los talibán afganos, sino que también se halla relacionada, en el marco de los nexos yihadistas en Afganistán, como Harkat ul Muyahidín (HuM) y Jaish e Mohamed (JeM) –ambas asimismo conectadas con al-Qaeda– en Pakistán y con integrantes del Movimiento Islámico de Uzbekistán establecidos en Afganistán. LeJ formó parte de la conocida como Brigada 313, aglutinada para responder a la invasión militar estadounidense de Afganistán a finales de 2001. En dicha coalición se integraron asimismo Lashkar e Toiba, Harakat ul Yihad ul Islami, HuM y JeM. En determinadas zonas de Afganistán, al igual que en algunas demarcaciones montañosas de Pakistán, es donde los terroristas de LeJ, en la actualidad probablemente alrededor de un centenar en activo, han venido recibiendo adiestramiento, con frecuencia en campos adscritos a alguna de las referidas organizaciones yihadistas. Dichos militantes, por lo común reclutados en madrasas paquistaníes, se suelen distribuir en células de entre cinco y ocho integrantes, independientes entre sí pero en conjunto subordinadas al mando de las subunidades territoriales y en última instancia al Majlis i Shoora o directorio de LeJ, en el que todavía predominan individuos que durante los años 80 combatieron en la llamada yihad afgana junto a los talibanes. Además de las contribuciones económicas ya refereidas, LeJ se ha venido financiando habitualmente mediante donaciones privadas procedentes de dentro y fuera de Pakistán, rescates obtenidos de secuestros y otras actividades criminales.

Auge y expansión del terrorismo
Por añadidura, los actos de violencia sectaria acontecidos en Afganistán el 6 de diciembre son asimismo reveladores del auge y expansión que registra actualmente el terrorismo en el país. De acuerdo con los datos proporcionados por la misión de Naciones Unidas en Afganistán (UNAMA, de acuerdo con sus siglas en inglés), entre enero y junio de 2011 fueron casi 1.500 los civiles que perdieron la vida en el contexto de conflicto armado que se vive en el país, por lo que la cifra podría acercarse a los 3.000 civiles para final de año. Pero nada menos que el 80% de esas víctimas mortales se produjeron como consecuencia de atentados terroristas perpetrados por actores antigubernamentales, sobre todo por seguidores del Emirato Islámico de Afganistán, como los talibán aluden a su propio movimiento armado. Una fracción de tales incidentes es obra de grupos y organizaciones yihadistas que se asientan al otro lado de la frontera, en las zonas tribales de Pakistán, como la conocida Red Haqqani, que se mantiene asociada con al-Qaeda y relacionada con la inteligencia paquistaní, o Therik e Taliban Pakistan, cuyos integrantes comparten además con los talibán afganos su común etnia pastún. Como LeJ en relación al atentado del 6 de diciembre en Kabul, también el Movimiento Islámico de Uzbekistán ha reclamado ya la autoría de algún acto de terrorismo. Empero, no es inusual que miembros de estas u otras entidades yihadistas colaboren con los talibanes afganos en la preparación y ejecución de atentados terroristas.

Hablo de atentados terroristas porque la realidad es que, a lo largo de 2011, ocho de cada 10 víctimas mortales ocasionadas por actos de violencia insurgente en Afganistán han fallecido, según los datos proporcionados por la propia UNAMA, como consecuencia de episodios de terrorismo suicida, de incidentes perpetrados mediante el uso de artefactos explosivos y de asesinatos individuales premeditados, bien sea con armas blancas –los degollamientos de afganos por insurgentes talibán son frecuentes– o con armas de fuego. Es decir, como consecuencia de modalidades y procedimientos tácticos propiamente terroristas. Ello quiere decir que la estrategia de la insurgencia afgana en general y la de los talibán en particular está en la actualidad dedicada, pese a lo que su propaganda proclama, no tanto a oponerse violentamente a la presencia militar extranjera en Afganistán –que, por supuesto, también– como a imponer, mediante el recurso a la intimidación y el miedo, un control social efectivo sobre la población y recuperar con ello el dominio, o cuando menos la influencia, sobre amplios sectores de la misma. En 2011, el número de civiles afganos muertos a consecuencia atentados perpetrados por los talibán y sus aliados será, según cabe anticipar, unas cuatro veces superior al de militares de la coalición internacional abatidos por la violencia de los insurgentes yihadistas. Una violencia que obedece menos a la resistencia contra las tropas extranjeras que a una estrategia de control social sobre la propia población afgana.

El número de atentados está cerca de duplicarse en 2011 respecto a 2010 y casi a triplicarse respecto a 2009. Estamos, pues, ante un auge del terrorismo insurgente en general y talibán en particular, que las fuerzas afganas de seguridad son incapaces de contener, la heterogénea misión de la Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad no contribuye a mitigar y los enredos estadounidenses en torno a una más que cuestionable negociación con los talibán o sus afines enmascaran. Hay una lectura relativamente positiva de esta realidad, y consiste en observar que el incremento en la actividad propiamente terrorista desarrollada por los talibán y sus afines puede obedecer a las crecientes dificultades que encuentran para enfrentarse de otro modo, más convencional, a las tropas de la ISAF o a las fuerzas afganas de seguridad. Así, una mayor actividad terrorista podría ser entendida como la respuesta adaptativa de los insurgentes a una situación en la que prefieren evitar una confrontación directa con sus adversarios militares. De hecho, parece que en 2011 ha disminuido marcadamente, respecto a 2010, el número de ataques complejos y coordinados iniciados por los talibán y otros insurgentes afganos, según el Report on Progress Towards Security and Stability in Afghanistan difundido el pasado mes de octubre por el Departamento de Defensa estadounidense, aunque continúa siendo alto cuando se contemplan los datos relativos a la serie completa desde 2009. En este contexto cabría interpretar el fallido atentado suicida del 13 de diciembre contra la base de las tropas españolas en Qala i Now, capital de Baghdis. En cualquier caso, la evolución reciente del terrorismo en Afganistán advierte de las extraordinarias dificultades que tendrá, ante una situación como la actual, implementar con éxito una ayuda internacional y de las consecuencias que, para la propia población afgana se podrían derivar de una retirada no compensada de los militares estadounidenses y de otras naciones occidentales que actualmente desarrollan su misión en Afganistán. La dinámica terrorista emprendida por los talibán afganos y sus asociados yihadistas foráneos será muy difícil de contener a corto plazo.

Conclusión: Que el último atentado suicida de Kabul fuese especialmente letal y, además del cariz sectario de la violencia que implica, coincidiera con la visita del presidente de Afganistán, Hamid Karzai, a Alemania, para tomar parte en la cumbre internacional sobre el futuro de su país que tuvo lugar en Bonn –cumbre denostada públicamente por los talibán y que Pakistán, potencia nuclear cuya solución para Afganistán pasa porque el futuro gobierno de Kabul sea favorable a los intereses de Islamabad, boicoteó–, seguramente no es casualidad. En conjunto, lo ocurrido obliga a insistir en una reflexión sobre los obstáculos que la creciente inestabilidad en el mismo, a 10 años de la intervención militar estadounidense que derrocó al régimen talibán y destruyó la infraestructura de al-Qaeda en territorio afgano, derivada entre otros factores de un incremento sin solución de continuidad de los actos de terrorista –en Afganistán se perpetran actualmente, cada mes, aproximadamente el 10% de los atentados ocurridos en todo el mundo, una media de 175 mensuales entre julio y octubre de 2011–, perpetrados por organizaciones yihadistas de origen no sólo autóctono sino también foráneo, plantea a la hora de anticipar con realismo los eventuales resultados, previstos e imprevistos, de la ayuda externa que, en circunstancias como las presentes, se pueda continuar ofreciendo o se prometa ofrecer a sus incipientes instituciones y a sus gentes, una vez comenzada la reducción del despliegue militar Occidental y tras la definitiva retirada de las tropas internacionales prevista para 2014.

Fernando Reinares
Investigador principal de Terrorismo Internacional en el Real Instituto Elcano y catedrático en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Rey Juan Carlos