Palabras del Sr. Kofi A. Annan

Palabras del Sr. Kofi A. Annan

Gracias por su bienvenida y por invitarme a pronunciar unas palabras frente a tan distinguido público.

Debo empezar con una felicitación tardía al presidente Zapatero y a su gobierno por ganar su segundo mandato hace unos meses.

Yo también serví durante dos mandatos por lo que sé lo importante que es la experiencia en un trabajo difícil, pero también sé que no hay tregua en los desafíos a los que se enfrenta uno.

Así que reciba mi enhorabuena… y mi solidaridad.

Son tiempos difíciles para ser el líder de cualquier país. Nuestro mundo necesita, más que nunca, criterios sensatos, visión y coraje.

Sin embargo, usted lidera un país que ha demostrado ser un modelo de progreso.

España ha experimentado una transformación extraordinaria en las últimas décadas.

El papel decisivo que la Corona española ha desempeñado en la transformación de España de una dictadura a una democracia moderna y dinámica es un hito en la historia de España.

La forma en que han incorporado ustedes los fundamentos de un sistema democrático, descentralizando el poder, extendiendo los derechos, mejorando la situación de las mujeres al tiempo que han fortalecido la protección social general, ha sido motivo de inspiración.

Ustedes han demostrado que cambiar a mejor, incluso realizar cambios fundamentales, es posible.

Y debido a su historia, su idioma, su cultura y conexiones, España ocupa una posición ideal para desempeñar un papel cada vez más importante en este nuevo siglo.

De hecho, es difícil pensar en un país que esté mejor situado.

Están ustedes de nuevo firmemente en el corazón de Europa.

También están en la encrucijada entre este continente y África, y ofrecen además un vínculo entre el islam y el cristianismo, vínculo profundamente arraigado en su historia y su cultura.

Un idioma común, unas raíces compartidas y millones de vínculos personales les convierten en un puente decisivo entre el viejo y el nuevo mundo.

Es un momento de enormes oportunidades para su país y también de enorme responsabilidad – y sé que están trabajando duramente para conseguirlo.

Se me ha pedido que diga unas palabras sobre los principios que en mi opinión deberían guiar los asuntos internacionales en el siglo XXI.

Por lo que acabo de decir, está claro que lo están haciendo ustedes bastante bien sin necesidad de mis consejos.

El compromiso, el diálogo y la cooperación son fundamentales en la visión de su país.

Ya sea a través de la Unión Europea, los organismos regionales a los que pertenecen o la propia Organización de las Naciones Unidas, están ustedes decididos a trabajar con socios y con la comunidad internacional en su conjunto.

Este debe ser el enfoque correcto de España y de nuestro mundo.

Porque los desafíos a los que nos enfrentamos son globales.

Y la única forma en la que vamos a superarlos con éxito es trabajando juntos.

Nuestro mundo nunca ha sido tan interdependiente como lo es ahora.

Vivimos tiempos de inmensas oportunidades.

Debemos considerarnos más afortunados, en muchos sentidos, que nuestros padres y abuelos.

Pero, al mismo tiempo, vivimos en un mundo donde un problema en un país puede extenderse como la pólvora por todo el planeta.

Donde las dificultades en un sector de la economía de un país pueden enviar su onda expansiva a través de la economía global.

Donde las enfermedades pueden atravesar océanos en cuestión de horas, con las compañías aéreas internacionales transportando 850 millones de personas al año.

Donde incluso el clima está cambiando de forma que afectará las vidas de todos los habitantes del planeta.

Y es un mundo donde el extremismo promovido a miles de kilómetros de distancia puede llevar al asesinato a sangre fría de cientos de viajeros inocentes en Madrid.

Tales actos de barbarie no pueden defenderse ni justificarse jamás, como ambos reconocimos en el la Cumbre Internacional sobre Democracia, Terrorismo y Seguridad organizada por el Club de Madrid en marzo de 2005.

Contra amenazas como éstas, ninguna nación puede protegerse por sí sola.

Ni podemos creer que mantendremos a nuestros ciudadanos a salvo escondiéndonos detrás de nuestras fronteras nacionales.

Está claro que nuestra seguridad y prosperidad dependen de nuestro esfuerzo por ofrecer seguridad y prosperidad para todos.

Debemos mirar hacia fuera.

No podemos permitirnos el cerrar los ojos a lo que está ocurriendo más allá de nuestras fronteras o de nuestro continente.

Nuestra propia seguridad nos exige ahora algo más que estar simplemente preparados para ayudarnos unos a otros en caso de que los países sean atacados por sus vecinos.

Esto significa que la comunidad internacional debe estar preparada para proteger a las poblaciones atacadas dentro de sus propias fronteras.

Me alegró mucho que esta “responsabilidad de proteger” contra el genocidio, los crímenes de guerra, la limpieza étnica y los crímenes contra la humanidad fuese aceptada finalmente por todas las naciones en la cumbre de la ONU de 2005.

La soberanía nacional no puede seguir usándose como un escudo por los gobiernos que pretenden masacrar a sus propios pueblos.

Ni tampoco, por supuesto, como una excusa para que los demás no hagamos nada, cuando se producen crímenes tan atroces ante nuestros ojos. Algunos crímenes son tan espantosos que pienso que todos deberíamos preguntar qué podemos hacer para ayudar.

Creo, sin embargo, que esta responsabilidad con todos los ciudadanos del mundo debe ir más allá de los que viven hoy en día e incluir a las generaciones futuras.

Esto nos exige que nos esforcemos por dejar el mundo en el mismo estado, incluso mejor, de lo que lo heredamos.

Un proverbio africano dice: la tierra no es nuestra, es un tesoro que se nos confía para que la transmitamos a las generaciones futuras.

Esta generación debe mostrarse digna de esa confianza.

Y eso significa que debemos hacer más –y con absoluta urgencia– para combatir el cambio climático.

Hoy en día, hay pruebas abrumadoras de que las actividades humanas son la causa del calentamiento de nuestro planeta.

Los resultados –sequías, subidas del nivel del mar, olas de calor, pérdida de tierras cultivables, inundaciones– nos afectarán a todos ya que provocarán nuevos conflictos, disputas fronterizas y emigraciones masivas.

Ya estamos viendo cómo el cambio climático está produciendo un impacto en las existencias de alimentos –escasez que, si no se toman medidas, amenaza con deshacer todo el progreso que hemos visto en África en los últimos años, así como en otros países pobres de todo el mundo–.

Los desafíos humanitarios se convertirán rápidamente en riesgos políticos y de seguridad.

Cada día que no abordamos el cambio climático, los riesgos aumentan.

Cada día que hablamos pero hacemos demasiado poco crece la amenaza sobre nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos.

Ningún país se librará de estos costes y sé que aquí en España, esta amenaza resulta muy real.

Pero, por supuesto, serán los países y las personas más pobres –los que menos hicieron para provocar el cambio climático– quienes pagarán el precio más alto.

Y creo que en esta nueva sociedad global, no solo somos todos responsables de la seguridad de los demás sino también de su bienestar.

La solidaridad global es tan necesaria como posible.

Es necesaria porque sin esta solidaridad, ninguna sociedad puede ser realmente estable, ni la prosperidad de nadie realmente segura.

Esto es verdad no solo dentro de las sociedades de cada país sino también en nuestra economía de mercado global.

No podemos mantener una situación en la que los beneficios de la globalización pertenecen solo a una parte de la humanidad mientras miles de millones de seres humanos son abandonados, cuando no empujados, a la miseria absoluta.

Es por esta razón por la que el mundo se unió para suscribir los Objetivos del Milenio.

Si se cumplen, sacarán a millones de personas de la pobreza y les proporcionarán acceso a agua potable, educación y atención sanitaria básica.

Estos objetivos han sido apoyados por España tanto moralmente como con generosa ayuda financiera.

Espero que otros países sigan su ejemplo.

Porque tenemos que hacer mucho más si queremos alcanzamos estos objetivos a través de una mayor ayuda y apoyo de los países más ricos.

Sin embargo, la ayuda por sí sola no será suficiente para afrontar las flagrantes disparidades de oportunidades y riqueza que vemos.

Debemos actuar con visión para eliminar las barreras injustas al comercio y las finanzas y hacerlo urgentemente.

Necesitamos poner los intereses nacionales generales por encima de los de los poderosos grupos de presión sectoriales.

Si tenemos el valor de hacerlo, todos ganaremos, como también lo haremos enfrentándonos al cambio climático.

Porque así como nuestra seguridad está cada vez más estrechamente ligada que nunca a la seguridad de todos, también nuestra estabilidad y prosperidad están vinculadas a la extensión de la prosperidad a todos.

Un pilar central para un mundo más estable y más justo debe ser el respeto por los derechos humanos y el Estado de derecho.

Sé que esto hallará aquí una resonancia particular dada la asombrosa evolución de España en las últimas décadas.

Sin el imperio de la ley y la protección de los derechos, se priva a la sociedad de unos cimientos sólidos y el progreso económico resulta mucho más difícil.

Estos derechos fundamentales y valores compartidos pueden ayudar a unir nuestro mundo al hacer hincapié en nuestra dignidad y humanidad comunes.

Nos ayudan a construir naciones y un mundo en el que diferentes comunidades pueden coexistir y gozar de iguales derechos y oportunidades.

Este es el espíritu de la imaginativa “Alianza de Civilizaciones” que usted, presidente Zapatero, lanzó y que fue copatrocinada por el primer ministro Erdogan de Turquía.

Por ello, las Naciones Unidas está promoviendo la Alianza como una base de respeto mutuo entre sociedades, algo fundamental para acercar a los pueblos.

Los derechos humanos y el Estado de derecho no son lujos. Son fundamentos básicos para nuestras ambiciones respecto al mundo.

Por supuesto, no hay ningún derecho más fundamental que el derecho a la vida o la protección contra el trato inhumano o degradante.

Por ello celebro los esfuerzos de este país por movilizar el apoyo internacional con el objeto de acabar con la pena de muerte.

Es una iniciativa muy oportuna para conmemorar el 60 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Y, al igual que el Estado de derecho es esencial para la protección de los ciudadanos individuales, también es fundamental en el escenario internacional.

Esto es, por supuesto, por lo que se creó la Organización de las Naciones Unidas hace 60 años.

No creo que sorprenda a nadie el que yo crea que, en este mundo interdependiente, la ONU es más importante que nunca.

De hecho, solo a través de instituciones multilaterales podrán los Estados rendir cuentas unos a otros, dando a los pobres y débiles alguna influencia sobre las acciones de los ricos y poderosos.

Y ello hace que sea muy importante organizar estas instituciones de forma justa y democrática.

Esto se aplica en particular a las instituciones financieras internacionales, como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.

Los países en desarrollo deberían tener más voz en estos organismos, cuyas decisiones pueden tener un impacto casi de vida o muerte en sus destinos.

Y se aplica también al Consejo de Seguridad de la ONU, cuyos miembros reflejan todavía la realidad de 1945, no la de 2008.

Así que reformar el Consejo de Seguridad es fundamental.

Reformarlo para incorporar nuevos miembros de forma permanente o a largo plazo para otorgar una mayor representación a zonas del mundo cuya voz no se escucha suficientemente en la actualidad.

Pero también reformarlo para asegurarse de que sus miembros aceptan la responsabilidad especial que va unida a su privilegio.

He mencionado la palabra reforma varias veces, lo cual me trae a la memoria una anécdota: cuando tomé posesión del cargo de secretario general en 1997, empecé inmediatamente un proceso de reforma. En mi segundo almuerzo mensual con los miembros del Consejo de Seguridad, seis meses después de iniciar mi primer mandato, el embajador de la Federación Rusa, y en la actualidad ministro de Asuntos Exteriores, Sergei Lavrov, me señaló que no había visto todavía ningún resultado de mis esfuerzos reformadores. Agregó entonces, aún siendo el único comunista en la sala, que él recordaba que “Dios sólo necesitó seis días para completar su creación, ¿a qué está esperando usted?” A lo que yo le respondí “sí, es cierto, pero Dios tenía una ventaja que yo no tengo, trabajaba sólo”… Sin Consejo de Seguridad, sin Asamblea General…

El Consejo de Seguridad no debe ser tan solo otro escenario en el que desarrollar intereses nacionales. Sus miembros tienen una responsabilidad.

Debe ser el “comité ejecutivo”, si ustedes quieren, de nuestro sistema de seguridad colectivo en ciernes.

Es decir, responsabilidad colectiva, solidaridad global, Estado de derecho, responsabilidad mutua, y multilateralismo deben estar, en mi opinión, en el núcleo de nuestro enfoque del siglo XXI.

Es el reconocimiento de que si algunos de nosotros somos pobres, todos somos más pobres.

Si algunos países son inestables, todos estamos menos seguros.

Subraya la importancia crucial de los derechos humanos y el Estado de derecho.

Es la constatación de que las soluciones a los problemas del mundo llegarán sólo si todos trabajamos juntos – superando fronteras, superando divisiones de raza, religión, lengua y cultura.

Son creencias que sé son compartidas por este gobierno y este país.

Le deseo buena suerte en su trabajo para ponerlas en práctica.